Elecciones

Cuando emerge el «Perú profundo»

Por Jorge Ayala y Pablo Toro

El 6 de junio se celebrará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en el Perú, en donde se definirá si Keiko Fujimori o Pedro Castillo, la derecha o la izquierda, se quedan con el gobierno. Para conocer más a fondo la situación política y las implicancias de este momento, desde Jacobin América Latina conversamos con José Luis Rénique, historiador que hoy se desempeña como académico de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. 

La situación actual de Perú, nos dice, le recuerda a las elecciones en que salió vencedor Alberto Fujimori a inicios de los años 90. Pero existe hoy una importante diferencia respecto a aquellos tiempos: la aparición en escena de un «Perú profundo», representado por Pedro Castillo, quien ha logrado convertirse en una figura aglutinadora de la oposición y la critica al actual estado de cosas.

Rénique ha sido parte de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Gobierno del Perú, creada con el objetivo de investigar las violaciones a los derechos humanos durante la época del conflicto interno durante los años 80 y 90. Ha publicado varios libros, entre los que se destacan Imaginar la nación: viajes en busca del «verdadero Perú» (1881-1932), Incendiar la pradera: un ensayo sobre la «revolución» en el Perú, La voluntad encarcelada: las «luminosas trincheras de combate» de Sendero Luminoso del Perú y La batalla por Puno: conflicto agrario y nación en los Andes peruanos, 1866-1995.

 

JA / PT

¿Qué significan estas elecciones para el escenario político peruano? ¿Y qué implican la irrupción de Pedro Castillo y Perú Libre en ese contexto? 

 

JLR

La principal implicancia de tipo político gira en torno a la posibilidad de poner en debate el programa económico. Los expertos, la gente vinculada al sistema financiero, consideran que a nivel económico el caso peruano ha sido un éxito.

Tienen que tomar en cuenta que la economía peruana vivió efectivamente un boom, un gran crecimiento económico, pero solo impulsado por el alza de minerales a raíz del proceso de industrialización chino. La contraparte de ese crecimiento económico la vemos, por ejemplo, en un paisaje urbano lleno de centros comerciales. El consumo de la clase media se ha incrementado significativamente. Pero se trata de una clase media que tiene todas las características que ustedes conocen, y que se replican en la región: su posición aparece determinada por el ingreso y tiene como eje el consumo. Es una realidad estadística bastante frágil.

Este modelo, que ya venía recibiendo fuertes críticas desde diversos sectores, con la pandemia se ha visto puesto entre la espada y la pared. Han quedado en evidencia fenómenos como el del deterioro del sistema de salud primario —con los efectos letales que esto implicó el último año—, la fragilidad del sistema educativo, que no ha podido responder al reto de la educación a distancia y la precariedad del empleo, en una economía en la que más del 70% de las personas se desempeñan en la informalidad.

Todo esto constituyó una demostración muy práctica, palmaria, de la debilidad de los mecanismos de protección social y de asistencia a los sectores más pobres, y ha generado un ambiente de oposición mayúsculo. Perú Libre, a través de la candidatura de Pedro Castillo, ha logrado canalizar electoralmente todo ese clima de profundo inconformismo.

Pero si damos unos pasos atrás, esta elección también trae consigo la resolución de una vieja contradicción en la construcción misma del sistema político peruano, un sistema sumamente centralista con dispositivos de participación en las provincias, en las regiones, que han funcionado solo episódicamente o han sido desmantelados. Son todas las implicancias que ello tiene —tanto en los aspectos simbólicos como en los ideológicos, políticos y hasta raciales o étnicos— las que hoy salen a la luz, quedan expuestas. Eso es lo que le da a esta elección una intensidad y un fervor particulares; lo que hace aflorar sentimientos tan poderosos.

 

JA / PT

La irrupción electoral de Pedro Castillo ha tenido su origen en el «Perú profundo», fortaleciendo desde allí su campaña para luego finalizar en Lima. Podría decirse que fue «a contramano» de lo que dicta el sistema político peruano tradicional. En su calidad de historiador, ¿qué puede decirnos sobre esta relación entre la capital y las regiones?

 

JLR

Perú es un país cuyos grandes signos de crecimiento han venido dados por la exportación de productos localizados en la costa, la agricultura, el azúcar, el algodón y posteriormente la pesca. Eventualmente, también define su curso el sector minero, algo que tiene viejos antecedentes coloniales. Los centros mineros están localizados en zonas muy pobres, donde se crea una situación agroextractiva que tiene poco impacto en la localidad inmediata. Las cifras de conflicto en torno a minas son bastante gruesas.

Cuándo tú comparas, por ejemplo, los distritos mineros, y los pones en contraste con el mapa de la pobreza y de la votación por Castillo, la explicación del fenómeno de las elecciones de este año se vuelve bastante diáfana.

Tenemos una enorme porción de la población que ve pasar los minerales, que les hacen muchas promesas, que en algunos puntos logra algunas negociaciones con las empresas mineras, pero termina viendo el fenómeno desde afuera. En general, la sensación es de amargura y disconformidad. Me imagino que si entramos en detalle, las zonas más pobres, más indígenas y menos organizadas son las que sufren mayores abusos. No ha surgido una organización política capaz de organizar estos conflictos. Tampoco ha habido una presión suficiente sobre las empresas mineras, y eso ha degradado la situación general.

Pero por otra parte está el elemento sociopolítico. La fragmentación del país en particularidades étnicas ha ido creando, desde fines del siglo XIX, una tradición radical que tiene como base temas históricos bastante conocidos. Se trata de cuestiones ligadas a lo local a través de la memoria de un pasado glorioso, un «mito movilizador», como decía Mariátegui, construido por los intelectuales a partir de la idea de una «gloria perdida».

Ese arsenal ideológico ha sido elaborado, procesado, lanzado y creado y recreado una y otra vez por artistas, poetas e intelectuales. Se trata de un verdadero arsenal de símbolos e instrumentos culturales que sirven de herramientas para luchar contra el centralismo y que otorgan carnadura al arraigado sentimiento de que Lima abusa del resto del país. Los escritos de Mariátegui, de González Prada, las novelas de Arguedas y de alguna manera también los libros de Vargas Llosa —aunque hoy sea difícil de creer— contribuyeron a forjar esa imagen de un país sirviente, profundo, que, como decía Luis Varcárcel (padre del indigenismo cusqueño) espera su momento para lanzar su tempestad sobre los Andes.

Del otro lado, el fantasma de la población criolla. Entonces siempre ha existido esta memoria colectiva latente y, en determinados momentos, han surgido proyectos políticos que procuran montarse sobre esa tradición radical para lanzar algún movimiento de transformación. El balance no es del todo bueno. Más bien es complicado, como lo es el balance de la guerra popular senderista, un tema bastante peliagudo que necesitaría una conversación en sí misma. 

El balance de las experiencias guerrilleras de los sesenta es más fácil de realizar: poca inserción en el campo y dificultad para entender los procesos regionales, algo que también afectaría a Sendero Luminoso, a pesar de tener una presencia regional más significativa.

Ahora bien, ¿hay ahí un mito movilizador, como decía Mariátegui? Aparentemente sí. ¿Cuáles son las configuraciones sociales que aparecen en la realidad del interior del país? Es una pregunta complicadísima sobre la que resulta difícil generalizar. Existe efectivamente un arraigo local que ni siquiera Sendero Luminoso pudo desentrañar (y por eso terminó generando un levantamiento campesino contra ellos e instrumentalizado por las Fuerzas Armadas). El caso del [Movimiento Revolucionario] Túpac Amaru  fue más penoso, porque terminó jugando el papel de un aprendiz de brujo, ¿no? Agitas y agitas, llevas la lucha al máximo, la gente confía en ti y al final no te alcanzan las fuerzas para dar la pelea que tú mismo has sembrado (o que has ayudado a catalizar, para ser más justos). Y esto no lo digo yo: basta leer los balances escritos por algunos de los protagonistas de esas luchas.

Visto a través de este prisma, lo que tenemos hoy día es un intento serio de revertir esta larga historia. Eso es lo que encarna Pedro Castillo. Ahora, ¿es eso consistente en términos ideológicos? En mi opinión, no. ¿Expresa la emergencia de una conciencia plebeya que garantice la pulcritud en los actos de gobierno, la implementación de políticas coherentes con la cólera y la rabia de la población? No estoy totalmente convencido. Lo que sí creo es que esto es lo más cerca que hemos estado de construir algún tipo de consenso en las regiones, un vehículo político que les permita gobernar.

En términos teóricos, lo que nos toca es erigir un movimiento que sepa hacer política en el marco de la democracia mientras que, al mismo tiempo, logra canalizar reivindicaciones sociales, redirigir el Estado, redactar una nueva Constitución… Ese tipo de cuestiones son las que pueden marcar un verdadero quiebre en la vida nacional. Ese quiebre que no se ha logrado instaurar ni a partir de los movimientos sociales ni a partir de la revolución militar.

 

JA / PT

Todo eso conduce casi inevitablemente a pensar en lo que decía Aníbal Quijano sobre la gran heterogeneidad social del Perú, tanto por la diversidad de actores populares como por la importancia de la informalidad y el peso del campesinado. En los últimos años hemos visto confluir movilizaciones en el sector agrario con protestas encabezadas por la juventud, sobre todo a partir del intento de golpe de estado parlamentario. ¿Cómo evalúa el rol de los distintos actores sociales en la lucha contra el neoliberalismo? ¿Cuál viene siendo el grado de articulación de estos movimientos?

 

JLR

La movilización juvenil ha tenido mucha relevancia, pero esta vez no han sido los estudiantes sino los jóvenes trabajadores precarizados los que han tomado las calles. En el marco de un Estado que hace tiempo procura flexibilizar el régimen laboral, que pretende imponer unas formas de explotación realmente leoninas, los jóvenes han salido y han marchado, pero no creo que haya quedado mucho de esa movilización. La última movilización, tan vistosa y espectacular, tan conmovedora por cómo se sumaban un colectivo tras otro —desde músicos hasta skaters—, realmente sorprendió y lleno de ilusión a mucha gente. El discurso era «por fin salió la juventud».

En eso jugó mucho la analogía con el movimiento juvenil chileno, por supuesto, pero a diferencia de lo sucedido allá no estoy seguro de que exista un saldo importante de aquellas jornadas. Hasta donde yo puedo ver, y por la información que manejo, todas esas energías parecen haber retornado al estado de latencia que habían tenido todos estos años. Un estado de latencia que no es de inmovilidad, pero que se refugia en movimientos locales, en colectivos por temas específicos, culturales, barriales y de otro orden.

Entonces el escenario acá en Perú es muy difícil y como tú decías, citando a Aníbal Quijano, hay una enorme fragmentación. Pero además de dispersión lo que falta es acompañamiento político. ¿Por qué? Porque la izquierda ha venido de tumbo en tumbo durante demasiado tiempo. Ese también es un tema que ameritaría toda una conversación aparte, pero para comprender la situación actual no se puede dejar de mencionarlo.

Mira, yo le hice una entrevista a la figura más destacada de esta generación, que es Verónica Mendoza. Y es bien interesante, porque ella se define como una política intuitiva, lo cual es muy representativo de su generación y —al menos a mis ojos— no encuentras mucha continuidad (salvo por medio de algunos contactos personales) con gente de mi generación, la generación de los sesenta. Lo que veo es un vigor ideológico limitado sumado a una falta de balance del pasado o poco conocimiento de la experiencia política anterior. Y eso es algo que, ustedes saben bien, es un capítulo obligatorio para desarrollar un proyecto de cambio con posibilidades.

Estas debilidades son balanceadas por una capacidad de llegada masiva, que logra trasponer los círculos clásicos de la política contrahegemónica de la historia peruana. Manejo de los medios de comunicación, manejo tecnológico, lenguaje flexible que permite interpelar a los sectores medios… Pero, a pesar de obtener un 19% en las elecciones de 2016 y casi lograr pasar a segunda vuelta, esta izquierda no logra crear una organización sólida o inscribirse en el Servicio Nacional de Partidos, lo que termina conduciéndola a una serie de tropiezos que se expresan hoy en la caída de su votación al 8% y a una bancada de cinco congresistas. Esos son síntomas muy claros de que algo falla.

De todas maneras, todo esto habría que situarlo en una perspectiva más amplia y preguntarse, como lo hacen en otros países latinoamericanos, qué pasó con la militancia. En el caso de Perú, lo que había se fraccionó, se dispersó. Hubo un grupo de mujeres en política con mucha potencialidad encabezadas por Verónika Mendoza, pero se dividieron. Y se dividieron precisamente por discusiones en torno a si hacer una alianza con el partido Perú Libre. Varias renunciaron porque tenían objeciones hacia Vladimir Cerrón, el líder del partido, que en 2016 se alió con Gregorio Santos y alcanzó el 4% y en 2021 eligió aliarse con Pedro Castillo y aquí está, en segunda vuelta.

 

JA / PT

Carlos Iván Degregori plantea en su libro La década de la antipolítica que la sociedad peruana está atravesada por la despolitización del debate público, algo que se inaugura con el gobierno de Alberto Fujimori. En este contexto de polarización entre la candidatura de Keiko Fujimori y Pedro Castillo, ¿piensa que se ha vuelto a politizar el debate?

 

JLR

A mi me genera escozor el término «despolitización». Estamos frente a un fenómeno muy peculiar, en el cual por ejemplo tú ves la propaganda política y te quedas realmente asombrado con lo que predomina: un lenguaje de la guerra fría. Yo no sé si habrá habido una especie de pacto secreto entre quienes hacen asesoría electoral, pero la manera tan coherente con que se ataca la izquierda por medio de todo aquel arsenal simbólico no deja mucho espacio para pensar, para apreciar lo que hay y lo que no hay. No le deja espacio ni siquiera a los empresarios para pensar qué hacer cuando gane Castillo. Es un lenguaje duro, inflexible, basado en comparaciones internacionales sumamente superficiales. 

Venezuela y Maduro por aquí, Cuba por allá… No deja el más mínimo resquicio para dar una discusión política real. Lo que pretenden es que esto se resuelva por miedo, por impresión, por cólera, por rabia. Hay una crispación que no tiene precedentes.

Perú no es ajeno a este tipo de grandes miedos, de cóleras enormes que llevan a choques sumamente irreflexivos. Toda la historia del Perú, desde los años 20 hasta los años 60, estuvo dominada por el miedo al APRA. Si tú comparas la historia del Perú con la de Chile o con la de muchos otros países de la región, aquí casi no hubo construcción partidaria, no hubo construcción de un sistema político, básicamente porque el gran problema era la proscripción del APRA (a veces también el PC, pero sobre todo el APRA), que representaba un peligro. Del otro lado, la pregunta era cómo hacer política desde la proscripción. Todavía no habíamos vivido Allende, no habíamos vivido el Frente Amplio en Uruguay… Es decir, no teníamos la cultura política suficiente como para imaginar un partido de izquierda que pudiese hacer el doble juego entre el uso de la fuerza, la presión, y la formación simultánea de cuadros políticos para gobernar. Nada de eso existió en Perú.

Nuestra formación política es sumamente pobre. Cuando empezaba a tomar vuelo, se interrumpió con el golpe de Velazco. Recobró vigor en la lucha en la clandestinidad, para luego de quince años de acumulación básicamente lapidarla. Entonces la trayectoria de la izquierda no es algo que se discuta, no hay debates ideológicos, no se ha hecho organización… La fuerza que emergió de las elecciones de 2016 no logró articularse en una organización política. ¿En ese entonces estábamos más politizados y ahora menos? ¿Qué es la politización para nosotros?

 

JA / PT

Otro elemento que resalta de la coyuntura actual es la crisis institucional. El choque de poderes entre el poder legislativo y el ejecutivo, acusaciones de corrupción que pesan sobre casi todos los expresidentes, judicialización de varios de ellos… ¿Qué posibilidad de alcanzar estabilidad y gobernabilidad tiene Castillo? ¿Y Fujimori?

 

JLR

La respuesta está implícita en tu pregunta. Antes de la pandemia vivíamos una crisis que iba complicándose cada vez más. Como tú has dicho, por la disputa entre el ejecutivo y el legislativo, por el impacto de Odebrecht en la política peruana, por la actitud hegemonista del fujimorismo (que nunca terminó de aceptar el haber perdido las elecciones de 2016), por la transformación del antifujimorismo en la más importante fuerza política en el país… Era lo que se llama una «tormenta perfecta» en términos políticos, pero el país seguía caminando. 

Cuando llegó la pandemia, sin embargo, el nivel de erosión del Estado y el divorcio entre el Estado y la sociedad peruana ya no pudo ocultarse más, quedó a la vista de todos. Sí antes de la pandemia era difícil la gobernabilidad, ¿qué posibilidades hay ahora de que se pueda establecer? Realmente no lo sé; tendría que existir algo como un «gran pacto nacional», que no se ve claro. Acuérdate que todos fueron a las elecciones divididos, derecha e izquierda (aunque eso, al menos por parte de la izquierda, se ve remediado parcialmente con el apoyo de Juntos por el Perú y el Frente Amplio a Pedro Castillo).

Yo creo que lo que viene para el Perú va a ser muy difícil. Va a haber una coalición que va a intentar gobernar a nombre del pueblo, así, con esa vaguedad, y va a haber otro lado, en caso de que ganae Keiko Fujimori, que va a pretender gobernar a nombre de la democracia, a nombre de la ley y el orden, con un discurso explícito de mano dura.

Hasta qué punto Castillo va a poder construir un gobierno de izquierda capaz de producir las transformaciones que el país necesita, capaz de escribir una nueva Constitución, capaz de enfrentar acertadamente los efectos de la pandemia, es una incógnita. Incluso para quienes lo apoyan. Castillo ha roto con la primera barrera, que es la de ser reconocido como una figura nacional, y casi al mismo tiempo pasó a ser aclamado como un gran líder. Todo esto ha ocurrido muy rápido, es muy difícil saber lo que pasará.

 


Sobre los entrevistadores:

Jorge Ayala C. es sociólogo, magister en Sociología de la Modernización por la Universidad de Chile, en Historia por la Universidad de Santiago de Chile y doctorando en Geografía por la Pontificia Universidad Católica de Chile

Pablo Toro F. es periodista y magister en Comunicación por la Universidad de Santiago de Chile.

José Luis Rénique

Historiador, profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y autor, entre otros, de Imaginar la nación: viajes en busca del «verdadero Perú» y La voluntad encarcelada: las «luminosas trincheras de combate» de Sendero Luminoso del Perú.

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