Donald Tump (vía Wikimedia Commons)
Después de una campaña singular y frenética, con mucha incertidumbre por la paridad en las encuestas y creciente polarización política e ideológica, el 5 de noviembre terminó el proceso electoral en Estados Unidos. Primeras impresiones sobre el impactante triunfo de Trump y sobre lo que se viene.
Quizás es pronto arriesgar explicaciones sobre este tsunami electoral porque todavía se cuentan los votos en algunos estados, pero tenemos datos para analizar. Trump sostuvo el apoyo que había construido durante todo el año, aunque no habría sumado más votos que en 2020, cuando consiguió 74 millones. Los demócratas perdieron muchos millones de votos respecto a esa elección, cuando Biden logró el récord de 81 millones. Hay que ver los números finales, pero parece haber primado la apatía y la abstención electoral. La participación bajó respecto a 2020. Kamala Harris ganó entre las mujeres, pero no hubo una avalancha como en el 2022. Incluso se produjo la paradoja de que en varios estados se aprobaron iniciativas en favor del aborto y al mismo tiempo eligieron a Trump (Florida, Montana, Nebraska, Missouri y Dakota del sur, entre otros). Lo mismo ocurrió con otras iniciativas para legalizar el consumo de marihuana. Parece entonces un rechazo a las políticas del actual gobierno, a la vez que no necesariamente un apoyo a la agenda antifeminista o ultraconservadora del trumpismo.
Trump mejoró mucho los índices de aprobación entre los hispanos, a pesar de su discurso xenófobo y anti-inmigratorio, que estigmatizó a los puertorriqueños y haitianos en varias oportunidades. Los más de 60 millones de habitantes de origen hispano no son un grupo homogéneo y muchos ya son tercera o cuarta generación en Estados Unidos. Votan por razones económicas, de género o ideológicas, y no necesariamente por su identidad étnico-racial, aunque ese sea un tema de peso en la sociedad estadounidense. Algo similar puede decirse de los afroamericanos. En ambas minorías se impusieron los demócratas, pero por índices mucho menores que hace cuatro años. Entre la población de origen árabe y entre los jóvenes progresistas, el tema del apoyo de la Casa Blanca al gobierno de Israel, en medio del genocidio en Gaza, puede haber resentido la inclinación a votar por la fórmula oficialista, más allá del rechazo a Trump.
El gobierno de Biden-Harris tiene índices de apoyo bajísimos (las encuestas muestras el descontento por el rumbo del gobierno), pese a la recuperación económica, el bajo desempleo y la actual disminución de la inflación, que no llega al 3% anual. La suba del precio de la nafta y del costo de vida en los últimos años, la creciente desigualdad económica y el estancamiento del salario mínimo pesaron más que otras cuestiones.
La narrativa de Trump volvió a ser efectiva. Pese a haber sido gobierno, y a estar apoyado por Elon Musk, el hombre más rico y más poderoso de Estados Unidos, logró volver a presentarse como un outsider atacado por las elites ilustradas. Su prédica antiestatal y antiprogresista sirvió para convencer a millones de que volvieran a votarlo. La elección de J. D. Vance como compañero de fórmula, que expresa una línea antielitista mucho más dura, pareciera haber rendido sus frutos, teniendo en cuenta el apoyo sostenido que mantuvo en áreas rurales.
Un factor sobre el que deben profundizarse los análisis es el de cómo está cambiando la subjetividad en Occidente, fundamentalmente a partir de la pandemia como acelerador de tendencias preexistentes, con el tecno-capitalismo de plataformas, las redes sociales y la IA, generando un hiperindividualismo en jóvenes varones que son muy propensos a tomar como propias las narrativas de las ultraderechas. El rol de Elon Musk, su red social X y la apelación a los criptobros parece haber sido efectiva.
El repliegue relativo de Estados Unidos obedece a la estrategia de la fracción americanista-nacionalista de la clase dominante, que sostiene que ese país debe regresas a algunas de las antiguas posiciones neoaislacionistas y recostarse en su patrio trasero, como denominan despectivamente al Hemisferio Occidental, o sea, a América Latina y el Caribe. Veremos, entonces, una reivindicación de la bicentenaria doctrina Monroe y una remilitarización de la política interamericana, con mayor hostilidad contra Cuba y más sanciones económicas para aplastar la reciente recuperación económica de Venezuela. Habrá todavía más poder para el Comando Sur, que viene desplegando una acción cada vez más injerencista durante la actual administración demócrata, y se negociará con actores extra-hemisféricos para frenar su avance económico en la región. O sea, se propondrá el establecimiento de áreas de influencia: no agresión en los límites de Rusia (Ucrania) a cambio de una retirada de Venezuela y el Caribe; freno al avance en el mar de China meridional a cambio de un límite al posicionamiento del gigante asiático en América Latina. Está por verse si el reaccionario senador Marco Rubio logra su viejo anhelo de comandar el Departamento de Estado. Trump va a privilegiar el vínculo con los gobiernos ultraderechistas, como el de Javier Milei, exultante con su triunfo, y Nayib Bukele, e impulsar a figuras como Jair Bolsonario y José Antonio Kast, para intentar debilitar a los gobiernos progresistas, nacionalpopulares o de izquierda. La anacrónica retórica anticomunista y antiestatal cuadra perfecto con la posición neocolonial de los Milei y los Bukele.
Más allá de este rápido esbozo, lo cierto es que Trump empujará una agenda agresiva de reducción de impuestos para los más ricos, negocios jugosos para el complejo militar, las empresas de combustibles fósiles y los grandes contratistas del estado, como Elon Musk (SpaceX), quien estará seguramente al frente de una estratégica oficina de desregulación del estado. Más privatización de la salud y la educación, menos derechos laborales y sociales, y una batalla cultural contra los feminismos, los inmigrantes, los trabajadores sindicalizados, las organizaciones de derechos humanos, los pueblos originarios, las minorías LGBTQ+, los académicos y estudiantes universitarios, las organizaciones de izquierda y todo aquel que se le enfrente.
Nota originalmente publicada en revista Tektónikos
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