El actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, asumió el 1º de enero de 2019. Cinco días después, el seis de enero —la Epifanía, en el calendario cristiano, también conocido como Día de Reyes—fue recibido en el templo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, donde el pastor evangélico Edir Macedo lo hizo arrodillar y lo ungió con sus manos como presidente de la República.
El mundo entero ya sabe que el fundamentalismo religioso tiene una presencia muy fuerte en Brasil. Esa presencia y el gran poder que tienen las iglesias en Brasil —y en América Latina— torna imprescindible la lectura del Tratado Teológico-Político de Baruch Spinoza, un libro indispensable para comprender este fundamentalismo que impregna la región.
Nuestro presente, tanto en Brasil como en América Latina, nos obliga a pensar la manera en que el odio, el miedo, el temor a la contingencia y todas las formas de superstición están en la base de un poder que se asume como absoluto y trascendente, y que es el promotor de un ejercicio de la ley como ilegalidad. Nos urge comprender, entre otras cosas, el fenómeno de la superstición, y nadie mejor que Spinoza para ayudarnos en esa tarea.
El odio, el miedo, la soberbia, el orgullo son pasiones o afectos tristes que nos vuelven vulnerables a las causas externas. El amor, la esperanza, la fortaleza, la generosidad son pasiones o afectos alegres, que aumentan nuestra potencia de resistir, actuar y pensar.
En el núcleo de la distinción entre la alegría y la tristeza está el deseo. Hay, de hecho, tres afectos originarios en Spinoza: la alegría, la tristeza y el deseo. Mientras el deseo fue pensado por la tradición filosófica como una carencia («algo me falta, por ende deseo»), Spinoza responde que el deseo es más bien la capacidad de tomar en mis propias manos algo que me afecta y hacer algo a partir de ello. Por lo tanto, el deseo puede ser pasivo (de ahí la famosa formulación de Spinoza acerca de que las personas a veces luchan por su propia servidumbre como si fuese su libertad); pero el deseo también puede ser activo. Las pasiones alegres nos hacen pasar de un deseo pasivo a un deseo activo, y el deseo activo es lo que se relaciona con la libertad.
¿Qué es la libertad para Spinoza?
Nosotros, seres humanos singulares, somos al mismo tiempo un cuerpo y una mente. El cuerpo es afectado por todo lo que le pasa y la mente comprende todo lo que le sucede al cuerpo. Los afectos son la manera por la cual la mente humana interpreta lo que le pasa al cuerpo; son una interpretación de la vida corporal (además de ser una interpretación de la vida mental).
Nuestra capacidad de resistir, pensar y actuar es débil en la medida en que somos determinados por todo lo que nos rodea y por lo que es externo a nosotros. Y viceversa: somos más potentes en la medida en que determinamos lo que nos rodea. ¿Cómo podemos, entonces, determinar lo que nos rodea? Somos más capaces de determinar lo que nos rodea cuando nuestro cuerpo enriquece sus capacidades corporales y la mente sus capacidades mentales. Cuando nuestro cuerpo se vuelve capaz de una pluralidad de afecciones simultáneas y, correlativamente, nuestra mente sostiene una pluralidad simultánea de ideas y afectos, alcanzamos nuestra máxima potencia. Cuando eso ocurre, lo que proviene de afuera no nos domina. Y eso es la libertad para Spinoza.
Spinoza es una referencia permanente porque nos lleva más allá de la pequeñez empírica del acontecimiento para considerar su causalidad necesaria. Es decir, nos enseña a pensar. Spinoza es una figura que siempre nos incita a pensar la causa necesaria de todo lo que acontece.
Hoy, en Brasil, vivimos un momento marcado por la crueldad. No me refiero apenas a la violencia (que, claro, es constitutiva de nuestra sociedad) sino a la tristeza que se manifiesta en la forma de lo cruel. Me refiero específicamente a una situación en la cual el presidente, en medio de centenares de miles de muertes, encoge los hombros y dice: «Y, ¿qué importa?», y luego nos exhorta a que «dejemos de llorar». Cuando la crueldad y el odio al pensamiento se manifiestan en la cumbre de la sociedad brasileña, recuperar a Spinoza nos sirve para comprender la causa de la crueldad, sus manifestaciones y cómo combatirla.
Sabemos por Spinoza que la crueldad es una forma de la tristeza. Y que la tristeza es aquel afecto que disminuye nuestra capacidad de existir, de actuar, de pensar, de ser. Esta autodisminución, que es lo que el presidente de Brasil promueve, no puede ser —y no será— la reducción y la destrucción de todos nosotros. En medio de tantas desgracias, Spinoza nos enseña que rendirse es aceptar la tristeza como forma de existencia (y por tanto aceptar volverse pasivo). Por el contrario, de lo que se trata es de luchar contra las adversidades de nuestro presente y afirmar la alegría como forma de existencia, aumentando nuestra potencia y nuestra capacidad de luchar contra lo que hoy domina.
Pero no son esos rasgos del liberalismo los que definen la democracia. Porque la democracia, en verdad, se define por su ruptura con la idea de la trascendencia del poder al afirmar, en cambio, que el poder es inmanente a la sociedad. De tal manera que la existencia de una sociedad democrática —que surge cuando se garantizan y se crean derechos— es la condición de un régimen democrático.
Ahora bien, ¿qué es —pregunta Spinoza— aquello que la democracia opone al gobierno-de-uno-solo, a la aristocracia, al autoritarismo y al totalitarismo? La democracia opone a estos regímenes la idea de que el soberano es el pueblo. La sociedad es soberana y determina la figura del gobernante. Por ende, el gobernante no es el que detenta el poder, sino el que recibe el mandato que emana de los ciudadanos para gobernar.
¿Por qué Spinoza nos ayuda a enfrentar lo que pasa en América Latina? Con Spinoza podemos comenzar a entender el origen de los populismos, de los autoritarismos, de los fundamentalismos, de los poderes autoritarios que se nutren de la superstición y que acechan el continente. Spinoza afirma que, a pesar de estas formas tiránicas, que se presentan como trascendentes y que se alimentan de la tristeza y la superstición, el poder es nuestro; nosotros somos los soberanos. Spinoza aporta las armas para criticar y acabar con la pretensión de que el detentador del poder es el gobernante.
Porque, repitamos: en democracia, el origen de todo poder reside en el pueblo. De manera que también reside en el pueblo la capacidad de quitarle el poder a quien detenta el gobierno.
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