Ambiente

Una crítica radical al corazón del capitalismo verde

Entrevista realizada por Marisol
Manfredi[1]Marisol Manfredi es una economista heterodoxa argentina formada en Mar del Plata, París y Pisa, investiga cómo desmantelar las lógicas del sistema económico actual para imaginar futuros posibles … Continue reading y Jakob Nitschke[2]Jakob Nitschke es un investigador en Economía Geográfica con enfoque en los temas de descolonización, conflictos eco-sociales y extractivismos. Contacto: jaknitschke@gmail.com

A 3.500 metros de altura, el viento atraviesa las montañas y las nubes se disuelven sobre una superficie que parece infinita. El tiempo se vuelve espeso. Las horas pasan más lento, el aire se respira distinto, como si la vida tuviera otro pulso. En las Salinas Grandes, al norte de la provincia argentina de Jujuy, el viento dibuja remolinos sobre una planicie blanca que parece nunca terminar. En ese paisaje suspendido, donde el silencio suena más fuerte que cualquier motor, el presente se mueve al ritmo de la tierra y el silencio, de repente, tiene espesor: es el sonido de un territorio que resiste.

Allí vive Flavia Lamas, presidenta de la Asamblea de la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc. Desde 2009, junto a otras 38 comunidades kolla-casabindas, enfrentan el avance de las empresas mineras que buscan extraer litio del salar, ubicado en el famoso y estratégico Triángulo del Litio. En un mundo que celebra la «transición verde» y los autos eléctricos como solución al cambio climático, Flavia recuerda que cada batería tiene un precio que no se mide en euros ni en dólares: se mide en agua, en comunidad, en vida.

«Nos dicen que somos el triángulo del litio y que por eso vamos a ser ricos. Pero sin agua no hay vida. Nosotros no comemos baterías», nos cuenta Flavia cuando la entrevistamos en el refugio de Santuario de 3 pozos, a la entrada de las Salinas, donde por poco dinero (2 euros) ofrecen un servicio de guía turística donde nos cuentan cómo funciona el salar y cómo las comunidades utilizan su sal.

Cuando en 2009 llegaron las primeras perforadoras a la zona, las comunidades no sabían qué era el litio. «Vimos que el salar empezaba a hundirse, que el agua dulce salía mezclada con la salmuera. Ahí nos dimos cuenta de que algo andaba mal», nos cuenta Flavia. Desde entonces, se organizaron. En Argentina el pueblo, afortunadamente y como reacción a tanta crisis, sabe crear resistencias. Así nació la Asamblea de la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc, donde redactaron su propio protocolo de consulta (Kachi Yupi o «Huellas de Sal»[1] y exigieron que cualquier proyecto respetara el derecho a decidir sobre sus territorios.

La lucha no fue fácil. En 2023, tras la reforma constitucional impulsada por el gobernador de Jujuy, los derechos de los pueblos originarios fueron debilitados. Las protestas fueron reprimidas y muchas comunidades se dividieron. Algunas, presionadas por la necesidad o la promesa de empleo, aceptaron dialogar con las mineras. Otras, como la de Flavia, resistieron.

«Nos dicen que el progreso llega con los camiones y las máquinas, pero lo que traen es desigualdad. Antes nadie tenía más que nadie. Ahora algunos compran autos, otros nada. Y eso rompe la comunidad», explica. Flavia nos cuenta sobre Susques, una comunidad a unos 66 km cuesta arriba de donde nos encontramos, uno de los primeros pueblos de la Puna donde avanzó la extracción de litio. Allí, Flavia nos cuenta, «ya no hay agua potable durante el día y los animales nacen deformes». Las comunidades de Susques les dijeron: «Ustedes todavía están a tiempo, nosotros ya lo perdimos todo»[2]. Esa frase resume el horizonte que temen en las Salinas: un territorio exhausto, una vida cercada por el polvo y la sed. En Susques, la promesa de desarrollo se transformó en dependencia. El agua que antes fluía de los ojos de la tierra ahora llega en botellas de plástico: privatización, propiedad privada e individualismo son algunos de las consecuencias ha traído la minería en Susques.

El relato de Flavia revela algo más profundo que un conflicto ambiental: es una disputa ontológica, una diferencia sobre qué significa este mundo y cómo vivir (bien) en él. Para Flavia, el Buen Vivir. Cuando le preguntamos, nos dice que no es una teoría, ni solo una cosmología que se estudia, sino una práctica cotidiana. «No se trata de que uno viva bien, sino de que todos vivamos bien. Si mi vecino sufre, yo no puedo estar tranquila». El vínculo que Flavia tiene con las Salinas es también íntimo y espiritual. «Siento una conexión con las Salinas… es una conexión. Cuando en mi familia estamos tristes, angustiados o enfermos, lo único que hacemos es conectarnos con la naturaleza. Y así encontramos la tranquilidad que un médico no puede darnos. Las Salinas son parte de la familia, y por eso decimos que si las tocan, es como si tocaran a una madre». Las salinas están ligadas hídrica y ecológicamente a ríos de montaña como el Río de los Patos y el sistema endorreico que alimenta humedales, vegas y acuíferos superficiales usados por las comunidades kolla-casabindas (Bustos-Gallardo et al, 2021).

En su cosmovisión, el salar no es un recurso, es una madre; un ser que vive, que respira, que sufre. Las palabras de Flavia acá encierran una crítica radical al corazón del capitalismo verde: la idea de que la naturaleza puede separarse de la vida humana y reducirse a un insumo, a un recurso, a un objeto explotable. Esa idea moderna de que el nombre es una cosa, y la naturaleza otra. Como si no fuéramos naturaleza nosotros también.

El proyecto del norte global de «transición ecológica» suele presentarse como un camino inevitable y benigno hacia la sostenibilidad. Sin embargo, el litio que alimenta la electromovilidad se extrae de territorios como éste, donde el agua es escasa y la democracia es frágil. En nombre de la descarbonización, se reeditan viejos patrones coloniales: el Norte planifica su futuro «limpio» (medido en energía y en consciencia) mientras el Sur vuelve a ofrecer su tierra y su cuerpo (las teorías feministas sudamericanas sobre cuerpo-territorio tienen mucho que ofrecernos, por si a algún lector le interesa profundizar).

Flavia lo sabe. Por eso su pedido no se dirige a Buenos Aires ni mucho menos a las instituciones locales de Jujuy. «Ir al gobierno provincial no sirve. La ayuda tiene que venir desde Europa, donde se toman las decisiones sobre el litio. Allá hay organizaciones de derechos humanos que pueden escucharnos». El pedido de Flavia rompe el esquema simplista de un «Sur» víctima y un «Norte» opresor. Ella no habla en nombre de una frontera, sino desde una interdependencia múltiple: ecológica, política, epistémica, ontológica. Su voz apunta a tejer alianzas con quienes, en Europa, también cuestionan la ficción de un progreso verde cimentado en la desigualdad.

En nuestro proyecto académico llamamos a este fenómeno «dependencias interseccionales»: comprender que la dependencia no se distribuye solo entre países y geografías, sino también entre formas de vida, conocimientos y ontologías. Desde las montañas andinas hasta las instituciones europeas, las mismas jerarquías (entre naturaleza y sociedad, razón y espiritualidad, varón y mujer, centro y periferia, etc. -ver Grosfoguel (2012)) sostienen el modelo extractivista. Romperlas implica imaginar transiciones no solo energéticas, sino ontológicas, en las que distintas formas de saber y de existir puedan convivir en igualdad. O al menos, romper con el patrón donde una (supuesta superior) alternativa (la mainstream impuesta por el Norte global) disminuye, irrumpe, desplaza y/o elimina a otras formas alternativas de entender el mundo y, ergo, de relacionarse con la naturaleza (es decir, con nosotros mismos).

La voz de Flavia viaja por rutas de sal y viento, pero apunta al corazón del debate global sobre la transición ecológica. Nos recuerda que no hay justicia climática sin una justicia más profunda: la ontológica. Que cambiar de energía no basta si seguimos pensando el mundo con la misma lógica. Tenemos que abrirnos a nuevas formas de pensar y entender el mundo: sólo así llegarán nuevas soluciones. Y la transición «verde», en su máscara de vendernos la solución a nuestros problemas, basada en lo que conocemos como «techno-fix-optimismo», una fe ciega en la tecnología como utopía que nos salvará de todos nuestros problemas, en verdad, lo que está haciendo es eliminar una de las alternativas donde podemos ir a buscar respuestas, ampliando nuestras formas de ver, entender y pensar el mundo. No podremos enfrentar la crisis ecológica global recurriendo a las mismas lógicas de extracción, separación y dominación que la generaron. Como escribió Audre Lorde en 1979, «the master’s tools will never dismantle the master’s house»: no podremos solucionar los problemas de nuestra era con las mismas herramientas de nuestra era, pues éstas últimas han creado los problemas en primera instancia. Entonces, es menester desenmascarar aquí el lado oculto de la tan ansiada y supuestamente inocua «transición verde», pues una vez más desplaza y elimina futuros posibles y no sólo, pues sino también, posibles formas de entender el presente. Hay que cambiar la caja de herramientas porque no sólo hace falta «arreglar» nuestra sociedad rota y fragmentada, sino pensarla: la voz de Flavia Lamas es una invitación a eso.

No es fácil, nos recuerda Flavia. En la entrevista relata cómo, de las 33 comunidades que formaban parte de la lucha, varias comenzaron a apartarse. En sus palabras: «Hay comunidades que dijeron que ya no hay nada más que hacer porque tenemos todo en contra». Y explica que, en algunos casos, no es la comunidad completa sino «un grupito de familias que están dando el OK, pero con esto ya basta… una vez fragmentadas las opiniones en la comunidad, ya no es lo suficientemente fuerte, entonces la minería penetra».

La minería penetra. ¿Qué es lo penetra y por qué sucede? Porque no sólo la transición verde del Norte sabe venderse muy bien, sino también las lógicas corporativas de las empresas mineras. Sus artilugios de marketing refinados saben cómo penetrar en las comunidades. Aunque con conectividad e Internet limitado —pues sólo en ciertas partes de la ruta se accede al 4G— las comunidades también reciben (y sobre todo desde que vivimos en esta era digital) los constructos de progreso, trabajo, ascenso social, éxito. Es comprensible: en territorios donde el Estado está ausente, y donde desde la colonización a esta parte han sido recluidos, excluidos e ignorados (no olvidemos que hasta sus lenguas se han eliminado en la homogeneización colonizadora del español), la promesa minera aparece como la única alternativa para sumarse al llamado sistema, donde ese progreso, ese ascenso social y ese éxito que se les vende en pantallas podrían finalmente florecer.

El trabajo minero no ofrece solo un salario: ofrece símbolos. Un auto, una casa de cemento, ropa nueva, joyas, un celular mejor. Objetos que en la lógica del capitalismo colonial representan «haber llegado». Y en territorios empobrecidos por políticas nacionales históricamente extractivas, estas señales pueden pesar más que el discurso ambiental. Es claro, entonces, reflexionamos con Flavia, que no todas las comunidades se opongan, se mantengan fieles a los que sus ancestros y los mensajes que el tata wayra (viento) y el tata inti (sol) les transmiten mediante sonidos imperceptibles para el humano occidental.

Esa misma promesa plantada por las empresas desarma los tejidos comunitarios. El documental The Hidden Cost: The Other Side of the Green Transition [El costo oculto: la otra cada de la transición verde], producido por compañeras del Observatorio de la Deuda Global, alcanza a mostrar con claridad lo que Flavia sintetiza en una frase: «se rompe la comunidad». Aparecen prácticas que antes no existían, y en particular, desde una perspectiva de género, el alcoholismo y la prostitución. Por eso las compañeras en su documental buscan mostrar la muy necesaria perspectiva de género en la extracción del litio, porque trae cambios muy fuertes. En cuanto a la primera problemática, las mujeres de Susques, nos cuenta Flavia —que, como ya hemos dicho, sufren las consecuencias de la minería que ya ha penetrado hace 10 años— manifiestan que ya no es seguro salir de noche, pues hay muchos hombres ebrios y violentos caminando por la calle. En cuanto a la segunda, aunque apunta a un debate mucho más grande que aquí no podemos abordar, lamentablemente, obliga a las mujeres a buscar otras formas de hacer dinero y mantenerse económicamente, satisfaciendo una demanda que, evidentemente, emerge de la misma lógica extractivista e individualista que la minería instala (y de forma irreversible). Estos fenómenos son efectos sociales de un racional extractivista que instala desigualdad dentro de la comunidad y altera su universo moral, relacional y afectivo.

Desde la cuenca, muchas voces convergen en una misma afirmación, nos cuenta Flavia: «No queremos ser una zona de sacrificio». La urgencia climática no puede legitimar transiciones energéticas que profundizan desigualdades sociales, étnicas y ambientales; que disrumpen comunidades; que generan malestares y violencias. El pedido es claro: escuchar a los territorios, defender el agua, respetar los derechos colectivos, dejarlos ser y decidir, reconocer su existencia, su modo de vivir y pensar, y, sobre todo, entender que con baterías de litio podrá haber autos y celulares, pero que sin agua no quedarán quienes los usen ni los manejen.

Flavia nos pide que hagamos llegar su mensaje a Europa. Aquí estamos, intentando hacer retumbar su voz en todos los espacios posibles. Si te estás preguntando cómo podés ayudar, la primera respuesta de Flavia es simple y urgente: hacerse eco. Compartir. Mantener viva la conversación. Seguirlos en Instagram (@cuencadesalinasgrandes) y en su sitio web, porque cada difusión abre un resquicio por donde entra aire. Y porque difundir es un acto político.

Al final del día, la pregunta no es quién será dueño del litio, sino qué mundo seguimos alimentando cuando creemos que la tecnología sola nos va a salvar. La pregunta que este artículo deja es incómoda, pero inevitable: ¿De qué sirve descarbonizar Europa si se desertifican las montañas andinas del Sur global? ¿De qué sirve una transición verde que exige sacrificar territorios enteros en nombre de un futuro al que esos pueblos ni siquiera podrán acceder? ¿Qué tipo de justicia climática es aquella que necesita «zonas de sacrificio» (las mismas que en el pasado, claro)?

Mientras las potencias del Norte hablan y celebran la «innovación verde», en las Salinas Grandes las comunidades siguen defendiendo algo más elemental y verdadero que un auto eléctrico o un tercer celular en dos años: defienden el agua, defienden la vida. En palabras de Flavia, palabras que Europa necesita escuchar: «Sin agua no hay vida. Nosotros no comemos baterías».

Tal vez ese sea el mensaje más profundo que las Salinas nos devuelven: que la transición ecológica no será justa si se construye sobre territorios sedientos; que si la transición verde necesita territorios vacíos, comunidades fracturadas y salares sin agua, entonces no es transición ni es verde, es simplemente otra forma de extractivismo, esta vez en nombre del clima; que no habrá mundo posible si seguimos apagando voces que podrían ayudarnos a imaginar otros; y que la Pachamama, cuando habla en silencio, nos está diciendo que todavía estamos a tiempo.https://territoriosalinasgrandesylagunaguayatayoc.ar/

 

[1] El Protocolo Kachi Yupi, Huellas de Sal formaliza el derecho a consulta libre, previa e informada, y exige que cualquier evaluación e información se comunique en lenguaje claro y no tecnocrático, acorde a las prácticas deliberativas de la cuenca. El documento puede descargarse desde el sitio web de la comunidad.

[2] Estudios recientes sobre la extracción de litio en salares de Argentina estiman que la producción puede requerir entre aproximadamente 5 y 50 m³ de agua dulce por tonelada de litio producido (es decir, entre 5.000 y 50.000 litros- (Fernandez Díaz Paz et al, 2025). En la cuenca del Salar de Olaroz (salar cercano a la comunidad de Susques), se calcula que el consumo equivale al volumen anual de agua que consumirían más de 30.000 habitantes (Pearce, 2022).

Notas[+]

Notas
1 Marisol Manfredi es una economista heterodoxa argentina formada en Mar del Plata, París y Pisa, investiga cómo desmantelar las lógicas del sistema económico actual para imaginar futuros posibles y tejer nuevas conexiones políticas entre el norte y el sur. Contacto: marisolmanfredi@gmail.com
2 Jakob Nitschke es un investigador en Economía Geográfica con enfoque en los temas de descolonización, conflictos eco-sociales y extractivismos. Contacto: jaknitschke@gmail.com
Flavia Lamas

Flavia Lamas es presidenta de la Asamblea de la Cuenca de Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc.

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