Cultura

Nos merecemos mucho, mucho más tiempo libre

Volviendo a trabajar después de unas breves vacaciones, siento que no las aproveché demasiado. Dediqué demasiado tiempo al trabajo. Sé que no soy la única. Casi uno de cada cuatro estadounidenses no tiene vacaciones pagas ni días festivos remunerados. Y muchos de los que sí tienen vacaciones pagas son reacios a tomarlas debido a las presiones de los lugares de trabajo.

Sin embargo, yo soy más afortunada que muchos. Durante las últimas dos semanas, casi no he trabajado a lo largo de nueve días. Leí dos novelas. Llevé a mi hijo a la universidad, hice largos viajes en coche con mi marido, visité amigos y pasé tiempo con familiares mayores. En casa de mi padre, tuve tiempo para ayudar con las tareas domésticas: poner vallas para proteger los árboles frutales de los ciervos merodeadores y quitar una estantería del porche. Pasé un tiempo observando un estanque que, en diferentes momentos, estaba lleno de vida con cientos de ranas saltando o tranquilo, con garzas azules erguidas como palos. Me di cuenta de que, si te quedas lo suficientemente callado, el zumbido de las alas de un pequeño colibrí puede ser sorprendentemente fuerte, como un motor, y que es curioso cómo un pájaro carpintero cree que todo es un árbol. Me perdí en bosques cubiertos de musgo y admiré las olas rompiendo en la costa rocosa. Escuché a los coyotes por la noche. Mi sobrina me dio un increíble masaje hawaiano.

Cuando volví a mi casa en Nueva York, no me puse inmediatamente al día con el trabajo, el correo electrónico o las tareas domésticas; en cambio, fui con unos amigos a disfrutar de la alegría pública que es Orchard Beach, en el Bronx, la playa más limpia de Long Island Sound, donde nadamos, disfrutamos de la fiesta semanal de salsa de los domingos y vimos una gran garza.

Todo este disfrute estaba justificado, pero no porque me lo mereciera especialmente. Tampoco se debía a que ahora, rejuvenecida, sea más productiva. Probablemente soy igual que antes: con los mismos destellos periódicos de inteligencia, las mismas distracciones, la misma pereza. Pero el descanso fue importante porque en la vida hay más cosas que el trabajo. Todos tenemos familias, amigos y un mundo hermoso que disfrutar.

En la mayoría de los países ricos, esto ni siquiera es una idea novedosa, pero es algo que, en los Estados Unidos hipercapitalistas, se nos desalienta a explorar. A principios de este verano, los medios de comunicación se hicieron eco de un concepto absurdamente llamado «microjubilación», que Fast Company calificó como «la última tendencia de la generación Z». Al parecer, estos jóvenes vanguardistas se toman un descanso de dos semanas del trabajo cada seis meses aproximadamente. Estos descansos les ayudan a «evitar el agotamiento… y mejorar su bienestar general». Vaya, ¿qué se les ocurrirá después?

No hace falta ninguna jerga nueva y extraña. Eso son «vacaciones». Quizás los jóvenes no estén familiarizados con esta costumbre porque los empleadores estadounidenses, casi de forma exclusiva entre los países ricos, no están obligados a ofrecerlas, ni siquiera sin sueldo. Los europeos, por el contrario, gracias a iniciativas de izquierda de la década de 1930, como el «movimiento vacacional» del Frente Popular francés, disfrutan hasta hoy de semanas de vacaciones pagas. Si vas a París en agosto, pocos residentes de la ciudad estarán allí y la mayoría de los negocios estarán cerrados.

La Constitución soviética de 1936 incluía el «derecho al descanso». En los primeros días de la Unión Soviética, las autoridades consideraban a las vacaciones como una forma de ayudar a los trabajadores a ser más productivos en el trabajo, pero acabaron aceptándolas como una forma de que los seres humanos exploraran capacidades e intereses más allá del trabajo y se unieran a sus familias. Si bien los argumentos sobre el capital humano son legítimos (las vacaciones nos ayudan a evitar el agotamiento y a trabajar mejor), el historiador Gary Cross cita al Consejo Sindical Británico de la década de 1930, que argumentaba que el trabajador no es «simplemente una máquina que hay que mantener en funcionamiento, sino un ser humano con una vida propia que debe vivir y disfrutar». Todos tenemos ancianos, niños y estanques llenos de ranas saltarinas que apreciar.

Sin duda, nos merecemos más vacaciones. Pero también nos merecemos más tiempo libre durante todo el año. Los estadounidenses trabajan cientos de horas más al año que los europeos. Imagínese cómo sería todo si cada semana tuviéramos más tiempo para nuestras familias, amigos, la naturaleza y nuestras propias mentes.

Un enfoque atractivo y muy práctico es la semana laboral de cuatro días, cuya implementación fue estudiada por la académica Juliet Schor, del Boston College, en más de treinta empresas. Su investigación mostró que la iniciativa resulta ampliamente satisfactoria tanto para empleados como para empleadores. En Jacobin Radio, Schor le dijo a mi marido, Doug Henwood, que los trabajadores describían enormes mejoras en su bienestar y calificaban el paso a la semana de cuatro días como «algo que les había cambiado la vida, algo transformador, lo mejor que les había pasado nunca». Un estudio británico encontró una satisfacción similar, y la mayoría de las empresas participantes afirmaron que continuarían con la medida, citando la disminución de la rotación de personal y la inexistencia de pérdidas de ingresos.

Como de costumbre, cuando se trata de impulsar esta idea, los socialistas son los que lideran el camino. Bernie Sanders habló recientemente sobre ello en el programa Joe Rogan Experience. Phara Souffrant Forrest, la diputada socialista del estado de Nueva York que representa a mi distrito de Brooklyn, ya presentó varios proyectos de ley para promover la semana laboral de cuatro días, a través de programas piloto tanto en el sector público como en el privado, estableciendo una desgravación fiscal para los empleadores privados que participen.

En junio, Forrest declaró a Newsweek que las investigaciones demostraban que «los trabajadores prosperan cuando se les da más tiempo para cuidar de sí mismos, de sus familias y de sus comunidades». Y afirmó que esperaba que el experimento de Nueva York se convirtiera en un modelo, «no solo para nuestro estado, sino para todo el país».

El socialismo tiene el potencial de poner fin a algunas de las peores formas de explotación, derramamiento de sangre y sufrimiento del mundo, pero también puede ayudarnos a vivir una vida mejor y más plena. Con tantas cosas que hacer y con un tiempo tan limitado en la Tierra, no hay razón para trabajar tanto como lo hacemos.

Sigo pensando en mis vacaciones y en lo bien que me siento después de haber tenido algo de tiempo libre. A medida que se acerca el fin de semana largo, probablemente tenga que ponerme al día con el trabajo. Pero también estoy deseando salir al aire libre, leer, observar aves y anhelar un mundo lleno del ocio que todos merecemos.

Liza Featherstone

Columnista en Jacobin, periodista freelance y autora de Selling Woman Short: The Landmark Battle for Workers’ Rights at Wal-Mart.

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