Un nacionalismo cívico moderado, tentativamente multipartidista, está empezando a florecer en toda la isla. Y frente a esta tendencia, Brendan O’Leary, politólogo irlandés de la Universidad de Pensilvania, se está convirtiendo rápidamente en una estrella intelectual y punto de referencia estratégico. El último libro de O’Leary, Making Sense of a United Ireland (El sentido de una Irlanda Unida), se basa principalmente en los resultados de encuestas y grupos de opinión sobre el futuro constitucional de la isla, que él mismo ha ayudado a supervisar.
Mientras O’Leary elabora proyectos para una Irlanda unida, la organización de campaña Ireland’s Future —de composición multipartidista pero con una fuerte inclinación hacia el Sinn Féin— trata de obtener logros en el frente político. Ambos encarnan una forma de nacionalismo cívico liberal que está inundando el debate intelectual sobre la reunificación irlandesa.
Su primer libro, El modo asiatico de producción: despotismo oriental, materialismo histórico e historia de la India (1989), se basó en su investigación doctoral en la London School of Economics. Para O’Leary, el concepto de Marx del modo de producción asiático era «teórica y empíricamente deficiente», un «hijo bastardo del materialismo histórico» que inducía al error a marxistas y no marxistas por igual cuando se contraponía al modo de producción feudal.
O’Leary y su colega John McGarry publicaron a continuación dos influyentes obras sobre el conflicto de Irlanda del Norte, La política del antagonismo (1993) y Explicando Irlanda del Norte (1995). La primera era una historia narrativa de uno de los conflictos más intrincados de Europa desde sus orígenes hasta la actualidad, mientras que la segunda era un estudio crítico de las perspectivas teóricas sobre ese conflicto.
O’Leary y McGarry discreparon con la mayoría de esas perspectivas, pero insistieron con sensatez en que no había razón para presentar el tema en sí como fundamentalmente incognoscible, un cliché de muchos comentarios periodísticos: «Irlanda del Norte es compleja, pero sus conflictos, y las teorías sobre sus conflictos, están estructurados y son explicables». Para proporcionar lo que consideraban un análisis más fundamentado e imparcial de la región, pusieron bajo el microscopio diferentes modelos ideológicos de pensamiento, incluidos los diversos intentos de analizar el conflicto en términos marxistas.
Explicando Irlanda del Norte dedicó dos de sus capítulos a estas escuelas de pensamiento marxista enfrentadas e irreconciliables, desde el marxismo «verde» o antiimperialista representado por el grupo Democracia Popular hasta el marxismo «revisionista» de las Partidos Comunistas Británico e Irlandés y el Partido de los Trabajadores. El tratamiento que se da en el libro a figuras como Michael Farrell, Eamonn McCann, Paul Bew y Henry Patterson, cuyos escritos influyeron mucho en la percepción de Irlanda del Norte, está teñido de simpatía, lo que no sorprende, dada la identificación de O’Leary con la izquierda en el pasado. Dicho esto, los autores veían las teorías revolucionarias del cambio con un desdén apenas disimulado.
El Brexit liderado por los conservadores y respaldado por el Partido Unionista Democrático (DUP, por sus siglas en inglés)[1] no solo ha abierto la posibilidad de una Irlanda unida. También ha inculcado a los civiles nacionalistas la importancia de la debida diligencia constitucional. El fantasma del Brexit, que O’Leary considera una catástrofe que no debe emularse, acecha en cada sección de su último libro.
Contrapone una Gran Bretaña en crisis a una Irlanda unida adecuadamente planificada, que, según sugiere, demostrará que Irlanda será «juzgada como una democracia comparativamente mejor que su vecino más próximo».
Esta forma de pensar es cada vez más popular entre los nacionalistas civiles irlandeses, que ven un Brexit impulsado por el nacionalismo conservador inglés como la contraposición a una Irlanda que encarna las mejores virtudes de la democracia liberal del siglo XXI.
Durante muchos años, gran parte de la clase política dublinesa ha visto con desprecio la idea de la reunificación. Pero en una especie de venganza poscolonial tecnocrática, Fine Gael, Fianna Fáil y otros tienden cada vez más a presentar el proyecto de reunificación en clara distinción con las élites británicas. En una imagen especular de la vieja narrativa colonial, describen a esas élites como irremediablemente ingenuas, impulsivas, irracionales y susceptibles a la presión populista.
Al igual que la mayoría de los observadores, O’Leary cree que los votantes que actualmente no expresan una fuerte preferencia constitucional en las encuestas de opinión —a los que llama los «wobblies»— inclinarán una futura encuesta sobre las fronteras en una dirección u otra. Sin embargo, el énfasis que pone en los votantes de centro, agrupados en torno al norirlandés Partido de la Alianza , debe ser puesto en tela de juicio. El sociólogo Kieran Allen ha señalado la gran paradoja del unionismo liberal, que puede parecer menos ferviente en su compromiso con mantenerse dentro del Reino Unido que su lealtad hacia la clase trabajadora, pero que «se apoya en conexiones directas más fuertes con Gran Bretaña que las que tienen muchos trabajadores protestantes».
Como señala Allen, los profesionales de estratos superiores que constituyen la base social de esta tendencia política a menudo ocupan «posiciones importantes dentro del Estado británico y su iteración local en Irlanda del Norte, y su experiencia y cultura ocupacional se derivan de una familiaridad con ese Estado». ¿Bastará la promesa de lo que O’Leary denomina «reunificación dos» —el regreso del Norte a Europa tras el Brexit— para ganarse a este segmento de la población?
También presenta una serie de sugerencias sobre cómo minimizar el peligro de que los unionistas o los nacionalistas boicoteen un plebiscito constitucional para que parezca ilegítimo, y expone una serie de opciones de cambio constitucional que el autor considera imposibles o improbables: confederación, federación, reparto, soberanía conjunta entre Londres y Dublín, e independencia de Irlanda del Norte. Tras examinar las distintas opciones, O’Leary propone dos modelos de reunificación que considera más viables.
El primero implicaría una Irlanda del Norte descentralizada dentro de un Estado de la totalidad de Irlanda, en el que las instituciones creadas por el Acuerdo de Viernes Santo pasarían simplemente a control irlandés y un Parlamento unificado ejercería amplios poderes en y sobre la región, al igual que hace Westminster en la actualidad. Tal como lo describe audazmente O’Leary, este modelo significaría que Irlanda del Norte tendría su propia versión de «gobierno autónomo» dentro de una Irlanda unida.
En oposición a este modelo, O’Leary plantea lo que denomina una «Irlanda integrada», un proceso más drástico por el que Irlanda del Norte sería absorbida por un Estado irlandés unitario. En la actualidad, el modelo descentralizado parece la opción más tolerable para los protestantes culturales, mientras que los nacionalistas y republicanos preferirán naturalmente la integración total. O’Leary sostiene, sin embargo, que podría desarrollarse «una futura convergencia» de los dos modelos, con estructuras descentralizadas en una Irlanda unida «como acuerdo transitorio, siempre que esté plenamente destinado a conducir a una Irlanda integrada».
Aunque no lo dice explícitamente, la visión de O’Leary de la reunificación como un nuevo comienzo —definido por «la renovación de nuestras instituciones, nuestras relaciones, nuestras políticas, nuestras alianzas internacionales, nuestras políticas económicas, culturales y sociales, nuestras libertades y nuestros derechos»— se parece mucho a la absorción del Norte por el Sur con un lavado de cara para este último. ¿Cuál es su enfoque preferido para la reunificación: un cambio de paradigma o una versión ampliada y superficialmente editada del actual Estado del Sur, con el mismo modelo económico neoliberal? O’Leary hace gestos a favor de lo primero, pero su análisis nos orienta hacia lo segundo.
En una breve sección sobre el futuro de la isla, O’Leary identificó lo que consideraba las «megatendencias» dominantes en el mundo globalizado que podrían condicionar a Irlanda. Estas tendencias incluyen «la desdemocratización, la plutocracia, la desigualdad», «la erosión de los partidos socialdemócratas y social-liberales» y «el vaciamiento de los partidos políticos» en general. Esto nos da una valiosa idea del pensamiento de O’Leary sobre la UE (que está en gran parte ausente en el libro).
Aunque reconoce que el descontento con los resultados del neoliberalismo podría «producir convulsiones periódicas dentro y fuera de la UE», O’Leary cree que ese descontento puede afrontarse dentro de las estructuras actuales de la UE y augura un futuro optimista al proyecto europeo. Tanto la UE como la eurozona deberían «ser transformadas en un modelo más social y socialdemócrata (aunque estas etiquetas no sean necesarias)», con un mandato del Banco Central Europeo para promover el pleno empleo y una mayor redistribución de la riqueza. Esto podría lograrse, en su opinión, permitiendo que «los Estados miembros utilicen medidas de bienestar social, políticas de renta básica y políticas de deuda, que irán parcialmente en contra de las llamadas libertades de mercado».
Por muy encomiable que pueda ser esta visión, muchos observadores han cuestionado acertadamente la idea de que las instituciones europeas sean reformables de este modo, y el propio O’Leary reconoce que el neoliberalismo estaba incrustado en los estatutos de la UE. La idea de que Alemania pueda someterse algún día a la soberanía de los muchos Estados miembros más pequeños de la UE es quijotesca. Sin embargo, en este análisis, O’Leary rechaza la idea de un cambio radical, favoreciendo en su lugar un atemperamiento del capitalismo por las fuerzas de «la socialdemocracia, el liberalismo social, el ecologismo y el feminismo».
El caso alemán parece más prometedor como modelo, aunque Making Sense cita el trabajo de Gerhard Albert Ritter, quien ha argumentado que la unificación en 1990 fomentó un giro neoliberal en el conjunto de Alemania en su libro The Price of German Unity (El precio de la unidad alemana). O’Leary lanza una advertencia sobre seguir ese camino en Irlanda «cuando el sureño promedio bien puede estar alejándose de una sobredosis de neoliberalismo». En ningún momento, sin embargo, discute los aspectos prácticos de cómo se podrían limar las peores tendencias del neoliberalismo irlandés a través de la reunificación.
Como comenta irónicamente O’Leary, el enfoque del discurso unionista sobre la economía de una Irlanda integrada ha cambiado drásticamente, pasando de subrayar la debilidad de la economía del sur a hacer hincapié en la dependencia de del norte del apoyo financiero del Estado británico: «’Les costaríamos demasiado’ se convirtió en la nueva línea unionista, dirigida a los sureños preocupados por los impuestos». El autor insiste en que la economía del Sur es lo bastante robusta como para soportar el coste de la reunificación, que en cualquier caso se exagera en gran parte de los comentarios de los medios de comunicación.
O’Leary se desentiende de las críticas de las izquierdas al modelo económico irlandés que atribuyen las altas tasas de crecimiento a «manipulaciones contables de multinacionales en un paraíso fiscal». La principal refutación que ofrece a tales «cínicos» es anecdótica:
Esta prospección impresionista simplemente no es suficiente para responder a las interrogantes sobre el lugar de Irlanda en el sistema económico mundial y las complejidades de las estructuras de clase irlandesas.
No hace falta creer que todo el crecimiento económico desde la década de 1980 ha sido un espejismo para reconocer que las estrategias de evasión fiscal adoptadas por empresas como Apple han inflado masivamente las cifras principales del PIB irlandés. En 2015, por ejemplo, las cifras oficiales pretendían mostrar un crecimiento del PIB del 26%. Dado que O’Leary cita repetidamente cifras del PIB per cápita, su incapacidad para discutir este fenómeno de manera seria deja un agujero importante en su argumentación.
Por su parte, las empresas recibirán del Estado irlandés «excelentes infraestructuras y graduados altamente cualificados» y sólo tendrán que pagar a cambio unos impuestos bajos (o «estables», como los describe O’Leary): «De este acuerdo pueden surgir más pequeñas y medianas empresas irlandesas y una incremento de escala de las compañías autóctonas que puede liberar en parte a Irlanda de la dependencia exterior». No explica cómo la profundización de la inversión extranjera directa en Irlanda conduciría automáticamente a una menor dependencia de los flujos internacionales de capital y a una mayor industria nacional. Este pasaje optimista del libro parece más una declaración de relaciones públicas de un ministro de finanzas irlandés que el análisis de un erudito crítico.
O’Leary basa sus prescripciones en lo que llama «los tópicos tradicionales de la economía socialdemócrata», en contraste con los respectivos mundos de ensueño de «los libertarios del libre mercado y los burós de planificación comunista». Afortunadamente, escribe, Irlanda «se encamina en esta dirección socialdemócrata bajo la presión y la receptividad democráticas». Aduce una prueba principal en apoyo de esta afirmación:
En este sentido tanto el Fine Gael como el Partido Unionista Democrático y los Conservadores Británicos podrían cobijarse bajo la gran marquesina de la «la política economica socialdemócrata», ya que no proponen un papel tan restrictivo del Estado en los asuntos sociales. Incluso los republicanos de Estados Unidos han negado con indignación las acusaciones de que planean desguazar la Seguridad Social y el Medicare.
En cambio, si adoptamos una definición más rigurosa y significativa de la socialdemocracia, los únicos partidos de la política de la República de Irlanda que piden reformas socialdemócratas son el Sinn Féin y la izquierda radical -supuestamente esta última es la que O’Leary tiene en mente cuando se burla de los «planificadores comunistas». Los partidos conservadores en el poder se oponen rotundamente al plan del Sinn Féin para abordar la crisis de la vivienda, tema que ciertamente se sitúa dentro de lo que comúnmente se entiende por «política económica socialdemócrata».
Aunque se presenta a sí mismo como una figura apartidista, en términos ideológicos O’Leary encajaría perfectamente en el ahora moribundo Partido Laborista irlandés, nadando con las mareas del neoliberalismo progresista, contento con una especie de gradualismo fabianista. No es que Making Sense ofrezca una hoja de ruta ideológica para cualquier proyecto o campaña de reunificación. De hecho, es la pretensión de carecer de ideología lo que probablemente presagie el tenor del debate.
O’Leary reflexiona sobre las implicaciones geopolíticas de la unidad irlandesa. Señala que Estados Unidos favoreció firmemente la reunificación alemana dentro de la OTAN, a pesar del «significativo apoyo al neutralismo y al pacifismo dentro de la opinión pública alemana». Una situación similar podría darse en Irlanda, con el gobierno norteamericano apoyando tácitamente la reunificación a cambio de la adhesión del nuevo Estado a la OTAN. Parece como si el propio autor, junto con gran parte de la clase mediática de Dublín, se sintiera totalmente cómodo con el mentado escenario.
En una sección con el ominoso título de «Proteger Irlanda», O’Leary sostiene que Irlanda «corre el peligro de exagerar su disposición pacífica» y lamenta los recortes de la era de la austeridad en el gasto militar irlandés, señalando que Rusia realizó maniobras navales dentro de la zona económica de Irlanda. Rápidamente llega al quid de la cuestión: «¿Ya es hora de que Irlanda entre en la OTAN?». Aunque O’Leary afirma que actualmente Irlanda «no está en condiciones de convertirse en miembro de la OTAN», esto se debe únicamente al bajo gasto en seguridad y a los escasos niveles de reclutamiento en los cuerpos de seguridad. La falta de un mandato popular para ello no constituye una preocupación primordial.
Para O’Leary, la «apertura formal» de un debate sobre la pertenencia a la OTAN, con o sin la unidad irlandesa, está «obligada por el bombardeo ruso de ciudades y civiles europeos» en Ucrania. No menciona el bombardeo estadounidense de ciudades y civiles de Oriente Medio como un factor que también deberíamos tener en cuenta, aunque afirma que Irlanda —cuyos ciudadanos son, en su opinión, «generalmente proamericanos»— «no ha aprobado la mayoría de las recientes ‘guerras eternas’ de Estados Unidos». Si bien esto puede ser cierto en lo que respecta a la opinión pública, la clase política irlandesa no tuvo ningún reparo en poner el aeropuerto de Shannon a disposición de Estados Unidos como base de guerra para la invasión de Irak.
Sin duda, el gobierno de Bertie Ahern también habría estado encantado de enviar una modesta fuerza para unirse a la «Coalición de Voluntarios» si la neutralidad irlandesa no se hubiera interpuesto en su camino. La descripción que hace O’Leary de la política exterior tradicional irlandesa como «pro-desarrollo y pro-paz, distanciándose del imperialismo de las grandes potencias» es una imagen esterilizada de la realidad. Pero los fragmentos de verdad que contiene —por ejemplo, una postura ante Palestina ligeramente mejor que la de la mayoría de los Estados miembros de la UE— no sobrevivirán si el bando contrario a la neutralidad se sale con la suya.
Pero hay una lección importante que sacar de este libro. Las fuerzas de izquierda deben empezar a desarrollar sus propias visiones alternativas de una Irlanda unida, en oposición a las que empiezan a dominar las columnas de los periódicos, las señales de TV y radio y las estanterías de las librerías irlandesas. Los modelos propuestos por O’Leary deberían incitar a la amplia izquierda irlandesa a establecer su propia postura.
¿Qué opción constitucional sería más propicia para un reajuste radical del poder? ¿Qué papel debería desempeñar la izquierda en cualquier campaña de reunificación? ¿Cómo puede participar en la formación de coaliciones y desarrollar sus propias ideas sobre cómo debería ser una Irlanda unida? Sin comprometerse con un nacionalismo cívico pujante y sus ideas, la izquierda corre el riesgo de que aquello que podría convertirse en una fuerza arrolladora e imparable —el renacimiento constitucional o incluso la ruptura— le pase de largo.
[1] Ndt: Históricamente en Irlanda, unionista es el término que describe a quienes desean mantenerse como parte del Reino Unido británico, mientras que quienes buscaban la independencia de toda o parte de la isla. No deben confundirse los actuàls conceptos de unidad o unificación, con los tradicionales de unionismo o Unión (en inglés, Unity vs .Union.)
[2] NdT: autopista de circunvalación de Dublin.
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