Universidad francesa durante mayo de 1968.
Una corriente que invalida el saber de las antiguas generaciones de militantes anula con ello no solo su memoria, sino también su capacidad presente de actuación y lucha. Construir direcciones lleva tiempo. Por eso, las generaciones más viejas son el cimiento de cualquier agrupamiento. Ellas cargan con la experiencia política, la tradición ética y organizativa, el programa histórico. Su papel, por tanto, no es el de sabios y pasivos consejeros, sino el de miembros activos. Pero el cimiento no es todavía el edificio. Es la juventud la que debe constituir las paredes, las aberturas y el acabado fino del edificio. Un colectivo que no promueva la renovación generacional de sus cuadros dirigentes está condenado a la crisis y al estancamiento. No fueron pocas las rupturas recientes en el campo de la izquierda que tuvieron como motivo alguna forma de conflicto generacional. La integración de las distintas generaciones en la estructura de la organización es un tipo de arte tan delicado como imprescindible para la salud interna de una corriente.
Pero las cosas cambian un poco de figura cuando se habla de la composición general del grupo. Una organización que pretenda cumplir algún papel en la historia necesita ser, en promedio, una organización joven. El envejecimiento generalizado de una corriente, la permanencia de un mismo equipo de dirección durante largos años al frente del aparato partidario, la desaparición del papel de la juventud en la estructura del colectivo, una débil actuación en el movimiento estudiantil y juvenil son síntomas que deben preocupar.
No se trata de un deseo interno, sino de una necesidad de la lucha. Difícilmente podemos encontrar algún movimiento histórico importante que no haya tenido a la juventud como protagonista: desde la Revolución Rusa hasta las actuales protestas de la Generación Z (aún no estudiadas por la izquierda), pasando por la Revolución Cubana, la Revolución de los Claveles, el Mayo del 68, la resistencia contra las dictaduras en América Latina, las protestas de los últimos años en la región y el mundo, las luchas de solidaridad en defensa del pueblo palestino y muchas otras.
En el mundo actual, en que se profundiza el abismo generacional debido al acelerado avance de la tecnología y a la precarización y «plataformización» de la vida, esta cuestión asume dimensiones dramáticas. Una organización que no logre atraer a la juventud (no solo la estudiantil, sino también la periférica, la de los movimientos culturales, la de la clase trabajadora, la de las clases medias intelectualizadas) simplemente no tiene futuro. El vicio del «presentismo» es tanto la ignorancia del pasado como el olvido del inevitable porvenir. La extrema derecha está muy por delante de la izquierda en el manejo de las redes sociales y del lenguaje digital. Nuestros ensayos han sido tímidos. La renovación de la dirección fascista también es una realidad, con figuras emergentes, organizaciones relativamente jóvenes y miles de influencers esparcidos por todas las plataformas y explorando todo tipo de formato. La idea de que el fascismo es un movimiento de viejos acomodados es extremadamente equivocada. Tal vez haya sido así hace algunos años. Ya no lo es. Es imprescindible conectarse con la juventud. No cabe aquí el viejo consuelo de que el movimiento estudiantil es tradicionalmente de izquierda y por lo tanto constituye un espacio naturalmente nuestro. Esa realidad ya está cambiando. Lo que hoy son incursiones puntuales de provocadores en las universidades públicas mañana puede convertirse en trabajo estructural del fascismo. Si eso sucede, las cosas se pondrán mucho más difíciles para nosotros.
Este hecho debe orientar también la actuación de las organizaciones socialistas. Los análisis políticos deben considerar el humor de la juventud, su condición estructural, su situación laboral, el problema de la educación y del movimiento estudiantil, las nuevas tendencias culturales del mundo analógico y digital.
Se trata aquí de comprender realmente la dinámica política de la juventud, el papel más profundo de ese grupo etario en la propia historia del país. Y estar atentos a los signos de crisis e insatisfacción de ese sector de la población. Ser joven tiene consecuencias programáticas.
Mientras leemos este artículo, ¿cuántos jóvenes estarán buscando en ChatGPT cuál es la organización más revolucionaria, más socialista y más radical? Por eso, hacer lucha ideológica en el siglo XXI es tener presencia en las redes, promover debates, participar en lives, producir videos. No bastan los viejos encuentros presenciales. Siempre serán importantes, pero ya no satisfacen nuestras necesidades. Se necesita no solo un perfil político y organizativo, sino ideológico.
Lo mismo sucede con la juventud, que también puede ser vista desde el punto de vista de la consolidación de la personalidad, del establecimiento de los gustos personales, del autodescubrimiento y del desarrollo psíquico. Por eso, una organización que desee conectarse con la juventud necesita ofrecerle más que política. No se trata de crear nuevas pequeñas sectas destinadas a suplir todas las necesidades de conexión. No. La organización política no sustituye el mundo real. Pero es necesario que existan, dentro de la corriente juvenil, espacios de expresión y promoción artística, literaria, de ocio, de estudios más allá de la política, incluso de deporte y salud. «Nada de lo humano me es ajeno», habría dicho el dramaturgo romano Terencio en el siglo II a.C., y lo repitió Marx en una carta a su padre en 1837, en su fase bohemia y lírica. Y eso es muy sintomático. El hombre que escribió El capital pasó su juventud bebiendo cerveza en las tabernas alemanas y escribiendo poemas para su amada Jenny. Debemos orientarnos por esa vía: una juventud que no sea solo política, sino que ofrezca a sus miembros y simpatizantes un sentido de pertenencia más amplio. La Iglesia sabe aprovechar esto muy bien y ofrece a sus fieles mucho más que religión. Nosotros debemos hacer lo mismo.
De la misma forma, la revolución latinoamericana es inconcebible sin el protagonismo de la juventud, por el simple hecho de que ninguna revolución ha sido posible sin jóvenes. Los socialistas deben encarar el reclutamiento de la juventud como una tarea de vida o muerte, estratégica en todos los sentidos, no solo para una u otra organización concreta, sino para el propio país. El futuro siempre les ha pertenecido y siempre les pertenecerá. Y ellos harán de ese futuro lo que bien les plazca. Nos corresponde a nosotros abrir espacio. Al final de cuentas, la función principal de una generación es ser el puente hacia la generación siguiente. En eso consiste el mecanismo fundamental de la propia vida.
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