La ideología del desarrollismo fue el consenso al que arribaron los gobiernos latinoamericanos en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando la recomposición del capitalismo global abrió la pregunta por el camino de las economías nacionales. Las respuestas, variadas según el caso nacional, partieron de una crítica común a la doxa neoclásica reinante: las «ventajas naturales» en el centro industrial y en la periferia agroexportadora —de tecnología y de recursos primarios, respectivamente— no eran ni ventajas ni naturales desde el punto de vista de la realidad periférica.
De acuerdo con Fernando Henrique Cardoso, el apogeo del periodo desarrollista entre 1950 y fines de 1960 representó el primer aporte original de América Latina al pensamiento económico. Forjado al calor de las grandes transformaciones sociales latinoamericanas de la posguerra, será un claro ejemplo de «las ideas en su lugar» en contraposición a las «ideas fuera de lugar» de Roberto Schwarz (Cardoso, 1977: 8). La historia intelectual hace hincapié además en una ambigüedad constitutiva del pensamiento desarrollista, cuya máxima expresión se alcanzó en los dos referentes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (en adelante CEPAL). Torcuato di Tella considera que el economista argentino Raúl Prebisch «empezó y terminó como utopista, pasando por el largo sendero intermedio de la tecnocracia» (Botana et al., 1988: 12). El brasileño Celso Furtado, segundo al mando tras Prebisch en la CEPAL, incluye un epígrafe de Paul Valéry en el primer volumen de sus memorias que hace eco de esa misma concepción: «Nous sommes-nous pas une fantaisie organisée, une incohérence qui fonctionne, et un désorde qui agit?» [TR: ¿No somos acaso una fantasía organizada, una incoherencia que sirve, un desorden que funciona?].
Esa ambigüedad propia del desarrollismo se condensa alrededor de la imagen de la modernidad, como matriz organizativa de las sociedades americanas —el espíritu burocrático— y a su vez, como sociedad utópica lejana. H.W. Singer por su parte recuerda como el imperativo modernizador, emitido desde el Primer Mundo, fue reprochada de utópica en el Tercero: «los consideraron [a los de la CEPAL] un grupo de irresponsables y fanáticos, unos utópicos radicales a quienes solo les podían encomendar alguna rama intrascendente dentro de las instituciones internacionales» (Meier & Seers, 1984: 297).
Revisar tanto los encuentros como los desencuentros entre las dos figuras máximas del primer think tank continental nos permite trazar las distintas facetas de una ideología nacida bajo el signo de una dialéctica «ambivalente», entre la crítica de la modernidad como una universalidad incompleta y la puja por la progresiva realización de su totalidad mediante la integración de su «periferia» (Bauman, 2011). Por medio de su análisis será posible registrar en cada figura que nos interesa aquí una arista diferente de la polisemia que se desprende del desarrollismo en cuanto concepto; o sea, para decir con Reinhart Koselleck, su «semántica histórica». Sostenemos, por un lado, que Furtado se inspiraba en un caudal de ideas que se traducía en la acepción particular de desarrollo como sustituto laico para la más antigua noción de progreso civilizacional. En cambio, para Prebisch el desarrollo se declina como modernización weberiana, donde la planeación implica la progresiva racionalización del estado burocrático. Los dos intelectuales, en distintos grados, planteaban la economía como el escenario privilegiado de sus intervenciones y como la antesala a etapas superiores de desarrollo: en el caso de Furtado, hacia la plena democracia que tenia al desarrollo de las fuerzas productivas como condición previa; en lo que concierne a Prebisch, para alcanzar la autonomía geopolítica.
Esa nueva comisión, la CEPAL, se destacaba por las competencias políticas que la iban a colocar en relación estrecha y directa con varios gobiernos americanos. Entre 1949 y 1954, la CEPAL reunió a los más destacados economistas americanos para explicar la especificidad económica de la región. Ya en la segunda mitad del decenio, el caudal de técnicos custodiados por Presbich y Furtado había sentado la base de su propio credo desarrollista, una autentica “estructura de sentimiento” que pronto echara raíces en los gobiernos de Arturo Frondizi en Argentina, y Juscelino Kubitschek y João Goulart en Brasil.
Por cierto, la ilusión industrialista fue un tópico de larga data. Cabe remarcarse, como hace Christian Ferrer, que desde el siglo XIX hasta la actualidad casi no hubo un pensamiento utópico que no proyectara una forma de sociedad industrial como tipo ideal del futuro (Ferrer, 2011). En esta línea, el destacado precursor Alejandro Bunge había anticipado en la década del 20 que el esquema agropecuario exportador representaría una encerrona histórica para los países periféricos. Como antecedente más concreto, la crisis mundial de 1929 produjo una descolocación de las economías nacionales dentro del mercado mundial, enterrando los últimos vestigios del pensamiento librecambista finisecular. De ahí se abrieron, escribía Furtado en su Desarrollo y estancamiento, dos caminos posibles: la reversión a una economía autárquica construida sobre pilares precapitalistas —la agricultura y la artesanía—, o el camino de la industrialización y, con ella, la integración regional (Furtado, 1966).
Si bien muchos consideran la industrialización sustitutiva como sinónimo de la CEPAL, en rigor nació su inspiración a partir de una crítica a la industrialización periférica «realmente existente», de carácter excluyente y concentrado en cuanto a la distribución de los frutos de avances tecnológicos (Kay, 1991). Precisamente, el motivo para su fundación fue la cuestión de capital: como conseguirlo para dar inicio a la «fase intensiva» de la producción capitalista que alcanzara a todos los sectores económicos, y no solo los más avanzados. Mientras Furtado y Prebisch a ese fin habían propuesto una industrialización programada con una dosis de proteccionismo, el gradualismo implícito en ese planteo se fue transformando a lo largo de la década en los programas de desarrollo más acelerados de Rogelio Frigerio en Argentina y en el plan de «50 años en 5» de Kubitschek en Brasil (Altamirano, 1998; Schwarcz & Starling, 2015). Sin suficiente capitalización, se argumentaba, la brecha tecnológica entre centro y periferia volvería insuperable. Así hacia fines de la década de los años 50 e inicios de los 60 varios países latinoamericanos pactaron con las recién consolidadas multinacionales y tomaron préstamos del Banco Mundial. El pensamiento desarrollista, así nacido, se bifurcó en dos tendencias enfrentadas: una, la intervención estatal como clave del desarrollo —la opción preferida por Prebisch—, y otra, favorecida por Furtado, que planteaba la inversión de capitales extranjeros, subordinado al capital local, como fuerza propulsora (Wasserman, 2008).
Las ideas vertebrales de la CEPAL se plasmaron en El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas (1949), conocido informalmente como el «Manifiesto Prebisch». El principal problema radicaba en lo que Prebisch diagnosticó como «el deterioro en los términos de intercambio». En otros términos, era la difusión desigual de tecnología: los productos primarios de la periferia tienen una menor elasticidad que las manufactureras del centro, y ante una caída de precios, el primero no goza un aumento de demanda compensatoria como sí es el caso del segundo. Sumando a ese cuadro volátil el contraste laboral entre el centro, donde altos niveles de sindicalización garantizaban la retención de buena parte de la productividad, y que la sobra de mano de obra del sector rural deprimía los salarios de la periferia, era evidente que el comercio internacional no solo perpetuaba la asimetría entre el centro y la periferia sino que también la profundizaba.
La Guerra Fría constituyó un telón de fondo hostil en donde cualquier teoría disidente podría ser rápidamente interpretada como «alineamiento». El golpe de Estado en Guatemala de 1954 fue señal de advertencia: Prebisch observó mientras uno de los faros continentales del programa modernizador fue intervenido por la CIA, bajo el pretexto de que el Partido Comunista guatemalteco había integrado la coalición reformista encabezado por Jacobo Árbenz. De esta manera el desarrollismo se encontró tensionado entre las dos potencias mundiales en conflicto. Furtado reflexiona sobre la improbabilidad de la existencia de la CEPAL en medio de la oleada anticomunista:
Rechazando la subordinación a Washington, Prebisch y Furtado también se habían pronunciado en contra del modelo soviético de planificación. En ese sentido, la CEPAL contemplaba la posibilidad de que el altercado entre el Oeste y el Este —la Guerra Fría— sea desplazado en América Latina por una teoría fundamentada en el eje Norte/Sur.
Su actitud frente a las «élites de poder» le valió a Prebisch el apodo «heresiarca», término con el cual el brasileño Furtado bautizó la iconoclasia del par argentino en su búsqueda de una contra-teoría a la dominante, de «las ventajas competitivas» de tipo ricardiana (Furtado, 2014). La visión de Prebisch se plasmó en el paradigma centro-periferia, el planteo de que tanto el desarrollo como el subdesarrollo constituyen un proceso único y que las desigualdades se reproducen a través del comercio internacional. Según esa perspectiva, el patrón de desarrollo en la periferia, el «desarrollo hacia fuera», significaba que la región carecía de autonomía propia, siempre condicionada por el desarrollo del centro. Como agregará Furtado años después, ese desafío al libreto liberal fue el anuncio de una incipiente teoría antimperialista (Furtado, 2014).
El intelectual nordestino había integrado a la CEPAL primero como combatiente de la Segunda Guerra Mundial con la Fuerza Expedicionaria Brasileña y luego como investigador doctoral en Economía de la Sorbona. Su incorporación significó una ampliación de la prédica cepalina en términos de su óptica socio-histórica: como deja en evidencia su obra maestra de 1959 Formação Economica do Brasil [Formación Económica de Brasil], Furtado partió de la historia universal y el longue dureé en sus estudios. De ese modo, el pensador brasileño Celso Furtado pudo señalar entonces y a lo largo de su carrera que el subdesarrollo no era una etapa previa al desarrollo, sino un aspecto particular de desarrollo capitalista, desarticulado y con rasgos de economía dual donde conviven islas de alta productividad en un mar de pobreza y atraso tecnológico. (Furtado, 1964). Como uno de los principales afluentes de la posterior corriente dependista, Furtado pondría el acento en los patrones de consumo como factor determinante en el subdesarrollo. La tecnología importada para producir bienes de consumo acentúa la situación de dependencia, mientras el carácter intensivo del capital tiende a concentrar los ingresos y aumentar el superávit de la mano de obra. En ese esquema, el crecimiento tiende a aumentar tanto la dependencia como la explotación, y por ende el subdesarrollo, ahora entendido como la desigualdad propia de la sociedad periférica.
La presencia del Estado arbitral en el pensamiento prebischiano marca un núcleo estable en medio de diversas influencias: el joven Prebisch mostró simpatía por los bolcheviques en cuanto pudieron desde el Estado engendrar una nueva sociedad. Del filósofo italiano Vilfredo Pareto retomó el concepto -archí-liberal- de la política como querella entre elites con el Estado como escenario privilegiado. Tulio Halperin Donghi incluso detecta una admiración por el monarquismo ilustrado (Halperin Donghi, 2007). Otra influencia destacable fue la filosofía georgista, donde el acento puesto en la redistribución de la renta como acto fundacional de la comunidad nacional vino a ser una pieza clave en el impuesto a la renta que Prebisch impulsó en su rol de Subsecretario de Hacienda bajo la presidencia provisional de Gral. José Félix Uriburu (pariente materno de Prebisch) (2007).
Si el contexto dictatorial de la década de los años 30 influyó en Prebisch la idea del soberano ilustrado como la mejor opción posible, el nacionalismo de Prebisch siguió un curso igualmente pragmático. Consideremos el hecho de que ya a principios de la década de los años 20 con la Sociedad Rural había empezado a acuñar la dicotomía centro/periferia. De esa manera, su visión nacionalista reclamaba que la política proteccionista del sector agropecuario sea extendida más allá del conjunto de países industriales en Europa Occidental y los aliados estratégicos de Washington. Aunque su colaboración con la SRA le ganara la enemistad de la izquierda argentina –para Arturo Jauretche, el economista siempre será un defensor de la primarización de la economía argentina-, queda en evidencia que Prebisch pretendía introducir en el sector terrateniente pampeano un sentido de clase que correspondería a una elite dirigencial comprometida con el bien común de la nación. En efecto, el armado de carteles de precios agropecuarios que Prebisch había militado en esos años fue lo que años después sería la formación del OPEP y la promoción transitoria de «una democracia petrolera», llamado Movimiento de Países No Alineados (Prashad, 2008).
Ocupando un pedestal entre titanes de la economía política como Keynes y el Ministro de Economía alemana Hjalmar Schacht, el argentino fue la encarnación latinoamericana más acabada de una fe ascendiente: la disciplina económica como destilación de la «ciencia del estado». Como lo explica Halperin Donghi, la creación del Banco de la Nación fue la consagración del estado argentino como “demiurgo: que se organiza a sí mismo mientras forja una sociedad nueva (Halperin Donghi, 2015). Tampoco es de extrañar que esa afirmación acompaña a Prebisch en la escena internacional, donde a través de la CEPAL y la UNCTAD intentará repetir el mismo ademán al nivel supra-estatal. Esa «estadolatría» puede explicar parte las ambivalencias políticas que le perseguiría como figura publica, o representante del régimen conservador o defensor de la causa del Tercer Mundo; el equivalente sureño del progresista Keynes, fue a menudo emparejado con el director de la economía del Tercer Reich. Como diría el mismo Prebisch: «Yo no soy un político. Soy un tecnócrata y creo en la tecnocracia, y los técnicos son neutrales en la política» (Dosman, 2008: 95).
A diferencia del espíritu burocrático de Prebisch, Furtado encarnaba la ideal de la intelligenstia en su acepción mannheimiana. Mientras el argentino concibió su deber en términos técnicos, Furtado encaró su tarea intelectual en términos de un promulgador de cambio social, cuya intervención podría iluminar la realidad brasileña e iniciar una refundación democrática (Halperin Donghi, 2015). Por cierto, la variante del estructuralismo perteneciente al brasileño ponderaba aspectos en que el argentino jamás mostró interés: Furtado había previsto que las altas tasas de productividad procurados por las medidas desarrollistas podrían liberar un conflicto sobre el destino de la distribución (de salarios) y redistribución (por impuestos) de la riqueza, y con ello, tensionar la democracia a favor de tendencias autoritarias. Esas ponderaciones revelan un pensamiento donde la dimensión política mantiene cierta autonomía respecto a la economía.
El nativo de Paraíba tuvo una formación humanística y compartía con otros brasileños cultos de la época un marcado interés en la identidad nacional, un tópico que en el caso argentino tendía a fundirse con el problema de la modernización. Los inicios intelectuales de Furtado, plasmados en su tesis doctoral «A economia colonial do Brasil nos séculos XVI e XVII» [La economía nacional de Brasil en los siglos XVI y XVII], retoman preocupaciones contemporáneas sobre el destino histórico brasileño. Junto con Caio Prado Junior, se suma a una línea historiográfica que esgrimía con la «tesis de feudalismo» tan corriente entre partes de la izquierda prosoviética y ciertos pensadores de la modernidad brasileña: la macroperspectiva propuesta por Furtado insistía en la conformación del país como eslabón colonial dentro sistema-mundial capitalista. Con esta trayectoria, era lógica que a Furtado le iba corresponder dentro de la CEPAL agregarle ropaje histórico a los planteos sincrónicos del maestro (Furtado, 2014).
Tal vez el contraste mayúsculo con Prebisch sea por el halo progresista del brasileño. En 1959 Furtado, desde la Superintendência do Desenvolvimento do Nordeste [Superintendencia del Desarrollo del Nordeste], tradujo la óptica cepalista del subdesarrollo a la escena nacional, adaptando sus ideas para comprender la desigualdad en el ritmo de desarrollo entre el próspero sudeste y el atrasado nordeste del país. Lograr convertir la región más indigente y postergada de la República en una entidad política de gran peso nacional fue sin duda uno de los logros del brasileño, aunque, al igual que sucedío con Prebisch, ese legado sería sometido a una contundente crítica de la izquierda brasileña: las crecientes actividades de las Ligas Camponesas en la zona dejó en evidencia que el programa reformista encontró en el órgano rural del Partido Comunista Brasileño un importante rival cuyo reproche -que la SUDENE sirvió para la expansión capitalista brasileña y que representaba los intereses industriales del sudeste- parece tener cierto fundamento (Olivieira, 1977).
Desde el palco de la Fundación Gétulio Vargas, el economista y viejo colega de Prebisch, Eugenio Gudin despotricaba contra la CEPAL. La «mística de planificación» de la CEPAL, insistía Gudin, pretendía suplantar la iniciativa privada con un modelo que quisiera desdeñar las leyes económicas universales. Gudin, en privado con Furtado, comentó que los cepalistas hubieran sido novelistas antes que economistas (Furtado, 2014). En Argentina, pese a cierta similitud con la política económica del gobierno peronista, el organismo encontró una oposición rotunda. Prebisch guardaba rencor por la estatización de su Banco Nacional en 1946 bajo Perón, cuya política industrial Prebisch encontró incoherente. La CEPAL también representó un parteaguas entre viejos colegas: Federico Pinedo, el ex- compañero de Prebisch durante el gobierno de facto Agustín P. Justo, había empezado a cuestionar los fundamentos teóricos del grupo (Altamirano, 1998). Según Pinedo, el equívoco de la doctrina cepalista fue en suponer que las economías latinoamericanas eran homogéneas y abordables con una perspectiva única. Pero la crítica de Pinedo da cuenta de una herida narcisista, y que el espectro del subdesarrollo había alterado la autoconcepción del país rioplatense que guardaba recuerdos de ser una potencia económica mundial.
1955 marcó un punto de quiebre en la relación entre Furtado y Prebisch. Parece, en parte, que Furtado no reconocía en «El Plan Prebisch» una coherente aplicación del credo desarrollista, sino un calco de los preceptos del FMI donde, en cambio, Prebisch tenía que seguir las líneas de Francia en su recuperación económica posguerra (Dosman, 2008). Furtado pronto dejaría la CEPAL, cuando Prebisch optó por suprimir un informe elaborado por el brasileño sobre la economía mexicana que discrepaba con algunos puntos del programa cepalista. El desacuerdo dejó en evidencia caminos bifurcados: Furtado se mostraba cada vez más preocupado de que la visión de Prebisch no sopesaba la cuestión nacional. Así, en 1958 el brasileño asumió un puesto en la administración pública con el gobierno de Juscelino Kubitschek, y luego con João Goulart. Con su enfoque puesto en la periférica zona del nordeste, se culminó una tendencia a pensar la especificidad de la región en un sentido más radical que aquel contemplado por Prebisch.
El argentino, por su parte, no volvería al país que ya había acogido las lecciones desarrollistas bajo el liderazgo del presidente Frondizi y su Secretario de Relaciones Económicas Rogelio Frigerio. Frigerio discrepaba con Prebisch sobre el itinerario para alcanzar una plena industrialización, pero sobre todo objetaba a la injerencia del organismo internacional. De ese modo, los años pos-CEPAL encontraron a Prebisch alejándose de la planificación económica en su recorte nacional, acercándose más a las iniciativas centradas en la ONU. Su ascenso al puesto de secretario general de la UNCTAD -organismo responsable por elevar los intereses comerciales del tercer mundo frente a los carteles financieros del primer mundo- muestra el camino inverso a Furtado: para que las economías nacionales de la periferia alcancen pleno desarrollo, era necesario intervenir en las reglas del comercio internacional desde las nuevas instituciones reguladoras (como el GATT, y posteriormente el OMC).
Con la corriente marxista de la nueva teoría de dependencia, era posible tildar a Prebisch y Furtado de reformistas. Los dos asumirían de modo de autocrítica alguna parte de esa perspectiva. Como reconoce Prebisch, el error estuvo «en resistir los cambios necesarios a la estructura social» (Prebisch, 1980: 15). Por cierto, Furtado, el más avanzado de los dos por sus consideraciones sociales, no llegó a contemplar seriamente la reforma agraria desde la superintendencia del SUDENE en el nordeste de Brasil. Mientras el énfasis cepalista en el comercio global como fuente de subdesarrollo dio paso a una mirada centrada en las relaciones sociales de producción, también la crítica del capitalismo en su variante liberal se iba desplazando por una teoría crítica marxista del capitalismo tout court.
Al emitir un juicio sobre el legado de Furtado y Prebisch, vale recordar que en sus recorridos internacionales se enfrentaban a los popes de la teoría neoclásica y también con las «teorías de modernización» en alza durante la primera época de la CEPAL. Como W.W. Rostow sostenía, los países desarrollados eran tales debido a su «espíritu moderno» y que el desarrollo industrial era su destino histórico; a los países en vía de desarrollo, en cambio, les correspondería primero superar su «tradicionalismo» antes de implementar un programa industrial (Rostow, 1960). Argumentación que, con fuertes ecos werberianos en lo que respecta a la modernización y el «espíritu puritano», encontró réplica en Prebisch y Furtado.
Prebisch sentencia en su manifiesto que la industrialización tiene como fin la autonomía regional, y un modo pragmático de salir del círculo vicioso del desarrollo. La industrialización, sostenía Prebisch, «no es […] un fin en sí misma», sino el único medio de captar el progreso técnico y elevar «el nivel de vida de las masas» (Prebisch, 1949: 6). El capitalismo de masas que Furtado y Prebisch habían pregonado se fundamentó en que con inversiones estatales y la promoción del desarrollo económico pueda surgir un mercado popular con productos accesibles para la mayoría de la población y una redistribución relativa de las riquezas. A mediados de los ‘60, el surgimiento de los estados burocráticos-autoritarios en Argentina (1966) y Brasil (1964) significó que los estados desarrollistas quedaran truncos, y que la posible viabilidad del programa desarrollista se redujera a una mera conjetura histórica.
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