Ciencia y tecnología

El trabajo, el bienestar y la perspectiva de la desaparición de los empleos

La economía estadounidense se enfrenta a una recesión caracterizada por el aumento de los precios, la disminución del número de puestos de trabajo y la ralentización del crecimiento económico como consecuencia de la guerra comercial global de Donald Trump. Si bien las políticas de Trump rompen con el orden neoliberal y avanzan hacia un mercantilismo estadounidense de facto, su capacidad para obligar a los Estados extranjeros a doblegarse a las exigencias comerciales de la hegemonía yanqui se ve contrarrestada por los problemas económicos internos y un público agotado por años de crisis de asequibilidad y décadas de desigualdad estructural. Estos problemas han generado y seguirán generando muchos titulares. Pero hay amenazas más profundas y de largo plazo con las que lidiar.

Las recesiones económicas suelen significar pérdidas de puestos de trabajo y un aumento del desempleo, ya que los actuales demandantes de empleo tienen dificultades para encontrar trabajo. Las consecuencias materiales son importantes, a menudo devastadoras, ya que los trabajadores y sus familias tienen que luchar para satisfacer sus necesidades diarias, por no hablar de disfrutar de los pequeños lujos que les ha prometido un mercado de maravillas y abundancia.

Más allá de estas necesidades materiales inmediatas, las economías —a menudo tratadas como juguetes por las élites políticas y económicas— también dan forma a las comunidades y al bienestar psicológico de los trabajadores de maneras que no están directamente relacionadas con los ingresos. En resumen, el bienestar individual está vinculado, al menos en parte, al propósito y la sociabilidad que conlleva el trabajo. Por lo tanto, los problemas económicos no solo le cuestan dinero a la gente, sino que también le cuestan su comunidad y propósito.

El trabajo es una fuente de bienestar

En su estudio de 2021 «Unemployment and subjective well-being» (Desempleo y bienestar subjetivo), Nicolai Suppa encuentra «reducciones sustanciales en términos de satisfacción con la vida y salud mental, que están asociadas con el desempleo, además de los aspectos monetarios». Luego señala: «Estas reducciones son constantes a lo largo del tiempo, a diferencia de muchas otras experiencias adversas. En cambio, el bienestar afectivo parece verse perturbado solo en torno al momento de entrar en el desempleo (si es que sucede). No obstante, el desempleo sigue teniendo un costo emocional».

El costo de no trabajar, de estar desempleado, es persistente, tanto en sentido literal como figurado. Suppa muestra que el impacto en el bienestar se extiende en realidad más allá del período de desempleo, «independientemente de si se vuelve a entrar en el mercado laboral o se concreta la jubilación, y se prolonga hasta un futuro lejano, ya que los efectos pueden observarse incluso después de años de empleo».

Por lo tanto, estar desempleado no solo puede empeorar el bienestar material y psicológico inmediato de los trabajadores, sino que también puede ser perjudicial para la trayectoria a largo plazo de su vida, inclinando la curva hacia una reducción del bienestar. Aunque en la izquierda existe una sólida tradición que desprecia el trabajo como tal —considerándolo intrínsecamente alienante, explotador, penoso o directamente una mierda—, las conclusiones de Suppa y la bibliografía más amplia sobre el trabajo y el bienestar aconsejan cautela. Nos recuerdan que, para muchos, el trabajo tiene un significado intrínseco, implica dignidad y ofrece la capacidad de conectar con los demás.

Los puestos de trabajo y las condiciones laborales individuales pueden ser ciertamente alienantes, explotadores, penosos y absurdos, pero el trabajo en sí mismo no es el origen de estas condiciones, sino que estas surgen de la forma en que se organiza actualmente la vida social y económica. Sin embargo, a pesar de estas condiciones, los trabajadores siguen obteniendo de sus trabajos significado, identidad y conexión social.

Política de masas sin trabajadores

Dada esta dinámica, el futuro de la inteligencia artificial como «disruptora» económica —y laboral— es motivo de preocupación no solo por el bienestar material de los trabajadores, sino también por su salud psicológica y el destino de sus comunidades. Por mucho que debamos preocuparnos por las recesiones económicas a corto y medio plazo y por la pérdida de puestos de trabajo debida a la guerra comercial de Trump, independientemente de ello las empresas seguirán presionando para sustituir a los trabajadores por IA.

Las estimaciones sobre la disrupción del empleo divergen considerablemente: Goldman Sachs prevé solo un aumento del 0,5 % en el desempleo, mientras que otros advierten de un colapso generalizado del trabajo de oficina. Sean cuales sean las cifras exactas, lo único seguro es que el trabajo en sí está cambiando: algunos estudios sugieren que la automatización impulsada por la IA podría poner en peligro cerca de la mitad de los puestos de trabajo en las economías avanzadas, incluyendo a un gran número de puestos de trabajo manuales, que durante mucho tiempo se consideraron como menos expuestos. Podría decirse que todos estos resultados dependen menos de la rapidez con la que evolucione la IA que de si la mano de obra conserva el poder de configurar su implementación.

En teoría, la mano de obra barata —que en sí misma es perjudicial para los trabajadores— podría ralentizar la adopción de la IA al reducir el incentivo para sustituir a los puestos de trabajo humanos, pero el atractivo a largo plazo de unos costos laborales permanentemente más bajos será demasiado tentador para los propietarios que piensan en un horizonte de cinco, diez o veinte años. Dentro de dos décadas, habrá comercio mundial. Pero ¿seguirá habiendo contadores? O, por lo demás, ¿seguirá habiendo política de masas?

La preocupación inmediata con respecto al desempleo pasa por satisfacer las necesidades materiales, seguida de cerca por el bienestar de los trabajadores, sus familias y sus comunidades. En tiempos de transformación estructural como los actuales, también debemos lidiar con lo que estos cambios significan para la mano de obra y el poder político democrático. Por ejemplo, ¿qué significará para los derechos de los trabajadores y el equilibrio de poder, en lo que se refiere a la legislación y la elaboración de políticas, el hecho de que la producción se gestione mediante IAs a gran escala, especialmente si ya no importa la amenaza de la política de masas (como la acción laboral)?

¿Y qué hay de las consecuencias materiales y psicológicas que acompañarán a este cambio? Los tecnoutópicos descartan estas preocupaciones con promesas como la renta básica universal, pero no es nada obvio que esa solución sea plausible. ¿Y qué pasará con el bienestar comunitario e individual vinculado al trabajo durante tanto tiempo?

Gracias, HAL, pero nosotros decidiremos el futuro del trabajo

Una pausa en el desarrollo y la implantación de sistemas de IA diseñados para sustituir a los trabajadores le permitiría a la sociedad decidir colectivamente qué se quiere de esta tecnología y cómo gestionar las consecuencias industriales de su despliegue. Paralelamente, se necesitarán políticas estatales a gran escala para proteger y remunerar adecuadamente a los trabajadores por las tareas que algunos de ellos deberán realizar para mantener las sociedades —y las economías— en funcionamiento, incluso en industrias altamente automatizadas. Pero que esta pausa tenga alguna esperanza de éxito, dependerá de protestas, acciones laborales, peticiones y políticas electorales a gran escala.

Los debates, programas y políticas que surjan de nuestro enfoque colectivo de las amenazas que la IA plantea para el empleo deben basarse en la comprensión de lo que los trabajadores saben desde hace tiempo (confirmado por diversas investigaciones): los trabajadores saben lo que necesitan y quieren, y saben lo que impulsa su bienestar o lo socava.

El trabajo en sí mismo es el núcleo de ese bienestar y de la comunidad, lo que es una razón más para proteger a los trabajadores, garantizando que quienes lo realizan reciban una remuneración adecuada, se sientan seguros y sean tratados con dignidad y respeto.

 

David Moscrop

Escritor y comentarista político. Presenta el podcast Open to Debate y es autor de Too Dumb For Democracy? Why We Make Bad Political Decisions and How We Can Make Better Ones.

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