En el momento actual de la campaña electoral, la consolidación de una ventaja sustantiva muestra un favoritismo tan grande por Lula que la hipótesis más probable es que gane en la primera vuelta. Aunque con cierto margen de incertidumbre, es posible que obtenga una mayoría absoluta. Una victoria en el sudeste y en el nordeste, apoyada por los más pobres, las mujeres, los negros y la juventud, reforzada por el desplazamiento silencioso de electores de otras candidaturas, especialmente la de Ciro Gomes, podría garantizar el 2% que falta.
Es la mejor hipótesis porque, si la segunda vuelta fuera inevitable, octubre de 2022 será definitivamente el mes más largo de nuestras vidas. Bolsonaro no dudará en «armar un escándalo». «Armar un escándalo» es una forma de describir lo que será una campaña electoral espantosa, implacable y despiadada. Ya tuvimos una buena muestra, en los últimos meses, de cómo los odios sociales acicateados por los fascistas diseminan el terror político. Pero puede ponerse mucho peor.
El 7 de septiembre nos dejó una enseñanza fundamental: hay un movimiento político de tipo fascistoide en Brasil. Cualquier confusión, duda o tergiversación sobre la caracterización, implantación y capilaridad de esta fuerza política sería un error de consecuencias estratégicas. No es un partido fascista de tipo «clásico» por múltiples razones —es un tema complejo—, pero esto no merma el peligro que representa el bolsonarismo. Remite a factores estructurales, como la fractura de la burguesía y las dificultades de organización de los sectores medios, y también a factores superestructurales.
Hubo mucha improvisación en la preparación de la candidatura de 2018: tuvieron que recurrir a una sigla de alquiler; en busca de la mayoría en el Congreso, impusieron una negociación con la jungla de más de doce partidos del centrão; el estilo de liderazgo personal de Bolsonaro genera divisiones, incluso en la extrema derecha; etc. Pero el bolsonarismo no desaparecerá con una derrota electoral. Solo una profunda derrota política, que debe pasar por la investigación, la condena y la detención de Bolsonaro, y que depende a su vez de un cambio en la relación social de fuerzas, abrirá el camino a su desaparición.
Imaginar que las Fuerzas Armadas exigirán esta prerrogativa para reforzar la legitimidad del TSE si Lula vence en las elecciones es una apuesta insensata que ignora el papel que tuvo el Ejército durante los últimos cuatro años. La Justicia Electoral es la única institución con la atribución de contar y sumar votos y promulgar el resultado. El derecho de fiscalización de las elecciones no autoriza el cómputo independiente ni mucho menos el anuncio o la proclamación de ningún resultado. Nada. El permiso otorgado a las Fuerzas Armadas, que las habilita a tener un centro de conteo propio, es descabellado. Al contrario de lo que sucedió en las elecciones de Estados Unidos, en Brasil, el Alto Comando del Ejército es cómplice de Bolsonaro.
Ojalá fueran posibles una victoria en la primera vuelta, y una transición sin terribles turbulencias. Pero no lo son. Necesitamos tener un plan A, un plan B e incluso, por las dudas, un plan C. Preparémonos para la peor de las hipótesis. No podemos dejar que se nos escape la victoria en las urnas. Mucha gente sufrió demasiado para que esto sea posible.
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