Las empresas farmacéuticas recibieron alrededor de 10 mil millones de dólares del gobierno de Estados Unidos para la producción de vacunas. No se les exigió a cambio que las ofrezcan a precios justos ni que compartan los derechos de propiedad intelectual.
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La gestión de la pandemia es el enésimo reflejo del conflicto de fondo entre capital y vida, entre intereses privados y bienes comunes, entre mercancías y derechos.
Los sectores dominantes han aprovechado la crisis para impulsar nuevas formas de organización del trabajo que pretenden consolidar bajo el rótulo de «nueva normalidad». Pero la pospandemia dependerá de la capacidad de resistencia que ofrezca la clase trabajadora.
Es común escuchar decir que la pandemia desnuda las injusticias del capitalismo. Pero también las oculta. La pandemia, en verdad, es un laberinto del cual necesitamos encontrar la salida.
Basar las decisiones económicas en las necesidades humanas permite decidir qué tipo de producción necesitamos realmente.
Estamos en un momento de excepcionalidad del curso histórico en el que el futuro social se muestra tal como es de manera descarada: contingente y aleatorio. Las propuestas de nuevos horizontes predictivos que emergen en el seno de las clases plebeyas tienen la probabilidad extraordinaria de ponerse a prueba ante la emergente disponibilidad social a adoptar nuevos esquemas cognitivos.
Siempre supimos que las enfermedades mentales se agravaban por el estrés de las dificultades económicas. Pero una nueva investigación muestra que no es solo llegar a fin de mes. El problema es la explotación capitalista.
La vacuna contra el COVID-19 es una maravilla de la cooperación. La distribución de la vacuna muestra la crueldad del capitalismo.
La pandemia de COVID-19 obligó a la reclusión social y al repliegue al espacio privado. Pero, pensando un poco más allá de la coyuntura, la superación de este momento pasa por la disputa del poder sobre lo público.