El 28 de enero de 1983 explotaron quince kilos de dinamita en una planta de procesamiento de datos de las afueras de Toulouse. No hubo heridos, pero el daño que ocasionó la explosión en las computadoras del gobierno tuvo un costo de treinta millones de francos. Los bandidos celebraron. «La fuga de cerebros continúa», anunció el Comité para la Liquidación o Subversión de las Computadoras (CLODO, por sus siglas en francés) en un alegre comunicado. «Anoche, a más de 6000 metros por segundo, una fracción de la memoria del Estado desapareció en el aire». Los registros de terrorismo, delitos, objetos robados y trabajadores migrantes habían sido destruidos, afirmaba el grupo, antes de concluir: «Seremos tratados como seguidores de Gaddafi y Carlos (el Chacal) […]. Digámoslo de una vez por todas: el fin justifica los medios».

Durante la oleada de violencia anticapitalista de fines de los años 1970 y comienzos de los años 1980 las explosiones no eran raras en el sur de Europa. Pero CLODO era más travieso que Action Direct o que las Brigadas Rojas, dice Thomas Dekeyser, codirector —junto a su compañero de estudios, Andrew Culp— de Machines in flames, un nuevo documental sobre sus proezas. CLODO enviaba autoentrevistas a revistas y obligaba a los periódicos a republicar los mensajes que dejaban en las escenas del crimen. No estaban anclados en la teoría. A diferencia de los de otros grupos militantes radicales de la época, sus ataques nunca mataron a nadie.

CLODO se definía como un grupo de trabajadores informáticos que se habían radicalizado por el desarrollo de la computación y del rol que cumplía en facilitar la violencia en su país y en el extranjero desde la guerra de Vietnam hasta la vigilancia policial y la monotonía del trabajo de oficina. El grupo se distinguía de sus antepasados luditas, destructores de telares que estaban preocupados porque la tecnología estaba quedándose con los trabajos humanos. Los acusaba de «primitivismo» y afirmaba que «la computadora es solo un instrumento». Pero pensaban que las computadoras eran el «instrumento preferido de los sectores dominantes […] que lo utilizaban para explotar, espiar, controlar y reprimir».

CLODO efectuó por lo menos doce golpes entre 1979 y 1983. Quemaron y bombardearon oficinas de empresas de computación como el Philipps Data Systems y CII-Honeywell-Bull. Después de la invasión de 1983 a Granada, sus miembros destruyeron un local de la empresa electrónica estadounidense Sperry-Univac y dejaron una pintada con esta declaración: «Reagan ataca Granada. La multinacional Sperry es cómplice». Otro mensaje después del asalto a la Universidad de Ciencias en Toulouse antes de un congreso de cibernética decía: «Científicos cochinos. No al procesamiento de datos capitalista».

Fotograma de Machines in Flames (2022), dir. Thomas Dekeyser y Andrew Culp.

En diciembre de 1983, después de prender fuego un local de la empresa NCR (National Cash Register), el grupo desapareció sin dejar rastros. Nunca se identificó a ninguno de sus miembros, y el grupo no emitió nunca más un comunicado. A pesar de convertirse en un objeto de fascinación para el público y para los medios locales, CLODO quedó cubierto de misterio. ¿Tenían otro objetivo además de destruir computadoras? ¿Cómo lograron mantener el anonimato? ¿Y por qué su reino de terror terminó tan de repente?

Dekeyser cree que el cuidado que ponía el grupo en evitar la muerte de civiles servía porque hacía que las autoridades prestaran menos atención. «La policía declaró con bastante claridad que [los ataques de CLODO] eran terribles pero que estaba en manos de las empresas de computación la tarea de garantizar mejor su seguridad», dice. «No era un ataque contra el público, era un ataque contra la propiedad de estas empresas». Culp agrega que aunque otros exponentes de la «propaganda por el hecho» se ponían felices cuando sus nombres y sus caras se hacían conocidos, porque esto supuestamente inspiraría a otras personas a actuar de la misma manera, CLODO no tenía esta tendencia vanguardista y siempre fue un grupo discreto.

Dekeyser sugiere que las computadoras habrían tenido su venganza si la oleada de ataques hubiera continuado. El avance de las tecnologías de la vigilancia que CLODO pretendía destruir, como los dispositivos que permiten rastrear la ubicación, habrían dificultado la tarea de borrar los rastros. Aunque también existe la posibilidad de que el grupo simplemente haya agotado su repertorio después de una intensa serie de ataques contra objetivos ambiciosos y simplemente quería evitar repetirse a sí mismo.

El cineasta piensa que el colectivo mantenía diálogo con otros grupos radicales de la época, y tal vez participó de ataques contra estaciones de policía y de campañas contra la planta nuclear que estaban construyendo en las afueras de Toulouse. Pero no revelaban mucho de su participación y la mantenían en secreto. La voz en off que relata la película se inquieta porque su investigación de CLODO es bastante similar a la de la policía. Dekeyser y Culp adoptan el enfoque de que «conocer CLODO implica convertirse en CLODO», lo que significa deambular por las oficinas de las afueras de Toulouse por la noche, escarbar en asociaciones entre las empresas de computación y los militares y mirar las máquinas con ojos nuevos y hostiles.

El resultado es una película bastante poco ortodoxa que muestra conscientemente su cableado interno. Los espectadores ven las pantallas de los cineastas mientras estos miran videos de YouTube, abren programas de edición y buscan ciertos términos en internet. Cada tanto la película es interrumpida por fallas técnicas o mensajes de error. En los momentos de detención suena una música ominosa. La voz en off asume que CLODO habría desaprobado el forzar a las personas a interactuar con las computadoras para ver la película, y considera la posibilidad de instalar un virus que destruya el disco duro en el que está alojada. «Cada vez que la película falla o hace algo confuso es un momento que invita a la audiencia a pensar», dice Culp. «Queríamos que las personas pierdan familiaridad con la tecnología, que piensen en los dispositivos que usan».

Fotograma de Machines in Flames (2022), dir. Thomas Dekeyser y Andrew Culp.

La marcha victoriosa de las computadoras en tantos aspectos de nuestra vida cotidiana sugiere que CLODO fracasó en su misión de liberarnos del «ghetto de programas y plataformas organizativas». Pero los directores defienden el impacto y el legado del grupo. En el corto plazo, las empresas de computación tuvieron que relocalizar sus plantas de los centros urbanos en complejos fortificados y distantes, y esto reflejaba cierto desplazamiento discursivo que empezó a reconocer su confabulación en actos de violencia estatal y de opresión.

Es probable que CLODO haya inspirado a muchos sucesores. En 1984, el Frente Unido por la Libertad bombardeó las oficinas de IBM en Nueva York y acusaron a la empresa de conspirar con el régimen de apartheid en Sudáfrica. En mayo, el Grupo Volcano interrumpió el funcionamiento de la fábrica de Tesla de Elon Musk en Berlín mediante la quema de seis cables de alimentación. Pocos meses después los anarquistas sabotearon un test de manejo autónomo en Hamburgo. «La lucha contra el Estado y el capitalismo y la dominación sigue siendo trabajo manual análogo», dijeron los perpetradores. Culp sugiere que existe una línea que conecta los ataques de CLODO con la perturbación reciente de grandes empresas tecnológicas, desde las piedras lanzadas contra el autobús de Google en San Francisco hasta la interrupción del funcionamiento de los centros de distribución de Amazon.

Es tentador pensar que, como evitaron ser capturados, los miembros de CLODO se revelen algún día o incluso revitalicen su misión. Hacia el fin de la película un contacto en Toulouse envía un informe al cineasta sobre un incendio sospechoso en un centro de tecnología local que desconcertó a los investigadores con una nota: «CLODO vive :)».

Kieron Monks

Periodista londinense especializado en temas sociales y movimientos políticos. Escribe en CNN Digital, The guardian, Prospect y Middle East Eye.

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