Decir que el capitalismo restringe el florecimiento de estos valores no es argumentar que el capitalismo ha ido en contra de la libertad y la democracia en todos los casos. Más bien, a través del funcionamiento de sus procesos más básicos, el capitalismo genera graves déficits tanto de libertad como de democracia que nunca podrá remediar. El capitalismo ha promovido la aparición de ciertas formas limitadas de libertad y democracia, pero impone un techo bajo a su realización posterior.
El núcleo de estos valores es la autodeterminación: la creencia de que las personas deben poder decidir las condiciones de su propia vida en la mayor medida posible.
Cuando una acción de una persona afecta solo a esa persona, entonces debería poder realizar esa actividad sin pedir permiso a nadie más. Este es el contexto de la libertad. Pero cuando una acción afecta a la vida de otras personas, éstas deben poder opinar sobre la actividad. Este es el contexto de la democracia. En ambos casos, la principal preocupación es que las personas conserven el mayor control posible sobre la forma que tomarán sus vidas.
En la práctica, básicamente todas las decisiones que tome una persona tendrán algún efecto sobre los demás. Es imposible que todo el mundo contribuya a todas las decisiones que le conciernen, y cualquier sistema social que insistiera en una participación democrática tan amplia impondría una carga insoportable a las personas. Lo que necesitamos, por tanto, es un conjunto de reglas para distinguir entre las cuestiones de libertad y las de democracia. En nuestra sociedad, esta distinción suele hacerse con referencia a la frontera entre las esferas privada y pública.
Esta línea entre lo privado y lo público no tiene nada de natural ni de espontáneo, sino que es forjada y mantenida por los procesos sociales. Las tareas que conllevan estos procesos son complejas y a menudo controvertidas. El Estado impone enérgicamente algunos límites entre lo público y lo privado y deja que otros se mantengan o se disuelvan como normas sociales. A menudo, la frontera entre lo público y lo privado sigue siendo difusa. En una sociedad plenamente democrática, la propia frontera está sujeta a la deliberación democrática.
El capitalismo construye la frontera entre las esferas pública y privada de una manera que limita la realización de la verdadera libertad individual y reduce el alcance de una democracia significativa. Hay cinco formas en las que esto es evidente.
Independientemente de lo que entendamos por libertad, ésta debe incluir la capacidad de decir «no». Una persona rica puede decidir libremente no trabajar a cambio de un salario; una persona pobre sin medios de subsistencia independientes no puede hacerlo tan fácilmente.
Pero el valor de la libertad va más allá. Es también la capacidad de actuar positivamente en los propios planes de vida: elegir no solo una respuesta, sino la propia cuestión. Los hijos de padres ricos pueden hacer prácticas no remuneradas para avanzar en sus carreras; los hijos de padres pobres, no.
El capitalismo priva a muchas personas de una verdadera libertad en este sentido. La pobreza en medio de la abundancia existe debido a una ecuación directa entre los recursos materiales y los recursos necesarios para la autodeterminación.
La decisión de una empresa de trasladar la producción de un lugar a otro es un asunto privado, aunque tenga un impacto radical en la vida de todos los habitantes de ambos lugares. Incluso si se argumenta que esta concentración de poder en manos privadas es necesaria para la asignación eficiente de los recursos, la exclusión de este tipo de decisiones del control democrático diezma inequívocamente la capacidad de autodeterminación de todos, excepto de los propietarios del capital.
Por supuesto, el empresario también es libre de conceder a los trabajadores una autonomía considerable, y en algunas situaciones es la forma de organizar el trabajo que más beneficios reporta. Pero esa autonomía se da o se retiene a voluntad del empresario. Ninguna concepción sólida de la autodeterminación permitiría que la autonomía dependiera de las preferencias privadas de las élites.
Un defensor del capitalismo podría responder que un trabajador al que no le guste el gobierno del jefe siempre puede renunciar. Pero como los trabajadores carecen por definición de un medio de vida independiente, si renuncian tendrán que buscar un nuevo empleo y, en la medida en que el empleo disponible sea en empresas capitalistas, seguirán estando sujetos a los dictados del jefe.
Los valores democráticos son huecos mientras una clase de ciudadanos tenga prioridad sobre todas las demás.
Los mecanismos específicos de este mayor acceso son muy variados: contribuciones a las campañas políticas; financiación de los esfuerzos de los grupos de presión; redes sociales de élite de diversos tipos; y sobornos directos y otras formas de corrupción.
Se pueden imponer restricciones públicas a la inversión privada de forma que se erosione la rígida frontera entre lo público y lo privado; un sector público fuerte y formas activas de inversión estatal pueden debilitar la amenaza de la movilidad del capital; las restricciones al uso de la riqueza privada en las elecciones y la financiación pública de las campañas políticas pueden reducir el acceso privilegiado de los ricos al poder político; la legislación laboral puede reforzar el poder colectivo de los trabajadores tanto en la arena política como en el lugar de trabajo; y una amplia variedad de políticas de bienestar pueden aumentar la libertad real de quienes no tienen acceso a la riqueza privada.
Cuando las condiciones políticas son adecuadas, los rasgos antidemocráticos y de restricción de la libertad del capitalismo pueden paliarse, pero no pueden eliminarse. Domar el capitalismo de esta manera ha sido el objetivo central de las políticas defendidas por muchos socialistas en las economías capitalistas de todo el mundo.
Pero para que la libertad y la democracia se realicen plenamente, el capitalismo no solo debe ser domesticado. Debe ser superado.
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