Leer, traducir, compilar, relacionar y volver a leer a Rosa Luxemburgo deberían ser prácticas cotidianas y constantes en aquellas personas que cuestionan los límites del actual modo de producción capitalista y las desigualdades que produce. En el 150 aniversario de su nacimiento, la vigencia de sus reflexiones, críticas y propuestas para interpretar la realidad no dejan de ser necesarias.
Pero, en otro sentido, la actualidad de Rosa Luxemburgo es una pregunta abierta. ¿Se pueden leer sus planteos en clave feminista? ¿Qué aportes puede hacer a los debates sobre las democracias y los sistemas representativos del siglo XXI? ¿Cómo retomar la palabra de Rosa para construir procesos genuinos de autocrítica de las izquierdas y los progresismos frente a un contexto de avanzada conservadora?
Todas estas preguntas –y varias más– brotan tras la lectura del libro Rosa Luxemburgo y el arte de la política (2020), de la socióloga alemana Frigga Haug (1937) y editado por Tinta Limón y la Oficina de Buenos Aires de la Fundación Rosa Luxemburg.
Volver a Rosa después de un siglo desempolva debates que se creían extintos y que, sin embargo, vuelven a ocupar hoy el centro de la escena política. Los derechos de la clase trabajadora, los procesos de precarización y control de la vida, la burocratización de las instituciones, la ineficacia de los sindicatos, la disociación entre el discurso y la práctica de los partidos políticos, el avance de los conservadurismos a lo largo y ancho del mundo y el resurgimiento de los nacionalismos son algunos de ellos.
Además, Luxemburgo encarna un cuerpo de mujer, cuestión que imbricaba diferentes pertenencias y procedencias que eran –aún lo son– discriminadas y frecuentemente perseguidas: no solo era polaca, judía y comunista, sino que también asumía una actitud desafiante incluso hacia adentro de su propio partido.
No es el objetivo de la compilación realizada por Frigga centrarse en la pregunta de si Rosa Luxemburgo era feminista o si sus aportes colaboraron de manera directa con los feminismos de los siglos XX y XXI. Tras conocer un poco de su historia apasionada y de permanentes rebeldías, no quedan dudas de que su figura es inspiración para los feminismos populares, comunitarios, socialistas y marxistas, que aseguran que capitalismo y patriarcado hacen parte de la misma estructura macabra. Es en esa sintonía que Haug retoma los aportes realizados por Rosa en torno al lugar de «la proletaria» desde una perspectiva propositiva: lejos de revictimizar a las mujeres trabajadoras por su condición de desigualdad, las proletarias son «el sujeto potencial de una emancipación de toda la sociedad».
¿A qué responde esa afirmación? Por un lado, a la experiencia y participación cotidiana de las mujeres en la vida social, ese espacio ninguneado y menospreciado por los varones de los partidos de izquierda de aquel entonces (y un poco también de la actualidad) por la famosa polarización privado o público, político o personal. La actuación de la proletaria en «todos los ámbitos» de los vínculos, las relaciones y los cuidados que hacen a la reproducción de la vida, relegados históricamente a las mujeres, posibilita un nivel de cercanía al pueblo y sus verdaderos dilemas al que nunca llegarán los dirigentes varones.
Por otro lado, desde una perspectiva de clase, Rosa reconoce la existencia de una doble desigualdad, en la que la mujer trabajadora es presentada como «la más pobre de las pobres» pero también como aquella sujeta capaz de convertirse en la defensora de la clase obrera y de las mujeres. En ese sentido, destaca a la figura de la proletaria frente a las mujeres de la burguesía: sin casa propia –insiste Rosa–, la casa de la proletaria es el mundo. Al no percibir privilegios se convierte en germen de liberación internacionalista, de forma que en ella reside la esperanza para la transformación.
En ese marco, la realpolitik revolucionaria aparece como alternativa para enfrentar el creciente descontento con los gobiernos, pero también los límites de los partidos y ls sindicatos. Se propone relacionar la vida cotidiana con el objetivo «distante» del socialismo. La realpolitik es reforma y es revolución. Es utopía y realidad, cotidiano y estructura. Una perspectiva que no polariza y que asume la contradicción de la vida política.
Es en las contradicciones, explica Rosa, donde la sociedad se enreda. Es en las contradicciones, por ende, donde hay que hacer la verdadera política. La interacción entre el pueblo y sus dirigentes, entre la política cotidiana, de reformas, y el objetivo revolucionario, solo pueden ser entendidas en su interrelación.
Dicho de otro modo, la lucha cotidiana en favor de la democracia y por la obtención de derechos concretos para la vida digna no pueden ser pensadas ni desarrollarse al margen del proyecto de sociedad. La política de escritorio, las grandes teorías, la burocracia, las alianzas y la «mesa chica» fueron en ese momento –y lo siguen siendo en la actualidad– herramientas del mismo sistema para reproducir su hegemonía.
Es por ese motivo que Luxemburgo propone hacer política cotidiana a la vez que se construye el proyecto de transformación. Y es solo a través del protagonismo de la propias masas en la definición de su rumbo que esto resulta posible (Rosa Luxemburgo se refiere al término «masas» como un concepto en permanente movimiento: no son un estado de agregación, sino seres humanos activos e interpelados como los seres futuros que quieren ser). Es desde el pueblo que se vive la política, como así también es desde allí que se puede proyectar el nuevo mundo. No desde un grupo que se conserva por sus privilegios.
La realpolitik revolucionaria presupone no solo que el sistema capitalista tiene contradicciones reales, sino también que se despliega en ellas. No queda otra posibilidad, entonces, que hacer política en la contradicción. Tal como reflexiona Frigga, para el desarrollo de la realpolitik revolucionaria es condición un análisis científico y un preciso estudio de los desarrollos del modo de producción capitalista, donde radican las primeras contradicciones.
Sin embargo, nunca debe perderse de vista que hay que «comenzar en el pueblo dominado»: no basta con identificar la contradicción desde un sector intelectual. El impulso para el verdadero cambio radica en que el pueblo pueda convencerse a sí mismo. Y, para eso, las prácticas de formación y capacitación aparecen como una preparación del pueblo trabajador para las tareas de gobierno desde una perspectiva socialista.
Ciertamente, el movimiento obrero y el sindicalismo se encuentran en un contexto distinto al diagnosticado por Luxemburgo; sin embargo, la aparición de nuevos colectivos que se asumen como parte de la masa sostienen el desafío. Vemos en sus prácticas contrahegemónicas de rebeldía, agitación y autocrítica una actitud política que se hace carne en ese pueblo–masa y asume su protagonismo. Así lo han demostrado recientemente las huelgas internacionales feministas o las marchas del Black Lives Matter contra el racismo.
El texto anterior es una reseña Rosa Luxemburgo y el arte de la política, de Frigga Haug (Tinta Limón, 2020).
El arsenal teórico y político leninista es muy utilizado pero rara vez se indaga en…
Eric Hobsbawm relata los orígenes del Día Internacional de los Trabajadores. «Los curas tienen sus…
La cuestión ya no es si la clase obrera importa o no, sino cómo puede…
Muchas organizaciones de la izquierda radical sostienen la idea de que un pequeño grupo, que…
Los partidarios de la guerra de Israel perdieron la batalla por los corazones y las…
A sus 87 años, el legendario director de cine Ken Loach acaba de lanzar su…