Es cierto que el Partido Comunista de Japón (PCJ) tiene una pequeña fracción de los escaños de la Dieta, el parlamento nacional. Sin embargo, su presencia de oposición crítica y abierta y su capacidad de supervisar el régimen dominante excede en mucho a su tamaño.
En 2019, por ejemplo, el periódico del PCJ, Akahata, informó que Abe Shinzō, último primer ministro de orientación conservadora, había invitado por privado a numerosos partidarios de su política a participar del evento de contemplación del florecimiento de los cerezos en flor financiado por el Estado para honrar logros meritorios. El año siguiente el mismo periódico comunicó que Suga Yoshihide, sucesor de Abe, había bloqueado la designación de seis académicos al Consejo Científico de Japón a causa de sus posiciones políticas. Ambas revelaciones desataron la furia de los ciudadanos contra la corrupción y el abuso de poder del gabinete gobernante del Partido Democrático Liberal (PDL).
El JCP, fundado hace cien años por la Internacional Comunista con la expectativa de liderar una revolución proletaria en Japón, atravesó numerosas transformaciones. Sobrevivió al período de la pos Guerra Fría convirtiéndose en una fuerza pequeña pero significativa en términos de contrarrestar los excesos de los detentadores del poder político del país. Siendo el partido político más viejo de Japón, es un actor singular en la escena nacional con pocos, si acaso algún equivalente en el mundo capitalista desarrollado.
En 1903, Shūsui Kōtoku y Sakai Toshihiko formaron el grupo socialista Heiminsha, que se convirtió en una fuerza de oposición abierta frente a la guerra japonesa contra Rusia, iniciada el año siguiente, y las autoridades forzaron su disolución después de apenas dos años de existencia. En 1910, año en que Japón anexó formalmente a la fronteriza Corea, el gobierno imperial descubrió una conspiración para asesinar al emperador y respondió de manera oportunista arrestando y condenando a un grupo de socialistas que incluía a Shūsui Kōtoku y a otros militantes inocentes.
Kōtoku fue ejecutado junto a otros once activistas en el marco de lo que se conoció como el caso de alta traición. Katayama escapó a Estados Unidos, mientras que Sakai y otros decidieron mantener un perfil bajo en Japón y publicaron obras con las que lograron evitar provocar la ira de las atentas autoridades estatales.
La perturbaciones sociales vinculadas con los grandes altibajos económicos de la Primera Guerra Mundial conllevaron una nueva época de militancia. En 1918 estallaron en todo el país huelgas contra el desorbitado aumento del precio del arroz. El año siguiente se produjeron revueltas antimperiales enormes en Corea y en China, mientras en Moscú los bolcheviques y sus aliados fundaban la Internacional Comunista, o Komintern, con el objetivo de exportar la revolución comunista a todo el mundo.
La Komintern mantenía el contacto con sus colaboradores japoneses por medio de dos caminos: una «ruta occidental» que pasaba por los Estados Unidos, y una «ruta oriental» que atravesaba Siberia y Shanghai. Grigori Voitinski gestionaba la ruta oriental instalado en el territorio. Voitinski supervisó la fundación de tres nuevas organizaciones en la región: el Partido Comunista de Corea —instalado en Irkutsk y Shanghai— en mayo de 1921, el Partido Comunista de China (PCC) en julio de 1921 y el PCJ en julio de 1922.
El encargado de la ruta occidental era Sen Katayama, que había escapado a Estados Unidos después del caso de alta traición de 1911 y radicalizó todavía más su posición tras reunirse en 1917, en Nueva York, con León Trotski, Nikolái Bujarin y otros dirigentes comunistas, antes de que estos volvieran a dirigir la revolución en su país. Katayama y sus compañeros japoneses exiliados en Estados Unidos tradujeron del inglés al japonés muchos textos vinculados a la Komintern y redactaron informes para Moscú sobre las condiciones sociales de Japón, convirtiéndose de esa forma en el principal vínculo entre la Komintern y los socialistas japoneses durante las etapas preparatorias previas a la fundación del PCJ.
En 1919, Katayama también participó de la fundación del Partido Comunista de los Estados Unidos y dirigió la Agencia Panamericana de la Komintern. Después viajó a la Unión Soviética y en 1922 se convirtió en miembro del Comité Ejecutivo de la Komintern.
Supuestamente el partido fue fundado en julio de 1922 en el marco de una reunión secreta de ocho hombres celebrada en un pequeño local de Shibuya, Tokio. Acosado por divisiones internas y sometido desde sus orígenes a frecuentes asaltos de la policía, el partido clandestino no sobrevivió mucho tiempo.
Después del Gran terremoto de Kantō, que en septiembre de 1923 destruyó una buena parte del centro de Tokio y de Yokohama, las autoridades del Estado japonés iniciaron una campaña de rumies que condujo a la masacre de coreanos, chinos y otros supuestos enemigos del régimen perpetrada por los militares, la policía y las fuerzas del orden. En el marco de las masacres, la policía aprovechó para asesinar, de manera oportunista y bajo el amparo de la ley marcial, a dirigentes clave de la izquierda, Sakae Ōsugi entre ellos.
Ese mismo año, a fines de octubre, los dirigentes del PCJ se reunieron clandestinamente en los suburbios de Tokio, donde decidieron disolver el PCJ clandestino. El dirigente Hitoshi Yamakawa pensaba que en el ambiente de la posmasacre no quedaba más opción que trabajar en la construcción de un partido proletario legal con una base de masas.
Sin embargo, tres años más tarde, después de la refundación del PCJ, no fue esa la orientación del nuevo partido. Fukumoto Kazuo reemplazó a Yamakawa como nuevo dirigente teórico del partido. En contraste con el énfasis que Yamakawa ponía en una política surgida desde las bases, Fukumoto, audaz y más inclinado hacia la teoría, argumentaba que la revolución en Japón era inminente, y por eso había que purgar el partido para convertirlo en una vanguardia de comunistas verdaderos.
Los argumentos de Fukumoto encontraron una audiencia receptiva entre los activistas estudiantiles de la élite universitaria, pero tuvieron efectos divisorios en las organizaciones de masas. Con el fortalecimiento de la intervención de la Komintern en el PCJ, tanto Yamakawa como Fukumoto fueron objeto de críticas por sus estrategias erradas y en 1927 los dirigentes internacionales designaron una nueva dirección. El énfasis que puso la Komintern en la construcción de un partido de masas llevó al desplazamiento de muchos intelectuales como Fukumoto y a su reemplazo por miembros provenientes de la clase obrera.
Mientras tanto, el grupo de Yamakawa fue expulsado del partido. Más tarde, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, estos militantes volvieron a organizarse en el marco del Partido Socialista de Japón (PSJ).
La policía infiltró el PCJ con espías, reunió información interna y desató una espiral destructiva de desconfianza paranoica entre muchos miembros del partido. También utilizaron ampliamente métodos de tortura contra los comunistas detenidos. Uno de los miembros del PCJ asesinados por la tortura policial en este período fue el escritor Takiji Kobayashi, autor de la novela proletaria Kanikosen. El pesquero. Cabe destacar que a comienzos de los años 2000, en el marco de una desigualdad social creciente, el interés de los japoneses en la novela resurgió y en 2008 terminó convirtiéndose en un bestseller.
Después del fin de la Segunda Guerra Mundial, muchos dirigentes del PCJ salieron de la cárcel gracias a la directiva estadounidense que obligó al gobierno japonés a liberar a sus presos políticos. Aunque más tarde estos militantes fueron ampliamente criticados por haber sostenido la perspectiva ingenua de que la ocupación estadounidense permitiría la concreción de su agenda revolucionaria, su optimismo inicial derivó en parte del hecho de que los militares estadounidenses habían sido efectivamente su «ejército de liberación».
La dependencia de la dirección del PCJ de la ocupación estadounidense después de su liberación durante la posguerra reflejaba su posición desventajosa en comparación con otros partidos comunistas como los europeos. Los comunistas italianos y franceses salieron del período de la posguerra con una base organizativa surgida en el marco de los movimientos de resistencia. Sin una base de este tipo, el financiamiento y la construcción del PCJ pasó a depender en gran medida de los activistas coreanos radicados en Japón.
De los cerca de mil simpatizantes movilizados en Tokio Occidental para recibir a los héroes del PCJ que salieron de la cárcel el 10 de octubre de 1945, la mitad o más eran coreanos. En el contexto de la liberación poscolonial, empezó a generalizarse la perspectiva de que los coreanos y el PCJ habían sido víctimas del régimen imperial y estaban organizándose en conjunto para fundar una nueva época.
En un primer momento pareció que el objetivo declarado de la ocupación de desmilitarizar y democratizar Japón coincidía con el programa del PCJ, que planteaba una revolución en dos etapas de las cuales la primera era la transformación democrática del país. Pero el entusiasmo del PCJ con el «ejército de liberación» estadounidense no duró mucho tiempo. El punto de inflexión fueron las directivas del SCAP de cancelar la huelga general convocada por el PCJ el 1 de febrero de 1947.
La cancelación de la huelga coincidió con la intensificación de la Guerra Fría: durante los meses que siguieron, el gobierno estadounidense anunció la doctrina Truman y el Plan Marshall. En el marco de lo que terminó recibiendo el nombre del «reverse course», el énfasis de la política de ocupación estadounidense se desplazó de la desmilitarización y de la democratización hacia la reconstrucción de Japón como baluarte anticomunista.
Por su parte, el PCJ adoptó una nueva línea de nacionalismo antiestadounidense y empezó a atacar al gobierno de turno por su colaboración «traicionera» con la potencia occidental. Esta reorintación nacionalista pareció pulsar una cuerda popular: en enero de 1949, en unas elecciones sin precedente, el PCJ conquistó 35 escaños en la Dieta y cerca del 10% de los votos a nivel nacional. Los activistas más optimistas del partido anticiparon que, si mejoraban un poco el desempeño en las próximas elecciones, serían capaces de tomar el poder.
Sin embargo, en el verano ocurrió una serie de misteriosos ataques terroristas y tanto los medios como las fuerzas del orden culparon al PCJ. En septiembre de 1949, las autoridades japoneses disolvieron la Liga Coreana, potente aliado del partido, acusándola de ser una organización terrorista. A esa altura, todas las esperanzas de avanzar en el frente electoral se habían evaporado. En las elecciones de 1952, el PCJ terminó perdiendo todos sus escaños en el parlamento.
Esta impactante intervención de la Kominform en los asuntos japoneses produjo una división facciosa en el PCJ. Aunque en un primer momento la dirección del partido rechazó las críticas de la Kominform, una minoría significativa de activistas disidentes decidió aceptarlas.
El 30 de mayo de 1950, manifestantes de izquierda coreanos y japoneses chocaron violentamente con las tropas de ocupación de Estados Unidos frente al Palacio Imperial de Tokio. Mientras las fuerzas estadounidenses celebraban el Día de los Caídos, los activistas de izquierda se reunieron para protestar contra el pronunciado giro hacia la represión y la guerra en Japón y en Corea, que en efecto terminó desatando una guerra a gran escala pocas semanas después.
Los medios japoneses presentaron este choque como si hubiera sido el resultado de la nueva orientación militante del PCJ, aunque, de hecho, la dirección del partido todavía no había adoptado una política de confrontación contra las fuerzas de ocupación. La acción había resultado de un grupo de militantes impacientes del PCJ que, convencidos de que contaban con el respaldo de la Kominform, habían decidido desafiar abiertamente tanto a las autoridades estadounidenses como a sus propios dirigentes.
El SCAP no tardó en responder a este aparente incremento de la actividad militante antiestadounidense del PCJ y a comienzos de junio obligó a los 24 miembros del Comité Central de la organización a abandonar sus cargos públicos. El 26 de junio, el día en que estalló la guerra sin cuartel en la península coreana, la ocupación prohibió la publicación de la prensa del PCJ.
Durante este período de la historia del PCJ, sus miembros empezaron a lanzar bombas molotov en las ciudades y a entrar en las aldeas rurales con sus «unidades de operación de montaña» con el fin último de generar una revolución de tipo maoísta. Pero estas tácticas temerarias terminaron aislando todavía más a un partido bastante relegado. El PCJ repudió oficialmente estos métodos en el verano de 1955.
Los analistas, incluso los del PCJ, denunciaron casi universalmente y renegaron de este interludio militarista del partido contra la guerra en Corea como un caso de «extremo aventurerismo de izquierda» que resultó de la imposición de una táctica política errónea impuesta por la Kominform. Contemplada desde la perspectiva de la posición del PCJ en la política nacional de su país, esta valoración es evidentemente acertada.
Sin embargo, no podemos comprender las luchas de este período como mero producto de las imposiciones de la Kominform. Los activistas del PCJ también tenían sus propias motivaciones para participar de estas acciones. Entre estas estaban las de los coreanos que querían cuidar de su patria, las de los obreros japoneses que querían enfrentarse a sus opresores y las de los estudiantes radicalizados que deseaban la revolución.
Sus acciones no perturbaron seriamente la campaña de guerra ni fomentaron una crisis revolucionaria. Pero tuvieron el efecto de disolver el espejismo de un «Japón de la posguerra» separado de Asia, que pretendía hacer creer que la guerra de Corea no era más que un «don de los dioses» —según las palabras del primer ministro Shigeru Yoshida— que terminó rescatando la economía japonesa del estancamiento por la demanda de recursos que generaba.
En 1961, el PCJ adoptó una nueva plataforma que definió a Japón como un país capitalista avanzado controlado por Estados Unidos. Era una caracterización realista que se alejaba de la vieja insistencia en fórmulas repetidas, fundadas en categorías revolucionarias heredadas y que postulaban que Japón era un Estado colonizado y atrasado bajo hegemonía del imperialismo estadounidense.
El nuevo enfoque, mucho más flexible y atento a las realidades locales, anticipó la independencia del partido de las influencias soviéticas y chinas, que no haría más que fortalecerse durante los años sucesivos. Durante los años 1970 y 1980, el PCJ mejoró su desempeño en las elecciones a la Dieta hasta alcanzar un promedio del 10%, equivalente a sus mejores resultados obtenidos en 1949. La línea independiente que adoptó el PCJ fue a su vez un factor clave en la supervivencia de la organización durante el período de la pos Guerra Fría.
Los socialistas japoneses disolvieron su partido en 1996 y el grupo socialdemócrata que fundaron después cuenta hoy con un único escaño en la Dieta. Por su parte, el PCJ decidió seguir usando su nombre comunista. Hasta la fecha, su desempeño más importante en las elecciones fue el de 1996, cuando obtuvo el 13% de los votos, cerca del 11,4% que logró en 2014. El partido cuenta con una membresía que supera los 250 000 afiliados.
Michos elementos del PLD, en el poder desde que terminó la Guerra Fría, siguen sembrando rumores de que el PCJ conspira en favor de una revolución violenta. Pero la verdad es otra. Es posible que el PCJ no haya logrado hacer las cuentas honestamente con su pasado, y sigue teorizando en términos revolucionarios. Sin embargo, los militantes del partido que dejaron de abrazar la violencia después de la experiencia de los años 1950 y que criticaron consistentemente a los grupos de Nueva Izquierda que heredaron esas tácticas extremistas, no tienen la voluntad ni la capacidad de organizar un derrocamiento violento del Estado.
Lo que el partido sí conserva es su compromiso con decir las cosas como son. Son pocas las organizaciones actuales de Japón que hacen lo mismo. Frente a la creciente desigualdad producida por la política neoliberal y los debates sobre la defensa nacional japonesa en un contexto cambiante en lo que respecta a la seguridad regional, la dirección futura del partido, como así también la posibilidad de que sus simpatizantes entren en diálogo y formen alianzas con la organización comunista, tendrán repercusiones significativas tanto en Japón como en todo el mundo.
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