Partidos

El nuevo partido de izquierda puede ser devastador para el Partido Laborista

Esta semana, Keir Starmer anunció que el Reino Unido reconocerá un Estado palestino en septiembre, si Israel no acepta antes un alto el fuego. La postura arrogante de Starmer —insinuando que la antigua potencia colonial podría llegar a reconocer la autodeterminación palestina— solo estuvo a la altura de su trivialidad. Mientras el Reino Unido sigue armando la destrucción israelí de Gaza, Starmer evitó mencionar cómo se constituiría un Estado palestino o cuáles serían sus fronteras legítimas. Esta maniobra de relaciones públicas, diseñada únicamente para tomar cierta distancia —tímida— de Israel, fue de un cinismo asombroso.

Aunque algunos medios de derecha se burlaron de Starmer por ceder ante las críticas de diputados laboristas, sus declaraciones distan mucho de sugerir un cambio de convicciones. No pidió disculpas por el papel de su gobierno en el suministro de armas a Israel ni criticó sus acciones criminales; en cambio, se refugió en frases sin sujeto como hablar de un «fracaso catastrófico de la ayuda». En un año de gobierno, el Partido Laborista de Starmer ha subestimado claramente la indignación pública ante los crímenes israelíes. Bajo la presión del movimiento pro Palestina y de un clamor mediático bastante tardío, ahora cambia oportunistamente de tono. Pero pocos olvidarán la postura que mantuvo hasta ahora.

Es seguro que Gaza tendrá repercusiones en la política británica. La comparación obvia es con la invasión ilegal de Irak en 2003. La férrea alineación de Tony Blair con George W. Bush combinó la deshonestidad gubernamental, la demonización de los críticos y una admisión final —vaga— de «errores» oficiales. Incluso aquella masacre solo tuvo efectos lentos sobre la política partidaria, y las fuerzas alternativas de izquierda lograron avances locales solo de forma esporádica. Pero, con el tiempo, la destrucción de la confianza pública socavó profundamente al Nuevo Laborismo. El legado del movimiento contra la guerra desempeñó un papel crucial en el ascenso de Jeremy Corbyn al liderazgo laborista en 2015.

Hoy parece que Gaza tendrá un efecto mucho más inmediato. La identificación partidaria de los votantes es menos firme que en 2003, y Starmer nunca tuvo un mandato genuinamente fuerte. Si en las elecciones de julio de 2024 el laborismo obtuvo una amplia mayoría parlamentaria frente a unos conservadores agotados —con 411 de los 650 escaños en la Cámara de los Comunes—, lo hizo con un bajo caudal de votos: apenas un 33,7 % de apoyo en una participación inferior al 60 %. Si la intención de voto del laborismo ha seguido cayendo en el último año, el anuncio de que Corbyn y Zarah Sultana fundarán un nuevo partido de izquierda amenaza con abrir un nuevo boquete en su base. El autoritarismo obtuso del gobierno de Starmer —en inmigración, en prestaciones por discapacidad e incluso en el trato a sus propios diputados disidentes— está provocando una respuesta organizada.

Los detalles sobre el nuevo partido aún son escasos. Presentado como un sitio web llamado Your Party, decidirá su nombre mediante un proceso democrático todavía no especificado. En apenas unos días, se inscribieron seiscientas mil personas en su lista de correo electrónico. No son miembros, pero este interés dejó en ridículo los intentos de algunos autodenominados analistas «sensatos y centristas» de ridiculizar el proyecto: reveló una verdad más importante, que muchísima gente —de hecho, más que el total de afiliados del laborismo— considera necesario un partido así. No se trata de una reedición de anteriores proyectos de «partido radical de izquierda» basados en pequeños grupos revolucionarios: parte de una base amplia de personas que ya se identifican como posibles activistas.

Todos los partidos políticos son coaliciones de intereses e ideas sociales. El grupo inicial de diputados vinculado a este nuevo partido, aunque de orientación ampliamente izquierdista, se ha unido sobre todo en torno a Gaza: fue sobre esa base que cinco independientes obtuvieron escaño el pasado julio, un número inusualmente alto dado el sistema electoral británico. Palestina no es, desde luego, un mero tema aislado  ajeno a la política interna: cristaliza la percepción de millones de personas sobre el papel del Reino Unido en el mundo, los límites del debate político y la vigilancia de la población musulmana. Este nuevo partido tampoco habría despegado sin Corbyn, cuyo nivel de reconocimiento público está entre los más altos de todos los políticos británicos. Aunque solo una minoría lo admire, la mayoría ya sabe qué representa.

Sin embargo, esto deja preguntas fundamentales sobre qué pretende hacer realmente este partido. Muchos debates en línea giran en torno a la idea de pactos electorales con los Verdes, cuyo posible próximo líder es el progresista Zack Polanski. Pero ¿aspira este partido a liderar el gobierno nacional después de las próximas elecciones generales? ¿Quiere reemplazar al laborismo y recrear algo parecido a un partido basado en sindicatos, pero con un mejor programa? ¿O quizá ser un partido de oposición permanente, construyendo base a nivel local para empoderar a la clase trabajadora y desplazar la política del eje de Westminster? Sin cierto acuerdo sobre esta agenda a largo plazo —su orientación hacia una base de masas— será difícil evitar que quienes hoy se suman se dispersen en torno a todo tipo de cuestiones.

Cuando Corbyn fue líder laborista, adoptó políticas mejores que sus predecesores, pero el partido nunca transfirió poder más allá de Westminster. Su incapacidad para crear estructuras más enraizadas y su miedo a una política de masas, conflictiva —incluso en temas candentes como el Brexit—, aseguraron que estuviera continuamente a merced de los ataques mediáticos y de los intentos de adaptarse y apaciguarlos. En las últimas décadas, el Parlamento se ha vuelto cada vez más dominado por profesionales, mientras que las estructuras locales del movimiento obrero se han marchitado, y el «corbynismo» de 2015-2020 hizo poco por revertir ese desequilibrio. Sí, estaba asentado sobre un aparato laborista mayoritariamente hostil, pero esto debía ser una llamada a hacer las cosas de otra manera, no una simple coartada.

Muchas de las dudas sobre el nuevo partido apuntan a su proceso aún opaco: ¿quién decide qué viene después? Seguramente no quiere reproducir una estructura al estilo laborista, dominada por maniobreros burocráticos y expertos en jerga reglamentaria. Pero no todo en la historia del laborismo debería desecharse. Sus raíces en los sindicatos, aunque marchitas, le otorgan una base militante residual conectada con un amplio abanico de sentimientos de clase trabajadora, no todos de izquierda. Hoy, el laborismo está perdiendo estos vínculos con enfermeras, comunidades mineras en declive y zonas industriales periféricas, y un partido de opinión progresista como los Verdes difícilmente los captará; pero es algo que un partido orientado a la mayoría social sin duda necesita.

¿Puede esto crearse de nuevo o, mejor aún, de un modo más adaptado a este siglo que al anterior? Una vía es construir instituciones —clubes sociales, centros de asesoría— no orientadas exclusivamente a fines electorales ni siquiera al activismo político como tal. Un proyecto de cambio colectivo difícilmente podrá «vender» su promesa en una sociedad atomizada solo con el mensaje adecuado en televisión o redes sociales. Además, este partido podría plantearse diversificar sus rostros públicos, también en términos de origen social y formación: un partido no solo dirigido por graduados en ciencias políticas, personal de ONG o aspirantes perpetuos a la visibilidad, sino también por voces hoy mucho más ausentes de la vida política.

Las encuestas actuales sugieren que Reform UK tiene una posibilidad real de ganar las próximas elecciones generales, a pesar de sus propios líos internos: su líder, Nigel Farage, posee la autoridad carismática para convertirse en el rostro de un conjunto de agravios. Ni Corbyn ni Sultana, ni ningún otro dirigente de izquierda, podrían desempeñar un papel similar, y no solo por carencias personales. El cambio socialista consiste en transformar las relaciones de poder en la sociedad: se basa en movilizar a la gente a partir de la indignación moral, pero también en la defensa firme de sus propios intereses. Los partidos de izquierda necesitan un núcleo militante, que hoy tiende a concentrarse en personas con más formación y trayectoria de movilidad social descendente, pero esto no basta.

Frente a un burócrata imperial mediocre como Starmer, un partido de izquierda tiene todas las posibilidades de reunir un 10 o 15 % del electorado incluso en un periodo breve. Esto dividirá probablemente el voto laborista, y Starmer tendrá pocos motivos para quejarse. Los débiles intentos de invocar la necesidad superior de unidad contra Farage son tan cínicos como el tardío «reconocimiento» de Palestina. Hace apenas dos años, Starmer decía a sus críticos: «Si no les gustan los cambios que hemos hecho, pueden irse». Ahora, muchos lo harán. El Partido Laborista no durará para siempre, y Starmer lo está acercando a un final al estilo francés o italiano. Lo que sigue sin estar claro es si un nuevo partido podrá construir algo más sólido sobre las ruinas.

David Broder

Historiador, editor de Jacobin Magazine (EE.UU) y autor de First They Took Rome (Verso, 2020).

Recent Posts

El fascismo está de regreso en la política francesa

El auge de la extrema derecha en Francia ha ido acompañado del crecimiento de tendencias…

9 horas ago

Álvaro Uribe, el intocable condenado

El expresidente colombiano Álvaro Uribe fue condenado este mes por sobornar a testigos, lo que…

1 día ago

Donald Trump y el retorno del nihilismo capitalista

La administración Trump opera con frecuencia por fuera de la lógica del interés propio capitalista,…

2 días ago

Conviértete en quien eres… contra el fascismo

En una extensa entrevista, Alberto Toscano retorna sobre la historia del fascismo y reivindica el…

2 días ago

La crisis migratoria inventada de Gran Bretaña

Aunque las travesías en pateras representan una parte ínfima y cada vez menor de la…

3 días ago

Japonismo ácido

La visionaria autora japonesa de ciencia ficción Izumi Suzuki anticipó nuestro malestar actual hace décadas,…

4 días ago