Manifestantes en Níger sostienen pancartas en contra Francia.
En los últimos años, África Occidental ha sido escenario de una transformación política de gran alcance. Los golpes de Estado en países como Mali, Burkina Faso y Níger han puesto en evidencia una crisis en las relaciones poscoloniales, marcadas por décadas de dependencia hacia Francia.
Estos eventos no son hechos aislados, sino parte de un movimiento más amplio que desafía el legado del neocolonialismo en la región, impulsando una narrativa de soberanía nacional y redefiniendo las alianzas internacionales.
El término Françafrique, acuñado para describir las relaciones franco-africanas tras la descolonización, encapsula esta dinámica de dependencia. A través de instrumentos como el franco CFA (moneda utilizada por 14 países africanos que ha sido objeto de críticas por restringir la soberanía económica de estas naciones al estar vinculado al tesoro francés), acuerdos de defensa y cooperación económica y una presencia militar continua, Francia logró mantener su influencia sobre las políticas y economías de sus antiguas colonias.
La explotación de recursos naturales ha sido otro pilar del neocolonialismo. Países como Níger, con vastas reservas de uranio, han servido como fuente de materias primas clave para Francia, mientras que las poblaciones locales han recibido pocos beneficios tangibles. Este sistema perpetuó desigualdades, profundizó la dependencia y alimentó el resentimiento popular tanto hacia Francia como hacia las élites locales, percibidas como cómplices de este sistema.
La ruptura de Mali con Francia fue algo más que un cambio de liderazgo. La retirada de la Operación Barkhane, una intervención militar francesa diseñada para combatir el terrorismo en el Sahel, y la expulsión de tropas francesas en 2022 simbolizaron el rechazo categórico al neocolonialismo. En su lugar, Mali optó por una alianza con Rusia, que incluye la controvertida presencia del grupo Wagner en el país.
El giro hacia Rusia generó un intenso debate. Para muchos malienses, la cooperación con Rusia representó un acto de soberanía, un alejamiento necesario de la tutela francesa. Sin embargo, otros cuestionaron si la dependencia de un actor extranjero distinto realmente resolvería los problemas estructurales del país. En cualquier caso, la narrativa nacionalista de Goïta inspiró a otros países de la región a considerar caminos similares.
Traoré ha adoptado un enfoque radicalmente soberanista, expulsando al embajador francés y exigiendo la retirada de todas las fuerzas militares extranjeras. Además, ha iniciado alianzas estratégicas con países como Rusia, Turquía e Irán, diversificando las relaciones exteriores de Burkina Faso y reduciendo su dependencia de Occidente.
Un elemento destacado de su gobierno ha sido la movilización de 50.000 voluntarios para combatir el terrorismo. Este esfuerzo no solo apunta a reforzar la seguridad, sino también a promover un sentido de unidad nacional frente a amenazas externas. Sin embargo, este enfoque militarizado también suscita preocupación sobre la erosión de las instituciones democráticas y el riesgo de que el poder se concentre en manos de líderes militares.
El nuevo régimen adoptó rápidamente una postura antimperialista, exigiendo la retirada de las tropas francesas y revisando contratos de explotación de recursos naturales para garantizar un mayor beneficio para la población local. Estas medidas fueron celebradas por muchos nigerinos como pasos hacia una verdadera independencia. Sin embargo, las sanciones económicas impuestas por la CEDEAO y otros actores internacionales plantearon nuevos desafíos, exacerbando las dificultades económicas en un país ya afectado por altos niveles de pobreza.
La situación en Níger destaca el dilema central de esta ola de resistencia: cómo equilibrar la soberanía política con las necesidades económicas inmediatas.
A nivel internacional, estos cambios generaron no pocas tensiones. Francia y la Unión Europea han expresado preocupación por la pérdida de influencia en la región y el avance de Rusia como nuevo actor clave. Por su parte, China aprovechó la oportunidad para fortalecer su presencia económica, ofreciendo inversiones y acuerdos comerciales menos condicionados políticamente.
En este contexto, estos y otros actores políticos africanos están comenzando a explorar estrategias multilaterales con países asiáticos y sudamericanos, desafiando la narrativa tradicional de alineamientos bipolares o unilaterales.
Para que estos movimientos se traduzcan en un cambio sostenible, será esencial fortalecer las instituciones democráticas y garantizar que el nacionalismo no se convierta en autoritarismo. Asimismo, la región deberá priorizar la inversión en infraestructura y educación para generar oportunidades que reduzcan la dependencia de actores externos.
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