Este es el primer artículo de una serie de dos partes sobre la amenaza de la pérdida de empleo y el desplazamiento de trabajadores provocados por la IA. Puede leer la segunda parte aquí.

 

 

La creciente ansiedad por la pérdida de puestos de trabajo impulsada por la IA se extendió a la conciencia pública.

Hace una década, en las fiestas de Silicon Valley se hablaba de la renta básica universal como solución a la inminente ola de automatización. Hace un año, los informáticos comenzaron a elaborar sus predicciones no solo en el archivo de acceso libre arXiv, sino también en elegantes sitios web independientes, como Situational Awareness (recomendado por Ivanka Trump) y Gradual Disempowerment, seguidos por AI 2027 (leído por J. D. Vance).

Este último mes, desde el feed en X de Barack Obama hasta la revista Time y el New York Times, se hizo evidente la generalización de la ansiedad en relación con el empleo en el ámbito de la IA. Ante la sensación de estar en lo alto de una montaña rusa a punto de lanzarse hacia lo desconocido, las respuestas normales incluyen el distanciamiento emocional o achacar las grandes predicciones a exageraciones publicitarias. Por supuesto, el modelo de negocio de estas empresas tecnológicas consiste en prometer que sus productos pueden ahorrar dinero al sustituir la mano de obra; y necesitan que lo creamos.

También hemos visto surgir una reacción contraria a la ansiedad. Un artículo de investigadores de Apple que indicaba que los grandes modelos lingüísticos en realidad no razonan se hizo viral, y se presentó como prueba de que el progreso se está estancando y de que la burbuja de la IA podría estar a punto de estallar. Otro estudio reciente que reveló que los desarrolladores de código abierto trabajaban más lentamente cuando utilizaban herramientas de IA que cuando no lo hacían reforzó la postura de que las previsiones sobre el progreso de la IA podrían ser exageradas.

Creemos que el desplazamiento de los trabajadores por la IA es un problema real. Y es un problema que requiere nuestra atención y nuestro enfoque ahora mismo, no dentro de diez años o en un futuro lejano. Representa una amenaza inminente, pero también una oportunidad política. Es probable que sea un tema destacado en los ciclos electorales en el corto plazo, y la izquierda debe estar preparada con propuestas políticas para abordarlo.

Aprovechar la oportunidad

Sería muy fácil para la izquierda desperdiciar esta oportunidad política. En particular, hay dos tendencias que pueden impedirnos desarrollar una respuesta adecuada al problema de la pérdida de puestos de trabajo impulsada por la IA.

Una es la resistencia fragmentada a los imperios de la IA. ¿No hay una gran cantidad de organizaciones sin ánimo de lucro y académicos progresistas que trabajan en la IA? Los hay, pero los temas en los que «trabajan» son muy variados y a menudo están aislados, y muchas de estas personas se ocupan de temas importantes como la vigilancia, la seguridad de la IA, el sesgo algorítmico contra los grupos marginados, el impacto medioambiental, la degradación cultural producto de los contenidos basura y la decadencia de las plataformas, la creatividad, los riesgos existenciales, la regulación y la supervisión, etc. Las personas que trabajan en políticas de IA luchan en múltiples frentes, y algunas están financiadas y, en cierta medida, controladas por la industria.

El número de personas que se centran específicamente en la cuestión de la IA y el trabajo es mucho menor. Fuera de la política tecnológica, los sindicatos se han comprometido con las implicaciones de la IA, pero también están ocupados con luchas más inmediatas por los salarios y las condiciones laborales, con la organización de los trabajadores no sindicados y otras cuestiones similares.

La segunda razón por la que la izquierda puede perder la oportunidad de liderar la lucha contra el desplazamiento de los trabajadores por la IA es la complicada relación que muchos izquierdistas tienen con las tecnologías emergentes. Existe una tendencia generalizada a confundir una tecnología con el sistema capitalista y la matriz particular de relaciones de poder en la que se desarrolla. En este sentido, la IA se analiza a veces como un fenómeno totalmente negativo en el contexto de las relaciones sociales capitalistas, un conjunto de tecnologías desplegadas por la clase dominante en su propio interés para degradar y sustituir el trabajo humano.

Si bien existe un movimiento para darle forma a la tecnología en interés del público, tiende a quedar relegado a los círculos académicos o políticos, a pesar de que, como escribe Leigh Phillips, la izquierda debería ser optimista sobre el uso de la tecnología para la liberación. El tecnopesimismo conduce, en el mejor de los casos, a una tendencia a centrarse en nociones mal definidas de «gobernanza» de la IA en lugar de en cómo aprovecharla, lo que limita el debate sobre cómo la IA podría democratizar la informática o abrir nuevas modalidades de educación.

La IA plantea un dilema especial porque está muy mal definida; al no existir una definición clara de lo que es la «inteligencia artificial», se convierte simplemente en un sustituto de los oligarcas, el capitalismo de plataformas o el estado vigilante, es decir, un montón de basura malvada que hay que rechazar.

En resumen, la dinámica actual de la izquierda y el panorama político en materia de IA hacen que corremos el riesgo de limitarnos a reaccionar ante la sustitución de puestos de trabajo por la IA, en lugar de proponer ideas políticas de forma proactiva. En un ensayo posterior, revisaremos y propondremos algunas soluciones políticas a estos problemas, desde la regulación de la IA como servicio público hasta un programa de empleo público al estilo del New Deal. Aquí comenzamos evaluando el debate en la izquierda sobre si la sustitución de trabajadores por la IA es realmente un problema.

¿Qué amenaza supone en este momento?

Hasta ahora, el futuro del trabajo con IA fue un «debate» a dos bandas, presidido principalmente por economistas laborales. Una parte cree que la IA provocará una gran pérdida de puestos de trabajo. El principal argumento de esta postura es que se trata, literalmente, de la propuesta comercial de las empresas de IA: que las empresas utilizarán sus productos para ahorrar en mano de obra.

Los bancos y las consultoras barajaron cifras elevadas: Goldman Sachs afirmó que 300 millones de puestos de trabajo a tiempo completo en todo el mundo, y una cuarta parte del trabajo actual, podrían ser realizados íntegramente por la IA; los analistas de McKinsey proyectaron que el 30 % de las horas trabajadas actualmente en Estados Unidos podrían automatizarse. (Estas consultoras también son vulnerables a la IA y compiten por crear sus propias plataformas de IA con agentes, en las que los «agentes» de IA actúan de forma autónoma para realizar tareas específicas de varios pasos).

Pero la IA también creará nuevos puestos de trabajo, argumentan los economistas laborales del otro lado. Los puestos de trabajo son conjuntos de tareas, y es poco probable que las herramientas de IA sustituyan todas estas tareas. Más del 60 % del empleo en 2018 correspondía a puestos de trabajo que no existían en 1940, según un estudio del economista del MIT David Autor y sus colegas, en el que se incluyen «nuevos trabajos» con nuevos puestos que implican nuevas tecnologías (operadores de drones, químicos textiles), reflejan cambios demográficos (hipnoterapeutas, sommeliers) e incluyen puestos de trabajo temporal (compradores on demand y conductores personales). La IA producirá cosas nuevas que aún ni siquiera imaginamos y aumentará el trabajo humano, no lo sustituirá.

Es cierto que, con el cambio tecnológico, los antiguos puestos de trabajo fueron sustituidos por nuevos tipos de trabajo. Pero hay dos puntos importantes a tener en cuenta a la hora de evaluar si la historia puede aportarnos tranquilidad en este sentido. En primer lugar, no hay datos suficientes para afirmar de qué forma «siempre fueron las cosas»: sí, hubo transiciones anteriores de la economía agraria a la manufacturera y a la de servicios, pero se trata solo de dos transiciones. En segundo lugar, estas transiciones anteriores tampoco deberían ser motivo de tranquilidad, ya que aún están en curso y sus repercusiones siguen produciéndose. La política electoral estadounidense sigue estando marcada por el fracaso del Estado a la hora de guiar estas transiciones.

Algunos economistas adoptan una postura más matizada y advierten de que los emprendedores tecnológicos reclamarán «rentas de innovación». Anton Korinek y Joseph Stiglitz escriben: «Los economistas nos fijamos un objetivo demasiado fácil si nos limitamos a decir que el progreso tecnológico puede mejorar la vida de todos; también tenemos que decir cómo podemos conseguirlo». La desigualdad aumenta porque los innovadores obtienen un excedente y, a menos que los mercados de la innovación sean plenamente competitivos, ese excedente será superior a los costos de la innovación, explican. Además, las innovaciones afectan a los precios de mercado y modifican la demanda de factores como la mano de obra y el capital. «La IA puede reducir una amplia gama de salarios humanos y generar una redistribución hacia los empresarios», concluyen.

Perspectivas marxistas

Un análisis más explícitamente marxista de la tecnología también es útil en este caso. Karl Marx argumentó que la tecnología no se desarrolla bajo el capitalismo para mejorar la sociedad o para «aligerar el trabajo», sino para producir plusvalía o beneficios para el capital. Por lo tanto, el capital no utilizará la tecnología a menos que pueda realizar tareas más baratas que la mano de obra más barata disponible (Marx bromeó diciendo que el capital estaba encantado de utilizar la mano de obra femenina de las poblaciones excedentarias en lugar de las máquinas cuando el costo de dicha mano de obra era «inferior a cualquier cálculo»).

Desde esta perspectiva, debería quedar claro que el capital tiene un gran interés en automatizar el alto costo de la mano de obra técnica y profesional, es decir, las formas de trabajo aparentemente más vulnerables a la disrupción de la IA. Dicho esto, para el capital, el cálculo sigue dependiendo de que pueda acceder a las herramientas de IA a un costo inferior al de esa mano de obra. En este momento, las empresas de IA pretenden ofrecer estas herramientas a precios bajos para enganchar a los usuarios, antes de subir sus costos. De hecho, existen serias dudas sobre los beneficios o el «modelo de negocio» en términos generales de generación de ingresos adecuados, y algunos críticos predicen una crisis de la IA que podría extenderse por todo el sector tecnológico, debido a que las empresas crearon sus productos basándose en modelos poco rentables.

El costo de la IA para los capitalistas que buscan sustituir este tipo de mano de obra será importante a la hora de determinar el grado de difusión de esta automatización. Sin embargo, siguiendo la lógica de Marx, cabría pensar que la izquierda estaría alarmada por cómo los capitalistas utilizarán esta nueva tecnología para enriquecerse a costa de los trabajadores. ¿De qué sirve nuestra fuerza de trabajo si es sustituible al instante?

Marx también argumentó con fuerza que, bajo el capitalismo, el principal producto del rápido cambio tecnológico es la producción de un «ejército de reserva» de desempleados empobrecidos, «liberados» por la tecnología. La pobreza y la miseria que sufren estas poblaciones excedentes, aunque sean temporales, también podrían convertirse en una fuerza política explosiva y en un freno a las demandas y al poder de la mano de obra empleada.

Marx y los marxistas explicaron la forma en que esto afectó a diversos tipos de trabajo manual desde la Revolución Industrial, pero la perspectiva de una automatización generalizada del trabajo «mental» o «cognitivo» podría iniciar un proceso de «proletarización» de la «clase profesional-gerencial», o al menos de parte de ella. Incluso si estos trabajadores acaban por pasar a nuevos sectores, la transición no siempre es fácil y puede ser políticamente inestable (como vimos en las zonas desindustrializadas del Rust Belt, afectadas por altos niveles de desempleo, que se pasaron en gran número a Donald Trump).

De hecho, la persistencia de una «clase media» entre el trabajo y el capital se consideró durante mucho tiempo una refutación de la predicción de Marx sobre la creciente polarización de clases entre un pequeño grupo de propietarios capitalistas y una masa proletaria cada vez más descalificada. Independientemente de lo que Marx predijera o no, la IA podría golpear directamente en el corazón de una de las principales fuentes de estabilidad capitalista a lo largo de más de un siglo: los trabajadores de clase media relativamente estables que disfrutan de salarios decentes y de una cierta autonomía en el trabajo, y que (en su mayoría) consideran que sus intereses están alineados con los del capital.

Además, como argumentó Autor, si los profesionales cualificados pudieron obtener ventajas en el mercado laboral gracias a sus habilidades, la descalificación basada en la IA podría hacer que estas capacidades estuvieran más disponibles y, por lo tanto, reducir la polarización entre estos trabajadores y sus homólogos con salarios más bajos en empleos precarios y manuales. Y un aumento repentino de la precariedad para amplios sectores de trabajadores cualificados y con estudios podría, de hecho, aumentar la solidaridad entre estos trabajadores y el conjunto de la clase trabajadora. Aunque un salario alto parezca aislarlos de los estragos del capitalismo, la mayoría de los trabajadores profesionales dependen en última instancia de su salario para sobrevivir, como el resto de la clase trabajadora. En otras palabras, son trabajadores y deben verse a sí mismos como tales.

¿Nada de qué preocuparse?

Pero la izquierda tiende a menudo al escepticismo sobre la posibilidad de que la IA provoque una pérdida masiva de puestos de trabajo, con el riesgo de perder la oportunidad de construir este tipo de solidaridad amplia entre los trabajadores. Parte de este rechazo proviene de una tendencia comprensible a desconfiar de lo que parece ser una exageración corporativa. Uno de los críticos más acérrimos de la IA es el sociólogo Antonio Casilli, cuyo libro Esperando a los robots. Investigación sobre el trabajo del click, señala que

a pesar de la grandiosa visión de las grandes empresas tecnológicas y las startups, la realidad de la IA se está reduciendo constantemente: a los usuarios se les prometen vehículos autónomos y obtienen conducción asistida; se les promete software para la toma de decisiones y obtienen un menú desplegable de opciones; se les promete un médico robot y obtienen un motor de búsqueda médico.

Casilli sostiene que debemos centrarnos en el trabajo digital, concretamente en el trabajo que conlleva el entrenamiento de la IA y el etiquetado de datos, lo que ilustra que los trabajadores humanos están siendo sustituidos por otros humanos. «Nuestro trabajo no está destinado a la obsolescencia, sino que se está desplazando y ocultando, alejándolo de la vista de los ciudadanos, los analistas y los responsables políticos, que están demasiado dispuestos a creer en el discurso de los capitalistas de las plataformas», escribe. (Aquí su argumento se complementa con Code Dependent (Códigodependiente), de Madhumita Murgia, y Feeding the Machine (Alimentando a la máquina), de James Muldoon y sus colegas, que también se centran en los trabajadores digitales vulnerables y con salarios bajos). En algunos casos, estas plataformas digitales simplemente están desplazando el trabajo, tal y como describe Casilli. Pero también se pierden puestos de trabajo; no es una cuestión de o una cosa o la otra.

Otra crítica seria de la izquierda a la amenaza de la sustitución de puestos de trabajo por la IA proviene de Aaron Benanav, cuyo libro de 2020, La automatización y el futuro del trabajo, explica que las tasas de creación de empleo se ralentizan a medida que se desacelera el crecimiento económico y que esto, más que la destrucción de puestos de trabajo inducida por la tecnología, es lo que deprimió la demanda mundial de mano de obra en los últimos cincuenta años. La historia principal, argumenta, es el estancamiento económico debido a la desindustrialización. En un reciente artículo de opinión publicado en el New York Times, Benanav señala que las ganancias de productividad derivadas de la IA generativa fueron limitadas, que es difícil ver cómo podría generar mejoras radicales en los servicios básicos y que sus avances parecen estar ya ralentizándose.

Aunque estamos de acuerdo con parte de esto —el estancamiento económico debe abordarse como un problema subyacente más amplio—, sería un error negar los avances de la IA solo porque los capitalistas siempre promocionan sus productos o porque aún no fueron capaces de monetizar los logros. Además, a pesar del estancamiento general (especialmente para la clase trabajadora), la rentabilidad capitalista se restableció sustancialmente desde la crisis económica de los años setenta, y algunas de las empresas más rentables en la actualidad están invirtiendo fuertemente en IA.

Están apareciendo estudios revisados por pares que ilustran que la IA puede superar a los seres humanos en muchas tareas médicas, proporcionar una psicoterapia eficaz y escribir poemas más populares que los compuestos por seres humanos. Es posible que la actual ola de IA sea realmente diferente de las experiencias y los ciclos de expectación anteriores. Además, el implacable impulso histórico del capital por automatizar todo el trabajo —el agrícola y el manufacturero de forma más dramática— no sugiere que el trabajo «servicial» o «mental» vaya a ser inmune para siempre.

Así pues, cuando se plantea la pregunta «¿Es la pérdida de puestos de trabajo por la IA una catástrofe inminente o una tormenta en un vaso de agua?», la tendencia de las plataformas de redes sociales a polarizar los debates en discusiones binarias nos está desviando del camino. Probablemente, la verdad se encuentre en algún punto intermedio: la disrupción de la IA no destruirá la mayoría de los puestos de trabajo, pero seguirá siendo significativa y, al igual que con el cambio climático, el escenario intermedio sigue siendo extremadamente disruptivo, especialmente si se combina con otras tendencias sociales y ecológicas.

Sostenemos que se trata de un problema «urgente». No tenemos pruebas sólidas de un desplazamiento masivo, pero hay muchas señales de advertencia. Empresas como Shopify están enviando memorandos sobre cómo convertirse en empresas «AI first», en las que los empleados tendrán que justificar por qué el personal de los proyectos no puede ser sustituido por la IA, y el director ejecutivo de Salesforce, Marc Benioff, el mayor empleador privado de San Francisco, afirma que la IA realiza ahora entre el 30 % y el 50 % del trabajo de la empresa. No es solo Silicon Valley: el director ejecutivo de Ford Motor, Jim Farley, acaba de declarar que «la inteligencia artificial va a sustituir literalmente a la mitad de los trabajadores de cuello blanco en Estados Unidos».

Existe una especial preocupación por los trabajadores sin experiencia. El Financial Times informa que los recién graduados representan solo el 7 % de las contrataciones en las quince mayores empresas tecnológicas, con una reducción de las nuevas contrataciones de un 25 % en comparación con 2023. El director ejecutivo de Anthropic, Dario Amodei, causó revuelo al predecir que la IA podría acabar con la mitad de todos los puestos de trabajo de oficina sin experiencia y provocar un desempleo del 10-20 % en los próximos uno a cinco años.

Una vez más, también hay argumentos en contra. The Economist sostiene que el apocalipsis laboral está muy lejos porque la proporción de empleos de cuello blanco aumentó ligeramente, el desempleo es bajo y el crecimiento de los salarios sigue siendo fuerte, lo que sugiere que las empresas aún no han incorporado mucho la IA en sus flujos de trabajo. También informa sobre la frustración de los directores ejecutivos que gastaron dinero en IA sin ver resultados útiles y cómo hiperescaladores del tipo Alphabet o Meta invirtieron mucho dinero en esta tecnología sin obtener beneficios. Las pruebas de que se está produciendo una disrupción son todavía escasas.

Sin embargo, se trata de un problema que requiere nuestra atención a la hora de diseñar una respuesta ahora, antes de que los efectos se manifiesten plenamente, por tres razones. En primer lugar, las capacidades de la IA ya son capaces de sustituir puestos de trabajo incluso si el progreso tecnológico en este campo no avanza al mismo ritmo. Si las empresas logran incorporar la IA agencial en sus flujos de trabajo, la dislocación será aún más evidente.

Segundo, la opinión popular sobre la IA y el empleo, alimentada por las redes sociales, puede divergir de la realidad empírica de la «pérdida de puestos de trabajo por la IA», pero seguir siendo una fuerza política potente. Por ejemplo, hay que distinguir entre el SARS-CoV-2, el patógeno, y la «COVID», es decir, las representaciones sociales divergentes de la pandemia que se difunden en Internet tanto en la izquierda como en la derecha. La «pérdida de puestos de trabajo por la IA» puede ser un tema político que exija una reacción incluso antes de que se produzcan efectos materiales, e incluso con independencia de estos.

En tercer lugar, se necesita tiempo para desarrollar ideas serias y poder político para hacerle frente al desplazamiento. La planificación debe comenzar ahora, antes de que haya pruebas contundentes que confirmen que ya está ocurriendo a gran escala.

Las trampas políticas que nos esperan

La preocupación pública por la IA ofrece una oportunidad única para reorientar nuestra política en general e incluso revitalizar la izquierda. Pero están surgiendo una serie de trampas. La primera es el riesgo de que descartemos la amenaza del desplazamiento laboral impulsado por la IA como una estafa y perdamos la oportunidad de liderar las soluciones.

La segunda es que permitamos que la derecha utilice el desplazamiento laboral por la IA para exacerbar las tensiones de clase de manera que favorezca a la base de Trump y debilite aún más las instituciones públicas. La broma del secretario del Tesoro, Scott Bessent, de que los trabajadores federales despedidos podrían proporcionar «la mano de obra que necesitamos para la nueva industria manufacturera», junto con los ataques a las universidades, inspiraron debates sobre el «maoísmo MAGA», un movimiento que glorifica el sacrificio económico, el liderazgo autoritario, el poder económico centralizado y las visiones nostálgicas de la producción industrial. Podemos imaginar cómo se burlarán de los trabajadores del conocimiento desplazados por haber ido a la universidad y haber malgastado su dinero y su tiempo: la retórica irá en contra de «rescatar» a esos trabajadores por las malas decisiones que tomaron.

La idea de que la sustitución de puestos de trabajo por la IA es solo una preocoupación para los trabajadores de cuello blanco es errónea. La IA también está llamada a sustituir muchos puestos de trabajo con salarios más bajos en diversos ámbitos, incluidos los de trabajadores sin estudios universitarios. Y si se desplazan los empleos mejor remunerados, los efectos se extenderán por toda la economía y también afectarán a los trabajadores del sector servicios. Pero es fundamental pensar en cómo se interpretará una propuesta que incluye el apoyo público al trabajo de cuello blanco por parte de las personas cuyas comunidades fueron diezmadas por la externalización y la automatización en las últimas décadas, y para las que los políticos no hicieron gran cosa. Cualquier debate sobre el empleo público debe incorporar esa historia y garantizar que el diseño y el mensaje derivados fomenten la solidaridad entre todos los tipos de trabajadores.

La tercera trampa es que la derecha reclamará el liderazgo en cuanto a ser «dura con la IA» y canalizará el resentimiento populista hacia políticas y discursos que se centren en sus dimensiones sociales, ignorando las dimensiones económicas. Las dimensiones sociales son las que ofrecen más posibilidades de colaboración política bipartidista, y son importantes.

Sin embargo, la atención se centrará entonces en el discurso sobre la protección de los niños frente a los deepfakes o la ansiedad por las relaciones románticas con «parejas» de IA que sustituyen los encuentros sexuales y reducen la natalidad, en detrimento de los debates sobre las estructuras de poder o la economía. Cuando Vance dice que «la principal preocupación que tengo con la IA no es la obsolescencia, no es que la gente pierda sus empleos en masa» y que lo que lo preocupa es que «millones de adolescentes estadounidenses hablen con chatbots que no tienen sus mejores intereses en mente», está anticipando el modelo que tomará la derecha para el debate sobre el tema.

Pero si podemos evitar estas trampas y desarrollar un registro y una estrategia para hablar sobre la cuestión del desplazamiento laboral impulsado por la IA con un análisis audaz y riguroso de algunos de los temas planteados anteriormente, todavía hay una oportunidad de aprovechar un momento impredecible y disruptivo.

Puede parecer abrumador. En su nuevo libro, Empire of AI (El imperio de la IA), Karen Hao describe a OpenAI y otros actores poderosos como imperios: durante el colonialismo, los imperios se apoderaron de territorios y extrajeron recursos, explotaron a la mano de obra subyugada y proyectaron ideas racistas y deshumanizadoras de su propia superioridad y modernidad para justificar la explotación y la imposición de su orden mundial. La metáfora es muy acertada. Hao sostiene también que, en este momento crucial, todavía es posible «recuperar el control sobre el futuro de esta tecnología».

Para ello, hay que evitar la tendencia de la izquierda a organizarse y pensar en torno a «cuestiones» o «movimientos» aislados. La IA podría transformar radicalmente las relaciones entre el trabajo y el capital, y nuestra forma de vivir, trabajar y pensar. Esta lucha podría configurar el terreno del capitalismo durante las próximas décadas. Se necesitarán socialistas y sindicalistas tanto como economistas, visionarios tecnológicos o expertos en informática. Sin una izquierda que piense seriamente en configurar activamente el futuro de la IA, nos veremos obligados a limitarnos a reaccionar ante un futuro oscuro creado por los «tech bros».

H. Buck y M. Huber

Holly Buck es profesora asociada de medio ambiente y sostenibilidad en la Universidad de Buffalo. / Matt Huber es profesor de geografía en la Universidad de Siracusa. Su último libro es Climate Change as Class War: Building Socialism on a Warming Planet (Verso, 2022).

Recent Posts

El fascismo está de regreso en la política francesa

El auge de la extrema derecha en Francia ha ido acompañado del crecimiento de tendencias…

9 horas ago

Álvaro Uribe, el intocable condenado

El expresidente colombiano Álvaro Uribe fue condenado este mes por sobornar a testigos, lo que…

1 día ago

Donald Trump y el retorno del nihilismo capitalista

La administración Trump opera con frecuencia por fuera de la lógica del interés propio capitalista,…

2 días ago

Conviértete en quien eres… contra el fascismo

En una extensa entrevista, Alberto Toscano retorna sobre la historia del fascismo y reivindica el…

2 días ago

La crisis migratoria inventada de Gran Bretaña

Aunque las travesías en pateras representan una parte ínfima y cada vez menor de la…

3 días ago

Japonismo ácido

La visionaria autora japonesa de ciencia ficción Izumi Suzuki anticipó nuestro malestar actual hace décadas,…

4 días ago