Pasó un año desde que el mundo llegó a las calles de Glasgow para la COP26. Durante dos semanas, la ciudad escocesa fue el centro del mundo para los lobistas y los negociadores del medioambiente y para las oenegés y los activistas contra el cambio climático. Durante estos catorce días, la COP26 también dominó la política del Reino Unido. Boris Johnson todavía era el primer ministro y el gobierno tory intentó usar su rol de anfitrión para hacer gala de una injustificada reputación ambientalista.
Este año la industria de la cumbre climática converge hacia el pertinentemente cálido centro turístico de Sharm el-Sheij en Egipto para realizar la COP27. Pasaron doce meses y aunque muchas cosas cambiaron penosamente, otras siguen igual. Como en cualquier otra de estas reuniones de nuestra historia reciente, los medios y las oenegés juntan fuerzas para sobreestimar su importancia. Una editorial del Observer afirma que la COP27 «representa una de nuestras últimas oportunidades de evitar la catástrofe global». La Organización Mundial de la Salud insiste en que es «nuestra última oportunidad de garantizar un futuro saludable para la humanidad». Son las mismas cosas que decía Gordon Brown durante la COP15 de 2019.
Entonces, ¿a qué apunta realmente la COP27? Lo primero que debemos entender es que no todas las COP son iguales. Las cumbres más importantes suceden aproximadamente cada cinco años. La COP26 de Glasgow fue una de estas. Lo mismo la COP15 de Copenhagen y la COP21 de París. Estos son los lugares donde realmente se toman decisiones. El ejemplo más famoso es el Acuerdo de París de 2015. La función de las cumbres intermedias como la COP27 es informar y debatir la implementación de los acuerdos más importantes.
Los debates de la COP27 tratan sobre temas como las metas de descarbonización, la adaptación y la agricultura. Lo más significativo es la negociación sobre la economía del clima. Pospuesta en las reuniones pasadas, la cuestión de las compensaciones por daños y perjuicios —exigidas desde hace mucho tiempo por los países más pobres y resistidas por los más ricos— probablemente vuelva a ocupar un lugar importante en la agenda.
En un primer momento, el actual primer ministro, Rishi Sunak, dijo que no asistiría a la COP27 y provocó la ira de Alok Sharma, quien todavía representa al gobierno en la COP26 —aunque hace poco fue desplazado a un cargo de menos jerarquía en el gabinete— y criticó al mandatario diciendo que estaba «bastante decepcionado». Boris Johnson —otro que aprovecha cualquier oportunidad para apuntalar su ecoreputación— también asistió al evento y suscitó inevitablemente comparaciones con su exministro. Fueron este ataque tory y la condena de los medios los que forzaron a Sunak a hacer un giro de 180 grados y anunciar que asistiría a Egipto pocos días antes de que comenzara el evento.
Sunak es un blanco fácil en cuestiones climáticas. Es el tipo que aceptó casi 150 000 libras de financiamiento de campaña de representantes de la industria del gas y del petróleo durante su primera disputa por la dirección del Partido Conservador. Y aunque rápidamente cambió de dirección y dio marcha atrás con la impopular supresión de la prohibición del fracking de Truss, las promesas de Sunak sobre el medioambiente no fueron más que consignas vacías y advertencias sobre una descarbonización «demasiado firme y rápida». Una visita oportunista de última hora a Egipto no debería despertar mucha confianza en su gobierno. En contra de lo que dicen los medios, la COP27 no es un evento importante en la lucha contra el cambio climático. Para Sumak es poco más que una operación mediática diseñada para mantener la ilusión del compromiso ambientalista de los conservadores.
El gran error que muchos cometen es creer que las cumbres de la COP tienen el fin de detener el cambio climático. No es así. Si este fuera el caso, la agenda estaría dominada evidentemente por estrategias que apuntaran a eliminar gradualmente los combustibles fósiles y los Estados habrían acordado hace mucho tiempo garantizar financiamiento con este objetivo a los países más pobres. En cambio, las cumbres hasta ahora priorizaron sostener los intereses de los países capitalistas más ricos y negociar el comercio y la creación de nuevos mercados de carbón más rentables.
Cualquier COP capaz de iniciar una transición energética justa a nivel mundial debería orientarse fundamentalmente a enfrentar el sistema capitalista mundial que está en la raíz de las crisis ecológicas. Debería reconocer que una economía política mundial que coloca las ganancias por encima de cualquier otra cosa solo puede conducirnos hacia el desastre. Pero la UNFCCC fue diseñada básicamente como parte de un conjunto desigual de relaciones de poder internacionales donde los ricos dominan a los pobres. Como sucedió en las cumbres anteriores, es justo que los trabajadores y los activistas planteen sus reivindicaciones ante la COP27 en busca de concesiones. Sin embargo, debemos tener en claro que los participantes del evento simplemente no están preparados para hacer lo que necesitamos que hagan.
Quienes estamos interesados en la justicia climática deberíamos poner nuestras expectativas en las luchas internacionalistas por un orden mundial equitativo fundado en la paz y en la justicia. Por ejemplo, el reciente triunfo de Lula convierte a Brasil en el último país latinoamericano que gira a la izquierda, y el nuevo presidente prometió proteger el Amazonas después de la destrucción ecocida de Bolsonaro. En Papúa Occidental, el movimiento de liberación indígena sigue resistiendo el extractivismo colonial con la ambición de independizarse y abrir camino al primer Estado verde del mundo.
A nivel mundial, observamos el resurgimiento de un movimiento obrero que considera la acción industrial como parte de la lucha por una nueva economía. Aunque ahora los trabajadores están exigiendo mejores salarios y condiciones laborales en medio de una crisis inflacionaria, su poder industrial no deja de ser la base de cualquier lucha exitosa por la transformación económica y la descarbonización. Nuestra esperanza no debe estar puesta en las salas de negociación esterilizadas donde negocia una tramposa diplomacia internacional, sino en la solidaridad internacional de todos los que luchan por un mundo mejor.
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