Con un estilo de pastoreo tradicional en Mongolia que se basa en la movilidad más que en el forraje, es aún más difícil para los pastores prepararse adecuadamente para un desastre inminente. (Anand Tumurtogoo)
Mongolia acaba de pasar otro invierno desastroso. A finales de abril, el número de animales muertos ascendía a 7,1 millones, un impacto de más del 10% sobre el total de cabezas de ganado del país. Y podría aumentar aún más, ya que durante el año de «dzud», de frío extremo y fuertes nevadas, los mayores daños se producen en primavera, cuando la combinación de agotamiento y desnutrición alcanza un punto crítico.
Pero el dzud no es una novedad. El equilibrio ecológico lleva siglos produciéndose, y solo se ha convertido en un problema recurrente en las dos últimas décadas, debido al cambio climático y a otros factores. En muchos sentidos, el dzud es un problema ecológico continuo y no solo un invierno frío y un exceso de nevadas.
A menudo, un verano con pocas precipitaciones da paso a un invierno con exceso de nieve, como es el caso del dzud de este año. Los animales, incapaces de almacenar reservas de grasa durante el verano, deben soportar un invierno en el que fuertes nevadas hacen imposible el pastoreo. Además, con un estilo de pastoreo tradicional en Mongolia que se basa más en la movilidad que en el forraje, a los pastores les resulta aún más difícil prepararse adecuadamente para una catástrofe inminente.
Este año, el problema se preveía, ya que tanto académicos, como ONG y funcionarios del gobierno se lo habían comunicado a los pastores desde el verano pasado. El dzud en curso ha sido el más mortífero desde 2009-2010, cuando perecieron unos diez millones de animales (el 23% del total).
Muchos informes se han hecho eco del dzud de este año y han abordado con razón la cuestión como un cataclismo climático. Pero aunque el impacto del cambio climático en Mongolia es muy real, hay otra vertiente de la historia que es más importante, a saber, la introducción de las fuerzas del mercado cuando Mongolia pasó del socialismo de Estado al capitalismo de libre mercado en la década de 1990.
La privatización de la ganadería y la disolución de las explotaciones estatales entre 1991 y 1993 fue (y sigue siendo) caracterizada por sus partidarios como la vuelta a la normalidad tras el interregno estatal-socialista. En realidad, supuso una ruptura radical con las formas tradicionales de cuidado de los animales, una coyuntura crítica que condujo a los problemas actuales.
El aumento del número absoluto de cabezas de ganado de veinticinco millones antes de la privatización a setenta millones en 2023 suele aclamarse como uno de los logros de la transición de los años noventa. En realidad, este aumento no fue el resultado de una mayor eficiencia y productividad bajo el nuevo régimen de mercado, sino que se debió a la acumulación y superpoblación de cabezas de ganado debido a la pérdida de las industrias de transformación de Mongolia. En su punto álgido durante la década de 1980, cerca del 45% de la población animal de Mongolia se procesaba en un solo año para producir diversos productos agrícolas, de los que una parte importante se exportaba.
En términos culturales, durante los años inmediatamente posteriores al socialismo, existía una noción romántica del nómada como una figura curiosamente parecida al «noble salvaje», con diversas formas de renacimiento cultural en segundo plano. En realidad, muchos de esos futuros nómadas errantes eran antiguos empleados de colectividades y granjas estatales que tuvieron que salir al campo para sobrevivir cuando se privatizaron el ganado y otros recursos estatales.
El número de pastores alcanzó su máximo en 1998, con 414.000 personas, tres veces más que la cifra de 1989, 135.000. Erik Reinert describe este proceso como «primitivización de la economía», con toda la economía agrícola atomizada en base a los hogares y muchos de esos hogares atomizados convertidos en unidades de producción primaria. Esto significó el abandono de lo que se había logrado durante el periodo socialista, cuando existía una gran movilidad gracias a una combinación de transporte mecanizado e infraestructuras, así como conocimientos cooperativos y de gestión.
Esta transformación masiva, pero curiosamente ignorada, ha marcado la vida de los mongoles de hoy de múltiples maneras, tanto en la ciudad como en el campo. En la capital, Ulán Bator, cada dzud ha producido una afluencia de refugiados a los barrios «ger» de estilo mongol, que superan en número a los que viven en apartamentos con calefacción y alcantarillado en una proporción de tres a uno.
En el campo, la degradación de los pastos y una economía insostenible para los pastores se ha convertido en la norma. Aunque la población ganadera creció, los mismos patrones de desigualdad y precariedad que se establecieron rápidamente tras la privatización en 1992 siguen sin cambiar hoy en día. Según una estimación, en 1998 dos tercios de los hogares tenían menos de 150 animales, el mínimo necesario para subsistir. En 2023, el 86% de los hogares dedicados al pastoreo tenían menos de doscientos animales.
Estos hogares son los más propensos a shocks como el dzud y pueden convertirse en refugiados económicos en Ulán Bator. Además, se ha producido una mayor penetración del mercado en el mundo de la vida de los pastores, que se han acostumbrado a depender de diversos productos de consumo, lo que podría explicar la deuda masiva generada a lo largo de los años.
Según los informes, alrededor de tres cuartas partes de los pastores tienen préstamos bancarios. Como las posibilidades de que se produzca un dzud aumentan cada año, los pastores mongoles son el grupo más precario e inseguro de todos. Esta realidad está en curiosa contradicción con su prestigio y representación simbólicos en la «tierra de los nómadas».
Ha habido muchas refutaciones del cuadro que pintó Hardin, sobre todo por parte de Elinor Ostrom, que nos recuerda varios tipos de esquemas de «gestión comunitaria» que Hardin pasó convenientemente por alto. Sin embargo, la idea de la «tragedia de los comunales» sigue siendo potente y sirve para justificar las políticas neoliberales de austeridad y privatización.
Los debates sobre la degradación de los pastos en Mongolia invocan a menudo la versión local de esta parábola: «niitiin umchiin emgenel», que a veces se traduce como «tragedia de la propiedad pública». En lo que respecta a Mongolia, la noción de «tragedia de los comunales» está vivita y coleando. Ha estado siempre presente como forma de apología neoliberal desde que Mongolia adoptó una forma de terapia de choque de manual en la década de 1990 para hacer la transición a una economía de mercado.
Este proceso creó la oligarquía actual y su régimen cleptocrático, a menudo desinfectado en los medios de comunicación internacionales como un «oasis de democracia». La ideología dominante condena todas las formas de propiedad estatal y pública, a menudo con referencia a casos reales de corrupción y malversación, y presenta la racionalización del mercado como una herramienta esencial para obtener los mejores resultados.
La realidad a la que se enfrentan actualmente los pastores mongoles se asemeja en cierto modo al modelo de cercamiento de Inglaterra durante los siglos XVIII y XIX, que es donde Hardin se inspiró originalmente para su parábola. Desde la privatización del ganado, los fundamentalistas del mercado han argumentado que el proceso era incompleto, ya que la tierra también debía privatizarse. La reforma agraria ha sido uno de los temas más controvertidos en Mongolia, donde los pastos siguen siendo nominalmente públicos.
En este contexto, se invoca la «tragedia de los comunales» para condenar a los pastores supuestamente improductivos e irracionales. Se les acusa de buscar la maximización personal explotando unos recursos finitos, lo que provoca la degradación de los pastos y la «tragedia» de la crisis de los dzud.
Sin embargo, a medida que Mongolia se ha ido integrando más en el capitalismo mundial, con una mayor explotación de sus recursos minerales que ha dado lugar a la etiqueta de «Minegolia», muchos antiguos pastizales ya han sido cercados o están en vías de serlo. A medida que avanzan las fuerzas del mercado, se está creando lo que David Sneath denomina un «régimen de propiedad».
Aunque los pastos aún no se han privatizado formalmente, en la práctica funcionan como tales, con la concesión de certificados oficiales de propiedad a medida que los pastores se van dando cuenta de que deben reclamar la tierra como suya antes de que nuevas invasiones y cerramientos amenacen su sustento.
Un cuarto de siglo después, es posible que esto ya no sea así. Desde la privatización, la composición y la cantidad de la población ganadera de Mongolia ha cambiado, y se crían muchas más cabras para la obtención de cachemira, mientras que los pastos siguen siendo nominalmente públicos. A medida que la situación actual pone de manifiesto el carácter insostenible de la economía pastoril reorganizada de Mongolia, el país se encuentra ante otra coyuntura crítica.
Las soluciones cooperativas y colectivas persisten hasta el día de hoy entre los tradicionalistas conservadores, que en el mejor de los casos proponen continuar con la actual asignación pastoral asignando una carga extra a los pastores para preservar la «civilización nómada». Sin embargo, sería difícil, si no imposible, invertir la invasión de las fuerzas del mercado.
El proceso de cercamiento continúa hoy en diversas formas avaladas por el gobierno actual, con la priorización de la minería y (más recientemente) el turismo cuando se trata de los recursos de la tierra. Con un hábitat cada vez más reducido, los pastores se ven presionados a actuar como actores racionalizados si quieren sobrevivir en condiciones de mercado. ¿Está llegando por fin el fin del nomadismo a Mongolia?
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