Campo de paneles solares en Laghouat, Argelia. (Jemo2200 / Wikimedia Commons)
La perspectiva medioambiental del decrecimiento está ganando adeptos. Hace un par de meses, el Parlamento Europeo celebró una conferencia de varios días titulada «Más allá del crecimiento», en la que participaron numerosos oradores afines a esta perspectiva. El ecologista liberal Bill McKibben ofreció una evaluación comprensiva en el New Yorker.
Hasta en la izquierda socialista avanza el decrecimiento. Hace dos años, la Fundación Rosa Luxemburgo de Nueva York publicó un artículo titulado Degrowth and Revolutionary Organising (Decrecimiento y organización revolucionaria). El libro The Future Is Degrowth fue reseñado positivamente en la revista Socialist Forum de los Socialistas Democráticos de América. En Japón, el ecomarxista Kohei Saito ha vendido 500 000 ejemplares de su libro, donde promueve el comunismo del decrecimiento. Su próximo título, Slow Down: The Degrowth Manifesto (Más lento: El manifiesto del decrecimiento) se publicará en inglés a principios del año próximo.
Además, una de las revistas más antiguas de la izquierda socialista, Monthly Review (en su primer número de 1949 publicó ¿Por qué socialismo?, de Albert Einstein), también se ha consignado, al parecer, al decrecimiento. El último número se titula Planned Degrowth: Ecosocialism and Sustainable Human Development (Decrecimiento planificado: ecosocialismo y desarrollo humano sostenible) y en él escribieron algunos de los promotores más destacados del decrecimiento, como Jason Hickel y Matthias Schmelzer.
La edición contiene también una larga introducción del ecomarxista John Bellamy Foster. Como es usual en un ensayo de Foster, tiene muchas invitaciones a la reflexión con las que uno ciertamente puede acordar. En última instancia, sin embargo, el autor, tal como gran parte del movimiento del decrecimiento, vincula innecesariamente su visión de un futuro socialista a un programa de reducción de la productividad económica.
Está absolutamente claro que el cambio climático requiere el desarrollo de fuerzas productivas de un tipo y dimensión en las que el capital es reacio a invertir.
Los promotores del decrecimiento y Foster tienen razón al criticar y rechazar la fijación de nuestras sociedades con el producto interno bruto (PBI) como indicador de la capacidad económica. Y es que, en última instancia, el PBI se fija en el valor de cambio. Que los bienes producidos favorezcan al bienestar de las personas y del medio ambiente es, en ese sentido, irrelevante.
En segundo lugar, la solución a la crisis medioambiental requiere alejarse de la anarquía del mercado capitalista y aproximarse a la planificación. La mayor parte de nuestros problemas medioambientales están profundamente vinculados con inversiones en infraestructuras -vivienda, transporte, red eléctrica– que el mercado es claramente incapaz de realizar. La reestructuración de estos sistemas vuelve imprescindible a la planificación.
Foster se refiere entonces a Engels: «El objetivo del socialismo no es la expansión de la producción en sí, sino el ‘desarrollo totalmente libre’ del hombre». Y es correcto: el objetivo no es necesariamente aumentar la producción, sino crear las mejores condiciones posibles para la libertad humana. Sin embargo, lo contrario también es cierto: para alcanzar el objetivo no es necesario reducir la producción total.
El socialismo propone flexibilidad total en cuanto a qué debería aumentar o reducirse, no insiste en la reducción global de la producción.
Casi todas las propuestas de decrecimiento incluyen una demanda por la reducción del «consumo energético agregado» o del «consumo de recursos». Por ejemplo, The Future Is Degrowth afirma: «El decrecimiento puede definirse como la transición democrática hacia una sociedad basada […] en un consumo mucho menor de energía y recursos.»
Lo que Engels propone realmente en los fragmentos citados del Anti-Dühring es que la sociedad asuma el control pleno (es decir, la planificación) de su relación con la naturaleza, en contraste con el capitalismo, que cede este control a los mercados anárquicos. Así, el socialismo propone flexibilidad total en cuanto a qué debería aumentar o reducirse, no insiste en la reducción global de la producción.
Además, la crisis climática encaja bastante bien con la «tesis del encadenamiento» de Marx. Está claro que el cambio climático requiere el desarrollo de fuerzas productivas de un tipo y dimensión en las que el capital es reacio a invertir. Por ejemplo, los cálculos de la Universidad de Princeton sugieren que el objetivo de emisión cero para 2050 requerirá, entre otras cosas, de 80 a 120 millones de bombas de calor, un aumento de hasta cinco veces en la capacidad de distribución eléctrica, 250 grandes reactores nucleares (o 3.800 pequeños) y el desarrollo de una industria completamente nueva: la captura y almacenamiento de carbono (CAC). Los socialistas argumentan que estos retos requieren un esfuerzo de toda la sociedad en la forma de inversión pública y planificación. Dicho de otro modo: hacen falta relaciones sociales de producción completamente distintas para desarrollar plenamente las fuerzas productivas necesarias para resolver esta crisis histórica.
Si miramos más allá de la crisis ecológica, el proyecto socialista también se enfoca en abolir el propio sistema de clases y la pobreza generalizada que afecta a la población de todo el planeta (incluso en países supuestamente «ricos» como Estados Unidos). Solo hace falta imaginarse qué sería necesario para dotar a todo el planeta de viviendas sociales, transporte público, electricidad fiable y saneamiento moderno. Y seguir imaginando cómo podría lograrse eso reduciendo a la vez el consumo de recursos naturales. Parece, sin exagerar, una tarea difícil.
En general, sería lamentable que un movimiento socialista capaz de tomar los medios de producción lo hiciera solo para detener el desarrollo subsiguiente de las fuerzas productivas. El socialismo debe ser lo contrario del estancamiento. ¿Qué hay de la energía de la fusión atómica? ¿Y la cura del cáncer? El capitalismo posiblemente sea un obstáculo para todo lo que la humanidad todavía puede lograr.
Sin embargo, cuando surgió el concepto de límites planetarios, fue muy debatido y criticado por investigadores de diversas disciplinas. Incluso si asumimos que los límites planetarios existen y son científicamente demostrables, no está claro que la respuesta a esos límites sea una reducción del crecimiento. Como ya hemos dicho, las soluciones al cambio climático requieren un aumento de gran magnitud en la inversión productiva y en infraestructura, al menos al principio.
Uno de los límites -la amenaza a la capa de ozono en la estratósfera- ya fue abordado con un simple cambio técnico en el marco del Protocolo de Montreal de 1987. En general, el control de los límites es complejo y requiere cambios cualitativos específicos en el contexto de sectores productivos determinados, antes que un decrecimiento general en abstracto.
En el ensayo de Foster, sin embargo, queda claro que el decrecimiento es austeridad en el sentido original de la palabra: un compromiso con los límites presupuestarios y el ahorro. Ahora bien, el decrecimiento no es una exhortación explícita por el recorte presupuestario estatal, pero su discurso está impregnado de términos como presupuesto, cuenta y límite.
Foster describe el decrecimiento como la «formación neta de capital cero», se refiere a un «presupuesto global del Sistema Tierra» y afirma que «el crecimiento continuado se produciría en algunas áreas de la economía, posibilitado por reducciones en otras». Mientras que los gobiernos tienen que expresar sus presupuestos nacionales en términos monetarios, los decrecimientistas se basan en conceptos cuantitativos igualmente abstractos, como el «consumo de recursos».
Este concepto (al igual que el PBI), sin embargo, no es un indicador aplicable al progreso ecológico. Como dijo Kenta Tsuda, no es posible «determinar los daños ecológicos causados por el consumo de recursos» utilizando escalas tan generales. Es distinto si hablamos de «un montón de cenizas de carbón contaminadas con mercurio o de una masa comparable de residuos alimentarios en una montaña de compost».
En un sistema capitalista que ya se caracteriza por la austeridad, ¿quién apoyaría un programa centrado en las reducciones?
En términos generales, la búsqueda cuantitativa de la «formación neta de capital cero» en la sociedad entera conduciría a una mentalidad de austeridad donde todos los aumentos deberían compensarse con recortes. En primer lugar, se podría formular una crítica puramente estratégica al decrecimiento: en un sistema capitalista que ya se caracteriza por la austeridad, ¿quién apoyaría un programa centrado en las reducciones? El otro problema, sin embargo, es que impone restricciones de facto a los futuros programas políticos. El objetivo del socialismo, al contrario, es liberar el potencial humano de las cadenas del capitalismo y las limitaciones del mercado.
Si tomamos los medios de producción, también existe la posibilidad de que la ciencia llegue colectivamente a la decisión de que efectivamente es necesario «decrecer». Pero, ¿por qué convertiríamos al decrecimiento en un requisito para nuestros programas políticos, descartando la posibilidad de una decisión democrática?
Al final de su artículo, Foster cita la apelación del economista político Paul Baran a un socialismo de «excedente económico planificado», sólo para subrayar luego que las necesidades ecológicas empujarían a una reducción del mismo excedente. El concepto de Baran realmente parece tener sentido. El socialismo necesitará de un excedente, la cuestión es qué haremos con él.
Republicación de Fundación Rosa Luxemburgo.
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