Un documento filtrado revela que la AfD busca utilizar a Die Linke como herramienta para profundizar la polarización cultural. La izquierda no debería caer en esa trampa.
Notas publicadas en Formato
Las facciones más estridentes de la derecha actual coquetean con la monarquía, los mitos y la trascendencia tecnofuturista. Influenciadas por la sensibilidad antimoderna del fin de siècle, rechazan la democracia y proyectan el futuro a partir de pasados imaginarios.
Cuando Augusto Pinochet derrocó al gobierno electo de Chile, Friedrich von Hayek y Milton Friedman —padres fundadores de la economía neoliberal— ayudaron a diseñar su agenda económica y respaldaron la brutal represión que fue necesaria para imponerla.
Más de 30 delegados de todo el Sur global se reunieron la semana pasada en Bogotá para desafiar la impunidad israelí. Países como Colombia y Sudáfrica ratificaron las resoluciones que prohíben la transferencia de armas a Israel y renovaron las acciones legales para detener el genocidio.
La economía marxista es mucho más amplia que Marx, y la exégesis textual de sus manuscritos originales, en contraposición a la reinvención y reutilización de los conceptos en nuevos entornos históricos e intelectuales, le hace un flaco favor.

La sátira de Seth Rogen y Evan Goldberg sobre el problema de la propiedad intelectual en el cine comercial —en el que todo es una adaptación de otra cosa— no logra excusar ni abordar sus propios delitos contra la propiedad intelectual.
La derecha utiliza la caída de la natalidad para presentarse como defensora de la familia y del futuro frente al suicidio demográfico. La izquierda no puede seguir eludiendo el tema.
El chatbot de Elon Musk, Grok, comenzó de repente a difundir teorías conspirativas antisemitas. No es la primera vez que ocurre algo así, y es un recordatorio de que los modelos de lenguaje no son máquinas de decir la verdad, sino agregadores de escritos indiscriminados que circulan en internet.

En el panorama político europeo contemporáneo, nuestros gobernantes parecen cada vez más decididos a llevarnos hacia la catástrofe, con un enfoque de «ojos bien cerrados» que ignora por completo las lecciones del siglo XX.
En los años previos al ataque del 7 de octubre, se produjo una lucha de poder dentro de Hamás. La negativa de Israel a negociar con cualquier líder palestino que insistiera en poner fin a la ocupación dio la iniciativa a la facción militarista de Yahya Sinwar.