Daniel Bensaïd será reconocido tarde o temprano como uno de los renovadores más inventivos y brillantes de la teoría marxista revolucionaria de nuestro tiempo. Firmemente enraizado en el marxismo clásico, e incluso en el trotskismo clásico, fue capaz de ir más allá, hacia nuevas áreas, nuevos problemas, nuevas ideas y nuevas iluminaciones.
También fue un escritor extraordinariamente dotado. Si sus libros pueden leerse con tanto placer es porque están escritos con la pluma afilada de un verdadero autor, que tiene el don de la cualidad: una cualidad que puede ser asesina, irónica, enfurecida o poética, pero que siempre va directo a su objetivo. Este estilo literario, propio del autor e imposible de imitar, no era gratuito sino que estaba al servicio de una idea, de un mensaje, de un llamamiento: rechazar la conformidad, la resignación y la reconciliación con los vencedores.
Su pensamiento filosófico no era un ejercicio académico: de un extremo a otro, estaba lleno del torrente ardiente de la indignación, un torrente, como él escribía, que no puede disolverse en las aguas tibias de la resignación consentida. De ahí su desprecio por los que llamó «Homo resignatus», los intelectuales o políticos que uno reconoce desde lejos por su impasibilidad ante el despiadado orden establecido.
Para Bensaïd, «la indignación es un comienzo. Una forma de levantarse y empezar a moverse. Primero viene la indignación, luego la rebelión, luego ya veremos». Entre todas las contribuciones «heréticas» de Bensaïd a la renovación del marxismo y de la teoría revolucionaria, la más importante, a mi juicio, es su ruptura radical con la ideología positivista, determinista y fatalista del Progreso inevitable que tanto pesaba sobre el marxismo «ortodoxo», en particular en Francia.
Su relectura de Marx, con la ayuda de Auguste Blanqui y Walter Benjamin, le llevó a entender la historia como una serie de encrucijadas y bifurcaciones, un campo de posibilidades cuya resolución es imprevisible. La lucha de clases es central en el proceso histórico, pero su resultado es incierto.
Bensaïd recordaba, en su obra Una lenta impaciencia, que la crisis era triple: una crisis teórica del marxismo, una crisis estratégica del proyecto revolucionario y una crisis del sujeto social capaz de conquistar la emancipación universal. Estos tres elementos se combinaron con una ofensiva ideológica contra el marxismo.
En la década de 1980, Bensaïd argumentó que la ofensiva ideológica, a pesar de su naturaleza trillada, banal y hueca, no sería simplemente superada cuando surgiera la siguiente oleada de lucha social. Él partía del supuesto de que las luchas y las prácticas liberadoras surgirían inevitablemente, condicionando la lucha ideológica. Sin embargo, la profundidad de los traumas era tal que el mero resurgimiento contextual de las luchas de clases no bastaría por sí solo para superarlos.
Tras la caída del Muro de Berlín, Bensaïd subrayó que su tradición política
Sin embargo, ¿cómo debían responder Bensaïd y sus camaradas al colapso de los regímenes burocráticos de Europa del Este? ¿Significaba que un movimiento obrero popular y revolucionario retomaría su curso desde donde lo había dejado la reacción estalinista?
Bensaïd descartó el escenario optimista que preveía el resurgimiento de «la cultura soviética o la cultura de los consejos obreros alemanes» tras «un largo paréntesis, un paréntesis histórico». La oposición al sistema soviético ya no se basaba en las ideas de disidentes marxistas como Rosa Luxemburgo, León Trotsky o Nikolai Bujarin: «Esta memoria se ha roto, hay una discontinuidad».
Para Bensaïd, el hundimiento del estalinismo era necesario, pues abría un nuevo campo de posibilidades políticas para la lucha de clases. Pero, al mismo tiempo, la desaparición de los regímenes estalinistas no condujo automáticamente a una política renovada de autoemancipación de la clase obrera, al tiempo que deconstruía sectores enteros de la izquierda. Esta doble comprensión de la crisis de los Estados estalinistas fue la base del argumento de que se había producido una bifurcación y era necesario un nuevo ciclo de luchas políticas para renovar una tradición revolucionaria en el movimiento obrero.
Bensaïd insistió en que «la crisis brutal» de los regímenes de Europa del Este que culminó en 1989 había estado «inscrita durante mucho tiempo en la lógica de sus contradicciones». Sin embargo, «pensábamos que su caída conduciría a una lucha abierta entre dos opciones: o la restauración capitalista o una nueva revolución popular que retomara sus orígenes». Esta última opción reavivaría la revolución socialista en el Este.
Sin embargo, la caída de los regímenes burocráticos dejó claro que la esperanza de tal dinámica se había roto por la represión y la regresión social y política, rompiendo a su vez la memoria y atomizando a la clase obrera, vaciando de significado palabras como socialismo:
Para Bensaïd, esto era posible porque la lucha de clases y la resistencia surgen por necesidades vitales, contra la injusticia y la humillación. Como argumentó en 1991:
Afirmar lo contrario es sugerir que el estalinismo fue un interludio temporal que se apartó del desarrollo normativo de la historia. Por lo tanto, una vez acabado el estalinismo, la historia se desarrollaría donde lo dejó, fijando una cita con el programa de la IV Internacional, donde la historia haría justicia a los opositores más intransigentes del estalinismo. Según Bensaïd, en ausencia de una fuerza socialista sustancial «capaz de revivir a corto plazo con la tradición revolucionaria» esta hipótesis normativa tuvo que establecerse como nula.
El problema del estalinismo tenía, pues, una dimensión más profunda:
Bensaïd insistió en el hecho de que «las falsificaciones burocráticas nunca constituyeron para nosotros un modelo de sociedad». Sin embargo, argumentó, había elementos de mayor elaboración teórica que era necesario atender:
Las exigencias de liberación no nacen de las teorías o de los sueños de unos pocos, sino de la lucha cotidiana. Nuestro comunismo no es la quimera de una ciudad ideal o del fin de la historia, sino el movimiento siempre recomenzado de emancipación humana, la batalla por el fin de la explotación y la opresión, por el fin del trabajo forzado, por la superación de la mutilante división entre productor y ciudadano, por la desaparición del Estado autoritario y por la abolición de la dominación de un sexo sobre otro. Combina el desarrollo de la abundancia individual con la práctica colectiva.
¿Y las estrategias para cambiar el mundo? ¿Cómo podría una mayoría de trabajadores explotados —y de mujeres doblemente explotadas y excluidas de la esfera pública— liberarse radicalmente de su condición de subordinación para hacerse con el poder político y económico, sin delegar este poder en una minoría ilustrada o en una élite burocrática? ¿Cómo podría la mayoría iniciar un proceso de transformación social y cultural?
Las respuestas a estas preguntas sólo podían venir de nuevas experiencias históricas. Sin duda, según el argumento de Bensaïd, cualquier novedad seguiría combinando la herencia de las revoluciones rusa y alemana, los consejos obreros italianos y la Guerra Civil española con las luchas de la posguerra, desde el Mayo francés hasta la Revolución portuguesa. Para reiterar el argumento en las propias palabras de Bensaïd:
El argumento de Bensaïd atacaba los fetiches históricos, esencialmente ideológicos e idealistas, que no tenían cabida en una reconstrucción materialista del marxismo basada en las luchas de clases. La clave de la crítica del fetichismo era el papel de la lucha de clases que, en su pluralidad, da forma y desarrolla la conciencia de clase a través de la movilización y la solidaridad, desafiando la sumisión y el despotismo del lugar de trabajo y de la máquina estatal relativamente autónoma.
Como escribió Bensaïd, la unificación de la clase obrera por encima de sus «obstinadas diferencias» era «una obra de construcción permanente, una tarea estratégica que dicta tácticas y alianzas». Además, en relación con el dinamismo del modo de producción capitalista, «las clases sociales cambian, se diferencian y se transforman. Están en permanente movimiento. No se detienen ante una imagen fija que las simbolizaba ayer». La clase obrera sigue en constante desarrollo, factor decisivo del conjunto social:
Este texto es un extracto de Daniel Bensaïd: From the Actuality of the Revolution to the Melancholic Wager (Daniel Bensaïd: De la actualidad de la revolución a la apuesta melancólica) de Darren Roso, que será publicado a la brevedad en Historical Materialism Book Series
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