Uno de los rasgos más sorprendentes de las elecciones presidenciales de 2016 fue la habilidad de Donald Trump para sacarle ventaja a Hillary Clinton apelando a cuestiones económicas. Pueden decirse muchas cosas sobre Trump, pero lo cierto es que hizo de la recuperación del trabajo manufacturero uno de los componentes centrales de su identidad política. Sus electores se convencieron con frases como esta: “Si me eligen, no perderán ni una fábrica más. Las fábricas retornarán al país. Tendrán trabajo de nuevo. No perderán ni una fábrica más, se los prometo”.

Como sucedió en gran medida con toda la presidencia de Trump, su retórica estuvo muy lejos de su habilidad para trazar el rumbo de una nueva política industrial para el país. Un informe crítico titulado “Promesas incumplidas: la manufactura en región central de EE. UU.”, realizado por el instituto Policy Matters Ohio y la fundación Century, revela que el gobierno de Trump fracasó rotundamente a la hora de recuperar el empleo y los buenos salarios en el sector manufacturero.

Repasar el archivo desastroso de Trump en lo que refiere al empleo es importante porque hay muchos trabajadores y trabajadoras convencidos que se dejaron llevar por su retórica protrabajo. Pero no se trata solamente de pegarle a Trump. Las tendencias principales del Partido Demócrata comparten el entusiasmo que Trump muestra a la hora de ofrecer enormes beneficios fiscales a las empresas más ricas, con la ilusión de que de esta forma apostarán por la creación de puestos de trabajo. Muchos estudios realizados durante los últimos cuatro años desmienten este mito, y sustituir a Trump por el Partido Demócrata para que siga la misma estrategia fallida, implicará empeorar todavía más la situación de la clase trabajadora.

La izquierda debe tomarse en serio los problemas que plantea el despliegue de una estrategia industrial para crear realmente una cantidad considerable de empleos de calidad. Es necesario aprender de los errores que cometió Trump durante su primer mandato. En el caso contrario, un potencial gobierno de Biden podría terminar siendo simplemente una fase de precalentamiento para una extrema derecha todavía más peligrosa y envalentonada.

Treinta años de decadencia

El informe se concentra en cuatro estados de la Región de los Grandes Lagos: Pensilvania, Ohio, Wisconsin y Michigan. El rol de estos estados a la hora de potenciar la economía manufacturera del país es emblemático. La gente que vive en estos estados sintió con más dureza la decadencia de la manufactura estadounidense y ayudó a inclinar la votación hacia el lado de Trump en 2016.

El padecimiento económico que afecta a la región no es una novedad. Desde 1990-2007, estos estados perdieron un total de 800 000 empleos en el sector manufacturero. Solo durante la Gran Recesión de 2007-8, se perdieron otros 500 000 empleos.

Dejando de lado los alardes acerca de la economía de Trump antes del COVID-19, debe decirse que, durante los años de Obama, ya se observaba una modesta recuperación en la Región de los Grandes Lagos. Entre 2010 y 2016 se recuperaron 294 000 empleos a un ritmo más acelerado que el que se observó durante los primeros dos años del gobierno de Trump. Parte de esta recuperación fue estimulada por políticas públicas como el auxilio a la industria automotriz.

A pesar de que hubo cierto crecimiento económico durante los primeros tres años de la presidencia de Trump, los salarios de la manufactura cayeron durante el mismo período. Para el verano de 2019, mucho antes de la pandemia, el sector manufacturero estadounidense había entrado en un período de recesión. En algunos estados como Ohio y Michigan, la recesión había comenzado incluso antes. La recesión del COVID-19 ocasionó el despido o la suspensión de más de 381 000 trabajadores en la Región de los Grandes Lagos.

A pesar de que hubo algunos modestos logros económicos durante el primer mandato de Trump, estos probaron ser demasiado limitados y de corto plazo como para potenciar una transformación económica más amplia. Las raíces de este fracaso yacen en una filosofía y en una política económica que ponen al trabajo en último lugar.

Política fiscal y política comercial

Un plan serio para revivir la manufactura estadounidense implicaría dirigir enormes cantidades de ingresos públicos hacia la inversión en áreas críticas como la infraestructura y la educación. Las reducciones impositivas de Trump, que benefician principalmente a la gente rica y dejan algunas migajas para el resto, son un paso en la dirección equivocada. Se estima que estas reducciones implicarán un recorte del ingreso público de 1,5 billones de dólares en diez años.

El proyecto fiscal de Trump incentiva realmente a las empresas a desplazar su producción a otros países. De acuerdo con el Instituto de Impuestos y Política Económica, el proyecto de Trump “grava el beneficio de las empresas estadounidenses que operan en el exterior a una tasa del cero por ciento o, algunas veces, a la mitad de la tasa impuesta sobre el beneficio de las empresas nacionales. […] Esto también podría alentar a que las empresas transfieran sus inversiones productivas y sus empleos al exterior”.

Los resultados de la pregonada guerra comercial con China también son desalentadores para la clase trabajadora estadounidense. Trump no ha tenido ningún plan coherente más allá de golpear cada tanto con algunos aranceles. El elemento más sustancial de la guerra comercial fueron una serie de aranceles sobre los productos chinos que rondaron entre el 10% y el 25% entre septiembre de 2018 y mayo de 2019. China respondió con tarifas propias, y un estudio realizado por Moody demostró que, en 2019, la guerra comercial le había costado a EE. UU. cerca de 300 000 empleos en distintos sectores.

Es difícil encontrar diferencias significativas entre acuerdos comerciales como el NAFTA y el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés), que fue impulsado por Trump. El gobierno alardeó mucho con la nueva reglamentación que exige que el 45% de los automóviles fabricados dentro del USMCA sean producidos a cambio de un salario de 16 dólares por hora. Sin embargo, el salario del sector automotriz se sitúa en general por encima de este límite.

De hecho, la guerra comercial de Trump no terminará con ningún crecimiento observable en los salarios ni en los empleos que supuestamente debían beneficiarse de ella.

Bienestar corporativo

La frase “socialismo para la gente rica, individualismo para la gente pobre”, proferida por primera vez en 1968 por Martin Luther King Jr., está volviendo a ganar popularidad. Los estudios de caso de bienestar corporativo incluidos en el informe de Policy Matters Ohio nos muestran la causa. Es una prueba más de que la campaña bipartidista para atraer inversiones privadas por medio de incentivos fiscales conduce al fracaso.

El 26 de julio de 2017, se realizó una ceremonia en la Casa Blanca junto al gobernador de Wisconsin, Scott Walker. Se celebró el anuncio de que Foxconn construiría una fábrica de pantallas LCD en Wisconsin luego de que el estado le prometiera a la empresa un beneficio fiscal de 4 mil millones de dólares. En el mismo acto se prometió que se crearían 2080 puestos de trabajo locales para fines de 2019.

Pero Foxconn terminó creando únicamente 520 puestos de trabajo. La mayoría son en el sector de investigación y desarrollo, es decir que no beneficiarán principalmente a personas de clase trabajadora. Foxconn arrendó oficinas en distintas ciudades, que en teoría servirían como centros de innovación industrial. Las oficinas todavía están vacías. Miles de millones de dólares, que podrían haber sido utilizados para crear empleos públicos directamente, fueron desperdiciados en otro inútil subsidio empresarial.

En 2008, General Motors se comprometió a mantener su fábrica de Lordstown en Ohio. Se le otorgaron subsidios estatales por un valor de 82 millones de dólares. General Motors renunció al acuerdo y cerró la empresa en marzo de 2019. Trump no tomó ninguna decisión ejecutiva ni emitió ninguna declaración pública en contra de la empresa para intentar conservar esta fábrica emblemática.

Desafortunadamente, estos ejemplos no son los únicos. Cada año innumerables estados, ciudades y municipios en todo el país son reducidos a la posición de mendigos, y entregan enormes cantidades de ingresos con la esperanza de que las empresas se muden a sus patios. Décadas de experiencia nos han mostrado que los costos de este enfoque son mucho más elevados que los beneficios que aporta.

¿Podemos hacerlo mejor?

Tanto la incapacidad de Trump para revivir la manufactura como su guerra contra los sindicatos y sus ataques a la Junta Nacional de Relaciones Laborales dejan en claro que es un enemigo de la clase trabajadora. Pero la izquierda no puede contentarse con la tarea fácil de denunciar a Trump.

El respaldo que Biden ofreció a tratados comerciales antiobreros como el NAFTA o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) no dejan lugar a dudas acerca de cuáles serán las políticas industriales y comerciales que implementará en caso de que gane la presidencia. El socialismo democrático tiene que elaborar un enfoque sobre la creación de empleos a nivel federal y estatal que ponga a los trabajadores y a las trabajadoras en el centro.

Claramente no se puede confiar en que el sector privado creará suficientes empleos de calidad, sin importar cuántos incentivos fiscales se le otorgue. El gobierno federal debe intervenir con fuerza para garantizar a largo plazo la creación de empleos bien remunerados y derechos sindicales. A medida que nos acercamos a la mayor crisis económica desde la Gran Depresión y a una crisis climática que se desarrolla a un ritmo cada vez más acelerado, necesitamos millones de empleos que puedan contribuir a la sustentabilidad ecológica.

Trabajando directamente con los sindicatos, la resurrección de la industria estadounidense puede ir de la mano de la resurrección del movimiento obrero. Propuestas como las de los sindicatos de Nueva York, que forman parte de un programa de empleo más amplio que tiene en cuenta el medioambiente, son un modelo de inspiración y deben ser la columna vertebral de una verdadera resurrección de la política industrial estadounidense.

A pesar de que las políticas reales de Trump fueron un desastre, el éxito de su retórica demuestra claramente que será crucial desarrollar una estrategia industrial coherente para tener éxito político. Siempre hay que tener cautela a la hora de hacer analogías históricas, pero podemos usarlas para confirmar al menos una cosa: si no abordamos con éxito la crisis del trabajo, serán las tendencias populistas de la derecha las que lo hagan.

Paul Prescod

Profesor de estudios sociales y miembro de la Federación Docente de Filadelfia.

Recent Posts

El fútbol palestino bajo el asalto israelí

El sangriento ataque de Israel contra Gaza ha sido implacable e incesante. No ha impedido…

16 horas ago

La lógica del capital y su crisis

Coacción muda, el libro de Søren Mau, es una lectura clave para el debate político-estratégico…

2 días ago

La legitimación del colonialismo de Piedad Bonnett

Sobre la cultura colombiana, el antisemitismo y las mentes colonizadas.

3 días ago

George Michael contra Tony Blair

Mientras los gobiernos occidentales se esforzaban por convencer a la gente de la necesidad de…

3 días ago

La clase social es fundamental en la política gay

La dinámica de clases sigue determinando quién puede gozar de una identidad gay libre de…

4 días ago

Colombia tiene motivos de sobra para condenar a Israel

Colombia rompió relaciones diplomáticas con Israel a causa del genocidio en Gaza. Es algo que…

5 días ago