Luego nos llegaron sus libros teóricos más sistemáticos. Sobre todo El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, publicado por primera vez en castellano en el año 1994, en Madrid. Maquiavelo y Foucault se convertían en operadores centrales de una apertura del campo jurídico a las prácticas populares, entendidas como productoras de sociedad. La democracia no debía reducirse a defensa y legitimación, sino a diseño y creación de un nuevo plano de instituciones, vinculadas a la praxis. Leímos esas páginas bajo los efectos de las grandes maniobras de resguardo del «poder constituido»: la reforma a la Constitución argentina en 1994 y la reelección de Menem en 1995. La obra de Negri se confirmaba como la de mayor sistematicidad teórica y militante a la hora de re-situar la lucha de clases como principio de inteligibilidad de procesos globalmente presentados como una fiesta reaccionaria en la que la praxis colectiva sobraba. Cuando más tarde leímos El tren a Finlandia (en una edición de 1990, con epílogo de Albiac), y conocimos con mayor precisión algunos de los episodios de su biografía política, ya teníamos plena conciencia del trayecto de activista, de prisionero y de fugitivo del cattivo maestro.
Ya en medio de la crisis, abierto el ciclo de luchas contra el neoliberalismo en nuestra región sudamericana, mantuvimos una larga conversación con Negri, aún preso en Roma. Le permitían estar en su casa de día, pero luego volvía a pasar la noche en la prisión. Eran los años de Imperio, que leímos antes de su publicación en castellano, en una traducción de Eduardo Sadier. Nos recibió en su casa de entonces, en el barrio de Trastévere. Compartimos una tarde entera. De allí salió «Entrevista a Toni Negri», en un libro del Colectivo Situaciones llamado Contrapoder. Una introducción, publicado en el año 2001 (Ediciones De mano en mano). Esa tarde interminable, en la que Negri hizo muchas preguntas, hablamos de la experiencia de las Cátedras Libres «Che Guevara», desarrolladas a partir de la experiencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, desde 1997, lo que terminó por inspirar un texto suyo –que llamó así, «Contrapoder»– que citaba con evidente complicidad a Guevara dentro del contexto de su pensamiento. Así que fuimos apasionados lectores de Imperio, manifiesto global y parteaguas en el mundo de las izquierdas, coescrito con Michael Hardt. Para el marxismo-leninismo, la postulación de la «multitud» –concepto político que da cuenta de la cooperación social de los muchos en el capitalismo global– era un concepto claudicante frente al de la clase obrera y su partido de vanguardia. Para las corrientes populistas, resultó inaceptable la idea de una compleja arquitectura del poder global que debilitaba la fuerza y por tanto la autonomía de los Estados nacionales como lugar de un pacto entre clases. A nosotrxs, en cambio, el libro nos convenía perfectamente bien, en virtud de la doble necesidad que experimentábamos: un nuevo bagaje conceptual para dar cuenta del tipo específico de protagonismo emergente de los movimientos populares y una decidida creatividad para imaginar direcciones posibles en el plano de la estrategia y la organización. Con Imperio podíamos llamar «autonomía» a la convergencia entre composición social de la revuelta, innovación de la práctica teórica y creación de nuevas tácticas concretas, y abrir un espacio de intercambios a escala trasnacional con experiencias de muchos lugares del planeta. Desde nuestra óptica Imperio no clausuraba nada, sino que abría discusiones fascinantes, proponiendo una actualización de nuestros saberes sobre el capitalismo y la política, a partir de leer a Marx con Deleuze y Guattari. Las críticas más fértiles a Imperio quizás hayan surgido de los viejos compañeros de Negri que comenzamos a leer y a publicar por esos años: Paolo Virno, Maurizio Lazzarato, Sandro Mezzadra o Franco Bifo Berardi.
Las experiencias de los gobiernos llamados «progresistas» de América Latina afectaron nuestro intercambio con Negri, que se volvió más desparejo. ¿Era posible plantear que el poder constituyente penetrara, socavara, o bien se apropiara del poder constituido, que lo ocupara y reformara desde dentro? ¿Ocurría esto en algunos países de la región, como Bolivia o Venezuela? Esas eran las preguntas que nos conectaban ahora con la serie de libros que escribiera con Michael Hardt después de Imperio –Multitud y Commonwealth, pero también Asamblea, que renueva hipótesis sobre los contrapoderes–, mientras nos dábamos el tiempo de estudiar algunos de los clásicos de Negri, como La anomalía salvaje –el spinozismo que aprendía a oponer poder a potencia– y la notable serie publicada por Akal en la colección Cuestiones de antagonismo, como Spinoza subversivo, La fábrica del sujeto (33 tesis sobre Lenin), La forma-Estado, Del obrero masa al obrero social o Marx más allá de Marx.
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La productividad de este procedimiento –el desdoblamiento– permite organizar a la vez un recorrido en el tiempo por la historia y por los textos. Lo primero, avanzando desde las escenas de formación personal y política –la familia, las militancias antifascistas más o menos cristianas y socialistas– hasta desembocar en la constitución del universo de corrientes de la autonomía obrera (y luego postobrerista), atravesando debates universitarios y teóricos de la izquierda europea y la militancia en las fábricas, hasta llegar a la década caliente que va del 68 al 77. Lo segundo, al reconstruir al detalle la tensión coyuntural específica en la que concibió cada uno de sus textos teórico-militantes. La conexión entre contexto y lecturas, entre lucha política y escritura devela la trama y permite conocer más de cerca cómo funciona esa potencia subversiva del pensamiento que Negri busca en cada uno de sus textos. Resistir, volver a comenzar son las posiciones sucesivas del filósofo-activista que, hundido en la adversidad, persiste e insiste en un materialismo de lo común, apoyado en la filosofía de Spinoza y en la de Marx y actualizado en las tesis postobreristas y en la obra de Foucault.
Hay quizás un paralelo entre ambas líneas: la historia, vivida como descubrimiento de los mecanismos que encienden y estructuran una voluntad de transformación radical –cada grupo, cada revista–, y los textos. Los cuales a su vez se distinguen entre textos leídos, de Hegel, Lukács o Merleau-Ponty, y los ya mencionados textos escritos por él. Ambas dimensiones se fusionan, y la lucha política –lucha estratégica de fuerzas– se intersecta con el problema del conocimiento. La lucha crea perspectivas de verdad, al mismo tiempo que la verdad debe ser creada en términos de intervenciones tácticas, consignas e investigaciones teóricas de largo aliento sobre la producción en su aspecto técnico, el Estado y el orden jurídico y la constitución de la subjetividad tal y como se pone en juego en las clases sociales. Esta es también una historia enormemente inspiradora de la investigación militante.
Traducido, como otros tantos libros de Negri, por su amigo madrileño Raúl Sánchez Cedillo –autor también de las notas que acompañan esta edición de Tinta Limón y Traficantes de Sueños, esta historia seguramente tendrá un valor especial para lectores y militantes jóvenes de contextos no europeos, que, por ser más distantes de las referencias temporales y espaciales relatadas, serán proclives a poner en marcha su propia imaginación como recurso indispensable para acompañar a esta epopeya colectiva inconclusa y disfrutar del escritor que pone en juego una conciencia de balances –más que de confesiones– que procura dar cuenta de sus propias evoluciones y rupturas, como si fuera posible confirmar así el destino o la justicia de lo hecho y de lo dicho.
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