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En la Argentina de hoy está en marcha una reconfiguración regresiva de los límites de lo que es posible ser dicho en la esfera pública ampliada. (Foto: Kresta Pepe vía Twitter)

Los límites de lo decible

El discurso —a menudo irracional— propio de las nuevas derechas puede resultar gracioso. Pero la enorme capacidad que ha mostrado tener para interpelar de manera transversal a distintos sectores de nuestras sociedades exige que nos lo tomemos en serio. Un primer paso, entonces, es analizarlo con detenimiento.

El artículo que sigue es una adaptación del Documento de Trabajo Nº6 «Los nuevos límites de lo decible o cómo se reconfiguró la lucha discursiva en la última década» del Colectivo de Investigación en Comunicación, Medios y TICs del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Nos encontramos ante un momento histórico incierto. El escenario regional latinoamericano aparece tensionado por dos tendencias: una impulsada por una contraofensiva neoliberal, que no ha podido generar las condiciones para consolidarse, y otra que remite a un nuevo ciclo de protestas y a la existencia de opciones progresistas con buenos resultados electorales. No obstante, una serie de fenómenos simbólicos, que dan cuenta de procesos culturales profundos, nos conducen a señalar que dichas tendencias se despliegan en medio de un desplazamiento significativo hacia la derecha del discurso público y los imaginarios políticos.

Más concretamente, está en marcha una reconfiguración regresiva de los límites de lo que es posible ser dicho en la esfera pública ampliada (constituida por los medios tradicionales, las redes sociales y las instituciones de la democracia representativa). Estamos ante la emergencia y circulación de ciertos discursos que de por sí se construyen en las fronteras de lo que podemos llamar las «pautas de la convivencia democrática» que en Argentina —más allá de sus momentos de crisis— se impusieron como una suerte de pacto social desde 1983 en adelante. Y cuya eficacia está directamente ligada al consenso respecto de ciertos principios como el pluralismo, el respeto de las instituciones representativas, la igualdad formal ante la ley y el respeto a los derechos humanos más elementales.

La radicalización experimentada por una fracción del PRO, la irrupción de Javier Milei como representante del libertarismo local, las provocaciones de Viviana Canosa en la TV o la aparición de un influencer antipolítica que «viene de abajo», como El Dipy, son parte de un proceso cultural que se caracteriza por poner en cuestión la corrección política y que opera como trasfondo de disputas político-ideológicas decisivas en nuestro país y en la región.

Este texto busca describir y analizar esa reconfiguración regresiva. Para ello partimos de una serie de consideraciones acerca de sus condiciones históricas de emergencia. Por empezar, en los años que siguieron a la crisis de 2001-2002 las luchas políticas tuvieron como marco de referencia lo que llamamos un discurso antineoliberal. Esa configuración cultural tuvo su mayor eficacia política en el período 2009-2011, cuando luego del conflicto de 2008 entre las patronales agrarias y mediáticas y el Gobierno Nacional se abrió un escenario en el cual el bloque social y político encabezado por el kirchnerismo experimentó un proceso de radicalización que se tradujo en la ampliación de derechos y la consolidación de una forma de construcción caracterizada por un estilo confrontativo y la interpelación a la movilización de su base social.

Luego de ese trienio se registra una crisis de dicho discurso «antineoliberal» que se extiende hasta el presente. Crisis que es contemporánea a la agudización de problemas económicos estructurales y a las limitaciones que evidenció la propia experiencia kirchnerista para recrear su proyecto político, pero que también se explica por una serie de acciones que, en el marco de un nuevo ciclo de enfrentamientos sociales, lograron imponer una agenda referida a la lucha contra el autoritarismo, la inseguridad y la corrupción. Protestas callejeras, iniciativas de la cúpula empresarial y propuestas surgidas del sistema político convergieron en un movimiento que desde entonces tuvo caras y voces diversas, y que con el tiempo generaría condiciones propicias para el avance de un nuevo sentido común reaccionario.

En lo que sigue hacemos foco en una serie de fenómenos que se despliegan en el sistema político, en los medios de comunicación y en las redes sociales, y que si bien no agotan todas las dimensiones de las transformaciones en curso, condensan buena parte de sus dimensiones más significativas.

1. La derechización del macrismo y la emergencia de una «derecha de la derecha»

En este apartado destacamos dos elementos. El primero es la mutación que experimentó el PRO luego de acceder al Gobierno nacional al incorporar una agenda y formas discursivas propias de una derecha más clásica. Lo que fue originariamente, y durante gran parte de su gestión al frente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, una fuerza que abonó a construir un perfil ligado a una derecha moderna, despegada de los grandes debates ideológicos y nutrida de un vocabulario del management político, incorporó a su discurso tópicos que caracterizaron históricamente a las derechas liberales y nacionalistas. Mientras que al inicio de la presidencia Macri, ese perfil quedó más acotado a ciertos funcionarios (sobre todo a su Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich), a medida que avanzó su gestión él mismo pasó a encarnar esas posiciones y quedó más ligado a figuras que lo refuerzan, como es el caso de Miguel Ángel Pichetto. Una vez fuera de la presidencia, ese proceso no hizo más que profundizarse.

El segundo elemento a destacar es la irrupción de formaciones que se ubican a la derecha del PRO. El universo de esa «derecha de la derecha» está constituido por un conjunto de agrupamientos que mezclan sectores residuales con otros emergentes. Si bien terminaron definiendo estrategias electorales diversas en este 2021, con algunos puntos de acuerdo según los distritos, en ese universo ubicamos dos polos. Por un lado, el que tiene como referencias a los economistas liberales José Luis Espert y Javier Milei. Y por otro, un polo con un perfil ligado al catolicismo nacionalista y al evangelismo conservador, que tiene a la cabeza a figuras como Cynthia Hotton y Juan José Gómez Centurión (quienes conformaron la fórmula presidencial por el Frente Nos en 2019), ambos con pasado en el PRO.

Más allá de que su repercusión está en aumento, actualmente, el lugar de esta derecha radical en el escenario político puede ser más significativo por su capacidad para incidir en la instalación de ciertos temas en el discurso público y el daño que puedan provocar en la performance electoral de la alianza mayoritaria en el espacio de la derecha —Juntos por el Cambio y sus derivas— , que por la cuota de representación institucional que pueda lograr. Lo mismo podemos decir en cuanto a los vínculos con sectores de peso del poder económico, los principales grupos y entidades empresariales siguen apostando principalmente a alguna variante dentro del frente político hegemónico de la derecha local.

Así y todo, es interesante remarcar la novedad que al menos una parte de esta derecha de la derecha supone en términos del discurso político. Novedad que se puede resumir en la manera en que combinan estos tres elementos: la figura del nuevo outsider del sistema político, la idea de que la verdadera grieta es la que existe entre la gente común y los políticos, y —tal vez la más importante— la referencia a una fuerza antisistema.

Avancemos ahora sí con el análisis de los discursos que emergen de los principales actores de esta «nueva-vieja» derecha política. En vistas a sintetizar los resultados de nuestra indagación vamos a indicar las regularidades, pero sobre todo las novedades que encontramos en torno a tres grandes tópicos: «seguridad», «populismo» y «dictadura / derechos humanos».

Los discursos sobre la seguridad y los culpables de la inseguridad

En torno a la figura de la «seguridad» identificamos dos estrategias discursivas: por un lado la caracterización de la «delincuencia» mediante la serie pobreza-inmigración-terrorismo; por otro, la «mano dura», como única garantía de la seguridad pública frente la inseguridad. Más allá de las recurrencias, se conforma una narrativa que lleva al límite ciertas normativas.

La imagen de Mauricio Macri recibiendo en la Casa Rosada al oficial de policía Luis Chocobar marca de forma contundente la política de su Gobierno en materia de seguridad. Esa imagen representa algo más que el apoyo gubernamental a las fuerzas de seguridad. Lo que los medios llamaron «doctrina Chocobar» es la forma ideológica de legitimación de lo que en otro momento hubiera significado el repudio a un hecho de «gatillo fácil».

Pero esta escena de 2018 es solo el símbolo más representativo de toda una serie de manifestaciones —discursos y acciones— que de diversas maneras legitimaron una violencia ejercida por las fuerzas de seguridad que trasvasa claramente los límites de la legalidad, a partir de una trama discursiva que apuntan a exonerar de toda culpa a la policía.

En esta línea, los discursos funcionan en dos sentidos: construyen una oposición entre «ciudadanos/vecinos» y «delincuentes», y simultáneamente forjan la imagen de un gobierno comprometido en la seguridad de los primeros frente a la violencia de los segundos. Estos discursos entran en perfecta sintonía con la impronta que asumió el Ministerio de Seguridad durante la gestión presidencial de Macri.

Vale agregar que aquí hay un frente común entre las distintas expresiones de la derecha, en todo caso entre quienes no tuvieron experiencias de gobierno hay un margen mayor para tensar los límites. En palabras de Espert:

Estamos del lado de las víctimas, por eso le vamos a dar todo el apoyo a las fuerzas policiales y de seguridad para que en defensa del inocente tome el arma si es necesario. Tenemos que desterrar el concepto del garantismo, vamos a bajar la edad de punibilidad a los 14 años.

En este discurso construido en torno a la «seguridad» identificamos una segunda operación: la imagen de la violencia delictiva se amplia para incluir como tópicos a la inmigración y los movimientos sociales. La relación delincuencia-inmigrantes tampoco es novedosa y también tuvo su correlato en políticas específicas, pero adquirió un tono fuertemente discriminatorio que ya había caracterizado a la intervención de Macri ante la ocupación del Parque Indoamericano, durante su gestión al frene de la Ciudad de Buenos Aires. Por un lado, se naturaliza la figura del inmigrante «pobre» como inherentemente vago y vinculado al delito organizado:

Acá vienen ciudadanos peruanos y paraguayos y se terminan matando por el control de la droga (…) La concentración de extranjeros que cometen delitos de narcotráfico es la preocupación en nuestro país. (Patricia Bullrich)

A su vez, se presenta al «extranjero» como «oportunista» frente a la generosidad desmesurada que ofrece Argentina, algo que lo vuelve un usurpador de derechos que no le corresponden. Este tipo de afirmaciones, además de una extrema xenofobia, refuerzan una suerte de impunidad discursiva respecto a la ilegalidad de lo que se enuncia y se propone. El ejemplo más contundente de esa tónica fueron los dichos de Pichetto en 2020 refiriéndose a la Villa 1-11-14: «habría que dinamitar todo, que todo vuele por el aire». Pero esto se evidencia en todo un haz de enunciados generados por las principales figuras de este espectro político.

Otra serie de discursos vinculados a la delincuencia incorpora a las organizaciones populares y sus formas de protesta. Esta es una recurrencia conocida en el discurso de las derechas, que durante la presidencia de Macri operó como factor de legitimación de una política clara de criminalización de la protesta. Junto con esto, aparecen elementos novedosos en la construcción discursiva referida puntualmente a organizaciones de pueblos originarios. La desaparición de Santiago Maldonado en agosto de 2017, sucedida luego de una represión a manos de la Gendarmería, constituyó una de las escenas donde la concepción ideológica que estructura este discurso se puso más en evidencia. Como justificación de la brutal represión, el discurso oficial construyó como responsable a la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) y la caracterizó bajo la figura de «terrorismo»:

La RAM es un «grupo etnonacionalista que practica una violencia extrema» y que impulsa una «lucha insurreccional que no reconoce al Estado ni a la Constitución Argentina» (Patricia Bullrich)
Es imposible dialogar con estos grupos violentos porque no tienen un interlocutor válido, se muestran con los rostros tapados y no reconocen el Estado de derecho. (Claudio Avruj, ex Secretario de DD.HH)

Digamos, en suma, que esta línea discursiva busca construir un enemigo interno violento e irracional, en virtud de discursos de odio que caracterizan a los pueblos originarios como obstáculos para el desarrollo y el bienestar colectivo. Una narrativa que tuvo consecuencias efectivas sobre esos sujetos y que se inserta en la disputa que muchas de esas comunidades llevan a cabo por sus territorios, en donde se enfrentan a actores económicos muy poderosos.

La cruzada contra los populismos

En el discurso de las distintas variantes de la derecha política un segundo eje fundamental está dado por la cadena populismo-corrupción-privilegios-autoritarismo. Sobre una matriz discursiva recurrente, que en Argentina asocia al peronismo con un modo de hacer política que no se lleva bien con las formas de la democracia liberal, aparecen algunas novedades importantes. Por un lado, un uso del tópico «privilegios», históricamente más ligado a la denuncia que desde la izquierda se hace a los grupos de poder económico y las élites políticas o culturales. Por otro lado, el contexto de pandemia reconfiguró el modo de apelar al discurso de la libertad. Y finalmente, los organismos de derechos humanos aparecen como objeto de un cuestionamiento sistemático que los liga a la corrupción y el despilfarro de recursos.

En principio, «el populismo» se asocia al derroche de recursos y a mecanismos que construyen relaciones de subordinación que terminan conformando una casta de dirigentes privilegiados que se aprovechan de sus dirigidos. Una de las novedades para el caso local es el discurso que incorpora frontalmente a los organismos de derechos humanos a la lista de actores que tienen un desempeño poco transparente. Fue en 2015 que, en plena campaña electoral, Macri lanzó la conocida frase que a la postre funcionó como un catalizador: «Voy a terminar con el curro de los derechos humanos». Cosa que retomó Espert cuatro años más tarde para ubicarse como el candidato presidencial que iba a cumplir con esa promesa: «Esto en un gobierno mío se termina el primer día. Basta del curro de los derechos humanos».

Como parte de la operación que busca igualar peronismo-populismo, asistencialismo y clientelismo, hay una actualización de ese discurso que ubica a las organizaciones sociales (sindicatos y de la economía popular) como instrumentos usados por los dirigentes para aprovecharse de las necesidades de sus bases, manipularlas y construir un poder con recursos malversados y fines espurios. En efecto, esa línea discursiva se basa implícitamente en una demarcación entre «dirigentes inescrupulosos» / «organizaciones» y la «gente común», los ciudadanos de a pie que trabajan y pagan sus impuestos. Sobre esta base se genera un efecto discursivo más: la construcción de privilegios y privilegiados. Dice Patricia Bullrich en el marco del debate sobre las clases presenciales en pandemia:

Baradel… Nos está llevando al país de la ignorancia. Representa sindicalmente a aquellos que reúnen los privilegios de los que destruyen la educación en la Argentina.

En el caso de Espert, este tópico tiene una vuelta de tuerca particular. El economista llega a sostener que hay cuatro corporaciones que explotan al resto de la sociedad:

La corporación empresaria prebendaria que lucra con la obra pública; los sindicados y los políticos… Es un sistema de explotación, no al estilo marxista, pero con tres corporaciones que asfixian a la sociedad… Es un sistema que no se romperá por dentro, porque el esquema es sistémico. Funcionan las tres partes en una sintonía total y perfecta. Hay una cuarta pata, que son los piqueteros.

Se genera así un tópico muy significativo: la derecha profundiza la apelación a todo un sentido común vinculado al esfuerzo individual (en todo caso familiar) y a valores meritocráticos para deslegitimar en un mismo movimiento la idea misma de derechos universales y de organización colectiva. Y lo hace mediante una apropiación del «trabajo» y con una impronta «antiprivilegios», echando mano a figuras muy efectivas. Reactiva el valor de la cultura del trabajo y la realización personal, propia de una sociedad de pleno empleo y movilidad ascendente basada en la trayectoria laboral que ya no existe por las transformaciones regresivas en el sistema productivo. Y desplaza el sentido del privilegio desde los sectores dominantes hacia quienes «se aprovechan de la asistencia estatal para no trabajar» y quienes se nutren de aquellos que sí trabajan para alimentar posiciones de poder.

Por otra parte, queremos señalar una novedad que se dio en el contexto de la pandemia de COVID-19. Históricamente, las variantes de la derecha liberal cuestionaron a los gobiernos que no formaron parte de su matriz ideológica como populistas y los acusaron conformar una amenaza para la democracia y los principios republicanos. El escenario excepcional de la pandemia dio lugar a un desplazamiento de los valores de la república a la centralidad de las libertades individuales, al punto de sostener la necesidad de no cumplir con las leyes. Por un lado, se mantiene la asociación populismo-autoritarismo como eje de intervención recurrente:

La democracia en Argentina está amenazada por un comportamiento que busca debilitar el Poder Judicial, violando la Constitución y los derechos humanos. (Mauricio Macri)

Por otra parte, las voces más extremas cayeron en un negacionismo basado en teorías conspirativas, y transversalmente coincidieron en alentar la necesidad de no restringir actividades económicas. En ese contexto, lo que comenzó siendo una cruzada por la libertad culminó en un inusual llamado al desacato de las disposiciones decretadas por el presidente Alberto Fernández:

Vamos a resistir en la medida en que [el cierre de actividades] sea totalmente irracional. [la prohibición de circular] de 23 a 5 va a destruir un montón de negocios. ¿Vas a seguir destruyendo restaurantes? Que lo hagan, pero la realidad es que la economía argentina no resiste más. (Patricia Bullrich)
Acompañamos a los padres, docentes y alumnos, cantando el Himno e izando la bandera para pedir que abran las escuelas. Son 4 las provincias que acatan el DNU del Presidente negando el derecho a la educación. No vamos a permitir que le roben el futuro a nuestros hijos y nietos. (Patricia Bullrich)

Derechos humanos y dictadura: silencios, incomodidades y reinstalación

En cuanto a la cuestión de los Derechos Humanos, y más específicamente el modo de referirse al terrorismo de Estado, evaluamos que es necesario hacer una mención aparte. Este constituye un terreno clave para delimitar ciertos núcleos ideológicos que en Argentina caracterizan a las derechas clásicas. Desde aquella mención al «curro de los derechos humanos» en la campaña de 2015 hasta la actualidad, la manera en que las principales referencias del PRO —y algunos de sus principales aliados— se relacionan con esta cuestión da cuenta de distintas estrategias cuyo resultado es la ajenidad y la resistencia a tomar como propia la política de condena social y judicial de los crímenes de la última dictadura.

Por una parte, no se menciona nunca a la «dictadura cívico militar» ni al «terrorismo de Estado», sino que se habla de una «época oscura de nuestra historia» o cuanto mucho de «ruptura del estado de derecho». De hecho, el 24 de marzo de 2021 Macri ni siquiera se pronunció públicamente al respecto. Mientras que cuando se interviene sobre el tema se apela a estrategias de desplazamiento. En otras palabras, se evita hablar del papel histórico de la dictadura genocida y se ataca a los adversarios del presente:

Hoy, como ayer, hay violación a los derechos humanos en nuestro país. Mi mensaje para este 24 de marzo es un Nunca Más de Verdad… Nunca más a la violencia, a las tiranías modernas, al uso de la pobreza, a la corrupción. Los derechos humanos se defienden para todos, siempre. (Patricia Bullrich)

Resta decir que la serie de intervenciones de figuras legitimadas en el discurso público que retomamos avalaron la circulación de discursos directamente negacionistas del genocidio perpetrado por la última dictadura, que en el plazo de algunos años pasaron de existir en círculos muy acotados a encontrar canales de expresión más amplios en medios de comunicación y redes sociales. Esta es una muestra más del fenómeno de corrimiento de los límites de lo decible que aquí nos ocupa.

2. Derechas, medios y redes sociales: una confluencia problemática

De los medios a la política: Javier Milei

El personaje construido por Javier Milei combina una serie de dimensiones que lo destacan y lo vuelven muy potente en las condiciones de circulación del discurso público en la actualidad. Con pasado como docente de la UBA, tiene un recorrido como asesor financiero en el mundo empresarial (trabaja para la Corporación América de Eduardo Eurnekian) y en los últimos años se transformó en un economista mediático por excelencia. Podemos decir que Milei es hoy por hoy el economista más televisivo de todos —existe una especie de mímesis entre la televisión actual y su estilo—, y que ha sabido combinar como ninguno las habilidades del experto, el influencer y el polemista.

Desde que en 2016 empezó a frecuentar el programa Animales Sueltos, multiplicó su presencia mediática, potenció su circulación en redes sociales y hasta presentó su propia obra de teatro. Al tiempo que escribió libros, dictó conferencias en espacios académicos y, finalmente, se presentó como candidato a Diputado Nacional por la Ciudad de Buenos Aires en las elecciones legislativas.

A su manera, es un divulgador de ideas, a las que presenta como científicas y superiores a las de sus contrincantes. A lo largo de su trayectoria se erigió como un ecléctico defensor de la formalización matemática de la economía y de las posiciones de la Escuela Austriaca, una de las corrientes fundadoras del neoliberalismo. Sus referencias teóricas[1]Para un análisis en profundidad de esas escuelas recomendamos: Paula de Büren, «Neoliberalismo, una aproximación a sus ámbitos de formulación discursiva», en La potencia de la vida frente a la … Continue reading se completan con Murray Rothbard, un economista estadounidense, quien inicialmente adscribió a esa escuela, luego adhirió a ideas libertarias y viró luego al conservadurismo, dando lugar a lo que definió como «paleolibertismo».

Milei toma de la Escuela Austríaca la perspectiva radical del laissez faire. Los referentes de esa corriente, anticomunistas y antikeynesianos, proyectaron un modelo social basado en la libertad y la competencia en donde el consumidor tiene el poder de comprar o dejar de comprar (teoría del valor subjetiva) y toda intervención en el proceso económico es considerada distorsiva.

De Rothbard, Millei toma la idea de un individuo que para realizarse debe librarse de todo poder externo, al punto de postular la necesidad de privatizar todas las instituciones y de alcanzar un Estado minimalista. Esa aspiración se basa en la apuesta por potenciar «un poder social» afincado en la familia, las empresas y las iglesias, es decir, formas de asociación voluntarias. Una visión que exalta el papel de los empresarios, a quienes se coloca en un rol de cuasi-benefactores sociales y que, al anular cualquier perspectiva de regulación, construye una perspectiva antiigualitarista. Este último punto es significativo dado que se lo plantea invocando un espíritu contrario a cualquier privilegio.

Para entender a Milei, vale la pena destacar dos cuestiones más que aparecen en Rothbard[2]Sobre esta cuestión ver especialmente Stefanoni, Pablo; ¿La rebeldía se volvió de derecha? Buenos Aires, Siglo XXI, 2021.. Por un lado, una vocación de intervención política que, en la búsqueda por disputar una base social de masas, lo llevó a reforzar un discurso anti élites políticas en nombre de un conjunto de valores conservadores (familia, antinmigrantes, etc.) y de una edad de oro que está en el pasado. Por otro, un estilo provocador, incluso respecto a otros miembros de la familia liberal, que lo coloca como cuestionador de las formas políticamente correctas y de ciertas ideas que gozan un nivel alto de aceptación en ese universo.

La mayoría de estos tópicos son estructurantes del discurso de Milei. Algunos se insertan sin mediaciones y otros son objeto de algunas elaboraciones originales. En todos los casos, se trata de un discurso polémico, es decir, se forja en función de ciertos contrincantes, sobre los cuales se realizan sendas operaciones de confrontación. Hay una primera vinculada a su posición de enunciación: Milei se para como un outsider del pensamiento económico y, más recientemente, del sistema político. Más precisamente, se presenta como un bicho raro en «un país de zurdos y keynesianos». Dice recurrentemente:

Soy un economista matemático, un liberal en un país de zurdos, tengo todos los elementos para ser odiado. [Argentina es] un país infectado de socialismo.

A su vez, se coloca en una posición de superioridad, la del liberalismo respecto de la escuela keynesiana y del capitalismo respecto del comunismo. Para eso fuerza argumentos técnicos e interpretaciones históricas, hace citas de autoridad descontextualizadas y recurre a ciertos lugares comunes. Descalifica a oponentes y también esboza imágenes de futuro cargadas de utopismo. El relato en relación al keynesianismo se entronca con la versión neoliberal y libertaria del Estado como instancia opresora y desvirtualizadora, y de la dirigencia política como una casta parasitaria que tiene su correlato en los sectores empresariales que viven de la prebenda estatal.

Para Keynes el derroche es la virtud y ahorrar es malo… Y justamente si hay algo que los políticos quieren es gastar, donde hay un político corrupto siempre hay un keynesiano dándole letra.
No por nada aquellos países que aplican el keynesianismo terminan en crisis inflacionarias o en brutas crisis. El caso emblemático es Argentina, un país que durante más de 70 años lleva aplicando este keynesianismo irracional y ha pasado de ser el quinto país más rico del mundo en PBI per cápita y hoy seamos entre el 55 y el 60 y estemos al borde de una nueva crisis.

Apoyándose en Rothbard, Milei da una vuelta de tuerca más respecto a la postura clásica en torno a dos cuestiones clave. Los monopolios no son un problema en sí mismo y la perspectiva de desintegración de las funciones estatales es llevada al extremo. A su juicio, los monopolios son nocivos cuando son estatales, no obstante pueden incluso ser deseables y cumplir un rol positivo si son producto de la acción emprendedora:

Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia. Porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente. Y, sobre todas las cosas, la mafia compite.

A la vez, su discurso se basa en una línea de demarcación que se repite: de un lado los empresarios-emprededores, los trabajadores y los consumidores, del otro los políticos y los empresarios-prebendarios:

La idea es minimizar el Estado, y el cero es parte del conjunto de la solución. Minarquista es que el Estado solo se ocupe de seguridad y justicia. Y anarcocapitalista que, cuando la tecnología lo permita, se lo elimine. Incluso en temas como seguridad y justicia. Todo sería de dominio privado.

A diferencia de los liberales más tradicionales que suelen invocar como modelos «edades de oro» que se ubican en el pasado, el discurso de Milei tiene también una dimensión utópica, casi futurista. A la hora de indicar un caso que permita visualizar la aplicación de sus ideas, el caso que menciona es tan extremo como provocador: la República Libre de Liberland. Un experimento político-social impulsado por un millonario checo, anclado entre la frontera de Croacia y Serbia y en donde su fundador aspira a implementar un sistema de impuestos voluntario. Asimismo, Hong Kong aparece como un ejemplo más terrenal para fundamentar sus propuestas más audaces, como la necesidad de anular el Banco Central.

El ascenso público de Milei coincide con la crisis y desgaste de la experiencia kirchnerista y el arribo del macrismo al gobierno. En ese marco, incorporó a sus blancos polémicos al PRO y a sus aliados, mediante una operación fundamental: Juntos por el Cambio es un componente más de la casta política y no encarna un liberalismo auténtico.

Como parte de su lanzamiento a la política institucional, asumió más definiciones sobre fenómenos actuales. Defiende a Trump, se ve cercano al partido español Vox y se asumió «celeste» en el debate por el derecho al aborto. También tiene vínculos regulares con agrupaciones de la región y con el Partido Libertario de Estados Unidos.

Vale añadir que Milei se ha destacado en una época en la que los economistas abundan en los medios. Una de las razones más evidentes es que explota como pocos un estilo de lenguaje cargado de silogismos y afirmaciones contundentes que son seguidas de argumentos igual de simplificados. Su lenguaje es el de los medios masivos definidos por el sensacionalismo y la búsqueda de impacto, pero más aún es el de las redes sociales más agresivas. Es el lenguaje de los zócalos y también de los debates de Twitter.

A la hora de pensar en el atractivo que una figura como esta puede tener hoy en día, en especial entre los jóvenes, hay que agregar que Milei recupera la tradición del showman, suma cosas del stand up y se mueve como un experto en performances. De hecho protagonizó un unipersonal, «El consultorio de Milei» y no se privó de crear un personaje ficcional, el General Ancap, con el que se transformó en tendencia.

Esencialmente actúa como un economista-provocador que expresa como pocos la fusión actual entre redes sociales y medios tradicionales. Transita el mundo empresarial como un consultor confiable y pone en tensión las pautas del mundo académico con un lenguaje más propio de los medios y las redes que del campo intelectual. Milei no solo da cuenta de un uso de las redes sociales cada vez más sostenido: su forma de intervenir —vaciada del clásico discurso argumentativo y demostrativo de los intelectuales— encaja a la perfección en una etapa del periodismo político atravesada por la superficialidad, el show y la polémica vacía.

 

De los chimentos al periodismo de actualidad: Viviana Canosa

Viviana Canosa se ha transformado en un ícono de la incorrección en la TV. Su accionar fomenta la indignación y la desconfianza ante todo discurso de autoridad, incluido el discurso científico durante la pandemia de COVID-19. Pone en juego además un relato que hace culto al individualismo y alimenta una imagen de «emprendedora de la vida»: «yo me parí a mi misma», suele repetir.

La combinación de estos elementos la diferencian de otras figuras del campo periodístico ubicadas ideológicamente a la derecha y que han llevado la corrección política al límite en función de ciertos temas y posiciones asociados históricamente a las derechas, como por ejemplo Baby Etchecopar y Eduardo Feinman.

Más allá de una ubicación político-ideológico coherente, la apelación a la incorrección política y el culto al esfuerzo individual constituyen los principios rectores de un tipo de intervención que se consolidó desde su programa Nada personal emitido en Canal 9 durante 2019 y 2020 y, actualmente, en Vivana con vos que conduce en el canal de cable A24.

En el contexto de pandemia, tal incorrección confluyó claramente con los actores de la derecha política respecto de la crisis sanitaria y las medidas de cuidado. A eso se le suma la confrontación con el feminismo y las demandas principales que constituyeron la agenda del movimiento de mujeres y diversidades en los últimos años: derecho al aborto y lucha contra la violencia de género. El siguiente diálogo se dio en el canal A24, entre Canosa y la periodista Rosario Ayerdi, el 8 de marzo pasado:

VC

Yo no necesito que ningún presidente, ninguna ministra, ni ningún compañero de cualquier color me empodere, yo me empodero porque me siento libre.

RA

Está buenísimo que Viviana no necesite del Estado, no necesite de nadie que la empodere, hay mucha gente que necesita del Estado. Las mujeres sufrimos violencia, las mujeres sufrimos desigualdad…

VC

Los hombres también.

RA

(Silencio)

VC

¿Vos creés que los hombres no sufren? Porque si no estamos como que somos siempre las víctimas de todo. Yo no me siento víctima. Las mujeres no somos siempre las víctimas.

RA

Hay una mujer por día víctima de femicidio.

VC

Sí, ¿y cuántos hombres mueren?

Desde 2018, Canosa se comprometió intensamente en el debate sobre el derecho al aborto. Militó la campaña celeste activamente en redes sociales y participó de las concentraciones. Condujo actos y llegó a realizar ecografías en vivo. Entre las mujeres con un lugar relevante en la TV abierta, se convirtió en una de las voces más potentes de la postura contraria al derecho a decidir. El estilo y el lenguaje con los que intervino fueron subiendo de tono al calor de la agresividad que asumieron las organizaciones que comandan ese movimiento. Un rato después de que el Senado aprobara la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, afirmó en su cuenta de Twitter:

EL PUEBLO ARGENTINO LE DICE «SI A LAS DOS VIDAS». Argentina es vida, nosotros ya ganamos por defenderla. Iremos a la CORTE. Felicitaciones Presidente, más muertes, logró lo que quería! $$$$$$$$$$$$$$$$$$$
Ya que están ahí… ¿pueden pedir que metan en cana otra vez a los violadores que salieron en cuarentena? Besis. Argentina: MUERTE

La pandemia se convirtió en un escenario propicio para profundizar la construcción de una figura asociada a la rebeldía como postura cívica y al escándalo tan caro a las formas predominantes en la TV contemporánea. Canosa explotó la sobreexposición a la que se sometió Alberto Fernández para generar algunas entrevistas que le dieron repercusión a ella y a su programa. Ese vínculo terminó en una denuncia de presiones y abuso de poder hacia el presidente por parte de la conductora, a mediados de 2020, que lógicamente se hizo viral. Mirando fijo a cámara y en un primer plano, Canosa se refirió a un intercambio de mensajes con Fernández y aseguró:

Yo le quiero decir al Presidente que ojalá no me llame nunca más. Que no me moleste más. Que me deje trabajar en libertad, que me la merezco, que me la gané. Que soy una mina de bien. Laburadora. Decente. Digo lo que pienso. Vivo en libertad, soy libre. Yo no soy ni quiero ser un títere de nadie.
… No me asuste. Yo me siento libre, soy libre, quiero vivir en un país libre.
Faltan muchos años todavía para que usted termine su mandato. Y yo voy a ser una de las primeras en trabajar para que a usted le vaya bien. Pero no se meta con mi libertad. Ni con la mía, ni con la de nadie. Seamos democráticos, republicanos. Seamos decentes.

Una situación similar se dio dos semanas después, también en plena primera ola de COVID-19. En el momento de cerrar uno de sus programas, Canosa leyó la siguiente frase que fue colocada en una placa símil grafiti: «Dejen de prohibir tanto, porque ya no alcanzo a desobedecer todo». A continuación, antes de despedirse, dijo: «Voy a tomar un poquito de CDS. Oxigena la sangre. Me viene divino. Yo no recomiendo, les muestro lo que hago», y cerró la escena tomando un trago del líquido transparente con un guiño de ojo a la cámara.

En el discurso de Canosa también hay un cuestionamiento a las instituciones políticas basado en la desconfianza y en una perspectiva moralista. Esa gestualidad contra «los políticos» puede verse cotidianamente en sus intervenciones en Twitter, donde la conductora suele reproducir pedidos de colaboración con iniciativas comunitarias. Los mensajes solidarios podrían justificarse por sí mismos, sin embargo se combinan con mensajes como este:

Aporto mucho más que eso! Comedores, hospitales, todo suma.. ellos no tienen idea porq les sobra de la q afanan! Ellos se miran el ombligo mientras se llenan los bolsillos con la nuestra $ y no ven al otro, no les importa. Nada hacen gratis!! Ommmm

En medio de la protesta llevada a cabo por efectivos de la Policía Bonaerense en septiembre de 2020, Canosa entrelazó incorrección y antipolítica cuando en su programa se solidarizó con los policías insubordinados, se mostró «emocionada» con sus demandas y afirmó:

Los políticos se llenan la boca hablando de pobres, pero hay otros como los policías que ganan 40 mangos la hora, que como hace tres días que se movilizan dicen que es un golpe… Me da mucha bronca la pobreza selectiva. En esta pandemia, los políticos no han dado el ejemplo bajándose los sueldos pero la gente se tiene que arreglar con 35 lucas… Vivimos en un disparate.

Medios tradicionales y redes sociales actúan cada vez más como un continuo. La TV abierta está en declive desde que la expansión de internet y las tecnologías digitales posibilitó la masificación de consumos audiovisuales cada vez más diversificados y desprogramados. La figura de Viviana Canosa, su estilo transgresor y las posturas políticamente incorrectas que ejercita son inseparables de ese contexto de producción. No casualmente, es en esas condiciones en las que ha podido consolidar su conversión de periodista de espectáculos («chimentos») a conductora de actualidad: la TV es cada vez más permeable al escándalo —autóctono o importado de las redes— y a la agresividad permanente que fomenta la impersonalidad de ese mundo virtual. Ya ni siquiera se trata de la lucha por el rating minuto a minuto, mucho menos de la lucha encarnizada por la primicia de la que hablaba Pierre Bourdieu 25 años atrás en Sobre la televisión. Lo que está en juego es la repercusión y la circulación posterior en redes y programas que hablan de lo que pasa en la TV (y en las redes).

A su vez, hay que aclarar que la transgresión no es un estilo ajeno a la TV. A lo largo de su historia, conductores, humoristas y guionistas usaron el humor y el drama para decir y hacer cosas que corrieron los límites culturales de su época. En el caso de Canosa esa transgresión no es progresiva, dado que se basa en estos tres elementos: una postura indignada ante los políticos, a quienes reclama honestidad y atención, pero que alimenta la ajenidad respecto de la práctica política; el rechazo a la nueva ola feminista, en un ambiente mediático que se mostró muy afín a ese movimiento; y una narrativa acerca de que ella es una emprendedora del medio, una mujer trabajadora que se hizo a sí misma y ejerce su libertad sin condicionamientos. En suma, esa transgresión se construye en un sentido reaccionario e individualista, lo que la lleva a trascender en esa esfera pública ampliada conformada por medios y redes y al mismo tiempo formar parte del horizonte de sentido que proponen las derechas emergentes.

 

De las redes a los medios: El Dipy

La figura que encarna El Dipy tiene puntos de contacto con otros influencers y famosos que disfrutan de un momento de trascendencia, pero cuenta con rasgos que vale la pena describir. Con una trayectoria bastante dilatada en el mundo de la música tropical, las redes sociales son un factor clave en su recorrido mediático y musical. En 2017 él mismo inició una campaña para ser convocado al programa conducido por Marcelo Tinelli, Bailando por un Sueño. A mediados de 2020, tuvo un pico de popularidad cuando se supo a través de distintos posteos que el plantel del París Saint Germain festejaba sus triunfos al ritmo de un tema suyo. Por esos días, cuando iban varios meses de las medidas de aislamiento, tuvo una intervención en las redes que lo haría tendencia y lo colocaría como uno de los personajes mediáticos de la Argentina pandémica. Primero tuiteó:

Alberto, dejate de romper las pelotas ya. Hace cinco meses que no laburo capo. Dejá de hacerte el Slash porfa. Después charlamos si sabés o no de música pero ahora ponete a laburar por el país mostro. Nos venís guitarreando hace tiempo ya. Dejá de boludear hermano. Gracias Loviu.

Después de una catarata de respuestas a favor y en contra, publicó un video con el título «El desclasado» en el que dijo cosas como estas:

… Piensan que porque canto cumbia y salí de un barrio humilde, soy kirchnerista o soy peronista. Yo me crié en La Tablada, partido de La Matanza. Vine desde Gualeguaychú a acá, de Entre Ríos a Buenos Aires. Ahora que se enteraron que no soy ni peronista ni kirchnerista, ahora soy macrista. No soy de ninguno de ellos. No soy de nadie.
Porque este país no lo saca adelante ningún político. Lo saca la gente. La gente que estudia, la gente que busca una carrera, la gente que labura todos los días. Esa gente va a sacar el país adelante. Nosotros vamos a sacar el país adelante.

A partir de ese momento, su presencia en los programas televisivos dedicados a temas de actualidad y en las secciones de espectáculos de los medios digitales no paró de incrementarse. Ese itinerario terminó con un programa propio en la trasnoche de Radio Rivadavia, cuyas figuras principales son Baby Etchecopar, Eduardo Feinman y Nelson Castro.

El Dipy es expresión de una serie de fenómenos que remiten a la dinámica cada vez más convergente entre medios tradicionales y redes sociales. El panelismo, como género extendido en la programación televisiva, potencia la circulación de este tipo de personajes. Un tipo de figura, que va del famoso al influencer, y que está lejos de ser nueva en la TV. Hay decenas de casos en los que una persona se convierte en una voz pública sin méritos demostrados en algún campo de actividad, pero cuya presencia en los medios la vuelve referencia. O sea, el hecho de protagonizar algún evento llamativo, de divulgar algún aspecto indeseable de alguna figura pública o de ganarse espacio en las redes sociales en virtud de ataques o exabruptos, la vuelve atractiva para ocupar ciertos espacios. En general, se trata de momentos intensos pero efímeros.

La novedad que parece encarnar El Dipy es que hasta acá ese fenómeno estaba más acotado a ciertos programas de chimentos o de talk shows de interés general. La expansión del panelismo hacia los horarios del prime time y la continuidad de un escenario político-social polarizado generaron la inclusión en ese tipo de programas del tratamiento de temas de actualidad vinculados a la política y la economía, que hasta hace una década eran tratados en programas periodísticos que sostenían un formato más o menos clásico. La espectacularización como estilo fundamental necesita alimentarse de personajes como Milei y también como El Dipy.

Así las cosas, nos interesa remarcar los tópicos principales de un discurso que tiene elementos en común con otros discursos que venimos analizando, pero que además configura un personaje que incluye dimensiones que probablemente dan pistas para pensar su eficacia comunicacional. Por un lado, es bastante evidente que este discurso reproduce muchos lugares comunes acerca de la política y de los dirigentes políticos y que se basa en la dicotomía «gente común y honesta» versus «políticos corruptos e ineptos»:

En política la gente honesta no llega a estar arriba. Tenés dos formas de hacer las cosas en política: o te bajás o te corrompen. Te puedo asegurar que desde Alfonsín hasta acá todos mintieron.

La dicotomía se proyecta también al campo de la gente común. Así aparece «la gente que labura» y «los que no trabajan». De ahí al cuestionamiento a las organizaciones sociales y sus dirigentes hay un solo paso. En medio del debate generado el año pasado por la proliferación de ocupación de tierras en el Conurbano, en Twitter, El Dipy se refirió así a declaraciones de Juan Grabois que justificaban las ocupaciones:

Los pobres tienen el modo más digno para el acceso a la tierra: que le den educación y trabajo para que se pueda comprar su terreno e ir a vivir donde quiera. Vos son tan pelotudo que si te mando a la mierda te tengo que acompañar encima. Buscate un laburo honesto, parásito.

El estilo de El Dipy no es ajeno a las formas televisivas que durante los últimos 25 años cultivaron talk shows, realities y programas de paneles. En su caso, es una traslación casi sin mediaciones del lenguaje y los modos de las redes, en especial de Twitter. La confrontación, la acusación y el agravio son parte nodal de sus intervenciones. Como en las redes, en sus participaciones mediáticas no es necesario justificar ni demostrar nada. Incluso cuando sus relatos quedan al borde de lo verosímil. No obstante, en este discurso hay una mediación fundamental que está vinculada a su posición de enunciación: ¿desde donde habla El Dipy? ¿A partir de qué trata de legitimar su palabra? En medio de los ataques y las descalificaciones hay un relato del origen que se repite una y otra vez y que retoma sentidos comunes que a priori están asociados a valores indiscutibles. En esa narrativa vale la pena identificar tres tópicos: «el origen humilde», la condición actual de «laburante» y «el esfuerzo personal y el ejemplo familiar».

Mi viejo empezó a hacer changas y pegó un laburo en una fábrica de faros para coches, en San Justo… Después la hizo entrar a mi mamá. Con el tiempo se compraron un terrenito donde ahora tienen su casa. La fueron armando muy de a poco… Y cuando más o menos se acomodaron, pusieron una despensa. Laburaron mucho. Porque tener un super de barrio es muy esclavizante… Yo crecí viendo la cultura del trabajo.
A mí no me banca nadie. Sigo peleando por llegar a fin de mes, como cualquier persona. Voy a morir pobre. Ojalá algún día, seguramente, si pego un buen laburo o pego otro tema, me lleno de plata y soy millonario, pero soy un laburante y me cuesta como a cualquiera.

Tenemos, entonces, un discurso y un estilo que coincide con el de otros personajes que encontramos en las redes sociales o incluso en diversos programas televisivos. Su núcleo está dado por un sentido común antipolítica y su estilo es la descalificación. Sin embargo, el caso de El Dipy tiene un plus. A diferencia de la gran mayoría de los influencers que provienen de sectores medios y altos, su origen social le da un diferencial que es explotado desde el sistema de medios. En la superficie está la crítica al gobierno actual y su diatriba contra los políticos, pero junto con eso sus intervenciones aportan en un sentido adicional. Su apelación a la cultura del trabajo y a su identidad de trabajador refuerza la idea de que entre la gente común están quienes trabajan todos los días y quienes no. Estos últimos, al igual que los políticos, parasitan el esfuerzo ajeno. La política se trata en clave moral y de ahí la moral se proyecta sobre la mirada de la sociedad.

Claro está que la apelación a la cultura del trabajo o a la identidad de «laburante» no son elementos repudiables; el problema es cómo se inserta eso en una cadena más amplia en la que solo hay lugar para el proyecto individual. Y cómo esos sentidos comunes en torno al papel del trabajo se enuncian en un momento histórico caracterizado por el desempleo estructural, la precarización de las formas de contratación y las transformaciones radicales en el sistema productivo. De ahí que en este contexto esas apelaciones generan un efecto de sentido que, por un lado, invisibiliza a quienes ejercen el poder real y desplaza el foco de conflicto hacia los de abajo. Y, al mismo tiempo, dado que quien enuncia lo hace desde la posición del laburante esforzado y honesto, construye como opuesto a una parte de sus pares.

***

Algunas conclusiones

(1) La reconfiguración regresiva de los límites de lo decible que hemos analizado supone el avance de una una visión del mundo conservadora y antiigualitarista, transversal a espacios políticos (emergentes y consolidados), formaciones intelectuales, grupos religiosos y un creciente activismo virtual. Se presenta como una corriente laxa, incluso con contradicciones internas, que comparte con las derechas extremas de Estados Unidos y Europa el rechazo a la corrección política que caracteriza al progresismo liberal. A nivel local, se le agregan otros rasgos fundamentales: la adversión ante las tradiciones democráticas y populares históricas, la oposición militante a los procesos de ampliación de derechos que se desarrollaron en la región en las últimas dos décadas y el combate a la cuarta ola feminista.

(2) Las formas de interacción que predominan en las redes sociales y la crisis de los medios tradicionales son determinantes en esa reconfiguración. Las redes refuerzan un estilo basado en el impacto y la impunidad que resulta de una palabra democratizada y a la vez impersonal. Los medios tradicionales compiten cada vez más con otros soportes y formas de consumo cultural a demanda. La TV abierta, en particular, refuerza como respuesta una dinámica circular y una inercia hacia el escándalo. Los medios tienden a alimentarse de las redes y a su vez buscan el impacto suficiente para instalarse en ellas. Si hasta hace 20 años valía la frase «si no sale en la tele no existe», hoy podríamos decir «si sale en la tele pero no rebota en Twitter, no vale la pena». El estilo transgresor y la apuesta a la provocación permanente, tan efectivos en Milei, Canosa y El Dipy, son impensables sin estas condiciones de producción específicas.

(3) Tal reconfiguración es impulsada por un discurso radical que actualiza y también renueva el discurso clásico de las derechas. La incorrección, tan ejercida por figuras como Patricia Bullrich o el propio Millei, es menos condenada que en otros momentos. La indignación se impone como arma predilecta. Vaciada de toda salida colectiva, la desconfianza empalma con la crítica a los valores del igualitarismo, ahora en nombre de la lucha contra los privilegios de la plebe, para enaltecer una salida hiperindividualista basada en el mérito personal. La audacia es parte del repertorio, al punto de plantear una «utopía liberal» que, aunque tiene mucho de huida hacia la nada, es capaz de disputar los sentidos sobre el futuro.

(4) Tanto en los países centrales como en nuestra región hay un terreno fértil para ese discurso y sus distintas expresiones. No puede subestimarse la influencia que la mutación que describimos puede tener a futuro como factor de presión hacia el conjunto del sistema político ni descartar su incidencia creciente como elemento de peso en la dinámica social. Proceso y emergentes adquieren otra relevancia si asumimos que, por estas latitudes, está por verse cómo se canaliza el descontento latente que existe en grandes sectores de la población a raíz de la combinación entre crisis económica, efectos de la pandemia y desencantos —probados y posibles— respecto de experiencias políticas del pasado reciente.

 


Sobre los autores:

Carolina Collazo es doctora en Ciencias Sociales, licenciada en Ciencias de la Comunicación, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires.

Adrián Pulleiro es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Ciencias de la Comunicación, docente de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Pampa (Argentina).

Notas

Notas
1 Para un análisis en profundidad de esas escuelas recomendamos: Paula de Büren, «Neoliberalismo, una aproximación a sus ámbitos de formulación discursiva», en La potencia de la vida frente a la producción de muerte : el proyecto neoliberal; Susana Murillo y José Seoane (Coord.), Buenos Aires, Batalla de Ideas, IEALC ; IIGG, 2020.
2 Sobre esta cuestión ver especialmente Stefanoni, Pablo; ¿La rebeldía se volvió de derecha? Buenos Aires, Siglo XXI, 2021.
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