Grabado en cobre del líder anabaptista Jan van Leiden de Münster, Alemania, decapitando a un no creyente en un banquete, 1534. (Ullstein bild vía Getty Images)
En 1525, la revuelta a la que la historiografía ha denominado como Guerra de los campesinos alemanes fue derrotada. Cientos de miles de campesinos y otros miembros del «pueblo llano» se habían sublevado contra los príncipes y obispos alemanes. Inspirados, en parte, por la Reforma que había comenzado unos años antes, estos rebeldes fueron mucho más allá de aquel punto de partida, exigiendo la democratización de sus comunidades, el fin de la opresión y los impuestos injustos y la restauración de las tierras y propiedades comunales.
Algunas figuras, como Thomas Müntzer, traspusieron la simple demanda de reformar la sociedad y la Iglesia, y plantearon ideas sobre cómo podría rehacerse la sociedad de forma verdaderamente radical. Predicaban el fin del gobierno corrupto y explotador de los príncipes y nobles y argumentaban que la gente podía vivir comunitariamente, compartiendo los recursos y la riqueza de manera colectiva.
El levantamiento campesino puso en aprietos a los miembros de la clase dominante alemana, pero esta no tardó en recuperarse. Temerosa de una gran revolución desde abajo, ahogó en sangre la revuelta y decenas de miles de campesinos fueron masacrados. Después, cualquiera que hubiera tomado parte en la rebelión —o incluso hubiera mostrado simpatía por ella— corría el riesgo de ser encarcelado, torturado y ejecutado.
La magnitud de la represión puso fin a la rebelión, pero no pudo detener el descontento subyacente. Al fin y al cabo, las condiciones que la habían provocado seguían en pie. Las ideas radicales que se habían desarrollado dentro del pensamiento de la Reforma continuaron expandiéndose.
Este fue el contexto del acto final de la «Reforma radical» en Europa, el ascenso y la caída del movimiento anabaptista. Hoy conocemos a los anabaptistas como pequeños grupos religiosos, como los menonitas, los amish o los huteritas. Pero sus orígenes se remontan a la agitación religiosa de los primeros tiempos de la Reforma y sus ideas se forjaron a través de una lectura radical de la Biblia.
En particular, dos pasajes del Nuevo Testamento fueron importantes en esta historia porque apuntaban a una forma diferente de vida cristiana. El quinto libro del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles, describe la fundación de la Iglesia cristiana y la vida de los primeros seguidores de Jesús. Se supone que estos cristianos vivían en comunidad, vendiendo sus posesiones y compartiendo la riqueza con los pobres y los necesitados y entre la propia comunidad cristiana. Las palabras de Hechos 4:32-35 inspiraron aún más a los pensadores pobres y radicales:
Para quienes vivían sometidos a fuertes impuestos, obligados a entregar dinero en concepto de arrendamientos, impuestos y diezmos a su señor y a la Iglesia, estas eran palabras inspiradoras que hablaban de un modo de vida diferente. De hecho, durante la Guerra de los campesinos, el establecimiento de una «ley piadosa» fue una de las principales reivindicaciones de los rebeldes. Tras la rebelión, pequeños grupos de cristianos siguieron defendiendo estos principios.
Uno de los grupos que comenzó a surgir en los años posteriores a 1525 fueron los anabaptistas. No existió una única interpretación anabaptista de la Biblia. Los historiadores del movimiento han identificado cinco o seis corrientes diferentes de anabaptismo en diversos lugares de Alemania y Suiza. Tenían compromisos compartidos con ideas como la «comunidad de bienes», así como el rechazo del bautismo infantil.
La idea del rebautismo, o bautismo adulto, se volvió crucial para los anabaptistas porque pensaban que los individuos debían llegar a la Iglesia por su propia creencia. No se les podía obligar a unirse a la Iglesia siendo niños, simplemente bautizándolos. Esto resultaba chocante para la Iglesia católica, que durante mucho tiempo había sostenido que el rebautismo era blasfemo y se castigaba con la muerte. Al mismo tiempo, sin embargo, el movimiento protestante también rechazó a los anabaptistas, cuyas creencias radicales, en su opinión, conducirían a una escalada de la rebelión.
De este modo, las ideas de los anabaptistas los colocaron en confrontación directa con las dos principales corrientes del cristianismo en Alemania. La fuerte represión los obligó a organizarse clandestinamente, difundiendo su mensaje mediante predicadores itinerantes, a menudo en secreto y predominantemente entre los pobres y oprimidos. Como ha dicho un historiador del anabaptismo primitivo, Werner O. Packull: «Los mismos impulsos sociales y económicos que inspiraron el descontento campesino local alimentaron la disidencia religiosa de los primeros anabaptistas».
El anabaptismo dio lugar a muchos personajes fascinantes cuyas ideas cristianas radicales se convirtieron en fuente de inspiración para decenas de miles de personas. Uno de los más significativos fue Melchior Hoffman, que se asoció estrechamente con una forma de milenarismo radical en la ciudad de Estrasburgo a principios de la década de 1530. Fue en el noroeste de Alemania donde el anabaptismo comenzó a adquirir su carácter más radical.
Las autoridades de esta ciudad imperial parecen haber sido más indulgentes con los anabaptistas, permitiendo que los primeros predicadores que llegaron actuaran con relativamente pocas restricciones. Pero fue Hoffman quien logró convertir el anabaptismo en una fuerza radical. Era un artesano ambulante, un curtidor, que había aprendido por sí mismo la Biblia. Llegó a Estrasburgo en 1529 y se unió a los anabaptistas, llegando rápidamente a ser considerado un profeta. Hoffman viajó después a los Países Bajos, donde ayudó a difundir el anabaptismo, pero finalmente regresó a Estrasburgo.
Hoffman rompió con las doctrinas anabaptistas predominantes de no violencia. Comenzó a predicar que los elegidos debían tomar la «espada de dos filos» y usarla contra los infieles. La influencia de Hoffman fue significativa, aunque localizada en Estrasburgo, los Países Bajos y (significativamente) en Münster. Decía a sus seguidores que Estrasburgo se convertiría en la Nueva Jerusalén y que pronto vería la venida del Señor que introduciría el «reino de los santos». Ante este milenarismo salvajemente popular, las autoridades de Estrasburgo lo arrestaron.
Cuando quedó claro que los santos no vendrían a Estrasburgo, la atención de los seguidores de Hoffman se desplazó a la ciudad de Münster, que también había visto crecer el movimiento radical de la Reforma. Estrasburgo, pensaban, le había fallado a Dios. Quizá Münster fuera diferente.
Cuando los anabaptistas llegaron a Münster se unieron a radicales religiosos ya existentes que habían sido inspirados por un sacerdote local llamado Bernhard Rothmann. Rothmann había sido durante mucho tiempo un molesto defensor de la reforma radical. Rápidamente se le unieron anabaptistas inspirados por Hoffman. Dos de los más importantes fueron Jan van Leiden y Jan Matthys, que se convertirían en figuras destacadas de la rebelión de Münster.
Aunque el anabaptismo en Münster era en gran medida la religión de las comunidades más pobres, también tenía sus partidarios más ricos que consideraban que la Reforma luterana no había ido lo suficientemente lejos. Entre ellos estaba la poderosa figura de Bernhard Knipperdolling, jefe de los gremios de la ciudad. Knipperdolling había sido lo suficientemente poderoso unos años antes como para liderar un desafío al obispo, y estaba claro que no temía desafiar a la autoridad en cuestiones religiosas.
Los anabaptistas pronto superaron en número a los no anabaptistas en Münster. Bajo la influencia de personas como Jan van Leiden y Matthys, el movimiento se alejó rápidamente del pacifismo y la no violencia. Tras hacerse con el control del consejo, Jan van Leiden y Matthys se dedicaron a construir un estado teocrático.
Matthys habría ejecutado a todos los no anabaptistas, tanto católicos como protestantes. Pero a instancias de figuras menos extremas, fueron expulsados en su lugar. La expulsión fue similar a un pogromo. Miles de personas —viejos y jóvenes, sanos y enfermos— fueron expulsadas en medio de una tormenta de nieve. Dejaron atrás sus riquezas y posesiones, mientras que quienes se quedaron fueron rebautizados en una ceremonia de tres días. Estos acontecimientos precipitaron la acción de las autoridades. El obispo reunió un ejército y sitió Münster.
Los anabaptistas instituyeron un orden comunal que redistribuyó las posesiones y alimentos que habían quedado atrás y se crearon almacenes centrales donde los pobres y necesitados podían solicitar las cosas que necesitaban, desde ropa de cama hasta vestimenta. Se crearon comedores comunales donde la gente comía junta mientras escuchaba lecturas de la Biblia. Merece la pena citar el relato del testigo presencial Heinrich Gresbeck:
No cabe duda de que estas políticas gozaban de gran popularidad entre los pobres. Un erudito contemporáneo de Amberes escribió al teólogo y humanista holandés Erasmo lamentándose de este sentimiento:
Fuera de Münster, la represión que los anabaptistas habían experimentado en sus primeros días se repitió a gran escala, con las autoridades tratando de impedir que la gente llegara a Münster para apoyar a la ciudad sitiada.
El asedio fue largo y violento. Un punto de inflexión tuvo lugar en abril de 1534, cuando Matthys tuvo la visión de que derrotaría al enemigo con solo doce seguidores. Salió valientemente de Münster con sus acompañantes pero fue asesinado inmediatamente. Jan van Leiden se convirtió entonces en la figura más poderosa de la ciudad. Se dispuso a concentrar aún más riqueza y poder en sus manos, declarándose rey y profundizando en el Estado teológico.
Un aspecto interminablemente discutido del asedio de Münster es la cuestión de la poligamia. Originalmente, los anabaptistas solo habían permitido el matrimonio entre dos anabaptistas. El matrimonio entre un anabaptista y un no creyente, así como el adulterio, se castigaban con la muerte. Jan van Leiden, sin embargo, instituyó la «poligamia». En su relato de estos hechos, Gresbeck escribe:
La justificación de Jan van Leiden para instituir la poligamia descansaba en el Antiguo Testamento, en el que figuras como Noé tenían más de una esposa, combinada con la incitación bíblica de «salid y multiplicaos». Él mismo tomó quince o dieciséis esposas.
Después del asedio, los enemigos de los anabaptistas utilizaron el tema de la poligamia para atacarlos, argumentando que demostraba la falta de moral entre la comunidad. Esto era sin duda la hipocresía más burda viniendo de personas que vitorearon la supresión, tortura y matanza masiva de los anabaptistas. Pero no debemos ver la práctica de la poligamia en Münster como una forma de liberación sexual.
Algunos historiadores han señalado que había un desequilibrio significativo entre la cantidad de mujeres y hombres en la ciudad. Si bien esto es cierto, los intentos de justificar la poligamia de Jan van Leiden como una forma de proteger a las mujeres son erróneos. En realidad, no se trataba de poligamia, término que sugiere que las mujeres podían tener varios maridos, sino de poliginia, en la que solo los hombres gozaban del privilegio de tener varias parejas. Este punto queda subrayado por la declaración de las autoridades anabaptistas de Münster:
Las mujeres fueron forzadas a casarse bajo estas circunstancias. Aunque parece que algunas se casaron por voluntad propia, la mayoría no lo hizo. Esto provocó un gran descontento que incluso llevó a un pequeño levantamiento, rápidamente aplastado. Gresbeck sugiere que al menos una mujer podría haberse suicidado antes que someterse. Otras que se negaron o se opusieron a la práctica del matrimonio forzado fueron ejecutadas. El descontento parece haber sido lo suficientemente grande como para que los dirigentes dieran marcha atrás. Según Gresbeck, declararon que «el matrimonio debía ser voluntario», pero la medida llegó demasiado tarde.
La comida era tan escasa que los habitantes comían gatos, perros y ratas. Sin embargo, Jan van Leiden se rodeó de enormes riquezas, viviendo una vida de lujo en mansiones requisadas con sus múltiples esposas, un enorme séquito y guardias especiales. El nuevo «rey» adopta todos los atributos de la monarquía medieval y se sienta a juzgar en un trono especial en la plaza del mercado. Cada vez se confiscaban más bienes para financiar este fastuoso estilo de vida, mientras la población sufría cada vez más.
Fuera de la ciudad crecía la oposición a los anabaptistas. El obispo había recaudado suficiente dinero de otros gobernantes para contratar un ejército más numeroso. Los predicadores que salían de Münster todavía eran capaces de inspirar a la gente para que intentara unirse, y hubo al menos un intento de los anabaptistas de Países Bajos de socorrer a sus pares de Münster. Sin embargo, este esfuerzo fue violentamente aplastado antes de que pudieran llegar.
En mayo, Jan van Leiden respondió a la desesperación permitiendo que mucha gente abandonara la ciudad. Trágicamente, los hombres más jóvenes fueron rápidamente asesinados por los sitiadores, que se negaron a permitir que los demás fueran más allá de las afueras de la ciudad. Las mujeres, los ancianos y los niños fueron abandonados a su suerte, atrapados entre los muros de la ciudad y los ejércitos sitiadores. Durante cinco semanas, cientos de ellos murieron de hambre, comiendo hierba y sin poder escapar. Finalmente, el obispo cedió. Los considerados anabaptistas fueron ejecutados, mientras que el resto fueron desterrados.
Münster acabó cayendo después de que Gresbeck y otro hombre escaparan, proporcionando a los sitiadores suficiente información para permitirles entrar. Las fuerzas del obispo se dispusieron entonces a masacrar a los que quedaban. Cientos de ellos murieron en los combates o fueron torturados y ejecutados después. En enero de 1536, Jan van Leiden, Knipperdolling y otro destacado anabaptista, Bernhard Krechting, fueron torturados públicamente hasta la muerte en el centro de Münster. Sus cuerpos fueron enjaulados y colgados de la torre de la iglesia de San Lamberto en jaulas cuyas réplicas aún permanecen allí.
El asalto a la Münster anabaptista y el asesinato y ejecución en masa de quienes permanecieron dentro fue el fin de la Reforma radical y masiva. El anabaptismo nunca recuperó su fuerza. Después de 1535, no hubo más intentos de construir una «comunidad de bienes» dentro de la sociedad existente mediante movimientos desde abajo.
Algunos relatos sobre Münster —en particular el del izquierdista Belfort Bax, cuya historia de los acontecimientos se publicó en 1903— han intentado establecer estrechos paralelismos con revoluciones obreras posteriores. El historiador Norman Cohn también estableció una comparación entre los seguidores de Jan van Leiden y los movimientos revolucionarios del siglo XX en su libro The Pursuit of the Millennium, aunque su intención al hacerlo era desacreditar al comunismo moderno.
El hecho de que los líderes anabaptistas intentaran implantar la «comunidad de bienes» mientras las autoridades respondían con el asedio y la masacre sugiere un evidente paralelismo con la Comuna de París de 1871. Sin embargo, aunque debemos simpatizar con quienes en Münster buscaban genuinamente crear una sociedad igualitaria, no podemos dar a los acontecimientos un tinte demasiado radical leyendo episodios posteriores de la historia revolucionaria en este período.
Es cierto que muchos anabaptistas, procedentes de la masa de pobres del noroeste de Alemania y los Países Bajos, tenían grandes expectativas de que se acercaba un momento milenario, y esperaban beneficiarse de la redistribución de la riqueza de los ricos a los pobres. Pero la forma en que esta visión se hizo realidad temporalmente fue muy diferente de la experiencia de movimientos posteriores que redistribuyeron la riqueza a través de movimientos de masas desde abajo. La Comuna de París se distinguió por la práctica de la democracia participativa de masas, pero en Münster no existía tal democracia ni había rendición de cuentas alguna.
Pero, dicho esto, si hay algo que la destrucción de la Münster anabaptista debería recordarnos es que las clases dominantes siempre han temido la rebelión desde abajo. Una de las grandes exigencias de la Reforma radical era que se permitiera a las mujeres y hombres corrientes practicar su religión como quisieran, sin que sea filtrada por las palabras de un sacerdote puesto a dedo por el señor local.
Al leer la Biblia, encontraron fragmentos que eran «el suspiro de la criatura oprimida», en palabras del (a menudo malinterpretado) análisis de Karl Marx sobre la religión. Miles de ellos dieron su vida intentando construir un mundo en el que la gente corriente pudiera vivir libre y cómodamente. Esto fue demasiado para sus gobernantes, que los aplastaron sin escrúpulos.
Los socialistas aceptan que cierto grado de desigualdad puede ser inevitable en una sociedad compleja.…
El marxista ruso Yevgeni Preobrazhensky elaboró uno de los planes más sofisticados para construir una…
La experiencia del nuevo gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil pone de…
Hay mucho más en la vida que el trabajo. Todos tenemos familias, amigos y un…
Pese al evidente giro a la derecha, las últimas elecciones bolivianas no modificaron la estructura…
Los aranceles de Donald Trump equivalen a un impuesto encubierto a las clases medias y…