El aumento de la desigualdad desde 1980 fue impulsado desde arriba, en parte por el 10% más rico de la sociedad, y en mayor medida por el 1% más rico y por algunas fracciones todavía más pequeñas que acumulan una riqueza de proporciones faraónicas. La pobreza no afectó en igual medida al 90% restante, pero todos los sectores que lo componen fueron abandonados a su suerte. Este proceso estuvo en el origen de una amarga literatura académica y periodística típica del Norte global, que contrasta fuertemente con los sueños de una «clase media en ascenso» propagados por los bancos de desarrollo y por las consultoras.
Para fortalecer la determinación burguesa en un momento de crisis y baja autoestima, el libro de Torben Iversen y David Soskice, Democracy and Prosperity (2019), le rinde homenaje a las «democracias capitalistas avanzadas» (aunque los autores muestran más deferencia hacia el capitalismo que hacia la democracia, a la que acusan de la desigualdad). «La esencia de la democracia», aseveran, es «el avance de los intereses de la clase media».
Iversen y Soskice, ambos destacados economistas institucionales, argumentan que la clase media está en línea con el capital a través de dos mecanismos fundamentales. Uno es la «inclusión en el flujo de la riqueza» que produce la acumulación de capital. El otro es el Estado de bienestar: el sistema de impuestos y transferencias asegura que las clases medias «participen» de la economía del conocimiento. Pero las recientes investigaciones sobre desigualdad muestran que lo que se está terminando es justamente esta «inclusión» y esta «participación».
Al comienzo, la distribución neoliberal efectivamente favoreció los intereses de la clase media. La privatización de algunos servicios públicos les valió algunas ganancias a ciertos segmentos afortunados de la clase media. El financiamiento público de algunas instituciones de educación privadas a través de un sistema de subvenciones, tal como se hace hoy Suecia, le dio a los padres de clase media una buena oportunidad para enviar a sus hijos a «buenas escuelas» con pocos niños inmigrantes y de clase trabajadora. La privatización de la salud fue menos popular y más propensa a escándalos públicos, pero todavía es aceptada por muchos como la pareja natural de la austeridad y de la escasez de las prestaciones públicas.
Por otro lado, la exclusión de la clase media de las viviendas urbanas de primera clase se desarrolla a un ritmo acelerado mientras crecen las brechas de ingresos y de riqueza. Mientras tanto, el ambientalismo penetra cada vez más profundamente en la clase media educada, que jerarquiza explícitamente la supervivencia del planeta y la sustentabilidad ecológica por encima de los intereses del capital.
A causa de la polarización de los ingresos, el tamaño total de la clase de ingresos medios –es decir, aquellos cuyos ingresos representan entre el 75 y el 200% de la media– se hundió en el área de la OCDE y la posibilidad de pertenecer a ella se redujo notablemente. La movilidad ascendente hacia la educación terciaria se estancó en 1975, mientras que el riesgo de la movilidad descendente creció de manera considerable en los años 2010, especialmente en el Reino Unido.
El COVID-19 prosiguió, y en algunos países incluso aceleró, la ruptura entre las clases medias y las clases altas. En EE. UU., la riqueza de los multimillonarios incrementó un 44% desde mediados de marzo de 2020 hasta fines de febrero de 2021, en un momento en el cual el 50% de las personas con títulos universitarios o educación superior declaraban enfrentar dificultades para costear sus gastos cotidianos. A fines de julio de 2020, la riqueza de los multimillonarios británicos había crecido un 35% más que durante el año anterior, mientras que uno de cada cinco empleados de ingresos medios declaró que había disminuido su capacidad de ahorro y la mitad declaró que esta no se había modificado.
David Markovits, profesor de Derecho de la Universidad de Yale, calculó que esta inversión en una formación de élite que supera el gasto promedio en educación equivale a una herencia de 16.8 millones de dólares. El resultado es que los «niños ricos ahora superan a los niños de clase media en el SAT en una proporción que representa el doble de aquella en la que los niños de clase media superan a los niños criados en la pobreza».
El proyecto de Biden para fortalecer a la clase media bajo el gobierno de Obama no logró garantizar la asistencia para el cuidado de los niños ni el acceso a la universidad, y fracasó también en lo que respecta a la cobertura de salud. El 1% más rico de Estados Unidos perdió contacto, no solo con la clase media nacional, sino también con todas las clases altas de Occidente, y se retiró para constituir una casta singular.
Es cierto que en el Reino Unido, a lo largo del último siglo, se observó un incremento del número de trabajadores autónomos urbanos que son dueños de sus propios negocios. Sin embargo, este incremento está completamente determinado por los cuentapropistas, la mayoría de los cuales están más cerca de los trabajadores precarizados que de la pequeña burguesía histórica cuyos negocios se están reduciendo drásticamente. La media de sus ingresos anuales en 2015-2016 fue de 21 000 libras esterlinas, es decir, un tercio del ingreso promedio de un asalariado.
Antes de ser completamente expulsados, como sucedió con amplias franjas de empleados bancarios y del correo, los empleados de oficina y los gerentes de bajo nivel estarán cada vez más sometidos a lo que David Boyle denomina acertadamente «taylorismo digital». Los empleos de oficina de cuello blanco dejaron de ser trabajos seguros y formas relativamente cómodas de escapar a la clase trabajadora y se convirtieron en el principal objetivo de la automatización.
El tercer sector clásico de los empleos de clase media solía ser el de las profesiones «liberales», es decir, trabajos a los que se accede luego de una prolongada formación en las instituciones de educación superior que permite hacerse de conocimientos inaccesibles a la población en general. Incluyen profesiones antiguas como la docencia, la medicina, el derecho, en muchos países las carreras de funcionario público, y, a partir del S. XX, algunas «semiprofesiones» como la enfermería y el trabajo social, para nombrar solo dos.
Durante mucho tiempo, estas profesiones eran respetadas y percibidas como algo carente de interés para los negocios y para el capital. En la tradición alemana del S. XIX y principios del S. XX, a estos sectores se los llamaba Bildungsbürgertum (burguesía culta) y estaban más o menos asociados a la Wirtschaftsbürgertum (burguesía económica). En oposición al mundo de los negocios, cuyo fin es la ganancia, la sociología definía a las profesiones como actividades orientadas al cultivo del conocimiento y del servicio público.
La práctica del conocimiento profesional está sometida al control, evaluación y sanción de los gerentes, lo cual deriva de la desconfianza institucionalizada de la autonomía y de la ética profesionales. La práctica y la ética profesionales están sujetas a cálculos generales de costo-beneficio, muchas veces inventados especialmente para estos cuasimercados internos, como por ejemplo, las administraciones universitarias que les cobran a los departamentos universitarios por el uso de los locales universitarios. Estos inventos de costo-beneficio también forman parte de un ataque antiprofesional especialmente intenso que se realiza bajo el lema del mercado.
La imposición de una norma ideal de mercantilización –el opuesto instrumental a la mentalidad profesional de valores intrínsecos, como el conocimiento, la satisfacción de las necesidades y la imparcialidad de la ley y de las normas– es promovida tanto por la privatización (de escuelas, hospitales, cárceles, etc.) y por la así denominada «Nueva Gestión Pública» de instituciones financiadas con impuestos. Se supone que estas últimas deberían trabajar internamente como empresas en el marco de un cuasimercado, comprándose y vendiéndose servicios las unas a las otras, mientras que externamente se les exige que contraten a empresas privadas para brindar servicios públicos.
De esta manera, la educación, la atención sanitaria y los servicios sociales se convirtieron en áreas rentables para la acumulación de capital, lo cual atrajo en gran medida el interés de la «burguesía económica» que demolió a la «burguesía cultural» en su propio terreno.
Las profesiones de clase media no deben ser idealizadas, dado que sus rutinas repetitivas ciertamente pueden hacer que quienes las practican se vuelvan cerrados, conservadores, autocomplacientes e ineficientes. Pero este no es un rasgo inherente al profesionalismo y ser docente, doctor o funcionario público fue alguna vez una fuente de orgullo y seguridad para la clase media. Ese orgullo y esa seguridad están siendo pisoteados y el látigo de los gerentes está prevaleciendo por sobre la colegialidad. Muy pocos tienen éxito en su intento de escapar hacia la clase media alta de los gerentes y los profesionales «estrella», pero para el resto, el presente –y probablemente también el futuro– es la inestabilidad y una trayectoria descendente.
Aun si los sectores de la clase trabajadora perdidos en manos de la derecha pueden ser recuperados, el movimiento obrero es solo uno de los componentes necesarios de una política igualitaria y no es más el único agente suficiente ni su centro natural. Las propuestas políticas de izquierda para la clase media son decisivas para cualquier política igualitaria que pretenda ser exitosa.
Este es un tema muy delicado y difícil, porque estas políticas igualitarias para la clase media no pueden abandonar a los más vulnerables, ni a la mitad más pobre de la población frente a las privatizaciones y el estancamiento de los ingresos, ni tampoco dejar de lado los derechos de los empleados frente a los empleadores. Se trata de hacer lo opuesto al blairismo y a cierta orientación de derecha para la clase media que destruyó al Partido Socialista francés y al Partido Socialdemócrata de Alemania, es decir, lo opuesto a darle la espalda al pueblo y a salir de fiesta con el capital mientras se representa una visión del mundo de clase media alta.
Este texto es un fragmento editado del libro Inequality and the Labyrinths of Democracy, publicado por Verso.
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