William Petty (1667), A Treatise of Taxes and Contributions
Karl Marx (1867), El Capital, Libro I, Cap. 1
La Estrategia de Desarrollo Sostenible de la Unión Europea quiere (como hacen también todos los think tank del capital y sus instituciones financieras) servir a la vez a Dios y al diablo y hacer compatible el crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto) con el aumento de la protección ambiental. La orientación de fondo del New Green Deal también supone una búsqueda de la compatibilidad de la pervivencia economía capitalista con la protección de la biosfera. Para ello los ideólogos del capital han necesitado desarrollar la teoría del desacople entre los parámetros crecimiento económico y armonía de la biosfera, o sea entre la ley de la ganancia y una sociedad verde. Una teoría que ha quedado desautorizada al tener en cuenta la absoluta indexación del modelo productivo del capitalismo industrial con las fuentes fósiles de energía, el extractivismo y la contaminación de tierras, mares y atmósfera.
El argumento que los ideólogos del capital han desarrollado para dotar de legitimidad social al modelo de desarrollo vigente es el de que promueve la creación de empleo y la riqueza social, argumento que en tantas crisis económicas y países se ha visto desmentido rotundamente. Estas ideas están enraizadas en la mentalidad de la mayoría de la sociedad, incluyendo el movimiento obrero organizado. Ello es especialmente evidente en ausencia de movilización y organización popular, en momentos en el que se intensifica la hipoxia social que debilita el músculo y cerebro de las clases subalternas y cuando los proyectos de cambio gobernistas adolecen de una anoxia que les asfixia y reduce a la inanidad.
Por todo ello es necesario que la clase obrera, que constituye la mayoría de la sociedad, desarrolle un discurso y un proyecto propio e independiente de los de las transnacionales y las finanzas sobre todos los aspectos. Para eso, las clases trabajadoras deberán comenzar por poner en cuestión el dogma del crecimiento económico incesante –causado por la necesidad congénita de aumentar la ganancia del capital– como vía para asegurar el bienestar humano. Bien al contrario, el buen vivir de la mayoría debe comenzar por asegurar que se conjuren los riesgos ecológicos y, en concreto, la crisis climática, y ello significa un drástico decrecimiento en el uso de energía y recursos, acompañado de un desarrollo generalizado de la economía al servicio de las personas (salud, cultura, cuidados…). ¿Por qué se destaca el papel de la clase trabajadora en este proceso? Simplemente por su ubicación objetiva en las relaciones de producción que le confiere una potencialidad antagonista respecto al capital que ningún otro sector dispone.
La clase obrera y ninguna de las clases potencialmente aliadas escapan a las servidumbres del pensamiento neoliberal productivista. Las y los trabajadores no tienen espontáneamente conciencia ecologista, como tampoco feminista ni anticapitalista. Su primer elemento de agrupamiento elemental está en torno a la lucha por el salario y la jornada, pero ello no implica que sin mediaciones le lleve a una concepción anticapitalista, socialista y revolucionaria. Tal como plantea Mandel (1970), los avances en la conciencia de las masas trabajadoras sólo pueden darse en el marco de la experiencia práctica de la lucha, en interacción entre aquellas y los trabajadores y trabajadoras más avanzados, que mantienen su labor sindical organizada en el tiempo, y entre ambos sectores de la clase con su fracción más politizada constituida en partido(s) revolucionario(s). Podemos añadir que esta vanguardia política va censando teórica e ideológicamente la experiencia de las luchas emancipatorias de la clase trabajadora en un diálogo constante y colaborativo con todas las organizaciones de las y los oprimidos y explotados, con las que dan forma a movimientos holísticos como el feminista y el ecologista. Una vez más, se hace evidente que en los temas centrales de la emancipación humana es necesario disponer de un proyecto político de futuro y de un entramado organizado de las gentes más conscientes capaces de imaginar, debatir, ser útil en las ofensivas y en las retiradas y mantener siempre la continuidad del hilo rojo, verde y violeta de la historia.
Walter Benjamin (1940), Tesis sobre el concepto de historia
Las anteriores palabras del filósofo berlinés nos plantean de forma cruda cuatro cuestiones: ¿Puede jugar la clase trabajadora un papel propio, autónomo, en el devenir social? ¿Está condenada a ser un agente funcional y legitimador de la ética capitalista del trabajo? ¿Puede romper con la ideología productivista asociada al modo de producción capitalista? ¿Puede ser un sujeto activo en la transición ecosocial?
La respuesta que demos es relevante pues los procesos profundos de cambio social y político en los países industrializados e incluso en la mayor parte de los países empobrecidos no son posibles sin el concurso proactivo de las y los asalariados, de las clases trabajadoras, en definitiva, de la clase obrera en tanto que agente político con un propósito propio. En esos procesos intervienen otros agentes sociales y políticos; el sujeto de cambio puede ser multiforme, pero, sin la presencia activa de la mayoría de la clase obrera, difícilmente pueden llegar a buen término. A su vez, las clases trabajadoras, para lograr sus objetivos vinculados a los temas del reparto del ingreso y la riqueza, deben formar parte de la solución de otros muchos nudos de conflicto social y político no directamente vinculados a la contradicción capital vs. trabajo, y asegurar su éxito poniéndose a la cabeza del conjunto de demandas, aspiraciones y proyectos. Estas afirmaciones no son meras proposiciones o axiomas verdaderas por definición en un supuesto corpus teórico marxista, son verificables en positivo y en negativo en la historia de la lucha de clases. Y, si son ciertas en muy diversos campos, en la cuestión ecológica se presentan como una hipótesis estratégica que debe presidir de la propuesta emancipadora ecosocialista.
Como sector numéricamente mayoritario de la sociedad, y por estar en posición de gran fragilidad, la clase obrera es la que objetivamente debería estar más interesada en solventar los problemas ecológicos mediante una voz propia independiente de la del capital. Pero la conciencia ecológica de las y los trabajadores es sumamente limitada y depende, en gran medida, de los intereses inmediatos relacionados con el empleo, del sector en el que se trabaja o de la región del mundo en la que se vive. En ese sentido, tanto por sus consecuencias positivas como negativas, las clases trabajadoras no son homogéneas, ni tienen una percepción similar, ni desarrollan la conciencia ecológica de la misma manera; entre otros motivos, porque los efectos ambientales no son evidentes a la vez en cualquier lugar, y porque comprender algunos de ellos requiere un nivel científico, si bien elemental, que no siempre está presente en la formación y culturas de la sociedad (Garí, 2008).
Pero, sobre todo, hay que tener presente que las clases subalternas, en este aspecto como en el conjunto de las cuestiones ideológicas, son seguidistas y tributarias de la ideología de la clase dominante. A su vez, la política de conciliación y pactos sociales no sólo se ancló en la conciencia popular en aspectos como propiedad y salario, sino que encontró otros eslabones, como plantea Benjamin (2008) en la concepción misma del trabajo –criticada como locura por Lafargue (2008)–, y en el productivismo –criticado sin ingenuidad y de forma radical en diversos trabajos por Daniel Bensaïd–. La ideología productivista encadena a los planes depredadores del capital a la clase obrera, y, en su nombre, impone restricciones a la capacidad reivindicativa general de la clase obrera y enfrenta a los pueblos entre sí. Identificado el problema, cabe buscar soluciones.
Las y los asalariados sufren los impactos negativos de la crisis climática y, en general, de la ecológica, y no pueden quedar al margen de la solución que se les dé. Las clases trabajadoras deben tener voz en el diagnóstico y voto en las alternativas. Por ello, los sindicatos de clase y las organizaciones populares representativas pueden jugar un papel central en la solución de los problemas. Pero –de la misma manera que la lucha por el salario y las condiciones de trabajo, con ser necesarias, no supusieron en el pasado que la clase obrera se convirtiera en caudillo de la nación si no asumía un papel y proyecto propios en torno a los problemas más acuciantes del conjunto de la sociedad (el pan, paz y tierra de la Revolución Rusa)–, actualmente la clase obrera del siglo XXI sólo podrá jugar un papel independiente y central si asume el combate contra el patriarcado junto al movimiento feminista y la defensa de la biosfera junto a la juventud y amplias capas de profesionales y científicos. Con ser necesario el sindicalismo y la lucha electoral para defender los intereses de las clases trabajadoras, es en el plano del proyecto político estratégico ecosocialista en el que la clase obrera podrá pasar de clase en sí a constituirse en clase para sí, lo cual la pondría en disposición de poder coliderar la transición ecosocial.
Para ello, la clase obrera y sus organizaciones deberán poner en cuestión el dogma del crecimiento económico, inscrito en la necesidad de ampliación permanente del capital para mantener la tasa de ganancia. Y también deberán romper con el mito de que el bienestar humano esta indexado al crecimiento del PIB. Bien al contrario, el buen vivir de la mayoría debe comenzar por asegurar que se conjura la crisis climática, y ello significa un drástico decrecimiento en el uso de energía y materiales, acompañado de un desarrollo generalizado de la economía al servicio de las personas (salud, cultura, cuidados…). El gran debate social pendiente ante la crisis ecológica en marcha es discernir en qué bienes, servicios y sectores se quiere crecer para atender las necesidades de las comunidades y las personas, y qué sectores productivos deben aminorar e incluso desaparecer por superfluos o nocivos.
Las líneas maestras para la reconsideración de la economía y el trabajo en términos de sostenibilidad ecológica exigen la construcción democráticamente planificada de economías autocentradas y altamente auto- suficientes en ámbitos geográficos reducidos, a su vez que se coordinan para la cooperación en todas las escalas territoriales y sectoriales, así como la reducción del tiempo de trabajo y el reparto del trabajo existen- te, la riqueza y las rentas generadas. Así como dar pasos en el sentido de lo planteado por Iring Fetscher (1988): rechazar la identificación de progreso con el crecimiento del PIB y, bien al contrario, entender el bienestar no como un aumento cuantitativo de artefactos para poseer y consumir, sino como una mejora cualitativa de las condiciones de vida de la gente. Seguir el lema acuñado por Juan Manuel Naredo: mejor con menos, esto significa enfrentarse abiertamente al mito del crecimiento capitalista, inscrito en su necesidad de ampliación permanente para mantener la tasa de ganancia, y comenzar a discernir en qué bienes, servicios y sectores se quiere crecer para atender las necesidades de las comunidades y las personas, y qué sectores productivos deben minorar e incluso desaparecer por superfluos o nocivos.
Ahora bien, ¿cuál es la disposición de la sociedad para semejante cambio? No basta con ambientalizar el discurso del mundo del trabajo o que el ambientalismo tome en consideración la cuestión social –ni que se reforme el modelo productivo en un imposible capitalismo verde, ni que se cambie el modo de producción (relaciones sociales en torno a la propiedad de los medios de producción)– si no se reconvierte en términos ecológicos el modelo productivo (qué y cómo se produce). Esta es la encrucijada en la que se encuentra el conjunto de la sociedad y, por tanto, la clase obrera y sus organizaciones. Para resolver los dile- mas hay que reconstruir la matriz del pensamiento emancipador partiendo de que el ser humano y la sociedad a la que pertenece forman parte de la biosfera.
Ese puede ser el punto de encuentro entre la ética libertaria sobre la naturaleza, la visión marxista crítica del metabolismo sociedad/naturaleza y las aportaciones sociobiofísicas del ecologismo político para impulsar un nuevo discurso en el seno del movimiento obrero y sus organizaciones en los países industrializados. Discurso que deberá entremezclar las diferentes propuestas de transición hacia una sociedad sostenible en el siglo XXI, y hacerlo desde lo que viene denominándose un enfoque pluridimensional y ecointegrador (Carpintero, 2005) de los sistemas económicos, agrarios, industriales y urbanos en su entorno biofísico y territorial, que sea capaz de conocer la anatomía y la fisiología de la sociedad y pueda prever su evolución.
En el plano político, ya que puede posibilitar una nueva y amplia alianza social anticapitalista y abre puertas para que el movimiento obrero tenga un papel dinamizador de nuevas luchas y reivindicaciones. Ello le permitiría jugar un papel activo en la constitución de un nuevo bloque social arco iris frente al neoliberalismo, junto al campesinado, las feministas, los pueblos indígenas y la juventud movilizada contra la precarización y el autoritarismo o por el clima en los cuatro puntos cardinales. Ello posibilitaría que el sindicalismo huyera de las tentaciones tanto corporativistas como de las prácticas de subordinación pactista con el capital.
Y en el plano propiamente laboral, porque el avance ambiental ayuda a evitar riesgos para la seguridad y la salud de los y las trabajadoras. Las cuestiones ambientales con un impacto negativo en la salud pública y en la salud laboral son múltiples: antes las evidencias médicas, es creciente la preocupación por los riesgos asociados a los productos químicos que se emplean o a las consecuencias de ciertos materiales, como el amianto; a los riesgos en forma de enfermedades pulmonares, incluyéndose el cáncer por asbestosis. Muchas de estas enfermedades siguen sin calificarse como profesionales por lo que ni se evitan las causas ni se generan los derechos debidos en tratamiento, indemnización y pensión a las personas que enferman y a sus familiares. La existencia de buenas leyes y prácticas medioambientales favorecen la fortaleza y sostenibilidad el tejido productivo y del trabajo; la exigencia hoy en día al empresariado de cumplirlas evita el riesgo de sanciones y amenazas al empleo; y mañana, en una economía socializada y autogestionada, asegura la vieja aspiración de una sociedad de mujeres y hombres libres, productores asociados y cooperantes en armonía con la naturaleza.
Yayo Herrero, Vivir y trabajar en un mundo justo y sostenible
El centro de trabajo es el ámbito para hacer sindicalismo de proximidad, pero no puede ser el punto de partida de la estrategia sindical con la sociedad con la que interactúa. Por tanto, a la hora de ofrecer alternativas para el conjunto de la sociedad, la economía y la política deben partir de la finitud y límites de la naturaleza, las organizaciones sindicales deben recuperar su función sociopolítica con capacidad de impulsar formas de autoorganización y poder de las masas.
Un sindicalismo de clase que incorpore la dimensión ecológica, llamémosle ecosindicalismo, supone un nuevo empoderamiento del movimiento obrero ante el capital y significa la lucha por la entrada de la democracia en todos los ámbitos y temas en la empresa (ámbito prioritario del sindicalismo de proximidad) y también en el conjunto de la sociedad (ámbito del sindicalismo sociopolítico). No basta, siendo muy necesario, que los sindicatos pugnen por el ingreso directo, indirecto y diferido y por la redistribución de la renta; es necesario que los sindicatos intervengan, junto al resto de representantes populares, en las decisiones fundamentales de la economía en el nivel de la empresa y los niveles sectoriales y territoriales, y en el conjunto de la economía de un país o de ámbitos como la UE, o en los foros mundiales sobre cuestiones tan relevantes como el qué se produce, cómo y para quién. La democracia económica afecta al reparto del ingreso y a las decisiones estratégicas de la producción.
De adoptarse esta orientación, el ecosindicalismo implica no solo un distanciamiento y contradicción respecto a la ideología dominante y una ruptura con el pacto social productivista, sino también la superación del mero ambientalismo que solo persigue aquellas medidas paliativas que no pongan en cuestión el modelo productivo y el modo de producción capitalistas. Dicho de otra manera, frente a la crisis ecológica, el sindicalismo deberá asumir posiciones anticapitalistas, ya que tras los problemas ambientales se esconde también el modelo de acumulación de capital y, ante las soluciones necesarias, el capital no admite injerencias democráticas de las clases trabajadoras ni en el terreno de la propiedad ni el de la organización del trabajo. El ambientalismo sindical es compatible con el capitalismo. El ecosindicalismo es incompatible en última instancia y contiene en ciernes una dinámica de acción anticapitalista. El conflicto de clases reaparece con nuevos temas, en torno a la relación sociedad-naturaleza, que vienen a sumarse a las viejas y no resueltas cuestiones de la explotación laboral y la desigualdad social en torno a la apropiación del plusvalor, que determina las diferencias existentes en el ingreso y la riqueza entre las clases sociales.
El objetivo central y específico del ecosindicalismo es –junto a la lucha por el salario, el reparto del trabajo productivo y reproductivo, la reducción de la jornada y la protección de la salud laboral– la producción limpia, lo que significa el abandono del modelo productivo de ciclo abierto que depreda, esquilma y agota el patrimonio de los recursos naturales, es altamente contaminante y sumamente ineficiente en la conversión de materias en bienes y servicios útiles. Esa es una de las piezas de la reconversión ecológica de la economía y supone:
Y hacer todo ello asegurándose de que las comunidades y la población trabajadora afectadas por los cambios tecnológicos sean tratadas con equidad por el conjunto de la sociedad. Y eso exigirá que el ecosindicalismo se anticipe, proponga y presione a los poderes públicos para lograr la protección social, la formación y la creación de nuevos puestos de trabajo mediante una inversión pública masiva en las actividades sostenibles que satisfagan las necesidades humanas; actividades que son creadoras netas de empleo, ya que son intensivas en mano de obra.
La reconversión ecológica del sindicalismo es necesaria para cambiar el rumbo de la sociedad frente a las imposiciones neoliberales, pero además supone un nuevo empoderamiento del movimiento obrero ante el capital. El ecosindicalismo significa la lucha por la entrada de la democracia en todos los ámbitos y temas en la empresa, en el mundo productivo y, en definitiva, en la economía. Y forma parte de la lucha por disputar el mando a los patronos, la propiedad a la burguesía y el poder a la oligarquía. No basta, siendo tan necesario como es, con que los sindi- catos luchen por recortar la plusvalía, que pugnen por el ingreso directo, indirecto y diferido y por la redistribución de la renta; es necesario que intervengan, junto al resto de representantes populares, en las decisiones fundamentales de la economía en el nivel de la empresa y los niveles sectoriales y territoriales y particularmente, como se ha señalado, en qué se produce, cómo y para quién.
Para que el movimiento obrero encuentre un nuevo espacio en la defensa del clima, no basta con desplegar medidas de protección del empleo; el sindicalismo debe impulsar propuestas para combatir el calentamiento, tanto en el ámbito de las alternativas para el conjunto de la sociedad como en las plataformas reivindicativas en las empresas o los sectores productivos. En algunos casos encontrarán mayor oposición de la patronal porque suponen costes; en otros, pueden encontrar mayor audiencia por las ventajas derivadas. Unos sectores del capital serán más proclives a las propuestas porque favorecen su negocio (los productores de energía eólica, por ejemplo), otros serán enemigos acérrimos de las alternativas propuestas (por ejemplo, los sectores con intereses en la producción petrolera, gasística o nuclear). Ni unos ni otros aceptarán de buen grado el control obrero sobre las decisiones ambientales estratégicas. En última instancia, los intereses de clase siguen marcando los límites del juego, del acuerdo y del desacuerdo. Y el capitalismo, en su conjunto, es energéticamente bulímico y dependiente desde el comienzo de la revolución industrial de las fuentes fósiles de las que extrae pingües ganancias. La salida a bolsa de Aramco en plena COP25, convirtiéndose en líder de los mercados bursátiles, es paradigmática de los designios del capital.
Además del vapor de agua originado por múltiples fuentes naturales, o como producto directo o indirecto de la acción humana, cabe seña- lar como principales Gases de Efecto Invernadero (GEI) los siguientes compuestos asociados a diferentes actividades productivas: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), compuestos presentes en la quema de combustibles fósiles, arrozales, ganadería intensiva, producción de cemento, quema de biomasa o vertederos sin gestión. Pero también hay que tener en cuenta los hidrofluorocarbonados (HCF), perfluorocarbonados (PFC), y el hexafluoruro de azufre (SF6) presentes, respectivamente, en alguno de los siguientes artefactos o procesos: equipos de refrigeración, producción de aluminio, equipos eléctricos, aires acondicionados, extintores y aerosoles.
Existe una responsabilidad común pero diferenciada, como se dice generalmente en las cumbres mundiales sobre el clima en forma de mantra y sin valor alguno, entre los países industrializados y el resto en lo que respecta al calentamiento atmosférico y en lo que respecta a las emisiones. Responsabilidad común en tanto que el futuro de la especie humana depende del estado de la biosfera, pero muy diferente según se trate de países saqueados y empobrecidos o países ricos industrializados. Igualmente se puede decir que en el interior de cada país la responsabilidad fundamental en la generación de emisiones –y, por tanto, en la adopción de medidas– la tienen el empresariado y los gobiernos; aunque las clases trabajadoras tienen la responsabilidad de exigir el final de este estado de cosas.
Pero el movimiento obrero sí que tiene una responsabilidad: ofrecer alternativas para revertir esta situación. A corto plazo, las líneas de trabajo sindical frente al calentamiento atmosférico podrían sintetizarse en los siguientes puntos: 1) Impulsar medidas de ahorro y eficiencia energética en la empresa, en las administraciones públicas y en la sociedad; 2) Fomentar las tecnologías limpias y la sustitución de las fuentes sucias de energía –térmica, nuclear, etcétera– por fuentes de energía renovables; 3) Cambiar de modelo de transporte. Junto a la apuesta por el transporte público, colectivo, limpio y de calidad, el movimiento obrero puede hacer una aportación específica impulsando modalidades sostenibles de acudir a la empresa: planteando en la negociación de empresa, sectorial o intersectorial, la realización democrática de planes de movilidad al centro de trabajo basados en el transporte colectivo público y la reorganización de los horarios trabajo. Es decir, las propuestas pueden y deben abarcar desde el plano de las políticas energéticas e industriales, a escala estatal o sectorial, a medidas muy concretas a nivel de una empresa.
Corolario II: Es así, y sólo así, que la clase obrera se irá constituyendo en caudillo de la nación, empleando la vieja expresión, en actor principal del cambio, en eje de una nueva alianza del pueblo y, cuando comience a intervenir de forma independiente en torno a la cuestión del poder, en sujeto político autónomo. El ecosindicalismo puede ser uno de los factores que permitan esa transformación. Pero para ello no basta la acción sindical, es precisa una estrategia política, un proyecto de sociedad alternativo ecosocialista y la creación de instituciones alternativas a las del sistema que sean capaces de agrupar y estabilizar al conjunto de la clase trabajadora. Es entonces cuando la clase trabajadora puede aparecer a los ojos de millones como sujeto revolucionario al que referirse y con quien establecer acuerdos de gobierno, pues aparece como aspirante principal al poder alternativo al dictado del capital.
K. Marx y F. Engels (1848) Manifiesto del Partido Comunista
Génesis I: 26-27
Ernest Mandel (1986). Démocratie socialiste contre socialisme de marché
Ello choca, no podemos obviarlo, con la idea predominante sobre qué es la democracia y en qué ámbitos debe existir. Para el capitalismo, existen consensos estatales que lo blindan y que deben ser respetados por todas las fuerzas políticas para no ser expulsadas extramuros del sistema, lo que implica limitar la capacidad de cambio y recortes a las libertades, al pleno ejercicio de la democracia representativa, pero sobre todo a la directa y a los cauces de participación popular en la res publica. Para la patronal, la democracia se detiene en la puerta de las empresas y centros de trabajo. La mayor parte de la sociedad no es consciente de la reactividad antidemocrática de las instancias fundamentales del aparato de Estado o de las limitaciones que impone el propio modelo de democracia liberal vigente, crecientemente autoritario y siempre al servicio de un proyecto económico antisocial a lo ancho del planeta. El horizonte emancipador encuentra, además, escollos en la concepción hegemónica sobre la propiedad y los derechos del capital o el poder oligopólico que controla los sectores estratégicos de la economía. Nadie que sea realista puede pensar que lograr la efectiva democratización de la sociedad y de la economía fuera fácil y estuviera exento de conflicto. En el siglo XXI, las preguntas civilizatorias fundamentales son: qué producir, cómo, para quién y quién decide. Ello nos exige pasar del paradigma del mercado como regulador de las decisiones a la planificación democrática como una forma política colectiva y transparente de adoptar las soluciones más adecuadas en las cuestiones básicas para satisfacer las necesidades de la mayoría en un planeta finito. Resolver estos retos es el horizonte del ecosocialismo.
Génesis I: 28
Génesis 3: 14-19
León Trotsky (1938). Programa de Transición
NOTAS
[1] Empleo el término productivo, que convencionalmente se usa a sabiendas de que es una pésima fórmula de la economía política, para describir lo que realmente es mera transformación de la producción real que efectúa la naturaleza y sólo la naturaleza. El trabajo humano, sea cocinando para alimentarse, sea construyendo puentes, no produce ni alimentos ni metales, simplemente los adecúa para su uso. Pero, además, el término producción es cuanto menos polisémico en un contexto económico en el que la unidad de medida del resultado es el dinero, pues puede aplicarse tanto a la elaboración de armas, yates de lujo o alimentos y libros, y tanto a lo inútil como a lo necesario desde el punto de vista social. La cuestión de cuánta energía tendremos disponible median- te medios renovables es una polémica compleja; así, hay desde autores que defienden una reducción drástica, como Antonio Turiel o Pedro Prieto, hasta otros que plantean posibilidades mucho menos violentas, como A. G. Oliveras. Aquí, una introducción a ese debate).
REFERENCIAS
Benjamin, Walter (2008) Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México: Itaca.
Carpintero, Oscar (2005) El metabolismo de la economía española. Recursos naturales y huella ecológica (1955-2000). Lanzarote: Fundación César Manrique.
Fetscher, Iring (1988) Condiciones de supervivencia de la humanidad. Barcelona-Caracas: Alfa.
Garí, Manuel (2008) “Opiniones, actitudes y contradicciones de los trabajadores en materia ambiental”, en Jorge Riechmann,(coord.) ¿En qué estamos fallando? Cambio social para ecologizar el mundo. Barcelona: Icaria.
Herrero, Yayo (2015), “Vivir y trabajar en un mundo justo y sostenible”, en Mora, Laura y Escribano, Juan (eds.), La ecología del trabajo, el trabajo que sostiene la vida. Albacete: Bomarzo.
Lafargue, Paul (2008) El derecho a la pereza. Disponible aquí.
Mandel, Ernest (1970) Teoría leninista de la organización. México: ERA.
[1] Economista ecosocialista. Militante de Anticapitalistas. Miembro de la Fundación viento sur, de Espacio Público y del Foro de Transiciones.
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