Así como las oligarquías han utilizado a los países latinoamericanos como laboratorios políticos posdemocráticos al servicio del capitalismo financiero, de la misma manera el pueblo no ha dejado de ensayar estrategias emancipatorias. En ese sentido, Colombia es un adelanto de lo que puede ser.
Notas publicadas en Excedente
En las décadas de 1920 y 1930, los socialistas debatieron una táctica unitaria para hacer frente al fascismo, conocida como el «Frente Único Obrero». Cien años después de su formulación, la amenaza neofascista en el mundo ha reavivado las discusiones sobre el Frente Único como mecanismo de resistencia.
Si en los años noventa Italia fue un laboratorio para el fin de los partidos de masas, ahora pareciera ser uno de los primeros países en ver cómo vuelve a cobrar fuerza una división convencional izquierda-derecha.
En la última década, la izquierda anticapitalista ha experimentado una ola de rupturas y dispersión. Lo más preocupante es que no se trata de un reajuste de proyectos; en la mayoría de los casos, las rupturas han sido solo el primer acto de un proceso continuo de crisis.
Los capitalistas no necesitan gobernar directamente el Estado o estar particularmente organizados para conseguir lo que quieren.
La historia de cómo se gestó la Revolución Rusa no es más que una sucesión de continuidades y rupturas, y tanto unas como otras son relevantes para la lucha por un futuro socialista.
Un nuevo paradigma para comprender la táctica bolchevique en las revoluciones de 1917.
La obra clásica de Peter Linebaugh y Marcus Rediker cumple veinte años, pero la historia que cuenta es la de una resistencia inmemorial a la conquista capitalista.

La tendencia antindustrial del ecosocialismo es «no científica»: su visión del futuro se apoya sobre la negación —romántica más que revolucionaria— de las condiciones materiales en las que vivimos. El futuro emancipatorio solo puede construirse a partir de los sistemas industriales y no en contra de ellos.
En los últimos años, la crisis ambiental se ha convertido en un tema insoslayable que solo una pequeña minoría se atreve a negar. Pero el cambio climático no se combate con declaraciones de buenas intenciones. Hacen falta acciones concretas, y Cuba —otra vez— sirve de ejemplo.