Durante sesenta años, el imperio estadounidense ha librado una implacable guerra económica contra Cuba. Esto se traduce en la imposición de sanciones unilaterales, que hasta la fecha han costado a la nación insular más de 130 000 millones de dólares. 

Las sanciones estadounidenses, o el «bloqueo», afectan todos los aspectos de la vida cubana. Restringen el acceso a los medicamentos, los alimentos, los suministros de construcción y, sobre todo, los materiales para el desarrollo de vacunas, incluso durante la pandemia de COVID-19. Las sanciones también están diseñadas para asfixiar la economía cubana restringiendo los viajes y prohibiendo a las empresas comerciar con Cuba si también desean hacerlo con Estados Unidos. ¿Qué justificación da Estados Unidos para este bloqueo inhumano?

Ante el apoyo generalizado de los cubanos a Fidel Castro y a la Revolución a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, el Departamento de Estado estadounidense admitió que la única manera de socavar el régimen era fomentar la disidencia interna imponiendo dificultades económicas a la población cubana. Según un memorando interno —ahora famoso— escrito por Lester D. Mallory, Subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, en 1960:

La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) El único medio previsible de alienar el apoyo interno es a través del desencanto y la desafección basados en la insatisfacción y las penurias económicas (…) deben emprenderse rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba (…) una línea de acción que (…) haga las mayores incursiones para negar dinero y suministros a Cuba, para disminuir los salarios monetarios y reales, para provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno.

Hoy, Estados Unidos está prácticamente solo en el mantenimiento del bloqueo. En 2021, por vigésimo noveno año consecutivo, 184 Estados miembros de las Naciones Unidas votaron a favor de una resolución que exigía el fin de las sanciones, y solo Estados Unidos e Israel votaron en contra. Incluso entre las naciones imperialistas, el consenso global es claro: el ilegal, inmoral y mortal bloqueo estadounidense a Cuba debe terminar.

Doblar la apuesta

En lugar de aceptar este hecho, las últimas administraciones han intensificado la situación. Tras su ascenso, se pensó que el presidente Joe Biden seguiría los pasos de Barack Obama, que había suavizado algunas restricciones impuestas por el embargo y restablecido las relaciones diplomáticas con Cuba. Sin embargo, el primer año de Biden en el poder demostró que, por el contrario, se haría eco de su predecesor Donald Trump, cuya administración fue responsable de un retroceso en el deshielo cubano, imponiendo más de doscientas sanciones adicionales y volviendo a la Ley Helms-Burton de 1996 para reclasificar a la nación isleña como «estado patrocinador del terrorismo», echando por tierra cualquier esperanza de una distensión estadounidense.

Biden ha continuado donde lo dejó Trump, dejando las nuevas sanciones en vigor y añadiendo sanciones «específicas» a funcionarios cubanos. Esto se produjo en medio de un período de protestas sin precedentes en Cuba debido a la escasez (agravada por la pandemia) de recursos básicos como la energía, la medicina y los alimentos, en gran medida como resultado de la intensificación de las sanciones bajo Trump. Si bien había preocupaciones legítimas entre los cubanos que sufrían las dificultades de una pandemia bajo el bloqueo, las protestas fueron aprovechadas por los contrarrevolucionarios respaldados por Estados Unidos y los medios de comunicación estadounidenses, encarnados por el hashtag nada inocente de «#SOSCuba».

Los intentos de los contrarrevolucionarios cubanos y de los Estados Unidos de provocar disturbios en medio de la escasez demuestran claramente que la estrategia de los Estados Unidos con respecto al bloqueo no se ha desviado desde 1960: «provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno». Una de las demandas de la campaña «#SOSCuba» era pedir una «intervención humanitaria» para «liberar a Cuba», un llamamiento apenas velado a la intervención imperialista para subvertir la Revolución Cubana.

Estos esfuerzos fueron en vano. En respuesta a la amenaza contrarrevolucionaria, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel se dirigió al país en la ciudad de San Antonio de los Baños y llamó a los cubanos a recuperar las calles y defender la Revolución. Los cubanos de toda la isla respondieron a este llamamiento, acudiendo a las calles en un número que superó al de las manifestaciones antigubernamentales. El apoyo al gobierno fue tal que varios medios de comunicación occidentales, como The Guardian, el New York Times, Fox News y el Financial Times, utilizaron imágenes de concentraciones progubernamentales para ilustrar su cobertura de las protestas antigubernamentales, haciendo parecer que las grandes multitudes apoyaban el cambio de régimen en Cuba.

El intento de explotar las dificultades de los cubanos a causa del bloqueo para impulsar el cambio de régimen resultó contraproducente. Se suponía que el pueblo cubano acudiría en masa a las protestas antigubernamentales; en cambio, las protestas apuntalaron la legitimidad del gobierno y el apoyo a la Revolución. Incluso en su propósito expreso de facilitar el cambio de régimen, el bloqueo ha sido un fracaso abyecto.

Cuba más allá del bloqueo

Durante sesenta años, el imperio estadounidense ha tratado de someter a Cuba por hambre, y durante sesenta años han fracasado. Entonces, ¿por qué persiste el bloqueo? Sencillamente, los responsables políticos estadounidenses temen el potencial de desarrollo de una Cuba socialista libre de sanciones paralizantes. En su discurso ante la ONU en 2004, el exministro cubano de Asuntos Exteriores Felipe Pérez Roque lo describió mejor:

[Estados Unidos] teme nuestro ejemplo. Sabe que si se levantara el bloqueo, el desarrollo económico y social de Cuba sería vertiginoso. Sabe que demostraríamos aún más que ahora las posibilidades del socialismo cubano, todo el potencial aún no desplegado de un país sin discriminaciones de ningún tipo, con justicia social y derechos humanos para todos los ciudadanos, y no solo para unos pocos.

Los críticos del gobierno cubano afirman que se apoya en la excusa fácil del embargo para compensar el desgobierno y el inevitable fracaso del socialismo. Si este es el caso, ¿por qué no levantar el embargo y verlo por sí mismos? Estados Unidos conoce bien los logros de la Revolución Cubana y no puede aceptar las ramificaciones de una Cuba que prospera mientras se mantiene independiente de su propio neocolonialismo.

Como todas las naciones, Cuba sufre una serie de problemas que enfadan y frustran a sus ciudadanos, y no todos ellos pueden achacarse al embargo. Desde la burocracia que limita los desafíos al poder hasta la corrupción gubernamental, es un estado de cosas menos que ideal. La pandemia también causó estragos en la industria del turismo, una fuente de ingresos crucial para Cuba, lo que ha agravado la crisis en la que se encuentra la nación.

Sin embargo, el pueblo cubano ha demostrado, en su entusiasta defensa de la Revolución, que no quiere un cambio de régimen. Por el contrario, existe un amplio deseo de construir sobre la Revolución y avanzar, en lugar de retroceder a los días de brutal explotación por parte del capitalismo gangsteril estadounidense.

Puede que Cuba se haya librado de una contrarrevolución, pero el bloqueo persiste y la subversión estadounidense continúa. Mientras el desarrollo cubano sea sofocado por el imperio estadounidense, serán los cubanos de a pie los que sufran las consecuencias. Solo hay una manera de aliviar el sufrimiento de Cuba a largo plazo, y la demanda es universal: el bloqueo de EE.UU. debe terminar.

Perry Blanckson

Estudiante de maestría en la Universidad de Leeds y miembro del Young Historians Project. También forma parte del colectivo editorial de la revista History Matters.

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