Tal vez el fenómeno más curioso de las recientes elecciones legislativas en Argentina sea que los principales actores políticos del escenario nacional hayan salido todos a celebrar los resultados. Las reacciones postelectorales parecerían mostrar un escenario nacional con muchos triunfadores y sin derrotados. Más allá de la extrañeza para un país políticamente tan intenso como el nuestro, hay algunos elementos de verdad en los recortes intencionados de la realidad que propone cada fuerza.
Sin embargo, esta celebración unánime no deja de resultar un poco violenta en un país donde la inflación llega al 52% interanual y la vida de las mayorías populares es decididamente complicada en la cotidianeidad pospandémica. Pero como estas elecciones probablemente sean lo más cerca que vayamos a estar jamás de un capitalismo donde ganen todos, no conviene desaprovechar la oportunidad de analizarlas.
En el acto en el búnker de Chacarita, el presidente Alberto Fernández confirmó la convocatoria a la marcha de hoy, miércoles 17, día de la militancia, para «celebrar el triunfo como corresponde». La diputada electa Victoria Tolosa Paz afirmó en declaraciones radiales: «Ellos ganaron perdiendo y nosotros perdimos ganando». Más allá de que probablemente haya querido decirlo exactamente al revés (el peronismo ganó perdiendo y la oposición perdió ganando), la frase no es expresión solo de una dialéctica de bajo vuelo, sino de algo absolutamente real.
Los catastróficos resultados de las PASO, con una derrota oficialista por más de 10 puntos, una diferencia de 5 en la provincia de Buenos Aires y triunfos en apenas siete provincias, podían anticipar una catástrofe en la votación del pasado domingo que hubiera abierto un escenario de crisis casi terminal para el Gobierno. Pero la combinación de una salida unitaria hacia la campaña (después del pésimo manejo de la crisis interna de los días posteriores a las primarias, donde durante 48 horas el Frente de Todos pareció estar al borde del estallido), la movilización del indiscutiblemente poderoso aparato pejotista, algunas muy módicas medidas tendientes a la recomposición salarial (el «plan platita», que no tuvo la espectacularidad denunciada por la oposición) y probablemente un saludable horror popular al envalentonamiento cambiemita de las últimas semanas lograron conjurar ese escenario de debacle, lograr una «derrota digna» en Provincia de Buenos Aires (algo más de un punto), achicar la brecha nacional a 8 puntos e incluso dar vuelta los resultados en Chaco y Tierra del Fuego por ajustados márgenes.
Además, parecieran estar algo desconcertados por la algarabía oficialista y se ven obligados a salir ridículamente a pedirle al Gobierno que «reconozca la derrota». Es que esperaban más, mucho más. En los últimos dos meses creyeron que podían capitalizar mejor la crisis pandémica, que actuaría como el pase de magia que borraría por completo de las memorias el horror de su gestión nacional, dándole una segunda oportunidad de volver al poder en apenas dos años. Al no confirmarse este escenario fantástico, ahora también se reabre la interna del frente opositor entre halcones, palomas y radicales, en pausa durante la campaña. También para ellos vienen unos años de fuertes disputas hacia las presidenciales de 2023.
En cualquier caso, a pesar de todos los efectos distorsivos de la crisis epidemiológica, el 42% de JxC es fácilmente equiparable al 41% de 2019 (aunque claro, es problemático comparar legislativas y presidenciales) y parecería mostrar la existencia de un techo también allí. Lejos de la hipótesis indignada del progresismo, que se desgañitó en redes criticando a la ciudadanía «desmemoriada» que para protestar contra las innegables dificultades económicas del presente elige votar a los principales ajustadores y endeudadores de nuestra historia, la realidad parece ser muy distinta.
En una mirada de pura reacción contra el evidente malhumor social del presente, un contexto de pobreza y desempleo en niveles 2001, con una inflación por encima del 50%, el dólar paralelo a 200 pesos, una disparada en los precios de los alimentos y otros productos esenciales que el oficialismo parece no poder controlar, paritarias a la baja en casi todos los gremios, unas jubilaciones y pensiones que logran quedar solo décimas por debajo de la evolución de los precios gracias a periódicos bonos y la infinita sucesión de tiros en los pies que casi semanalmente puso a disposición el gobierno del FdT, no hubiera sido insólita una masiva deserción del oficialismo y una avalancha de apoyos a JxC. Pero eso tampoco sucedió. Una cierta memoria de la devastación cambiemita parecer pervivir. Lo que ya no hay, sin dudas, es entusiasmo alguno hacia el Gobierno. Y este es otro de los datos clave de la escena política nacional.
Sí, son el mal. Sus recetas destructivas y su discurso violento constituyen una preocupación saludable. Pero no hay que olvidar que hubo otros fenómenos de ultraderecha en nuestra democracia. Antonio Domingo Bussi logró ser gobernador, Luis Patti fue diputado, Aldo Rico, además de diputado, fue intendente de San Miguel. Son cosas distintas, está claro, y donde estos eran rémoras de la última dictadura cívico-militar, aquellos representan a las nuevas derechas que vienen abriéndose lugar en la política mundial. A unos los apoyaban apolillados sectores nostálgicos de las botas y a otros los bancan miles de adolescentes enfervorizados. Veremos. En cualquier caso, habrá que ir construyendo sólidas alianzas antiderechistas.
Pero comparando elecciones legislativas, vemos que el total de votos logrado el domingo es de 1.270.000 (5,4%), algo no muy distante de los 1.156.000 de 2017 (4,7%), en pleno macrismo, y apenas superior al 1.211.000 de 2013 (5,3%). Es decir, un número más o menos constante en ocho años de coyunturas políticas muy diferentes. En este 2021 además, podía esperarse una performance superior en un escenario caracterizado por una muy restringida oferta electoral (por primera vez en muchos años, no hubo opciones de centroizquierda que disputaran el voto a la izquierda del peronismo), con una crisis histórica de la alianza de Gobierno y las horribles variables económicas ya mencionadas. Y tampoco hubo una capitalización por izquierda de este escenario. De histórica, nada.
Los fenómenos más interesantes del voto FIT-U sin dudas son el de la rusa Myriam Bregman en CABA, que con un 8% logró romper un techo importantísimo para la izquierda local, dando muestras de que su carismática figura pudo trascender el mundillo militante; un importante crecimiento del 20% en el voto en Provincia de Buenos Aires y la elección del recolector de residuos Alejandro Vilca en Jujuy, donde hasta último momento el Frente de Izquierda estuvo disputando el segundo lugar provincial con el FdT, perdiendo por apenas tres mil votos. En este caso también es importante el hecho de que se trata de la segunda elección por encima de los dos dígitos de la izquierda en esa provincia (18,4 y 25,1, respectivamente), lo que podría hablar de una consolidación de la propuesta roja, en contratendencia de algunos fenómenos provinciales muy coyunturales de las últimas elecciones. Después de la histórica elección de 2013 en Mendoza, que catapultó a Del Caño a la política nacional, el FIT se desplomó allí, retrocediendo un 62% en estas elecciones respecto de los 125 mil sufragios obtenidos en 2017, mientras que en Chaco se cayó un 53%, en Córdoba un 39%, etcétera.
Para cualquier organización que pretenda hacer política en este país en los próximos años, las estrategias en uno u otro caso son muy diferentes. Los resultados de las PASO parecían más alineados con la segunda hipótesis, pero el reacomodo de este domingo podría indicar que, pese al escenario de crisis sostenida, el sistema político nacional todavía cuenta con la fortaleza suficiente como para canalizar los reclamos por las vías institucionales. La respuesta no es tan clara, entonces, y habrá que esperar la evolución del paciente.
En cualquier caso, los dos años que restan hasta las presidenciales de 2023 serán durísimos, con un frente gobernante claramente golpeado, que tendrá severas dificultades parlamentarias por la pérdida de control del Senado —aunque lograra sostenerse como primera minoría en ambas Cámaras— y al que las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional obligarán a seguir avanzando en el ajuste en curso (como reconoció saludablemente la propia Cristina Fernández de Kirchner en el contexto de honestidad brutal de la crisis post PASO).
En otras coyunturas crisis política, el kirchnerismo pudo apelar a golpes de timón que recompusieron su apoyo popular y le dieron aire financiero; a modo de ejemplo, podemos citar la estatización de las AFJP en 2008, que permitió mostrar liderazgo y sostener el control político hasta alcanzar la relativa recomposición económica de 2011. Pero hoy la situación es distinta en varios niveles: no solo el apoyo popular está muy lejos del entusiasmo de aquellos tiempos —con la apatía, el cansancio y la desilusión haciendo estragos entre las filas propias—, sino que sería realmente sorprendente una dinámica de iniciativas fuertemente progresivas por parte del gobierno de Alberto Fernández en este contexto, en el que la prioridad para las clases dominantes es el avance de la triple reforma (laboral, previsional y tributaria).
Es cierto que este año el rebote pospandémico logrará una recuperación del PBI que puede llegar casi al 10% y que hay variables a favor en cuanto a récords de cosecha y precios de los granos a nivel internacional, pero falta mucho para que la recuperación por arriba se traduzca en mejoras por abajo y, además, las cifras para el año próximo no son tan optimistas. Las tensiones con los aliados gremiales se agudizarán al compás del avance de las reformas laborales por sector, lo mismo que el apoyo de los movimientos sociales, que deberán ver cómo evoluciona la política oficial para ese universo que atravesó abnegadamente la crisis epidemiológica (para lo que la designación de Juan Zabaleta como ministro del área no es una buena señal).
No es improbable que, además, una relativa recuperación económica sume presiones salariales en distintos sectores, cuestión que tensará la cuerda en un escenario de graves convulsiones cambiarias, inflación, caída del salario real y un crecimiento muy limitado para 2022. Tras la pírrica derrota del domingo, el oficialismo ya se pone a parafrasearse a sí mismo agitando la consigna de «hay 2023» y discutiendo si el FdT tiene que ir a unas PASO para definir a su candidato presidencial o no. Una especulación un tanto a contracorriente en el marco de la honda crisis social y económica que atraviesa al país y las remotas perspectivas de que la apagada épica albertista pueda llegar a recuperar algún tipo de entusiasmo popular.
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