Friedrich Engels entendió aun antes que Marx la centralidad que tenía la crítica de la economía política. De hecho, cuando estos dos pensadores radicales empezaban a conocerse, Engels ya había publicado muchos más artículos sobre el tema que su amigo.
Engels nació hace 200 años, el 28 de noviembre de 1820, en Barmen, hoy un suburbio de Wuppertal (Alemania). Friedrich Engels fue un joven prometedor al que su padre, un industrial textil, le impidió asistir a la universidad, instándolo a trabajar en su empresa privada. Engels, un ateo convencido, era autodidacta y tenía un apetito voraz por el conocimiento. Firmaba sus artículos con un seudónimo para evitar el conflicto con su familia, que era profundamente conservadora y religiosa.
Los dos años que pasó en Inglaterra –adonde fue enviado con solo 22 años para trabajar en Manchester, en las oficinas de la fábrica de algodón Ermen & Engels– fueron decisivos para la maduración de sus ideas políticas. Fue allí donde pudo ver en persona los efectos que tenían la explotación capitalista del proletariado, la propiedad privada y la competencia entre individuos. Estableció contacto con el cartismo y se enamoró de una obrera irlandesa, Mary Burns, quien jugó un rol clave en su obra y en su vida. Periodista brillante, publicó en Alemania informes sobre las luchas sociales inglesas y escribió en la prensa anglófona sobre los avances sociales que se desarrollaban en el continente. El artículo “Apuntes para una crítica de la economía política”, publicado en los Anuarios francoalemanes de 1844, despertó un enorme interés en Marx, quien en ese momento había decidido concentrar todas sus energías en el mismo tema. Iniciaron así una colaboración teórica y política que duraría el resto de sus vidas.
El año en el que el gobierno francés expulsó a Marx por sus actividades comunistas, Engels lo acompañó a Bruselas. Publicaron entonces La Sagrada Familia, o crítica de la crítica crítica: contra Bruno Bauer y consortes –su primer obra conjunta– y produjeron también un voluminoso manuscrito que no publicaron –La ideología alemana–, abandonado a la inmisericorde “crítica de las ratas”. Durante el mismo período, Engels viajó a Inglaterra con su amigo y le mostró de primera mano todo lo que había visto y comprendido sobre el modo de producción capitalista. Fue entonces cuando Marx abandonó la crítica de la filosofía pos-Hegeliana y dio inicio al largo camino que lo llevó, veinte años después, a escribir el primer volumen de El capital. Los dos amigos también escribieron el Manifiesto del Partido Comunista (1848) y participaron de las revoluciones de 1848.
En 1849, luego de la derrota de la revolución, Marx se vio forzado a mudarse a Inglaterra, y Engels cruzó rápidamente el canal siguiendo a su amigo. Marx se alojó en Londres, mientras que Engels se instaló a gestionar el negocio familiar en Manchester, a unos trescientos kilómetros de distancia. Se había convertido, en sus propias palabras, en el “segundo violín” de Marx, y para mantenerse a sí mismo y ayudar a su amigo –quien a menudo no tenía ningún ingreso– aceptó gestionar la fábrica de su padre en Manchester hasta 1870.
Pocas correspondencias del siglo diecinueve pueden presumir de tener referencias tan eruditas como las que salieron de las plumas de estos dos comunistas revolucionarios. Marx leía nueve idiomas y Engels dominaba doce. Sus cartas son impactantes por sus cambios constantes entre idiomas distintos y por el número de citas que sabían de memoria, muchas en latín y griego antiguos. Estos dos humanistas eran también grandes amantes de la literatura. Marx sabía de memoria muchos pasajes de Shakespeare y nunca se cansó de hojear sus volúmenes de Esquilo, Dante y Balzac. Engels fue presidente del Instituto Schiller en Manchester durante mucho tiempo y adoraba a Aristóteles, Goethe y Lessing. Además de las discusiones permanentes sobre los acontecimientos internacionales y las posibilidades revolucionarias que se abrían, sus intercambios trataban también sobre los grandes avances de la tecnología, la geología, la química, la física, las matemáticas y la antropología. Marx siempre consideró a Engels como un interlocutor indispensable, apelando a su mirada crítica cada vez que tenía que tomar posición sobre algún tema controversial.
A pesar de ser grandes compañeros intelectuales, la relación sentimental entre estos dos hombres fue mucho más lejos. Marx le confiaba todas sus dificultades personales a Engels, empezando por sus terribles padecimientos materiales y los numerosos problemas de salud que lo atormentaron durante décadas. Engels mostraba una abnegación total a la hora de ayudar a Marx y a su familia, haciendo siempre todo lo que estaba su alcanza para asegurarles una existencia digna y para facilitar la finalización de El capital. Marx estuvo siempre agradecido por esta asistencia financiera, como podemos ver en la carta que le escribió una noche de agosto de 1867, tan solo algunos minutos después de terminar de corregir el borrador del volumen uno: “Solo a ti te debo que esto haya sido posible”.
Durante los próximos quince años, Engels realizó sus principales contribuciones teóricas en una serie de escritos dirigidos contra sus oponentes políticos en el movimiento obrero. Entre 1872 y 1873 escribió una serie de tres artículos para el Volksstaat que también fueron publicados, en forma de panfleto, bajo el título La cuestión de la vivienda. La intención de Engels era oponerse a la difusión de las ideas de Pierre-Joseph Proudhon en Alemania y dejar claro para los trabajadores que las políticas reformistas no podían reemplazar una revolución proletaria. El Anti-Dühring, publicado en 1878, descripto por Engels como una exposición más o menos coherente del método dialéctico y del enfoque comunista, se convirtió en un punto de referencia clave para la formación de la doctrina marxista.
A pesar de que los esfuerzos de Engels para popularizar a Marx –polemizando con otras lecturas simplistas– deben ser distinguidos de las vulgarizaciones realizadas por la siguiente generación de la socialdemocracia alemana, su apoyo en las ciencias naturales efectivamente abrió el camino a una concepción evolucionista de los fenómenos sociales que debilitó los análisis más matizados de Marx. Del socialismo Utópico al socialismo científico (1880), una reelaboración de tres capítulos del Anti-Dühring, tuvo mucho más impacto que el texto original. Pero más allá de sus méritos, y de que circuló casi tan ampliamente como el Manifiesto del Partido Comunista, lo cierto es que las definiciones de Engels de la “ciencia” y del “socialismo científico” serían utilizadas posteriormente por la vulgata marxista-leninista para impedir cualquier discusión crítica de las tesis de los “fundadores del comunismo”.
Los fragmentos de un proyecto en el cual Engels trabajó esporádicamente entre 1873 y 1883, publicados bajo el título Dialéctica de la naturaleza, han sido objeto de una gran controversia. Para algunas personas, esta obra es la piedra de toque del marxismo, mientras que para otras es la principal causa del nacimiento del dogmatismo soviético. En la actualidad debe ser leída como una obra incompleta, que muestra los límites de Engels pero también el potencial contenido de su crítica ecológica. Mientras que su uso de la dialéctica ciertamente reduce la complejidad teórica y metodológica del pensamiento de Marx, sería incorrecto buscar en Engels –como hizo mucha gente– las causas de todo lo que no nos agrada en los escritos de Marx, o culpar exclusivamente a Engels por los errores teóricos e incluso por las derrotas políticas.
En 1884, Engels publicó El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, un análisis de los estudios antropológicos dirigidos por el norteamericano Lewis Morgan. Morgan había descubierto que las relaciones matriarcales precedían históricamente a las relaciones patriarcales. Para Engels, se trataba de una revelación importante acerca de los orígenes de la humanidad equivalente a lo que fue “la teoría de la evolución de Darwin para la biología y […] la teoría de la plusvalía, enunciada por Marx, para la economía política”. La familia contenía en sí misma los antagonismos que más tarde se desarrollarían en la sociedad y en el Estado. La primera opresión de clase que apareció en la historia humana coincide “con la del sexo femenino por el masculino”. En relación con la igualdad de género, como así también con las luchas anticoloniales, Engels nunca dudó en defender la causa de la emancipación. Finalmente, en 1886, publicó una obra polémica que apuntaba contra la resurgencia del idealismo entre los círculos académicos alemanes, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1886).
Engels se encargó de la difícil tarea de preparar para su publicación los borradores de los volúmenes segundo y tercero de El capital, que Marx no había logrado terminar en vida. También supervisó las nuevas ediciones de algunas obras que habían sido publicadas antes, algunas traducciones, y escribió prefacios y posfacios para varias republicaciones de las obras de Marx. En una introducción a La lucha de clases en Francia (1850), escrita algunos meses antes de su muerte, Engels elaboró una teoría de la revolución que intentó adaptar a la nueva escena política europea. El proletariado se había convertido en la mayoría social, argumentaba, y las posibilidades de tomar el poder utilizando medios electorales –es decir, a través del sufragio universal– hacían que fuera posible defender la revolución y la legalidad al mismo tiempo.
A diferencia de la socialdemocracia alemana, que manipuló este texto para darle un sentido legalista y reformista, Engels insistía en que la “lucha en las calles” todavía jugaría un rol importante en la revolución. La revolución, continuaba, no podría ser concebida sin la participación activa de las masas, y esto requería un “trabajo largo y paciente”. Leer a Engels hoy, a 200 años de su nacimiento, nos llena con el deseo renovado de aventurarnos por el camino que él trazó.
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