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Rodrigo Paz gana con votos del bloque popular y se apresta a gobernar con la oligarquía

Según los resultados preliminares, el binomio de la emergente derecha populista, Rodrigo Paz / Edman Lara, ganó la segunda vuelta electoral con el 54,6 % de los votos frente a la dupla de extrema derecha Jorge Quiroga / Juan Velasco, que alcanzó el 45,3%.

Como se señaló anteriormente, era previsible —dada la división del electorado boliviano en tres tercios— que el tercio de izquierda y popular definiera el balotaje. En efecto, el factor clave para la derrota de la extrema derecha fue principalmente el voto nulo y blanco de la primera vuelta, que terminó favoreciendo a la derecha populista. ¿La razón? El semblante de Tuto Quiroga y compañía es inequívocamente, en formas y contenidos, antinacional.

El marketing imposible

Tuto Quiroga intuyó que su campaña para el balotaje debía hablarle a la plebe, toda una experiencia novedosa para él y su acompañante. Abordaron su dilema existencial contratando al gurú de los mercachifles políticos, Jaime Durán Barba. El estratega diseñó un nuevo performance para sus clientes, instruyendo a Quiroga y Velasco a alienarse de su condición étnica y de clase para vestir ponchos y aguayos, abrazar a indígenas, sonreír y besar abuelas de pollera, tomar chicha y mascar coca; dicho en breve, actuar como si fueran bolivianos.

Pero Freud ya nos enseñó que no hay sobreactuación sin actos fallidos. Lo mal simbolizado se expresa en su desnudez brutal a través de actitudes auténticas. El presentimiento del fracaso llevó a que la prensa empresarial y sus corrientes de opinión especularan acerca de cómo esa entidad demoníaca llamada evismo había copado subliminalmente el frente electoral de Rodrigo Paz.

Dado que la ultraderecha razonaba que detrás de Paz y Lara se escondía el evismo, la otra parte de su campaña —simultánea a las puestas en escena de sus candidatos— trató a los potenciales votantes de Paz y Lara con el odio étnico y de clase habitual. De ahí las acusaciones desplegadas en redes sociales contra los «indios ignorantes», los «laris» (adjetivo despectivo para resaltar la supuesta incapacidad indígena para comprender) y, cómo no, los «socialistas».

Con el despliegue de sus modos racistas y cargados de resentimiento de clase, la extrema derecha logró aglutinar su voto y alcanzar el 45 %, pero sus postureos y disfraces no convencieron a casi nadie. En descargo de Durán Barba —que gusta presentarse como alguien que nunca pierde elecciones— puede decirse que, en estas condiciones, no hay marketing político que alcance.

De la nada a la gloria

La calamitosa gestión de Luis Arce, la ilegal proscripción del evismo y, sobre todo, los límites programáticos y estratégicos del MAS abrieron el escenario para la victoria de un frente improvisado como el de Paz / Lara. Aunque la improvisación, al menos en política, nunca es absoluta: la campaña del binomio ganador funcionó dentro de marcos ideológicos y prácticas previas.

Pese a que el nuevo gobierno no tiene nada parecido a un programa, sus articulaciones giran en torno a clichés comunes a la derecha mundial. Rodrigo Paz habla de expandir un «capitalismo para todos» y propone acabar con el «Estado-tranca». Es decir, concibe el emprendedurismo como modo de vida principal y al Estado como su obstáculo. Doxa neoliberal pura y dura.

La derecha populista ganó con los votos del bloque popular, pero tiene el alma, la política y el discurso dentro del bloque oligárquico. Al día siguiente de ser proclamado ganador de la segunda vuelta, las contradicciones que llevaron al binomio Paz / Lara al Ejecutivo comenzaron a aflorar —por ahora simbólicamente— una tras otra.

Por un lado, los sectores populares: Evo Morales y diversas organizaciones sociales advirtieron que no permitirán la destrucción del Estado Plurinacional. Al mismo tiempo, crece la presión silenciosa pero poderosa de quienes hacen largas filas para cargar combustible en sus motorizados. Paz ha dicho en campaña que pretende levantar el subsidio al diésel y la gasolina “selectivamente”, mientras Lara acaba de señalar que su gobierno respetará el Estado Plurinacional.

Por otro lado, el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, salió a felicitar al flamante presidente electo de Bolivia, restableciendo de hecho —tras veinte años— las relaciones bilaterales entre ambos países y recordando su agenda: 1) fin de la inmigración ilegal, 2) inversión bilateral, 3) lucha contra las organizaciones criminales internacionales.

Es decir, la misma agenda que el gobierno de Trump está desplegando, con métodos brutales, en toda América Latina.

Más abajo en la jerarquía, pero dentro del mismo bloque, los representantes de la burguesía agroindustrial han dejado claro que confían en que la estabilidad económica sea la prioridad del nuevo gobierno, mostrando buena disposición para colaborar. Se sabe que levantar las subvenciones al combustible, realizar ajustes fiscales y devaluar la moneda son los elementos clave de esa supuesta «estabilidad».

Asimismo, la mayoría del personal político de la derecha —en todos sus matices—, desde la expresidenta de facto Jeanine Áñez, el gobernador de Santa Cruz Fernando Camacho y el empresario-político Doria Medina, se ha mostrado favorable a converger en torno al nuevo gobierno.

Todo apunta a que la derecha empresarial y política pretende gobernar con un frente único, aunque con los votos prestados del bloque popular. En su imaginario, este gobierno debería funcionar con el programa neoliberal que el padre de Rodrigo, Jaime Paz Zamora, ejecutó en los años noventa, pero en un mundo donde la hegemonía estadounidense se encuentra en decadencia económica y cultural.

El camino del nuevo gobierno boliviano está vacío de certezas, plagado de amenazas y con poco margen para la demagogia o los artificios retóricos.

Vladimir Mendoza Manjon

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Vladimir Mendoza Manjon

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