Entre las muchas batallas antineoliberales que se están librando en Nuestramérica, la potencia plebeya ha logrado irrumpir con determinación e iniciativa autónoma en el proceso político chileno. La metáfora de un «estallido» que irrumpiera el 18 de octubre de 2019 captura el colapso del orden subjetivo y sociopolítico del gobierno neoliberal. Desde ese momento, la economía política que sostiene esa forma de gobierno se ha visto constantemente impugnada y desestabilizada.
Esta politización social ha desbordado los patios institucionales de la democracia «en la medida de lo posible», pero ha contado también con importantes expresiones electorales. El abrumador triunfo del Apruebo en octubre de 2020 fue seguido por una reconfiguración significativa del mapa de fuerzas políticas del 15 y 16 de mayo, reflejado en la alta composición de independientes (cercana al tercio) tanto en la Convención Constitucional como en las alcaldías a lo largo del país. Y este desplazamiento de fuerzas no se ha detenido.
Por otro lado, a pesar de compartir el pacto electoral Apruebo Dignidad para las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre próximo, el Frente Amplio y el Partido Comunista han ido progresivamente dividiendo aguas en sus votaciones en la Convención. Mientras el primero se ha alineado consistentemente con el Colectivo Socialista (electos en cupo del Partido Socialista), el PC ha ido articulando posiciones desde el campo independiente de izquierda, representado por los convencionales de la Lista del Pueblo y de Pueblos Originarios.
Ante la crisis de representación generalizada, la Convención ofrece ciertas referencias para leer las rearticulaciones de fuerzas en curso. Sin embargo, aún cuando su rendimiento simbólico se encuentra en pleno apogeo, las condiciones para su eficacia política son aún precarias. Siendo la Convención el producto de un acuerdo parlamentario (el 15N de 2019), la demanda por su transformación en una verdadera Asamblea Constituyente ha sido una tensión constante y en pleno desarrollo, concomitante con la construcción del mandato popular soberano.
Como ha señalado Camila Vergara, para construir ese mandato popular se hace necesario ejercitar «una imaginación institucional que nos permita pensar en una infraestructura de participación popular deliberante y vinculante en el proceso constituyente». El proceso en curso de definiciones de funcionamiento de la Convención se proyecta hasta septiembre, y en él se definirán las cuestiones específicas de participación, deliberación y vinculación.
En este marco, las características del próximo gobierno y su parlamento son fundamentales para que las fuerzas transformadoras no terminen aisladas en una trinchera al interior de la Convención y reducidas en los distintos espacios populares de resistencia y construcción de alternativas.
Por el lado de Apruebo Dignidad, compuesto por el Frente Amplio, el Partido Comunista y otras organizaciones, el transcurrir de la campaña vio debilitarse la opción de Jadue —quien parecía tener el triunfo asegurado— en manos del frenteamplista Gabriel Boric. En un constante clima de animadversión del medio oficial hacia Jadue, que combinó la artillería del «antisemitismo» (que ya surtiera efectos contra Corbyn en Reino Unido) y el habitual anticomunismo del medio (hoy poblado con los fantasmas de Venezuela y Cuba), Boric supo instrumentalizar a su favor todas estas circunstancias, en un giro evidente hacia un electorado moderado y de centro.
Las dificultades Jadue por posicionar su candidatura como la continuación del programa de las revueltas se vieron reforzadas por desaciertos y trampas comunicacionales. Por su parte, priorizando la batalla comunicacional por sobre la programática, Boric logró 1 millón 58 mil de los 1 millón 751 mil votos que alcanzó en total Apruebo Dignidad.
En total, un 21% del padrón electoral chileno fue a votar en estas primarias legales, de las que no participó ni el ultraderechista Partido Republicano (que se espera llegue a la papeleta en noviembre), ni los partidos de la ex Concertación, hoy agrupados como Unidad Constituyente (Partidos Socialista, Demócrata Cristiano, Radical y Por la Democracia). Después de varias dificultades, estos últimos anunciaron primarias convencionales (sin patrocinio estatal) para el 21 de agosto, cuya casi segura ganadora será la democratacristiana Yasna Provoste, actual presidenta del Senado.
El anuncio conjunto de la Lista del Pueblo y otras actorías y articulaciones territoriales sobre su voluntad de levantar una candidatura como Cueva –que ponga al «partido octubrista» en carrera presidencial y que, de ese modo, fortalezca una lista parlamentaria que comienza corriendo con abismante desventaja– ha vuelto a despertar inquietud y animadversión en el establishment.
Más allá de los esperables fantasmas reaccionarios, dentro del campo transformador el principal interrogante parece girar en torno al rendimiento electoral real de esta alternativa: si es acaso otra candidatura testimonial o bien se trata de un momento superior en la maduración del poder destituyente aún en desarrollo, capaz de convocar y representar una alternativa real desde el heterogéneo campo popular por la conducción del proceso refundacional en curso. Un escenario de desencanto progresivo del voto de Jadue respecto del realineamiento centrista de Boric y el Frente Amplio puede contribuir al desarrollo de este proyecto, pero no es en ningún caso suficiente.
Se trata más bien de convocar al malinterpretado «voto independiente», que ha demostrado que su posición de independencia no implica indiferencia hacia la política como espacio de disputa sino autonomía respecto de las reglas y amarres de los dispositivos institucionales constituidos, incluido el sistema de partidos. Y esto sin que lo anterior implique restarse de participar desde esa independencia en ninguna de las instancias de disputa del poder. La posición de independencia es entonces de ruptura, y debe expresarse también desde un situarse en el heterogéneo campo popular, trascendiendo la distancia entre pueblo y élite y articulando en cambio al polo independiente como el sector de los pueblos, comunidades y territorios que luchan.
En efecto, el crecimiento del padrón electoral con posterioridad a las revueltas no parece haber sido convocado por los partidos del régimen a participar de las primarias legales, a pesar del carácter refundacional con que fueron difundidas. Se trata de casi 2 millones de votos, de los cuales la Lista del Pueblo capturó más de 900 mil en las elecciones convencionales. Algunos plantean que este escenario es irreproducible sin las condiciones de aquellas elecciones (listas de independientes, escaños reservados, paridad de género). Sin embargo, esta misma inercia del poder constituido por la apertura democrática del proceso es la que ha venido alimentando al movimiento destituyente y constituyente en potencia e iniciativa.
La hipótesis electoral de la izquierda extrapartidaria plantea entonces la posibilidad de convocar a un electorado que trasciende el eje constituido de izquierdas y derechas, asumiendo la diversidad (incluso irreductibilidad) del campo popular al que se apela pero ofreciendo un proyecto de gobernabilidad alternativo, que no solo se ponga al servicio del proceso constituyente en todos sus niveles y complejidades sino que al mismo tiempo asuma como propias las luchas y necesidades de quienes siguen haciendo frente a la depredación extractivista y criminalizadora de la sobrevivencia que está en la base del modelo capitalista chileno.
La candidatura de Cuevas asume así el desafío presidencial de dar consistencia simbólica y coherencia política al carácter popular de esta alternativa independiente. Se trata de disputar los contenidos de la gobernabilidad posible más allá del poder constituido, desarrollando capacidades de planificación y ejecución participativa de estas formas de gobierno. Las diversas articulaciones territoriales y corrientes municipalistas constituyentes son plataformas propicias en estos ejercicios de democracia radical. En lo inmediato, para desplegar procesos de participación constituyente deliberativa y vinculante. Y en lo sucesivo, para aportar a generar transformaciones más profundas.
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