Toda revolución es antes una gran conversación y toda gran conversación ha escogido antes, con paciencia de gramático, un nuevo vocabulario. Ese nuevo vocabulario está escrito en el diccionario de las protestas y su alfabeto se construye negando la conveniencia de lo existente.
El 15M fue una gran conversación que habló con las palabras creadas a lo largo de una década. Son palabras como espadas forjadas durante el No a la guerra de Irak, en las manifestaciones universitarias contra el Plan Bolonia, en las huelgas y en los primeros de mayo, en las protestas contra la precariedad laboral que afectaba duramente a los jóvenes, en las reclamaciones contra las sanciones por intercambiar contenidos en la web, que aprendió de las protestas en el mundo árabe, en Grecia, en Portugal. Y que se comunicó a través de las redes sociales trasladando a la política esa horizontalidad, fragmentación, participación y flujos de las redes.
El 15M fue una gran conversación, antesala de un gran cambio que iba a despedir a los grandes acuerdos construidos en España después de la muerte de Franco, que bebía de todos los descontentos que se fueron acumulando y que se expresó con las nuevas herramientas tecnológicas del siglo. Ese descontento tuvo como principal protagonista a las grandes ciudades, pero empoderó a la gente en los pueblos para construir su 15M. Era un clamor repartido que corría con la velocidad de internet.
Demasiada corrupción, demasiada austeridad, demasiada distancia entre las promesas y los hechos. Pero nada había escrito que ese día iba a ser diferente. Pero lo fue porque alguna gente decidió quedarse a acampar en la Puerta del Sol. Y lo fue porque al Ministro Rubalcaba, del PSOE, le pareció una buena idea mandar a los antidisturbios a disolver a esos jóvenes que protestaban pacíficamente porque no tenían trabajo ni casa ni futuro. Y lo fue porque la gente tenía teléfonos móviles y a través de los mensajes de los móviles se comunicó que la policía estaba pegando a unos manifestantes acampados que no estaban haciendo nada que fuera contra la Constitución o contra el sentido común. Muy al contrario. En agosto de 2011, el PSOE y el PP cambiaban por primera vez de manera sustancial la Constitución, y al tiempo que se disparaban los desahucios, que había noticias sobre niños que se desmayaban con hambre en colegios ruinosos, que uno de cada dos jóvenes estaba en el paro y que las pensiones se estrangulaban, se daba prioridad al pago de la deuda a la enriquecida Alemania por delante del gasto social.
El gobierno de Rodríguez Zapatero sufrió un durísimo ataque de la derecha confesional por el matrimonio homosexual. Sin embargo, el gobierno de coalición ha aprobado la ley de eutanasia, mucho más agresiva contra los principios católicos, sin oposición alguna. Es verdad que el confinamiento y la pandemia han dificultado las protestas, pero había algo más de fondo: la sociedad española no acepta el sufrimiento innecesario e impedir la eutanasia era dolor innecesario. El mensaje radical de fraternidad del 15M está detrás de este cambio.
Por aquel entonces había entre 6 y 8 millones de españoles que no se identificaban con ningún partido. Podemos sacaría en 2015 cinco millones doscientos mil votos. Dolores de Cospedal, la Vicepresidenta del PP en el Gobierno, dijo a los jóvenes acampados en la Puerta del Sol que por qué no montaban un partido si querían hacer política y dejaban de hacer el vago en la calle. Tardaron tres años pero le hicieron caso. Uno de los máximos reclamos del 15M, más democracia, se convertía en un partido que llamaba “casta” a la vieja política y que llegaba cargado de promesas de regeneración. Iba a cambiar mucho, pero menos de lo que se había imaginado, pero todavía no lo sabían.
No bastaba que el Parlamento se pareciera más a España para poder cambiar las cosas. No bastaba entrar en el gobierno para cambiar las inercias de un país que las élites habían construido desde el siglo XIX como monárquico, centralista, católico, bipartidista y clientelar.
El 15M era un movimiento atravesado por la generosidad. Como en la Comuna de París, había rabia frente al poder pero no intención de hacerle daño físico a los culpables de tanta iniquidad. Como en la Comuna de París, todo el mundo daba más de lo que acostumbraba a dar. Comida, mucha comida, compañía, clases, debates, libros, colchas, tiempo, tiempo y más tiempo. Nadie bajaba línea y menos los partidos, y la gente se hacía su propio diagnóstico y coincidía con el de gente que no conocía de nada y todos tenían la sensación de que aprendían juntos y juntas.
Las tareas concretas nacidas de una necesidad pesan más que las ideologías cuando se está manos a la obra. Es más fácil que te expliques a ti mismo cómo encaja tu ideología en esa tarea en la que estáis ayudando que cuando todo queda en el marco teórico. La mera presencia en las plazas en esos primeros momentos era una suerte de certeza de estar haciendo algo correcto.
El 15M marcó un nuevo rumbo en la política. Toda acción genera una reacción. Para saber qué vino para quedarse hay que esperar la contrarrevolución, que pretende regresar a posiciones conservadoras, y entonces el movimiento volverá a levantar la voz y veremos si formarán parte del nuevo consenso político la feminización de la política, las primarias en los partidos, la rendición de cuentas, la mayor sensibilidad frente a la corrupción, la aprobación y cumplimiento de códigos éticos en los partidos, la sensibilidad medioambiental, la limitación de los mandatos, la reducción de los sueldos de los políticos, la reclamación de mayores dosis de transparencia o las exigencias de que los sistemas electorales cumplan el principio “un hombre/una mujer, un voto”. El gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos ha aprobado el fin del voto rogado, que llevó a que en las últimas elecciones el voto del exterior apenas lo realizara uno de cada diez. España expulsó a los jóvenes porque aquí no encontraban trabajo y como regalo añadido se les pusieron enormes dificultades para poder votar. Porque no iban a votar a los partidos que eran responsables de haber tenido que salir fuera de España para trabajar. El fin del voto rogado es un buen ejemplo de lo que ha logrado el 15M.
El 15M fue capturado por un imaginario de los de abajo que señaló correctamente al responsable de este desastre, a banqueros y multinacionales y fondos buitre, y criticó las desigualdades en vez de echar la culpa a los inmigrantes o a la política.
En el capitalismo de los servicios, tanto ganas tanto vales y la utopía es convertir en mercancía todo lo que quieres que se convierta en un derecho. En el 15M había frustración de clases medias a las que se les había interrumpido el ascensor social, jóvenes sobradamente preparados que vivían peor que sus padres, gente que ya no veía en la democracia aquello por lo que habían luchado sus padres sino un fraude. Pero el 15M fue capturado por un imaginario de los de abajo que señaló correctamente al responsable de este desastre, a banqueros y multinacionales y fondos buitre, y criticó las desigualdades en vez de echar la culpa a los inmigrantes o a la política.
El 15M frenó el regreso de la extrema derecha, aunque entre sus filas había gente de extrema derecha, que, en cualquier caso, sabía que su falta de empatía no tenía espacio en las plazas. El 15M, como era un movimiento destituyente, unió a todos los que tenían asuntos pendientes con el sistema. Y juntó a gente que, con un análisis más pormenorizado, nunca se hubieran juntado. Estaban ahí porque querían regenerar el país. Después de echar a Rajoy, al Rey, a Rubalcaba y a Cayo Lara, se terminaron los encuentros. Y por un lado fueron los que votarían a Podemos y por otro los que votarían a Ciudadanos.
Con el tiempo, el eje “derecha-izquierda” regresó, desplazando al de “arriba-abajo”. Pero el recambio generacional se impuso y aunque se quedaron las peanas cambiaron las estatuas: cambiaron los líderes políticos, cambió el Rey, cambiaron los CEOS de las empresas, las direcciones de los bancos. Cambiaron muy poco las direcciones reales de los medios de comunicación tradicionales (salvo El País, después de muchas idas y venidas), aunque cambiaron los comunicadores y los representantes de la cultura (aunque fuera porque “los de siempre” fueron cumpliendo el ciclo biológico).
Podemos se convirtió en Unidas Podemos y no se libró de repetir el papel de los liderazgos fuertes; Ciudadanos desapareció y dejó paso al partido de extrema derecha VOX. El COVID-19 volvió a cobrar un contenido de clase. Los presupuestos del 15M han pasado a un segundo nivel. Pero ahí están, pugnando por abrirse paso. Los cambios siempre se toman su tiempo.
El 15M dijo: “me gustas democracia, pero estás como ausente”. Quería más democracia, algo que contrasta con las nuevas generaciones jóvenes. Una parte han construido una nueva identidad a través del feminismo, con los 8M más multitudinarios de la historia de España (y de muchos otros países). Otro sector numeroso, donde también están las mujeres, ha salido a la calle a defender el medioambiente y la lucha contra el calentamiento global. En algunos lugares, como Catalunya, el movimiento independentista ha ocupado una buena parte del imaginario. Sin embargo, una sensación generalizada entre muchos jóvenes es que no han vivido ningún movimiento social catártico –con enemigos claros y definidos, salvo los violadores y los agresores sexuales-: ni la oposición a la guerra, ni grandes movilizaciones estudiantiles, ni huelgas generales y que expresan, a día de hoy, la acción colectiva en macrobotellones. Una suerte de paréntesis de la conciencia que está captando mejor la extrema derecha, con su discurso nihilista, egoísta, de odio y de identidad nacional, y deja en los márgenes las propuestas solidarias de la izquierda. Y afecta a todas las edades. Por un lado los “yayoflautas” y las reivindicaciones de los pensionistas; por otro, el votante de la derecha y la extrema derecha guiado por el miedo construido por los medios de comunicación a la izquierda. Es un paréntesis. Pero, de momento, es, como han demostrado las elecciones en Madrid, expresión máxima del autoritarismo libertario. Trumpismo cañí del barrio Salamanca.
El 15M dejó de comprar ese juego y quiso que la política les supiera a democracia. No sabían cómo se hacía, pero el primer paso era reclamarlo. Si no te molesta la gangrena no buscas curarla. Y no bastaba que la democracia fuera simplemente un acuerdo institucional frío y tecnocrático para gestionar la vida social. Si el entramado institucional no funcionaba había que hacerse cargo de la democracia; si los resultados de la democracia eran malos, había que dialogar para que fueran mejores. Participar era la clave. Participar los que solo lo habían hecho antes votando.
El pueblo se convocaba y se sentía imbuido del poder constituyente. La democracia debía tener la épica que la legitima, la potencia de cambiar las cosas, la certeza de que en la gente ordinaria hay capacidades extraordinarias. Algo muy alejado del “esto es lo que hay” que respondía la política a una ciudadanía despedida, precarizada, desahuciada, desatendida, postergada, ignorada, embrutecida y entretenida.
Aunque este sueño constituyente es más real en la cabeza que en la práctica. Porque no dejamos de tener intereses privados e ideas diferentes y porque los que tienen privilegios no te lo van a poner tan fácil. El primer programa de Podemos en 2014 a las elecciones europeas se hizo de forma colaborativa. Era sencillo porque el presupuesto europeo parecía infinito. A partir de ahí, todas las promesas de cambio venían con su capítulo de gastos y de ingresos. Es más exigente proponer que expresar la ira. Es más sencillo odiar a la casta que gestionar intereses que chocan entre ellos. Es más frío negociar la parte de verdad de los otros que reclamar tus intereses individuales. Toda la política actual, siempre, desemboca en alguna forma de representación, en protocolos probados y aprendidos, en algún consenso acerca de cuándo el debate se termina y se toman decisiones. Y la épica se rebaja.
Al revés, la salida del líder de Podemos ¿no es una característica muy del 15M? Quizá por la astucia de la razón hegeliana, que hace que las cosas pasen por ser hijas de su época y no de la voluntad de nadie. Pero lo cierto es que la salida de Iglesias deja paso a unos comportamientos más cercanos a la lógica del 15M.
La emergencia de Podemos en un clima bipartidista y un oligopolio mediático urgió lo que se llamó “maquinaria de guerra electoral”, que se parecía demasiado a la vieja política o, al menos, era una versión refrescada del comportamiento tradicional de los partidos, cargada de liderazgo, testosterona, astucia ajedrecística, verticalidad y presencia mediática (que tuvo un momento de gloria porque entendieron en el grupo Mediaset que atender a Podemos perjudicaba al conjunto de la izquierda y porque, de manera clara, aquellos jóvenes brillantes subían las audiencias).
La vacuna que supuso el 15M sigue vigente, pero necesita actualizar esa gran conversación que es la antesala de los cambios.
La ausencia de Pablo Iglesias deja paso a un liderazgo femenino y plural (marcado por Ione Belarra, Yolanda Díaz, Irene Montero, Ada Colau y tantas otras), coral y menos caudillista, más horizontal y menos imitador del centralismo democrático, más deliberativo, mas joven y, al tiempo, con más diálogo con las generaciones mayores, menos marcado por la capitalidad madrileña, menos patriarcal y más sensibilizado con la inmigración (el 15M bebió mucho de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca), y con la preocupación medioambiental que es común a las nuevas generaciones.
A los estudiantes universitarios les han empezado a aburrir soberanamente las clases, aburridos son los partidos políticos y aburridos los periódicos. Pero no todo puede ser divertido. El péndulo de la desafección puede conducir al miedo, a la frustración y al populismo de extrema derecha. Es verdad que esa opción tiene las patas cortas, pero es muy dañina.
La vacuna que supuso el 15M sigue vigente, pero necesita actualizar esa gran conversación que es la antesala de los cambios. La generalización de las primarias en los partidos, el rejuvenecimiento de casi todas las esferas sociales, el surgimiento de Podemos, un gobierno del que forma parte una fuerza a la izquierda del PSOE, los ayuntamientos del cambio, las reivindicaciones soberanistas o independentistas, el movimiento feminista, la mayor aceptación de una renta básica universal, la puesta en marcha de un Ingreso Mínimo Vital, la regulación de los precios de los alquileres, la subida del salario mínimo (que tanto recuerda al ¿Estudias o precarias? del 15M), el fin del voto rogado, la ley de eutanasia, las prevenciones frente a la banca, la enorme sensibilidad ante la corrupción, la sospecha ante las empresas de medios de comunicación, la recuperación del diálogo intergeneracional (“nietos en paro, abuelos trabajando”), la enorme sospecha ante cualquier autoritarismo en cualquier ámbito de la vida social están ligados al 15M.
¿Quién lidera el movimiento feminista? ¿Quién lidera los movimientos de pensionistas? ¿Quién lidera las protestas ecologistas? Los referentes del 15M venían de la auctoritas, Stephen Hassel, José Luis Sampedro, José Saramago. Esa gente que no se muere nunca.
El 15M molesta a los que querían dirigirlo y los que lo dan por muerto, o no estuvieron allí o no lo entienden o lo desprecian porque no sirve a sus fines.
Los que dicen que el 15M está muerto es probable que nunca les gustara el movimiento porque no lo podían dirigir. ¿Estaría el Emérito en Emiratos Árabes sin el 15M? ¿Estaría Unidas Podemos en el Gobierno de España? La subversión del 15M sigue horadando como un viejo topo los cimientos podridos del régimen del 78.
¿Por qué Rato y Bárcenas están en la cárcel? ¿Por qué el fin del voto rogado? El 15M molesta a los que querían dirigirlo y los que lo dan por muerto, o no estuvieron allí o no lo entienden o lo desprecian porque no sirve a sus fines.
Si el 15M fue un debate entre los de arriba y los de abajo, que permitió la idea de “transversalidad”, la resurrección del PSOE con un Pedro Sánchez -que hizo un discurso podemita-, más la emergencia de la extrema derecha, trajo consigo de nuevo el debate “derecha-izquierda”.
Los medios volvieron a hablar de “izquierda y derecha” porque ese debate es mucho más eficaz para el statu quo. La recuperación de ese eje regresó igualmente la idea de la “crispación”, de que todos los políticos son iguales, de manera que el eje “lo nuevo y lo viejo” desaparece, los enemigos de los ciudadanos dejan de ser los millonarios y las culpas de la crisis se difuminan. Con el añadido problemático de que la derecha asume ahora el discurso antisistema. Aunque sea momentáneamente.
La revolución en Rusia de 1905 tuvo que esperar hasta 1917 para operar el gran cambio. Entre medias, la vida sigue con sus vaivenes y planes inesperados. Y sin derrotas, no hay cambios verdaderos porque entonces no se pueden escoger los caminos adecuados.
El COVID-19 va a suponer el penúltimo enfrentamiento entre el modelo neoliberal, que querrá cobrar el precio de las crisis sobre las espaldas de la gente, o la superación democrática de los cuellos de botella de un país en donde aún pesa el franquismo sociológico. Con una Europa todavía hablando el lenguaje de la austeridad –apenas ha empezado a regresar a una idea más social- es probable que regrese el descontento. Y ese descontento va a necesitar la memoria del 15M para que la acción colectiva no la capitalicen esas nuevas formas de fascismo del siglo XXI (llámese trumpismo o de cualquier otra manera) , para que caigan del lado correcto de la historia: el que despliega la autoconciencia y la fraternidad. El que nos ha traído hasta aquí.
No es lo mismo sentirse cuidado en las plazas desde la fraternidad, que sentirte cuidado en una identidad excluyente y violenta que necesita odiar para tranquilizar. La fraternidad es la unión de los de abajo contra los privilegios de los de arriba. Y a la acción de los de abajo le responde la reacción de los de arriba. Los procesos de cambio son péndulos que oscilan en las nuevas oportunidades que abren la irrupción, hasta que se estabilicen. Por eso, el mandato del 15M: ocupar las calles y plazas, sigue siendo un imperativo democrático.
Con la ventaja de que el marco se ha desplazado hacia posiciones más luminosas. Más allá de los manotazos desesperados que dé el neoliberalismo moribundo. Por eso la reacción, esto es, los privilegiados, están tan rabiosos. Manotazos moribundos, unos correctos, como la rectificación en los EEUU de Biden, otros terribles como la violencia terrible en Colombia y otros patéticos, como la victoria de Ayuso en Madrid.
La indignación que viene seguirá impugnando a una política parlamentaria anquilosada que no es capaz de resolver los problemas ni responder a los retos, que seguirá impugnando a un sistema económico que precariza la vida y sus cuidados. Es eso de lo que hablaba el 15 M cuando decía: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”, cuando advertía que podía enfadarse recordándole al poder que “si no nos dejas soñar, no te dejaremos dormir”, cuando recordaba que no estaban dispuestos a ser “mercancías en manos de banqueros”.
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