Política

El voto en el socialismo

Luego de estar atento durante meses a la cobertura mediática, uno asiste a las urnas por unos minutos y deja el voto para que alguien lo represente… y luego se terminó. Esto es lo que significa hoy la “democracia”. Es cierto que haber ganado esta forma todavía limitada de democracia electoral fue una victoria importante de la clase trabajadora. Y el acceso a las urnas sigue siendo un tema importante. En Estados Unidos, los conservadores continúan esforzándose para quitarles los derechos de voto a las personas de color. Otros segmentos de la población –como los presos, los residentes no ciudadanos, y los adolescentes menores de dieciocho– quedan enteramente por fuera del derecho al voto.    

Sin embargo, la cuestión de si la democracia se trata de algo más que una disputa táctica, una forma de obtener ventajas en la lucha contra el capital, permanece abierta. En un mundo mejor ¿no cabe esperar nada más para la democracia? ¿Qué tipo de organización política corresponde a una sociedad socialista?  

La democracia directa no es suficiente. Las instituciones representativas serán necesarias. 

Históricamente, los socialistas han argumentado que la democracia debería extenderse hasta alcanzar una de las partes menos democráticas de la sociedad capitalista: la economía y el lugar de trabajo. Contamos en la actualidad con instituciones como los sindicatos, que cumple con esto de manera limitada. Pero ¿cómo podría democratizarse la economía considerada como un todo?

Algunos abogan por la democracia directa, en la cual la gente desarrolla y vota las iniciativas por sí misma, en lugar de elegir representantes en base a plataformas generales y garantizarles a ellos el derecho de implementar políticas.

Una de las argumentaciones recientes más influyentes en torno a la democracia directa post-capitalista es la expuesta en el libro Parecon, de Michael Albert y Robin Hahnel. En esta obra los autores conciben un mundo en el cual toda tarea posible es clasificada en relación con su nivel de empoderamiento, de forma tal que la carga de trabajo se distribuya equitativamente. Además, cada quien ordena sus preferencias de consumo y tiempo de trabajo para asegurarse de que reciban una distribución óptima de tiempo y bienes.   

Pero como muchos críticos han señalado, la implementación de este sistema conllevaría cuotas absurdas de esfuerzo y de tiempo. La asignación de trabajos requeriría reuniones permanentes, comités y análisis, mientras que el sistema de distribución de bienes impone a los individuos exigencias burocráticas inmensas. Digamos que la democracia directa puede ser ideal para una pequeña cooperativa, pero no tiene sentido como una forma para hacer funcionar la sociedad entera. 

Algún tipo de sistema representativo es necesario, tanto en las organizaciones como en el Estado –sea cual sea su naturaleza– que exista luego del capitalismo. Sin embargo, el sistema debería ser tan pequeño y simple como sea posible. Los gobiernos modernos, con sus elecciones constantes para todo tipo de funcionarios menores y representantes locales son, a su manera, tan engorrosos e imprácticos para que la gente participe como lo es la Parecon.  

Con suerte algún día podremos vivir en un futuro de energía ilimitada y producción automatizada, motivo por el cual muchos aspectos de nuestros gobiernos dedicados tanto a proteger como a distribuir la riqueza se volverán innecesarios. Pero todavía habrá grandes cuestiones que deberán ser tratadas de alguna forma ¿Construimos ese tren de alta velocidad? ¿Tratamos de salvar la Tierra o nos vamos a Marte?

En ese caso puede ser útil tener instituciones representativas reducidas de alguna manera, que puedan organizar y dirigir la opinión sobre temas importantes y complicados, concentrándola en plataformas ideológicas y partidos que sean más democráticos y participativos que la mayoría de los que tenemos hoy. 

Pero eso no es todo. Incluso en el capitalismo, hay otro sistema que no es ni representativo ni basado en la democracia directa, y que algunas veces se ofrece como una alternativa a ambos. 

En una sociedad socialista, los mercados podrían ayudar a la democracia. 

Los libertarios de derecha argumentan frecuentemente que el mercado constituye una forma superior de la democracia. La democracia representativa, sostienen, es imperfecta porque permite que las mayorías impongan su voluntad sobre las minorías, y porque permite que votantes desinformados apoyen políticas “irracionales”. Por el contrario, estos libertarios ven al mercado como el mecanismo democrático perfecto: “Vote con sus dólares” y la mano invisible hará el resto, asegurando resultados óptimos para todos. 

Dada su procedencia, muchos izquierdistas rápidamente descartan cualquier cosa que tenga que ver con el mercado como si fuese antitética a la democracia. Pero antes de apresurarnos en este juicio, deberíamos considerar qué es aquello que hace que la forma libertaria de la democracia de mercado sea tan difícil de aceptar. 

El problema no surge principalmente del acto del intercambio mercantil –es decir, usar dinero como un medio para comprar y vender–. El problema está más bien en la dotación desigual que precede al intercambio. Nos oponemos al hecho de que unos pocos manejen enormes cantidades de dinero –por lo tanto, un enorme poder en el mercado– mientras que la gran mayoría no tiene nada de dinero y muy pocos medios de obtenerlo que no impliquen la venta de su propia fuerza de trabajo.  

El problema no se restringe a los intercambios de mercado privados. En una sociedad capitalista esto también afecta a la democracia representativa en sí misma. A pesar de que el sistema está formalmente basado sobre el principio de “una persona, un voto”, los ricos encuentran sistemáticamente las formas de corromper el proceso a su favor. 

El resultado, en cualquier democracia capitalista, se encuentra a medio camino entre la pureza de “una persona, un voto” y el ideal oligárquico-libertario de “un dólar, un voto”. La reforma de los mecanismos de financiamiento de las campañas podría desplazar las cosas un poco más lejos de la democracia del dólar hacia la democracia de las personas, pero la única manera de superar completamente el poder de los ricos es eliminando su control sobre la riqueza social. 

Pero si fuésemos capaces de hacer esto –expropiar a la clase dominante y superar el capitalismo– ¿qué pasaría con el mercado? Si la desigualdad de recursos iniciales es suprimida, el mercado puede efectivamente funcionar como un mecanismo de coordinación democrática. Tus dólares pueden ser tus votos. 

El problema de la conservación de los recursos brinda una forma de pensar esto. Supongamos que vivimos en una sociedad socialista democrática en la cual el trabajo ha sido abolido en su mayor parte, y todos tienen acceso a los mismos recursos. La única trampa es que todavía vivimos en un mundo de recursos fuertemente limitados, y por lo tanto tenemos que encontrar una forma equitativa para que la gente no use excesivamente las cosas.  

En algunos casos, algún tipo de regulación centralizada o planificación puede ser necesaria. Pero no queremos vernos obligados a detallar a cuánto de cada bien de consumo está autorizada cada persona. Este camino lleva a la distopía de reuniones infinitas de la Parecon. 

En lugar de esto, imaginen que asignamos a cada persona un número igual de créditos para gastar en bienes cuyos precios están atados a su impacto ecológico. En el caso más simple, esto podría reducirse a costo en carbón, pero podría incluir muchos materiales y recursos. De esta manera, si no tengo los créditos suficientes para adquirir al mismo tiempo una nueva computadora y un vuelo transatlántico, puedo elegir cuál quiero, sin participar de ninguna reunión ni llenar solicitudes en alguna dependencia estatal, y el “precio” de un recurso escaso particular se ajustará de acuerdo con su demanda social. 

Por supuesto, todo esto es una simplificación excesiva. Pero, en términos generales, la cuestión es que cualquier forma concebible de sociedad futura necesitará una variedad de distintos métodos para coordinar nuestra vida en común. En otras palabras, necesitará diferentes formas de democracia. 

Peter Frase

Peter Frase forma parte del equipo editorial de Jacobin y es autor de «Four Futures: Life After Capitalism»

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