Deporte

El fútbol no debería ser publicidad para dictadores

El dictador de facto de Ruanda, Paul Kagame, es conocido por encarcelar a sus opositores (a los menos afortunados los asesina), pero ¿por qué supervisaría el patrocinio del Estado ruandés al Arsenal, uno de los principales clubes de la Premier League inglesa, ubicado en el octavo puesto de la lista Forbes de los equipos de fútbol más valiosos del mundo?

No es, ni de cerca, el primer ejemplo de sportswashing, así que vale la pena formular algunas preguntas más amplias. ¿Por qué motivo empresas, individuos y Estados buscan vincular su nombre con clubes y eventos deportivos? ¿Qué beneficios esperan obtener de ello? ¿Y cómo deberían responder los hinchas?

Cabezas de puente

Empecemos por el «por qué». En la final de la Liga de Campeones de Europa de este año, entre el Paris Saint-Germain (PSG) y el Inter de Milán, se pusieron en evidencia dos tipos de motivaciones distintas. Una diferencia resumida en un título del diario The Guardian: «Despotismo vs. capitalismo».

El Inter pertenece a Oaktree Capital, una firma estadounidense especializada en «deuda en dificultades». Adquirió el club cuando los dueños anteriores incumplieron pagos de un préstamo y su objetivo es simple: ganar dinero. El PSG, en cambio, fue adquirido por el gobierno de Catar en 2011 y desde entonces distintas ramas del Estado catarí inyectaron sumas colosales de dinero, que culminaron en la victoria sobre el Inter y la obtención del primer título europeo de su historia.

Está claro que, tanto para Catar como para el PSG, las motivaciones detrás de la propiedad y el patrocinio no se reducen a obtener ganancias inmediatas. De hecho, invertir dinero en el PSG pudo haber sido una jugada deliberadamente deficitaria por parte de Catar. En su origen, formaba parte de un paquete de incentivos (algunos dirían un soborno) destinado a persuadir al gobierno francés de apoyar la candidatura catarí para organizar el Mundial masculino de 2022.

Podría haber aquí una estrategia económica de «cabeza de puente» a largo plazo. El vecino —y a veces rival— de Catar, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), ya había comprado el Manchester City y comenzado a convertirlo en una potencia deportiva de éxito arrollador. La propiedad emiratí del club impulsó una enorme inversión por parte de agentes de Abu Dabi, la capital de los EAU, en construcción y desarrollo inmobiliario en Manchester, incluyendo el acceso a terrenos públicos en condiciones extremadamente favorables y rentables.

Los EAU aprovecharon el prestigio generado por sus éxitos deportivos para desplegar una estrategia más amplia de penetración económica regional. Catar podría tener planes similares para París; está claro que no vacilan en desplegar grandes cantidades de dinero para ganarse favores y beneficios a largo plazo, como lo demuestra su regalo de un avión de lujo a Donald Trump.

Sportswashing

La organización del Mundial de 2022 por parte de Catar suele citarse como un ejemplo clásico de sportswashing: el patrocinio deportivo como intento de mejorar una reputación, casi por sí mismo. Como señala el periodista Miguel Delaney en su libro States of Play, «la asociación con algo tan popular otorga influencia y legitimidad». En teoría, puede tapar una multitud de asociaciones menos benévolas. En palabras de Jules Boykoff, ofrece una vía de «rehabilitación reputacional».

Sin embargo, en el caso del Mundial de 2022, las ganancias en relaciones públicas pudieron verse más que anuladas por las críticas al trato profundamente abusivo del país anfitrión hacia los trabajadores migrantes que construyeron la infraestructura del torneo. También hubo mala prensa a raíz de las absurdas (y luego desmentidas) afirmaciones de que el torneo fue «carbono neutral», viniendo de un país cuya riqueza depende casi por completo de la extracción de combustibles fósiles y la aceleración del calentamiento global.

El sportswashing también pareció volverse en contra de otra dictadura de Medio Oriente: Arabia Saudita. Su patrocinio de la disidente gira de golf LIV sólo atrajo más atención hacia los abusos que buscaba ocultar. Y la organización del Mundial masculino de 2034 por parte de Arabia Saudita ya generó polémica por diversos motivos, entre ellos la explotación de trabajadores migrantes (hay trece millones en el país).

Estados Unidos, que será sede junto con Canadá y México del Mundial de 2026, ya albergó este año la primera edición del Mundial de Clubes. Ese torneo de 2026 podría otorgarle capital político a Trump, aunque funcionarios de su gobierno bromean con deportar a hinchas que se queden más tiempo del permitido con la visa, mientras que jugadores y empleados de países sometidos a prohibiciones migratorias deberán pedir exenciones especiales para poder participar.

Los sociólogos Heba Gowayed y Nicholas Occhiuto pidieron boicotear el Mundial de 2026, señalando que Trump ya utilizó el Mundial de Clubes para aumentar su prestigio: «Ningún país debería enviar a su equipo a jugar cuando los ciudadanos de doce de ellos están prohibidos. Nadie está a salvo cuando agentes enmascarados recorren los estadios, pidiendo documentos según el color de la piel».

Zohran Mamdani, candidato socialista democrático a la alcaldía de Nueva York (y fanático del fútbol desde siempre), advirtió que muchos hinchas temerán ir a los partidos por miedo a redadas migratorias durante los encuentros.

Aunque un boicot parece improbable, la estrategia de autopromoción MAGA podría terminar saliéndole mal, al menos en parte. Trump puede intentar deportar estudiantes que condenen el genocidio israelí, pero ¿qué podría hacer si una estrella del fútbol aprovechara el torneo para hablar del tema, o de la brutalización de los migrantes?

Además, la previsible autocelebración narcisista de Trump en cada ocasión no hará más que invitar a la burla global. Después de todo, el Mundial de Clubes terminó con la imagen cómica del presidente estadounidense celebrando con los jugadores y negándose a dejar el podio después de entregar el trofeo.

Arsenal y Ruanda

El sportswashing no siempre es bien recibido ni siquiera por quienes parecen beneficiarse de él, como demuestra el caso del Arsenal, cuyos uniformes llevan el eslogan «Visit Rwanda» [Visite Ruanda]. El problema no es solo la promoción de un régimen represivo que asesina y encarcela opositores, sino también el origen del dinero del patrocinio: el saqueo y la promoción de conflictos y desastres humanitarios en la vecina República Democrática del Congo (RDC).

A comienzos de 2025, los ataques de la milicia rebelde M23, respaldada por Ruanda, en el este de la RDC, provocaron unas tres mil muertes (en su mayoría civiles), el desplazamiento de más de setecientas mil personas y un fuerte aumento de ejecuciones sumarias, violaciones, violencia sexual y secuestros (incluidos niños) para trabajo forzoso. Millones quedaron sin acceso a alimentos, agua potable ni atención médica, con brotes de malaria y sarampión.

Esa fue la etapa más reciente de los conflictos que devastan la RDC desde al menos 1996, con un saldo de seis millones de muertos y casi siete millones de desplazados. Varios actores externos participaron en esas guerras, pero Ruanda ha sido el principal. Entre otras cosas, apoyó directamente al M23 a cambio de minerales como el coltán (clave en dispositivos electrónicos), el tungsteno y el oro. Ruanda presenta esos recursos robados como exportaciones propias.

En ese contexto, el canciller congoleño describió la promoción ruandesa en la camiseta del Arsenal como un «acuerdo de patrocinio manchado de sangre». Un grupo de hinchas del Arsenal se organizó para oponerse, bajo el nombre «Gunners for Peace» («Artilleros por la paz», en referencia al apodo del club).

Con ironía, propusieron reemplazar el lema «Visit Rwanda» por «Visit Tottenham», aludiendo al clásico rival del norte de Londres, con la implicación de que sería mejor visitar al peor enemigo antes que promover el turismo en Ruanda. «No queremos que nuestro club venda su alma al mejor postor», declaró un vocero del grupo.

Emiratos Árabes Unidos

Lamentablemente, Ruanda no es el único postor de este tipo, cuyos ofrecimientos han sido aceptados. Arsenal también está patrocinado (aunque no es propiedad directa, como en el caso del Manchester City) por el gobierno de los Emiratos Árabes Unidos, a través de la compañía estatal Emirates Airlines. El logo de Emirates se exhibe en la camiseta de Arsenal (mucho más visible que la promoción turística de Ruanda), y los partidos de local se juegan en el Emirates Stadium.

Un portavoz de Amnistía Internacional ha descrito a los EAU como «el Estado policial más brutal del Medio Oriente», todo un logro considerando el récord saudí. Su élite gobernante ha firmado recientemente un corrupto acuerdo multimillonario en criptomonedas con la familia Trump. Al igual que Ruanda, los EAU están profundamente implicados en un conflicto africano que provoca enormes daños humanos, ambientales y económicos: la guerra en Sudán.

La fase más reciente del conflicto en Sudán dejó un asombroso saldo de ciento cincuenta mil muertos en apenas dos años y trece millones de personas desplazadas. Dos tercios de la población —más de treinta millones, incluidos dieciséis millones de niños— dependen de una insuficiente asistencia humanitaria. Veinticinco millones sufren inseguridad alimentaria extrema. Los recortes de ayuda de Trump, que provocaron el cierre de comedores de emergencia, empeoraron una situación ya crítica.

Los EAU son el principal apoyo de uno de los dos grupos que libran la guerra civil, las Rapid Support Forces (RSF). Las RSF masacraron a más de mil quinientos civiles en un solo ataque al mayor campamento de desplazados en abril de este año, uno de muchos en la misma línea. Los EAU proveen a esta milicia asesina armas, dinero y respaldo político a cambio de oro saqueado de Sudán, con la intención de adquirir tierras agrícolas potencialmente lucrativas y un puerto sobre el Mar Rojo.

Como señala Joshua Craze: «Los petrodólares emiratíes lubrican las redes de negocios: cada país en su esfera de influencia se beneficia del oro que sale de Sudán, casi todo hacia los EAU». En una muestra impresionante de cinismo y venalidad, los EAU también compran oro del principal rival de Emiratos, el ejército oficial sudanés.

Aquí es donde la relación con el sportswashing se vuelve más evidente, ya que se podría añadir «cada club de fútbol» a la lista de beneficiarios. No es exagerado decir que los extravagantes fichajes y salarios de estrellas de Manchester City y Arsenal se financian, en parte, con oro saqueado en Sudán.

El rol de los hinchas

Como relata Miguel Delaney, muchos aficionados al deporte se han convertido, lamentablemente, en animadores acríticos de los regímenes que inyectan dinero en sus equipos, sin importar cuánta sangre haya manchado ese dinero. Poder contar con el apoyo apasionado de esos hinchas es, por supuesto, una de las razones por las que los regímenes recurren al sportswashing.

Pero no todos están a favor. Así como algunos hinchas de Arsenal se indignan de ver que el club acepte dinero manchado de sangre de Ruanda, algunos fanáticos de Newcastle (aunque minoritarios) protestan contra el uso de su equipo para blanquear la dictadura saudí, de la que un brazo ahora posee la mayoría del club. ¿Cuánta responsabilidad se puede esperar razonablemente de los hinchas?

No la mayor parte, desde luego. La Unión Europea, tras negociar un sucio acuerdo para asegurar su acceso a materias primas vitales, tiene mucha más responsabilidad por los crímenes de Ruanda en el Congo que el Arsenal. El oro que los EAU extraen de Sudán enriquece a individuos e instituciones mucho más allá (y por encima) del Manchester City. Las empresas y gobiernos que le venden armas a Arabia Saudita son moralmente mucho más responsables de los crímenes de ese régimen que Newcastle United o sus hinchas.

El punto no es decir que los hinchas tengan una responsabilidad especial, sino mostrar cómo el deporte está inextricablemente ligado a las formas más violentas y explotadoras de la política. Podemos esperar, al menos, que los aficionados sean conscientes de esto, del mismo modo que deberían ser conscientes (y oponerse) al sexismo, racismo y homofobia dentro del propio deporte.

Eduardo Galeano, historiador socialista uruguayo, poeta y fanático del fútbol, decía que «el fútbol nunca deja de asombrar»: «Y cuanto más lo programan los tecnócratas y lo manipulan los poderosos, el fútbol sigue siendo el arte de lo imprevisible. Y cuando menos se lo espera, ocurre lo imposible: un enano se burla de un gigante».

Es mucho esperar que los hinchas comunes reclamen al fútbol de las garras de los monstruos que hoy lo dominan y explotan. Pero, aunque la transformación parezca hoy imprevisible, como dice Galeano, a veces lo imposible ocurre, tanto dentro como fuera de la cancha.

Mientras tanto, siempre surgen oportunidades para la resistencia y la protesta. En medio del triunfo del PSG en la Champions League, los hinchas desplegaron pancartas de apoyo a Gaza y cantaron condenas al genocidio israelí. Aprovecharon el perfil y éxito de su equipo para amplificar mensajes de solidaridad con quienes sufren la violencia imperial: se escucharon cantos de «Nous sommes tous les enfants de Gaza» («Todos somos los niños de Gaza») en todo el estadio de Múnich.

Algunos podrían acusar a los seguidores del PSG de hipocresía por no protestar también contra los abusos y la destrucción ambiental perpetrados por el patrocinador de su propio club, Qatar. Aun así, debemos aplaudir que priorizaran un tema urgente que necesita visibilización en cada oportunidad (y que, para ser justos, el gobierno qatarí buscaba resolver o mitigar mediante mediación, antes de que Israel bombardeara su territorio para sabotear las negociaciones). Se trató de una acción imperfecta y desigual de los hinchas, pero así suele avanzar el progreso político, y también fue, a su manera, un gesto profundamente deportivo.

 

Andy Storey

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