Guerra

No hay «campo antimperialista» en la guerra en Ucrania

La línea de los internacionalistas en la Primera Guerra Mundial fue el derrotismo revolucionario, en oposición irreconciliable al apoyo a sus propios gobiernos imperialistas en cada país. El derrotismo revolucionario consistía en considerar que la derrota de su gobierno imperialista era la mejor manera de ganar la paz. Eso significaba que los trabajadores de Alemania debían luchar contra el gobierno del Kaiser. Y en Rusia, por la derrota del gobierno del Zar.

Hoy el internacionalismo pasa por denunciar la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Se trata de la lucha de la izquierda en Rusia contra Putin. Pero en EEUU y en Europa, la izquierda debe luchar contra los gobiernos de Biden, Boris Johnson, Macron, Olaf Scholz y todos los demás aliados de la OTAN. El imperialismo estadounidense dirige la OTAN y su proyecto es la transformación de Ucrania en un protectorado.

Es necesario exigir la retirada de las tropas rusas. Y es fundamental defender los derechos democráticos de quienes están siendo encarcelados en Rusia por oponerse a la guerra. Pero también es necesario decir que la OTAN debe retirarse inmediatamente, dejar de enviar armas al gobierno de Ucrania, levantar esas sanciones económicas que recaen sobre el pueblo de Rusia, no sobre Putin y la oligarquía capitalista que lo apoya.

El problema teórico-político es que la guerra ya no es sólo una guerra de Rusia contra Ucrania. En diez días, la guerra ha adquirido una doble dimensión. El tiempo se ha acelerado. Diez días de guerra equivalen a meses o años en tiempos de paz.

No es la primera vez que la historia nos sitúa ante una guerra que tiene varias dimensiones. La Segunda Guerra Mundial también fue una guerra «múltiple». Comenzó como una guerra interimperialista entre Alemania y Gran Bretaña, y evolucionó con la formación del Eje Berlín, Roma y Tokio contra los Aliados. Pero fue simultáneamente otras tres guerras:

(a) fue una guerra contrarrevolucionaria contra la URSS con el proyecto de colonización de Europa del Este y esclavización de los pueblos eslavos;

(b) fue una guerra de exterminio contra judíos y gitanos, el holocausto;

(c) fue una guerra de disputa entre dos formas de Estado o regímenes políticos, la democracia liberal y el fascismo.

Otra discusión teórico-histórica es sobre la naturaleza imperialista del Estado ruso. Es clave porque un sector de la izquierda ha abrazado la idea de que la guerra en Ucrania sería una guerra preventiva de un Estado independiente (algunos lo consideran incluso periférico) contra el imperialismo estadounidense.

El debate teórico sobre la naturaleza del imperialismo en el siglo XXI debe hacerse con rigor y responsabilidad. Un pequeño error teórico se convierte en una tragedia política irreparable. La definición de los criterios parece ser una buena discusión preliminar. El lugar de cada país en el sistema internacional de Estados depende de al menos cuatro variables estratégicas:

(a) su inserción histórica en la etapa anterior, es decir, la posición que ocupó en un sistema extremadamente jerárquico y rígido: al fin y al cabo en los últimos ciento cincuenta años sólo un país, Japón, se incorporó al centro del sistema, y todos los países coloniales y semicoloniales que se elevaron en su inserción, como Cuba, lo hicieron sólo después de revoluciones que les permitieron ganar mayor independencia;

(b) el tamaño de su economía, es decir, el stock de capital acumulado, la capacidad de tener soberanía monetaria, el papel en la creciente financiarización del mundo, es decir, si es exportador o importador de capital; los recursos naturales -como el territorio, las reservas de tierra, los recursos minerales, la autosuficiencia en energía, alimentos, etc. – y los recursos humanos -entre ellos, su fuerza demográfica y el avance cultural de la nación-, así como la dinámica de desarrollo de la industria, es decir, su posición en la división internacional del trabajo y en el mercado mundial;

(c) la capacidad de cada Estado para mantener su independencia y control sobre sus áreas de influencia. Es decir, su fuerza militar de disuasión, que depende no sólo del dominio de la técnica militar o de la calidad de sus Fuerzas Armadas, sino del mayor o menor grado de cohesión social de la sociedad, por tanto, de la capacidad política del Estado para convencer a la mayoría del pueblo, si fuera necesario, de la necesidad de la guerra;

(d) las alianzas a largo plazo de los Estados entre sí, que adoptan la forma de tratados y acuerdos de colaboración, y el equilibrio de poder resultante de los bloques formales e informales de los que forman parte, es decir, su red de coaliciones.

Estos cuatro criterios pueden resumirse como una evaluación de la historia, la economía, la política y las relaciones internacionales. Hay que tenerlos en cuenta al analizar el lugar de Rusia. Rusia fue uno de los mayores imperios europeos, y la Revolución de Octubre la mayor victoria de la revolución socialista mundial. Pero la restauración capitalista ocurrió hace treinta años.

El Estado ruso no ha perdido toda su influencia en el Cáucaso y Asia Central, como ya han confirmado la intervención en Georgia, la reciente guerra entre Armenia y Azerbaiyán, la intervención militar en Kazajistán, la conservación de Lukashenko en Bielorrusia y la anexión de Crimea. Rusia es una potencia regional. La invasión de Ucrania es una nueva demostración de fuerza.

El peso de la economía rusa no puede medirse teniendo en cuenta únicamente la metodología de medición del PIB, que es muy controvertida. Aunque es decisiva a largo plazo, la economía no es la única variable que hay que tener en cuenta. La cohesión política del régimen bonapartista y la fuerza de su capacidad de movilización militar están siendo puestas a prueba, al igual que la alianza con China.

La caracterización de imperialismo subalterno o subimperialismo no parece una exageración, porque está colocada a prueba en el laboratorio de la historia. Además, en lo que respecta a las relaciones internacionales, conviene recordar que no existe un monolitismo en el campo imperialista estadounidense sobre la relación con Rusia: Trump y la mayor parte de la extrema derecha europea abogaron por algún grado de alianza con Putin para evitar un alineamiento de Moscú con China.

Valerio Arcary

Historiador, militante del PSOL (Resistencia) y autor de O Martelo da História. Ensaios sobre a urgência da revolução contemporânea (Sundermann, 2016).

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