Imagen principal: Camiseta de Vessel and Bridge alusiva a la undécima tesis sobre Feuerbach. Impresa en @No_Sweat. Hecha en una fábrica de Bangladesh que es propiedad de los trabajadores. Las ganancias se destinan a la lucha contra los talleres de explotación. Cortesía de Vessel and Bridge vía X.
Las distintas formas históricas y corrientes del marxismo, ya sean ortodoxas, vulgares, humanistas, heréticas, abiertas, etcétera, pueden distinguirse según la primacía que otorgan a ciertos períodos o textos en la producción crítico-teórica de Marx. Algunos prefieren al joven Marx en vez del Marx maduro o, al revés, al Marx científico y antihumanista por encima del Marx humanista. Otros movilizan las tendencias subjetivas-autonomistas de los Grundrisse en contra de las férreas leyes del desarrollo capitalista desplegadas en El capital. O hay quienes contrastan los análisis sistemáticos en la crítica de la economía política con los textos más intervencionistas y coyunturales que son de naturaleza histórica y político-militante. También hay quienes sacan provecho de los escritos, las cartas y los cuadernos del último Marx, donde se aventura en los campos de la antropología histórica y la etnología de las sociedades llamadas primitivas o las comunas agrarias. Considerada aisladamente, como un asunto de rigor teórico y fidelidad hacia el texto, la disputa sobre cuál de esas versiones constituye el «verdadero» marxismo es una cuestión puramente escolástica. De lo que se trata, sin embargo, es de comprender cómo todas esas tendencias se combinan, aun cuando estén sometidas a una escarpada trayectoria de constante auto-rectificación en el conjunto de la obra de Marx.
Si el objeto de análisis en El capital es el movimiento contradictorio del desarrollo capitalista, lo que está en la mira de textos militantes como El manifiesto comunista o La guerra civil en Francia es intervenir en ese movimiento, sobre la base de una comprensión sistemática de sus contradicciones internas, desde el punto de vista de una contratendencia comunista.
Toda la obra de Marx presupone una intrincada articulación entre movimiento y sistema, intervención y análisis, acontecimiento y estructura, o historia y lógica.
No se trata simplemente de elegir entre lo universal que sería inexistente en el centro y los particulares que se darían en las periferias, sino de comprender cómo aquél, en un proceso desigual de abstracción real, surge a partir de la borradura y el desplazamiento de éstos últimos, aun cuando inversamente lo dado siga siendo pensable sólo a través de la generalidad del concepto.
Del mismo modo que las lecturas filosóficas anglo-europeas de Marx tienden a privilegiar sus textos más sistemáticos por encima de sus escritos históricos e intervencionistas que las lecturas más militantes de Marx favorecen, dentro de un solo texto como los Grundrisse las primeras favorecerán la perspicacia de la «Introducción» por encima de las «Formas que preceden a la producción capitalista», supuestamente historicistas e insuficientemente científicas, las cuales, junto con los borradores y la carta a Vera Zasulich, durante décadas han servido como el pan de cada día para los antropólogos marxistas latinoamericanos.
Facsímil de la Undécima Tesis de Marx sobre Feuerbach
La ambición de encontrar la articulación apropiada o la síntesis dialéctica entre historia y lógica, entre movimiento y sistema, entre intervención y análisis, o entre acontecimiento y estructura en las diferentes formas de marxismo derivadas de Marx a veces se convierte en un sustituto de la praxis revolucionaria que habría sido el fin de todos sus análisis y críticas. Nos falta todavía hacernos a la idea que afirma una máxima de René Zavaleta Mercado sobre el estatuto único del discurso de Marx para el marxismo: «Ni piedra filosofal ni feliz summa mesiánica.»
Si Marx, según Friedrich Engels, pudo contestarle a gente como Jules Guesde y su yerno Paul Lafargue, quienes se habían proclamado orgullosamente marxistas, «si algo sé es que no soy marxista», aparte de ser una impugnación ingeniosa de la «fraseología revolucionaria» de aquéllos, también puede leerse como un reflejo del hecho de que Marx nunca compuso un tratado o manual sistemático de marxismo o de materialismo dialéctico e histórico, sino tan sólo una teoría o una filosofía marxista «à l’état pratique», como solía decir Louis Althusser, es decir, en estado práctico.
Proclamarse marxista conlleva siempre el riesgo de traicionar la reticencia de Marx a convertir su pensar en un «ismo» así como su renuencia, su incapacidad o su falta de deseo respecto de escribir un tratado filosófico sistemático o un manual como los que proliferaban en la Unión Soviética. En el mejor de los casos, ser marxista no puede significar sino un intento parcial, selectivo y partidista de seguir uno o varios de los múltiples objetos y orientaciones de análisis presentes en estado práctico en los escritos de Marx, la mayoría de los cuales se presentan no como teorías o filosofías sino como críticas: crítica de la religión, crítica de la dialéctica hegeliana, crítica del Estado, crítica de la economía política.
«Marxismo» es un nombre para el conjunto de los intentos, con mayor o menor fidelidad, de extraer un «ismo» de los escritos de Marx. Los grados de fidelidad marcan las diferencias entre marxistas vulgares, ortodoxos, heterodoxos o críticos, hasta llegar al punto de quiebre que es el posmarxismo en cuanto borde interno o externo del marxismo mismo. Pero mientras que los escritos de Marx son centrífugos, la construcción de varias formas del marxismo tiende a volverse centrípeta. En vez de moverse hacia fuera con un ojo puesto en las intervenciones en la coyuntura, voltean la mirada hacia adentro de la teoría o la filosofía sistemática extraída de Marx para Marx.
Muchas formas existentes del marxismo, en nombre de una fidelidad sin igual a la letra o el espíritu del discurso de su fundador, han sustituido por una interpretación teórica o filosófica, ni siquiera del mundo capitalista, sino de los escritos críticos de Marx sobre este mundo, su transformación revolucionaria. De ese modo, se ven arrastrados hacia el interior del «ismo» del marxismo como totalidad discursiva autorreferencial pero también internamente contradictoria, de la misma manera en que los lectores de filosofía tienden a ser tragados por la gran summa de su filósofo continental favorito. La filosofía es el lugar al que las intervenciones marxistas van a morir, sólo para ser enterradas en la pesada tumba de un sistema en múltiples volúmenes.
Hasta que sea imaginable la vida desajenada, toda invocación de la oncena tesis será falsa—incluida ésta.
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