El texto que sigue es un extracto del prólogo «Un disidente tenaz: el Mariátegui de Flores Galindo», incluido en la reedición de La agonía de Mariátegui, publicada por La Pontificia Universidad Católica del Perú y la Casa de las Américas de Cuba.

 

¿Dónde radican la originalidad y el aporte de La agonía de Mariátegui? ¿Cuáles son las virtudes que lo hacen sobresalir dentro de la abundante bibliografía sobre Mariátegui? En el anexo titulado «Sobre las fuentes», Flores Galindo resumió de manera bastante didáctica el propósito que guio la escritura del libro:

Se trataba de emprender la crítica de la imagen mitificada de Mariátegui –esa especie de ícono y de infaltable referencia para avalar cualquier posición política– y encontrar en sustitución al hombre, al personaje histórico: hacía falta entonces ubicar la polémica con la Komintern en la sociedad peruana durante las postrimerías del régimen de Leguía, releerla desde la biografía de Mariátegui y restablecer las vinculaciones entre este y sus contemporáneos. El análisis histórico proporcionaría un cierto «efecto de distanciamiento» imprescindible para no subordinar la interpretación a las tácticas políticas actuales. Ocurre que, al lado de la imagen del ícono, Mariátegui había terminado en una especie de «megáfono» por intermedio del cual la izquierda propalaba sus posturas políticas, al margen de cualquier respeto a la fidelidad del pensamiento mariateguista. [énfasis agregados]

Este ejercicio de desmitificación e historización del personaje se tradujo en una serie de argumentos a ratos audaces, siempre ingeniosos y con frecuencia polémicos. 

Sobre la relación con la Komintern, Flores Galindo presentó una tesis contundente y arriesgada: Mariátegui fue víctima del sectarismo de los funcionarios de la Komintern que no concebían la posibilidad de una manera propia, peruana, indoamericana y asistemática de pensar el marxismo, la revolución y el partido. 

Mariátegui era visto como un intelectual diletante más que como un hombre de partido, y por eso mismo resultaba sospechoso: su principal libro incluía en el título las palabras «ensayos» y «realidad peruana», inaceptables para quienes concebían el marxismo como una ideología cerrada que no admitía interpretaciones o adaptaciones. Aislado y abandonado, aun por algunos de sus colaboradores más cercanos, Mariátegui preparaba, al momento de su muerte, su salida del Perú para ir a radicarse en Buenos Aires, donde pensaba continuar con su proyecto de Amauta.

El marxismo de Mariátegui, por otro lado, fue «elaborado lejos de cualquier academicismo, envuelto por los acontecimientos, sumergido en la vida cotidiana, vástago de esas mismas calles y multitudes que alentaron el oficio periodístico del joven Mariátegui». Mariátegui, según Flores Galindo, no fue un ideólogo y nunca quiso escribir un manual o un tratado doctrinario; el suyo fue un marxismo hecho al «ritmo rápido, breve y martillante de su máquina de escribir», como solía repetir Flores Galindo, y en relación estrecha con los acontecimientos que lo rodeaban: los movimientos de masas, la vida cotidiana, las lecturas y tertulias, el periodismo, el contacto directo con los trabajadores. 

Por ello es un marxismo fluido, en ocasiones incoherente, pero siempre original y crítico. Para Mariátegui, escribe Flores Galindo, «el marxismo nunca fue una ‘teoría’, ni un juego de ‘conceptos’, sino ante todo una actitud, un estilo de vida, una manera de encarar el mundo». El marxismo de Mariátegui se forjó, sostiene Flores Galindo, en el debate y la confrontación de ideas: «La polémica fue un hecho cotidiano en su biografía, pero, además, terminó siendo el instrumento privilegiado para el desarrollo de su pensamiento, un imprescindible criterio de verdad, una necesidad».

A diferencia de lo que pensaban los funcionarios de la Komintern (y también los seguidores de Haya de la Torre), Mariátegui no era solamente un intelectual: fue, a pesar de las limitaciones de movimiento, un hombre de acción y un organizador –de una revista, de una editorial, de un proyecto de partido–, actividades que deben ser vistas, según Flores Galindo, como parte de un mismo proyecto. Amauta, en ese sentido, fue «la antesala» del partido. 

Pero, ¿qué tipo de partido postulaba Mariátegui? Ciertamente, no uno de estructura cerrada y rígida, y mucho menos uno que respondiera sumisamente a los dictados de una organización supranacional como la Internacional Comunista. Tampoco uno que siguiera la lógica caudillista tradicional de la política peruana y que, a partir de 1928, Haya la de Torre habría de imprimir a su proyecto aprista. Si no era ni lo uno ni lo otro, ¿cuál sería entonces el «modelo» de partido que Mariátegui quería para el socialismo peruano? 

Flores Galindo, en otra arriesgada interpretación, sostiene que Mariátegui no lo sabía; más aún, que no necesitaba saberlo pues «recusaba la definición de un plan diseñado de antemano, porque de otra manera no se podrían recoger las experiencias y las enseñanzas de los trabajadores: no se trataba de imponer una organización fuera del movimiento de masas». «Se hace partido al andar», podría haber escrito Mariátegui parafraseando a Antonio Machado, no solo en el plano organizativo sino también en el programático. El partido que imaginaba Mariátegui debía ser revolucionario e inspirado por el marxismo, pero también uno que encontrase en el movimiento popular y las contingencias de la política su norte y su forma. 

Ese movimiento de masas, en un país como el Perú, pasaba necesariamente por incorporar al campesinado, que era de extracción mayoritariamente indígena. Un partido «proletario» no podía organizarse solamente con la todavía incipiente clase obrera industrial. El socialismo peruano, para Mariátegui, tenía que incorporar –y nutrirse de– la experiencia del mundo andino: aquí radicó otro punto de discrepancia entre Mariátegui y la Komintern, reflejado en la frialdad e incluso hostilidad con que fue recibido el texto sobre «El problema de las razas» en la conferencia comunista de Buenos Aires de 1929.

La agonía de Mariátegui es, en cierto sentido, la crónica de una derrota: el partido que Mariátegui contribuyó a fundar se convirtió en algo muy diferente y no pudo «preservar con nitidez su irreductible autonomía: diferenciarse del aprismo sin ser absorbido por la Internacional Comunista». Pero quedarnos en esta constatación no hace justicia ni al libro de Flores Galindo ni al propio Mariátegui, quien luchó hasta el final y elaboró un pensamiento, desplegó una actitud y asumió un compromiso que aún hoy producen admiración e inspiran a quienes están comprometidos con la búsqueda de la justicia social.

La agonía de Mariátegui, por otro lado, nos permite acercarnos al estilo de trabajo de Flores Galindo y su forma de aproximarse a la historia y a la vida. En este libro nos encontramos con algunas de las mejores virtudes del autor: una prosa fluida, una gran habilidad para enhebrar historias y argumentos, un uso imaginativo de las fuentes históricas y el planteamiento de problemas históricos que conectan lo personal con lo social y lo biográfico con lo estructural. Es un libro escrito con pasión crítica, tratando de recuperar a un Mariátegui vivo y creativo, navegando a contracorriente. 

De alguna manera es también, me atrevo a decir, un libro fuertemente autobiográfico. No son pocos los pasajes en los que se podría decir de Flores Galindo lo mismo que él dice de Mariátegui. Un ejemplo: «La obra que terminó elaborando, con el ritmo rápido, breve y martillante de su máquina de escribir, fue múltiple». Tanto Mariátegui como Flores Galindo bebieron del periodismo, escribieron sin cesar, frecuentaron el ensayo y prefirieron el riesgo de equivocarse a la frialdad analítica. 

De Flores Galindo podría decirse también que «ese cotidiano ejercicio de la máquina de escribir, a la par que le fue permitiendo un cierto dominio sobre la lengua, lo vinculó a un público y le enseñó a observar la vida cotidiana». Por otro lado, Flores Galindo destacó el «afán polémico» de Mariátegui, «no para ‘epatar’ a los burgueses rutinarios, sino para intercambiar ideas, para dialogar, para discutir». La polémica y la discusión, elementos constitutivos del pensamiento marxista de Mariátegui, lo fueron también para Flores Galindo.

Pero sin duda lo que más los emparenta es la rara combinación de un compromiso vital con la construcción de una nueva sociedad y un espíritu abierto, espontáneo, crítico, inquieto; en otras palabras, la búsqueda de un socialismo en el que «la imaginación y la intuición, lo creativo y lo espontáneo» tuvieran un lugar central. Flores Galindo llamó a Mariátegui «un disidente tenaz», no en el sentido de un renegado o traidor, sino de alguien dispuesto a disentir y cuestionar (y cuestionarse). El término bien podría usarse para describir al propio Flores Galindo.

Carlos Aguirre

Profesor de Historia en la Universidad de Oregon y autor de varios libros sobre la historia de la esclavitud, las prisiones, los intelectuales, la cultura impresa y el velasquismo.

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