El secretario general francés de la Juventude Comunista Revolucionaria, Alain Krivine (en el centro con gafas), flanqueado por Daniel Bensaïd (a su derecha) y Henri Weber (a su izquierda), ofrece una rueda de prensa el 16 de mayo de 1969 en París. (AFP vía Getty Images)
Daniel Bensaïd señaló en una ocasión que la era del «maestro pensador» en el marxismo europeo, representada por figuras como Jean-Paul Sartre o Georg Lukács, había pasado: «Y esto es más bien algo bueno: un signo de la democratización de la vida intelectual y del debate teórico». Sin embargo, el propio Bensaïd destaca claramente como uno de los pensadores marxistas más importantes de la última generación.
Antes de su muerte en 2010, Bensaïd publicó una extraordinaria secuencia de libros y ensayos en los que exploraba las principales cuestiones políticas y teóricas a las que se enfrenta el marxismo actual. Lo hizo en un contexto intelectual francés en el que la amarga hostilidad hacia las ideas marxistas se había convertido en la norma, a menudo expresada por veteranos de 1968 que, a diferencia de Bensaïd, habían renegado de sus compromisos anteriores.
Parte de la obra de Bensaïd se ha traducido al inglés, en particular Marx for Our Times: Adventures and Misadventures of a Critique y sus memorias, An Impatient Life. Sin embargo, la mayoría de sus escritos siguen siendo inaccesibles para el público anglófono. Este ensayo ofrece una breve visión general de los principales temas articulados por Bensaïd en su intento de renovar la teoría marxista para que pudiera procesar las derrotas y decepciones del siglo pasado y proporcionarnos una hoja de ruta intelectual para el presente.
En Le Bar des Amis, Bensaïd aprendió la cultura de la conversación entre radicales, pero también las posturas políticas que adoptó su madre, como ir a la huelga cuando el gobierno de Francisco Franco asesinó al dirigente comunista español Julián Grimau. En sus memorias contrastó su propia perspectiva de la clase obrera con la de los intelectuales franceses de extracción social elitista que empezaron idealizando a la clase obrera desde lejos antes de renunciar a sus convicciones izquierdistas cuando sus miembros no pudieron estar a la altura de sus expectativas poco realistas. Bensaïd plasmó su relación real con la clase obrera de la siguiente manera:
Durante la juventud de Bensaïd, Francia estaba inmersa en su brutal embestida contra la lucha argelina por la independencia. Bensaïd creó un grupo de jeunesse communiste en su liceo al día siguiente de que la policía parisina golpeara y asfixiara hasta la muerte a nueve comunistas en febrero de 1962 en la estación de metro de Charonne. La policía infligió la violencia en una manifestación contra la campaña de atentados terroristas orquestada por los matones fascistas de la Organisation armée secrète (OAS).
La afiliación de Bensaïd al Partido Comunista Francés (PCF) solo duró hasta 1965. Fue expulsado junto con otros estudiantes, y pasó a fundar un pequeño grupo llamado Jeunesse Communiste Révolutionnaire (JCR), junto con figuras como Henri Weber y Alain Krivine. La JCR desempeñó un papel fundamental en los acontecimientos de mayo de 1968 y en las trayectorias posteriores de la izquierda radical francesa.
Mayo del 68 tuvo un impacto electrizante en Francia y en todo el mundo. Una convergencia de estudiantes y trabajadores paralizó el país con la mayor huelga general de la historia de Francia. Bensaïd se curtió en estos acontecimientos, pasando a la clandestinidad con Weber para eludir las detenciones, alojándose en el apartamento de la novelista Marguerite Duras. Casualmente, Bensaïd estaba escribiendo una tesis sobre la noción de crisis revolucionaria de Lenin bajo la supervisión de Henri Lefebvre, el gran filósofo marxista de los años de entreguerras.
Con la huelga general de 1968, seguida de luchas clave como la ocupación en 1973 por los relojeros de la fábrica LIP de Besançon, estaba claro que los trabajadores tenían potencial para transformar la sociedad. Se derrumbaban las ideas de que la clase obrera industrial de los países capitalistas avanzados estaba liquidada e inmóvil.
Sin embargo, el potencial de la clase obrera no se hizo realidad en Francia durante los años 70 y posteriores. El Partido Socialista (PS) se convirtió en la fuerza dominante de la izquierda pocos años después de Mayo del 68. François Mitterrand llegó al poder en 1981, prometiendo inicialmente reformas radicales antes de imponer rápidamente un giro hacia la austeridad. Bensaïd tuvo que reflexionar sobre el significado de las derrotas sufridas por el movimiento obrero y la izquierda fuera del PS y el PCF.
En la escena internacional, se interesó vivamente por la construcción del Partido de los Trabajadores de Brasil en oposición a la dictadura militar, viajando a América Latina para participar en debates con camaradas brasileños de la LCR en la IV Internacional. Sin embargo, hacia finales de los años 80, Bensaïd contrajo el SIDA y ya no pudo viajar como antes. Con el estímulo del periodista Edwy Plenel, Bensaïd inició un giro hacia el trabajo literario y teórico, habiéndose concentrado anteriormente en las publicaciones del partido.
Este giro dio lugar a un salto cualitativo de iluminación teórica. La creatividad de Bensaïd cambió el terreno de la teoría marxista, descubriendo muchas posibilidades para una nueva generación que se encontraba con el marxismo por primera vez. La renovación de Bensaïd recorrió tres caminos: la historia y la memoria, la teoría marxista y una articulación de la política profana. Cada uno de estos caminos se cruzó en el esfuerzo de Bensaïd por hacer dialogar una interpretación filosófica del marxismo con las estrategias políticas para derrocar al capitalismo.
A lo largo de estos libros podemos ver un hilo conductor en la determinación de representar la historia de un modo distinto a como la había concebido una generación anterior de marxistas. Los escritos de Bensaïd sobre la historia y la memoria fueron importantes, sobre todo en relación a la observación de Perry Anderson en el epílogo de Consideraciones sobre el marxismo occidental acerca de que la idea misma de historia no había sido debidamente dilucidada, deliberada y explorada en la tradición marxista.
Aunque no enmarcó su obra como una respuesta directa a Anderson, Bensaïd desarrolló la noción de bifurcación histórica (la ramificación de la historia). Al hacerlo, se apartó de la idea de la historia vigente en gran parte de la tradición trotskista, que había unido inadecuadamente la ciencia y las leyes de la historia al sugerir que, de algún modo, la historia trabajaba hacia el comunismo como un resultado predestinado. Bensaïd rompió con esta ilusión insistiendo en que la historia no conoce calles de sentido único.
En este contexto, criticó «cierto tipo de optimismo sociológico» que había prevalecido entre los marxistas: «la idea de que el desarrollo capitalista trae consigo casi mecánicamente el crecimiento de una clase obrera cada vez mayor, cada vez más concentrada, cada vez más organizada y cada vez más consciente». Para Bensaïd, esto obviaba el duro trabajo de la organización política, que no tenía resultados predeterminados:
Su aproximación a la historia tomó lo que él denominó la «senda de Benjamin», a través de la cual intentó salvar la primacía de la acción política frente a las deformaciones estalinistas del marxismo. Bensaïd plasmó este movimiento en su autobiografía, recordando cómo el rastro de Benjamin había revelado un «paisaje de pensamiento» que resultaba «desconcertante para un marxista ortodoxo», poblado por figuras como Auguste Blanqui, Charles Péguy, Georges Sorel y Marcel Proust:
El «poder de la disidencia histórica» fue un rasgo básico de la trayectoria benjaminiana de Bensaïd, implicando la memoria de las tradiciones de los oprimidos. La fidelidad a esos pasados acompañó a Bensaïd, desde la resistencia anticolonial de las luchas indígenas hasta la Oposición de Izquierda contra el estalinismo y las víctimas del Holocausto nazi, el terror franquista o la represión dictatorial en gran parte de América Latina que acabó con una generación. Esto le llevó a centrar su trabajo en torno a una forma de memoria capaz de entretejer las tradiciones de los oprimidos, formulando un campo de la memoria que impone un deber en el presente.
En cierto modo, la reinterpretación metafórica del «materialismo histórico» que Bensaïd emprendió en el camino de Benjamin desembocó en una presentación de las obras clave de Marx de carácter teórico. Reunió los elementos, centrados principalmente en el tiempo, para otra forma de interpretar el materialismo histórico.
La interpretación de Bensaïd apareció junto a otros esfuerzos por ampliar la comprensión de Marx más allá de la imagen homogénea del marxismo como sistema cerrado de pensamiento. Ahora es habitual, al menos en la izquierda continental y anglófona, rechazar la idea del marxismo como doctrina unificada. Esto nos permite hoy tomarnos en serio y sin resistencias dogmáticas los caminos abiertos por la crítica de Marx.
Como dijo Bensaïd en una entrevista de 2006 cuando le preguntaron qué cosas de la «herencia marxista» seguían siendo válidas:
Por supuesto, la pluralidad de descripciones e historias que se pueden contar sobre la teoría marxista tiene el efecto de reavivar y desarrollar la teoría. Sin embargo, no se trata de un pluralismo del «todo vale», en el sentido de que la fidelidad a los textos del propio Marx sigue siendo crucial. Además, los argumentos políticos y la práctica siguen siendo una prueba extrateórica para el pensamiento.
Leer a Marx desde el punto de vista de la temporalidad condujo al encuentro con una teoría intempestiva que no estaba en perfecta sincronía con el propio tiempo de Marx. Esta no sincronicidad significaba que se podía continuar siguiendo la obra de Marx, encontrando en ella una forma científica única de pensar sobre el capitalismo, las luchas de clases y las complejidades del mundo moderno si se quería luchar por el socialismo.
El siguiente pasaje da una idea del argumento que Bensaïd quería transmitir sobre la organización del tiempo y El capital:
Las temporalidades del capitalismo también están conformadas por clases en lucha. La orientación de Bensaïd hacia Marx se centraba en la comprensión de las clases en términos de sus luchas, no como datos sociológicos manipulables por la sociología burguesa.
Significativamente para Bensaïd, el trabajo pionero de Marx sobre la organización capitalista del tiempo exigía una deconstrucción de la idea de que Marx era un filósofo de la historia. Gran parte del marxismo del siglo XX había permanecido confuso sobre este punto, que Bensaïd aclaró mostrando que el enfoque de Marx sobre la historia, basado en el materialismo y la crítica de la economía política, no era una filosofía.
Por el contrario, insistió en la forma en que surgen en la historia las crisis del capitalismo, que deben abordarse mediante la acción política sin el consuelo de un relato filosófico sobre la historia. Esto iba de la mano de la noción de bifurcación de Bensaïd mencionada anteriormente. La deconstrucción de Marx como filósofo de la historia implicaba descartar la creencia de que la historia se regía por leyes generales que le permitirían llegar, finalmente, a un destino socialista.
Bensaïd no encaja en el esquema de Anderson del marxismo occidental, en buena medida porque gran parte de su obra estaba dedicada a un elogio de la política profana apuntalado por la crítica de la economía política y el diagnóstico del presente histórico en el que operaba. De producción desigual, entre los principales escritos de Bensaïd en este terreno figuran La Révolution et le pouvoir, Le Pari mélancolique: Métamorphoses de la politique, politique des metamorphoses y Elogio de la política profana.
Cada uno de estos libros tiene el mérito de combinar debates políticos y estratégicos, diagnósticos de la coyuntura capitalista y las tendencias de la reflexión teórica y filosófica contemporánea. El arco de cada obra se desarrolla esencialmente hacia la política y la transformación revolucionaria.
Los caminos metafóricos y teóricos de Bensaïd le condujeron hacia la primacía de lo que él llamaba «política profana». Se trata de un término muy apreciado por Bensaïd, precisamente porque era una forma de política sin ilusiones sobre la historia como proceso automático, en la que la acción y la responsabilidad políticas seguían siendo vitales y ciertamente ganaban en sustancia.
Al aceptar las consecuencias imprevisibles de la acción política y defender la necesidad revolucionaria de transformar el mundo, la obra de Bensaïd aportó al marxismo la idea de la apuesta melancólica. Esencialmente, se trataba de una evolución de la famosa apuesta del filósofo francés del siglo XVII Blaise Pascal, que sostenía que una persona racional debía actuar partiendo del supuesto de que Dios existe. Si apostaba correctamente, recibiría la vida eterna; si, por el contrario, apostaba por la inexistencia de Dios y se equivocaba, el precio sería la condenación eterna.
Reformulada en términos materialistas, la apuesta de Bensaïd era la siguiente. Si apostamos a que el socialismo es posible, entonces podemos hacer realidad la abolición de las clases. Si apostamos que el socialismo es imposible, y no luchamos por él, entonces continuará la dominación de clases, y el capitalismo destruirá las vidas humanas y el planeta del que dependen.
Para Bensaïd, esta forma de expresar nuestro dilema nos permite conservar la esperanza en una transformación socialista de la sociedad, reconociendo al mismo tiempo las posibilidades de fracaso. Significa establecer una relación recíproca entre esperanza y fracaso que la experiencia política podría resolver en la dirección de un futuro socialista.
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