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Viviendas sociales en Copenhague. (Foto: seier+seier / Flickr)

La verdadera Dinamarca

Los países nórdicos no son socialistas. Pero siguen siendo una demostración viviente de la falsedad de los argumentos antisocialistas de la derecha.

Hace un par de años, la presentadora de Fox Business, Trish Regan, narró un segmento de tres minutos que comenzó como una pieza convencional de propaganda antisocialista. Con una voz siniestra y un telón de fondo de manifestantes encapuchados, Regan utilizó el caso de Venezuela para argumentar que el socialismo trae consigo el desastre: «No hay comida, no hay sanidad, no hay trabajo, mucha violencia, muchos saqueos, mucha corrupción».

Entonces las cosas dieron un giro sorprendente. En un audaz movimiento retórico, Regan dirigió su ira hacia Dinamarca, un país liberal, democrático y socialmente estable en el norte de Europa, que cuenta con altas calificaciones en todo, desde la felicidad hasta la competitividad económica. Al igual que Venezuela, argumentó Regan, Dinamarca ha «despojado a la gente de sus oportunidades». Los impuestos son tan altos y los servicios de bienestar tan generosos que «nadie quiere trabajar», «nadie se gradúa en la escuela» y «nadie está incentivado a hacer nada, porque no va a ser recompensado».

La reacción en Dinamarca —un país de menos de 6 millones de habitantes poco acostumbrado a recibir tal atención— fue inmediata y feroz. El segmento apareció en los titulares de los principales periódicos, y miles de personas comunes y corrientes reaccionaron, a menudo con enfado, en las redes sociales.

La embajada danesa en EE.UU. publicó una hoja informativa en la que señalaba que el 75% de la población danesa en edad de trabajar lo hace (frente al 70,6% de EE.UU.), que Dinamarca es el segundo país en cuanto a «atracción, desarrollo y retención de talento» (EE.UU. es el decimosexto) y que, según el Foro Económico Mundial, «es más probable alcanzar el sueño americano si se vive en Dinamarca».

Políticos de todo el espectro político se sumaron a la polémica. Dan Jørgensen, del Partido Socialdemócrata (centroizquierda), replicó alegremente a Regan en un vídeo que rápidamente obtuvo más visitas que toda la población de Dinamarca. El ministro de Economía, Kristian Jensen, del Partido Venstre (centroderecha), insistió en que Fox Business dejara de «mearse en Dinamarca». Incluso Anders Samuelsen, de la libertaria Alianza Liberal, admitió que la comparación era «exagerada» (aunque expresó su confianza en que el segmento llamaría la atención de forma positiva sobre la combinación de Dinamarca de un fuerte Estado de bienestar y una economía de mercado liberal).

Hasta cierto punto, la reacción danesa reflejó un sentimiento de malestar por haber sido denigrada en una cadena importante en un país que la mayoría de los daneses consideran amigo. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que ni siquiera los libertarios daneses estuvieran dispuestos a respaldar la opinión de Fox Business nos indica lo desesperada que se está volviendo la derecha.

Lo que Dinamarca es y no es

Dinamarca no es un país socialista. Aunque cuenta con un sólido Estado de bienestar y con fuertes sindicatos que mejoran la vida del ciudadano medio (y en la década de 1970 hubo un intento frustrado de socializar parcialmente la industria a través de fondos para asalariados), la propiedad de la economía sigue estando predominantemente en manos privadas. Dinamarca incluso sufre su cuota de escándalos de gobierno corporativo. Hace un tiempo, el principal banco del país, Danske Bank, estuvo envuelto en lo que podría ser el mayor caso de blanqueo financiero de la historia del mundo.

Lo que sí demuestra Dinamarca es que no hay barreras económicas para los impuestos altos, el gasto social elevado y la sindicalización elevada. La socialdemocracia, en contra de Regan y otros ideólogos de la derecha, no produce desempleo masivo ni ruina económica. Ha dado lugar a algunos de los niveles de vida más altos y a los países más libres que el mundo haya visto jamás. La pobreza y la desigualdad son relativamente bajas, la igualdad de género (sobre todo gracias al Estado del bienestar) es comparativamente alta, y los trabajadores tienen más derechos y voz en el trabajo que en Estados Unidos.

Dinamarca no es un caso único. Todos los países escandinavos han alcanzado niveles similares de igualdad social a pesar de tener economías muy diferentes. Mientras que Suecia siempre ha estado dominada por la minería y la industria pesada (con gigantes industriales como Volvo y Bofors), Dinamarca se ha basado en la agricultura y en empresas industriales más pequeñas, Noruega ha estado dominada por la pesca y la madera, etc.

A pesar de estos diferentes perfiles económicos, a lo largo del siglo XX todos los países nórdicos consiguieron reducir drásticamente las desigualdades salariales y desmercantilizar partes sustanciales de la economía. La clave fueron los sindicatos, los movimientos populares y los partidos de izquierda. Fueron estas fuerzas de masas —no las élites benévolas, que sopesaron cuidadosamente las alternativas antes de decidirse por una mezcla ilustrada de capitalismo y socialismo— los artífices y el impulso del modelo nórdico. Son los responsables de que los países nórdicos se encuentren entre los más felices y democráticos del mundo.

Por supuesto, no hay que fetichizar la experiencia escandinava. Ni Dinamarca ni los demás países escandinavos han sido inmunes a la ola de reformas neoliberales de las últimas décadas, con recortes estatales, reducción de las pensiones y liberalización financiera (y el correspondiente ascenso de la extrema derecha). En algunos ámbitos, los nórdicos han sido incluso precursores. Suecia fue líder mundial en la privatización de escuelas y ahora tiene una industria educativa con fines de lucro que atrae los aplausos de los derechistas de todo el mundo. Las reformas de las pensiones en Dinamarca elevaron la edad de jubilación a la más alta de Europa y, en 2014, el país vendió partes de su empresa nacional de energía a Goldman Sachs. Según la OCDE, los países escandinavos han experimentado uno de los mayores aumentos de la desigualdad en las últimas décadas.

Tampoco debemos olvidar el momento histórico concreto —y, sobre todo, la posición de estos países en el orden mundial— que hizo posible el modelo escandinavo. Presionadas por fuertes movimientos obreros y un profundo deseo popular de ganancias materiales tras los horrores de la guerra y el fascismo, las élites europeas y estadounidenses aceptaron un amplio compromiso de clase en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se construyeron Estados de pleno empleo y bienestar, y se permitió que los salarios aumentaran rápidamente.

En Escandinavia, esta evolución fue la más avanzada, ya que los partidos socialdemócratas obtuvieron un estatus casi hegemónico. Al mismo tiempo, el fuerte anticomunismo de los líderes socialdemócratas apaciguó aún más a las élites americanas y empujó a estos líderes a los brazos del Estado estadounidense. En el caso danés, los socialdemócratas llevaron al país a la alianza de la OTAN, y el partido dirigió una operación de inteligencia privada, recogiendo datos sobre activistas comunistas en cooperación con la CIA.

Las cosas fueron muy diferentes en otros lugares. Los países de América Latina que intentaron dar un giro a la izquierda experimentaron el brutal palo de la intervención estadounidense —ya sea mediante sanciones económicas, golpes de estado o asesinatos—, a menudo por programas políticos mucho menos ambiciosos que los de la Escandinavia de posguerra. El sueco Olof Palme fue aceptado como líder legítimo en la Suecia de la posguerra; el guatemalteco Jacobo Árbenz fue depuesto en 1954 en un golpe de Estado propiciado por Estados Unidos por intentar aplicar un programa de reformas moderado.

La ironía histórica es que la socialdemocracia danesa —que Estados Unidos permitió como parte de una estrategia geopolítica más amplia— sirve hoy para socavar las afirmaciones de la derecha estadounidense de que las reformas de izquierda se derrumbarán bajo el peso de su propia ineficacia económica.

Pero eso no impide que los derechistas lo sigan intentando.

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