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Votar por Mendoza y conjurar la maldición peruana

Perú acude mañana a las urnas en lo que promete ser una de las elecciones más insólitas de la historia del país. Con siete posibles candidatos para elegir, sólo una ofrece una verdadera alternativa: Verónika Mendoza.

Mañana, domingo 11 de abril, son las elecciones generales en el Perú y hay siete candidatos con posibilidades de envestirse como el próximo presidente. Suena a ficción, pero no lo es. Según las últimas encuestas –que por una absurda ley no pueden hacerse públicas durante la última semana electoral– entre el primer y el séptimo lugar hay en promedio tres puntos de diferencia. Es decir: un trecho similar al error estadístico.

En el Perú suelen pasar cosas fuera de lo común, y lo de estas elecciones es una raya más al tigre. Somos el único país del mundo con sus últimos seis presidentes en prisión o cerca de ella. Alberto Fujimori lleva 13 años en la cárcel. Alejandro Toledo está prófugo en Estados Unidos. Pedro Pablo Kuczynski vive en arresto domiciliario. Ollanta Humala y Martín Vizcarra cuentan sus últimos días en libertad y Alan García decidió ser el dueño de su destino: se suicidó cuando la policía lo iba a arrestar.

Por eso, tenemos bien ganada la frase: “Existe la realidad, la ficción y el Perú”. Somos el realismo mágico hecho país. El próximo 28 de julio el Perú cumplirá doscientos años de Independencia y estamos como en 1821: mini caudillos peleándose por un pedazo de parcela de poder, una ciudadanía desconectada y sin representación real, e instituciones que, en vez de apalear los momentos de crisis, los complican aún más. La pandemia de COVID-19 no desnudó al Perú porque ya estaba calato cuando ella llegó.

El mal mayor

Si bien hay siete candidatos con opciones de llegar al Palacio de Gobierno, ninguno de ellos realmente encabeza las preferencias. El líder electoral no tiene rostro, es un anónimo. Y es que el 29% de la población ha declarado que votará en blanco, nulo o, sencillamente, no irá a sufragar. Hoy somos un país a la deriva, sin piloto y con un fuselaje destartalado. Es momento de hacer una pregunta incómoda: ¿En verdad somos una nación?

Durante los últimos treinta años la suerte de las elecciones presidenciales se ha definido en base al “mal menor”. Sabíamos que los dos finalistas de la segunda vuelta eran nocivos, pero había que optar por quien lo era menos. Así, en el 2001 escogimos a Toledo frente a Alan García, que venía de hacer, en 1985, un gobierno realmente desastroso. Y lo mismo hicimos con García en 2006, con Humala en el 2011 y con Kuczynski en el 2016.

Escoger al “mal menor” nos ha llevado a que nada cambie y a que los mismos grupos de poder manden. No importaba qué persona esté en el Palacio de Gobierno, los ganadores eran siempre ellos. El presidente de la República era, en palabras gruesas, un mucamo de los multimillonarios y del “Consenso de Washington”. Así, para esta elección el statu quo apostó en un inicio por George Forsyth, un exarquero de fútbol sin ideas propias y que solo sabe sonreír –y llorar– muy bien frente a cámaras.

Forsyth lideró las preferencias electorales hasta febrero último, cuando, luego de dar una serie de entrevistas, la ciudadanía se percató de sus claras falencias políticas. Confundía términos, ignoraba la Constitución y desde su equipo de campaña lo defendían diciendo que “conoce bien el Perú” porque había sido arquero de fútbol club Alianza Lima. Forsyth comenzó a caer a inicios de marzo, pero todavía tiene, con 8% de intención de voto, posibilidades de ser electo presidente.

Caído Forsyth, el liderazgo de las encuestas fue tomado provisionalmente por Yonhy Lescano, un ex congresista del partido Acción Popular, que en el Perú es conocido como una “coalición de independientes”. Cuando a un acciopopulista se le pregunta por su ideología, la respuesta es: “mi doctrina es el Perú”. Lescano es un populista –de los malos– que tiene la demagogia como bandera. Ha prometido traer el Huáscar (el barco que es trofeo de guerra de Chile) de vuelta al Perú y asegura que la sal y el cañazo (una bebida alcohólica) pueden curar el coronavirus.

A los grupos de poder no les desagrada que Lescano sea electo presidente. Total, su doctrina y principios son saco roto. Hace unos años se revelaron conversaciones de Lescano acosando a una periodista y se destapó la historia de cómo inventó una falsa denuncia contra su compañera Rosario Sasieta para apropiarse de su cupo al Congreso. Lescano no es el tonto útil que significa Forsyth, sino el viejo político mañoso, sin escrúpulos y dispuesto a pactar con quien sea.

Buscando el “mal menor”, un sector del Perú cree que ese es Hernando de Soto, un conocido economista neoliberal que fue uno de los principales consejeros del exdictador Alberto Fujimori. De Soto ha sido asesor del norteamericano Bill Clinton y de los sanguinarios Muamar Gadafi y Hosni Mubarak. En las últimas semanas las adhesiones a De Soto comenzaron a subir, y hoy están en 10,5%. Se ubica entre tercer y cuarto lugar, según la encuesta con que se mire.

Con De Soto de presidente, el “Consenso de Washington” sesionará de vez en cuando en Lima y la sede del Ministerio de Economía y Finanzas será una sucursal del BCP, el banco privado más importante del Perú. De Soto tiene 79 años y el peso de sus años se ha hecho evidente últimamente en sus declaraciones y decisiones. Eso es, quizá, el principal factor de que muchos peruanos se resisten a inclinarse por este “mal menor”.

En la fragmentación –o descomposición– del Perú también hay una parcela reaccionaria. Su representante es Rafael López Aliaga, un empresario ferroviario y hotelero, ultracatólico y que está en contra de cualquier idea progresista. “Si te quieres matar, te subes a un edificio y te tiras”, fue la repuesta que López Aliaga dio cuando en el Perú, en febrero último, un juez autorizó la eutanasia para la ciudadana Ana Estrada.

López Aliaga bebe de los fake news, de la furia, de la intolerancia, del odio al statu quo, de que las cosas no mejoren, del ciudadano que ya no da más y que quiere que de una vez este país se estrelle. Por eso, junto a la defensa de ideas conservadoras, López Aliaga tiene otros dos caballos de batalla: la expulsión de Odebrecht, la corrupta constructora brasileña que sobornó a los últimos cinco expresidentes, y la abolición de la publicidad estatal en medios de comunicación, que en los últimos años ha sido usada como aparato de presión e influencia en el periodismo.

López Aliaga no es el virus, sino la enfermedad. Un país sano no tendría a alguien como él con posibilidades de ser gobernante. El 8% que tiene de intención de voto es el significado de que todo en el neoliberalismo está mal, que los treinta años de gobierno del “Consenso de Washington” en el Perú han terminado por hundir a este país. Y es que en el Perú la vida tiene un precio: 833 dólares, que es lo que cuesta un balón de oxígeno en tiempos del coronavirus.

Igual de reaccionario que López Aliaga, pero sin millones de dólares en su cuenta bancaria es Pedro Castillo, el líder sindical que, según algunas encuestas, está en segundo lugar. Castillo es un profesor de escuela que está prometiendo cerrar el Congreso, el Tribunal Constitucional y expropiar todas las concesiones entregadas a privados. Hasta hace tres semanas Castillo aparecía en el rubro “otros”, con apenas 0,2% de intención de voto. Hoy está con pie y medio en la segunda vuelta presidencial.

Castillo dice ser de izquierda, pero olvida que para ello no basta ser sindicalista. Además, en el Perú, gracias a Alberto Fujimori, no hay sindicatos sino diminutos feudos congelados con la caída del Muro de Berlín. Castillo es conservador y cercano al Movadef, un movimiento pergeñado por lo que queda de Sendero Luminoso. Castillo es, justamente, el líder de izquierda que tanto necesitan los capitalistas para decir que el modelo que defienden es “el mejor” que existe.

Keiko Fujimori, la heredera de la dictadura de los noventa, es quien hoy encabeza las preferencias electorales, según las encuestas confidenciales. Tiene en promedio 11% de intención de voto. Junto a De Soto, las ideas de Fujimori, quien postula por tercera vez, son las que mejor le vienen a Washington y a la derecha mundial. Las dos derrotas previas que sufrió Fujimori fueron por la regla del “mal menor”. ¿Hay algo peor que tener como presidenta a la hija de un dictador?

Fujimori, como lo ha dicho públicamente, defiende la economía antes que la vida y cree en la mano invisible por encima del Estado. Sobre ella hay un pedido de la Fiscalía para que purgue prisión por 30 años debido a los delitos de lavado de activos y organización criminal. Y es que está comprobado que Fujimori recibió financiamiento ilegal de la constructora Odebrecht para su campaña presidencial del 2011. Fujimori no ha deslindado con los asesinatos y el golpe de Estado que hizo su padre, sino todo lo contrario: los reivindica. Lo de ella no es un déjà vu, sino una pesadilla.

Poner fin a la maldición peruana

La séptima candidata con posibilidades de entrar a la segunda vuelta presidencial es Verónika Mendoza. En el 2016 estuvo cerca de llegar a esa instancia. Mendoza es la lideresa de la izquierda progresista peruana, cree en las personas antes que en las grandes trasnacionales y, a diferencia de Castillo, no busca dinamitar de una vez por todas el país. La derecha la acusa de “terrorista” y la izquierda radical dice que ella “no está en la calle” y hace política “desde el pupitre”.

Mendoza es la única candidata presidencial que no tiene una investigación fiscal o juicio. Es verdad que en el 2011 fue muy cercana a Ollanta Humala y Nadine Heredia, pero se alejó de ellos cuando el Gobierno que ambos dirigían giró –sin retorno– a la derecha. A diferencia de Castillo, ella sí ha presentado a su equipo de gobierno, y es más numeroso y diverso. Y, al decir públicamente “En Venezuela hay una dictadura” rompió el mantra que durante años repetían los capitalistas contra ella.

Mendoza hoy se erige como la única salida para poner fin a la maldición peruana. No es la candidata perfecta, pero puede ser la aspirina que detenga el colapso coronario. El Perú no resiste que una vez más gane el “mal menor” ni tampoco aguanta otro quinquenio donde los bancos sigan cobrando intereses de 130% y las empresas mineras sigan llenando sus cuentas con millonarios dividendos a costa de ciudadanos que no tienen ni agua potable.

El modelo neoliberal que nos ha gobernado durante los últimos treinta años lo único que ha producido es que seamos el peor país del mundo en manejar la pandemia. Somos los que tenemos más exceso de muertos y más fallecidos por millón de habitantes. El realismo mágico es extraordinario en la literatura, pero no en la política de un país. Votar mañana por Mendoza no es una alternativa, es un deber.

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