El PSOL celebró su Congreso Nacional y reafirmó su apuesta de lucha por el impeachment de Bolsonaro impulsando la movilización de masas. Sin embargo, ningún sector importante de la burguesía quiere la caída de Bolsonaro antes de 2022. Incluso los que han evolucionado en esta dirección en algún momento han retrocedido. La perspectiva del derrocamiento de Bolsonaro se volvió improbable tras la “apoteosis” de la movilización reaccionaria que sacó a cientos de miles de personas a las calles el 7 de septiembre.
En este contexto, el Congreso también aprobó una resolución que autoriza a la dirección a defender una mesa de negociación con el PT, y otros partidos de izquierda, sobre un programa de reformas estructurales y medidas anticapitalistas. El objetivo es explorar la posibilidad de una candidatura presidencial común. El PSOL también aprobó una resolución que desautoriza, impide y prohíbe la participación en gobiernos de coalición en los que estén representados enemigos de clase, o que tengan una orientación que ataque los derechos de los trabajadores.
En otras palabras, señaló que está “abierto” a buscar un acuerdo en torno a un programa común para revisar todas las medidas reaccionarias aprobadas en los últimos cinco años, pero, al mismo tiempo, que este acuerdo no significa una voluntad de unirse a un posible gobierno de Lula. Dos decisiones que se complementan.
Estas posiciones se tomaron considerando cinco elementos más favorables de la nueva situación internacional, especialmente en América del Sur, después de un año y medio de pandemia: (a) la derrota electoral de Trump; (b) la victoria electoral del MAS en Bolivia contra el golpe de Estado; (c) la victoria de una candidatura de izquierda en Perú; (d) el triunfo, aunque parcial, de la ola de movilización de masas en Chile con la elección de la Asamblea Constituyente; (e) la resistencia en Venezuela contra las presiones imperialistas para el derrocamiento del gobierno de Maduro. El Congreso identificó que, con la excepción de Colombia, quizás, donde se acercan las elecciones presidenciales y el uribismo sigue siendo muy fuerte, la situación brasileña parece ser la más atrasada.
Pero se trata realmente de un giro táctico, en función, en primer lugar, de las derrotas acumuladas desde 2016, es decir, de una evaluación de la relación social de fuerzas. En todas las elecciones hasta la fecha, el PSOL presentó su propio candidato presidencial: Heloísa Helena en 2006, Plínio de Arruda Sampaio en 2010, Luciana Genro en 2014 y Guilherme Boulos en 2018. Consiste, por tanto, en un reposicionamiento. No podían faltar las dudas y las objeciones.
Una importante minoría del 40% critica esta posición, apasionadamente, casi como un “pecado” político. No tener una candidatura propia se denuncia como una capitulación que amenazaría la existencia del PSOL: un armagedón o “fin del mundo”. Para formarse un juicio del debate tres elementos centrales deben ser considerados: cuál es el peligro bolsonarista, cuál es el legado de la tradición marxista en la lucha contra el peligro neofascista y cuál es el lugar del PT.
(b) Bolsonaro no es un “cadáver insepulto”. El resultado de las elecciones de 2022 es todavía imprevisible. La elección de Lula sigue siendo, en este momento, a un año de las elecciones presidenciales, la hipótesis más probable. Pero eso es una suposición en cálculos de probabilidades con márgenes de incertidumbre. Bolsonaro se presentará como el enemigo número uno de la izquierda y enfrentarlo es una cuestión de principios irreductible. Sí, los principios importan. Combatir el fascismo sin vacilación es un principio. Ignorarlo sería fatal. Desmoralizaría a nuestra base social. El fascismo puede ser combatido en todos los terrenos, incluido el electoral, pero no puede ser derrotado solamente con un voto en la urna. La lucha será compleja. El debate sobre cuál debe ser la táctica electoral del PSOL no se resolverá, prudentemente, hasta el primer semestre del próximo año, lo que es razonable. Pero una táctica electoral se define en función de un objetivo central. No puede haber dos, tres, cuatro, objetivos equivalentes. Cuando se trata de una lucha por la conciencia de decenas de millones, no se puede luchar contra todos al mismo tiempo. No elegimos las condiciones “ideales” para luchar. Presentar la propia candidatura en la primera vuelta significará, aunque diferencie el ataque a Bolsonaro de la crítica a Lula, una ubicación peligrosísima. ¿Es razonable elegir a Bolsonaro como enemigo y a Lula como adversario? ¿Es sensato preferir combatir a Bolsonaro, junto a todos los movimientos sociales y al PT, sólo en una hipotética segunda vuelta?
(c) La hipótesis de que el rechazo a Bolsonaro será suficiente para que sea derrotado fácilmente es sólo una conjetura. Y el problema no es sólo electoral. El peligro de una derrota histórica estuvo seriamente planteado y, aunque ahora está más lejano, debe preocuparnos, porque aún no está descartado. Una derrota histórica es una inversión de la relación social y política de fuerzas de máxima gravedad y tan desfavorable que toda una generación queda desmoralizada durante un largo intervalo. Los contrafactuales son ejercicios lógicos temerarios pero ineludibles cuando reflexionamos sobre el campo de posibilidades del pasado. Hoy sabemos que el impacto de la pandemia fue clave para el desgaste ininterrumpido del último año y medio. Pero también sabemos que la influencia del bolsonarismo se mantiene como mínimo en un suelo del 20% del electorado y su núcleo duro no es inferior al 10%. Es muy difícil prever que no consiga llegar a una segunda ronda. Y no podemos descartar que una parte de la fracción burguesa que apoya una tercera vía y el sector de masas que la acompaña se pase a apoyar a Bolsonaro.
(b) Después de todo, ¿es el PT un partido de izquierda? En la tradición marxista, el criterio clave para definir si un partido es de izquierda es social, de clase, no ideológico. Es decir, se admite que los trabajadores son un sujeto social que está representado por diferentes partidos, desde los más moderados hasta los más radicales. Hay quienes no están de acuerdo. Sostienen que Ciro Gomes, por ejemplo, un demagogo burgués especialista en retórica histriónica, estaría a la izquierda del PT. Hay quienes sostienen que un partido se define esencialmente por su línea política: es de derechas, de centro, de izquierdas o las variantes intermedias. Este criterio es insuficiente e ingenuo. El vocabulario político fluctúa en función de las cambiantes relaciones de poder social y político, y también de la presencia en el gobierno o la oposición. Ningún partido burgués ha participado nunca en un gobierno obrero en una dinámica de ruptura con el capitalismo. Pero durante más de cien años, la burguesía ha conseguido atraer a los partidos obreros para que colaboren en los gobiernos burgueses. La elaboración marxista conceptualizó que un partido reformista, cuando está en la oposición es un partido obrero-burgués, y cuando está en gobiernos de colaboración de clases es un partido burgués-obrero, una solución teórico-dialéctica.
(c) El PT es el mayor partido que la clase obrera brasileña ha construido en su historia. Surgió como un partido obrero de masas de tipo laborista. No ha dejado de serlo, a pesar de trece años de gobiernos de colaboración de clases. Es un tipo especial de partido de izquierdas. Es un partido electoral y reformista. Es un aparato electoral profesional, pero no porque concurra a las elecciones. Es electoral porque ha dependido durante muchas décadas de los mandatos parlamentarios y del financiamiento público para sobrevivir, no de su militancia. Es reformista, no porque luche por las reformas, sino porque se adapta al régimen. Reformista porque defiende la regulación del capitalismo. Pero la condición electoral y la política reformista no convierten al PT en un partido burgués. Un partido es burgués cuando mantiene relaciones estructurales con alguna fracción de los capitalistas. Por lo tanto, el PT es muy diferente del peronismo. Experimentó una génesis en los años 80, su apogeo en el cambio de milenio, y entró en una lenta decadencia al menos desde 2013, pero inició una recuperación tras el golpe institucional de 2016. Reconocer la naturaleza de clase de un partido no equivale a decir que su política representa los intereses de la clase. Es mucho más complicado. Un partido reformista puede ser un instrumento adaptado a la gestión del capitalismo y, al mismo tiempo, relativamente, independiente de la burguesía. Esto significa que tiene la libertad de hacer “giros políticos a la izquierda”, incluso con mayor impulso si está en la oposición.
(b) La brújula de la política revolucionaria no se reduce a la evaluación de las condiciones objetivas para la definición de la táctica. Uno de los pilares “graníticos” de la herencia marxista, en particular, del saludable “empirismo” leninista, es la apreciación de las oscilaciones de la conciencia de clase. La esperanza en Lula es mayor que la expectativa en el PT. Lula dejó la presidencia en 2010, hace once años, con un alto prestigio, un índice de aprobación superior al 80%. ¿Representa Lula, ante la conciencia de los trabajadores y la juventud, un instrumento para derrotar a Bolsonaro, sí o no? ¿La experiencia de las masas con el PT ya fue hecha? ¿La experiencia con el PT ha sido interrumpida o no? La respuesta es que, incluso entre el activismo más joven y radicalizado, el liderazgo de Lula sigue siendo muy grande. La resiliencia de su influencia, incluso después de la campaña que lo llevó a la cárcel, es uno de los hechos centrales de la coyuntura. Un arrastre lulista en el espacio de la oposición a Bolsonaro es, pues, una hipótesis muy probable. Un arrastre es una ola en forma de tsunami que se lleva todo a su paso. No habrá espacio que disputar a la izquierda de Lula. Pero, lo más triste no sería una votación dramáticamente reducida. Lo más grave es que se rompería el diálogo con lo mejor del movimiento sindical, feminista, negro, estudiantil, LGBTIA+, ambiental, cultural y de derechos humanos. El candidato del PSOL tendría que pasar ineludiblemente toda la campaña electoral explicando sus diferencias con Lula, no la necesidad de derrotar a Bolsonaro.
(c) Considerar la relación política de fuerzas dentro de la izquierda, seriamente, no es oportunismo, sino inteligencia táctica. El PSOL sigue siendo un partido muy minoritario entre los trabajadores y el pueblo. Pero el PSOL no es irrelevante, ni en el campo de la acción directa, ni en el campo electoral. Debe preocuparse de no abrazar una táctica que lo reduzca a una condición invisible y marginal. Su afirmación tiene una importancia revolucionaria. Lanzar su propio candidato es una táctica electoral, no una estrategia. Si fuera una estrategia sería autoproclamación permanente. La táctica del Frente Electoral de Izquierda no reduce al PSOL a un satélite del PT. Un posible apoyo a Lula para las elecciones presidenciales no significa dejar de construir el PSOL como polo de reorganización de la izquierda más combativa, por tanto crítica e independiente del PT. En primer lugar, porque el PSOL puede integrar el Frente o sólo pedir el voto para Lula, dependiendo de si se llega a un acuerdo sobre el programa y el arco de alianzas. En segundo lugar, porque el PSOL presentará sus propios candidatos a diputados federales y estatales en todo el país. En tercer lugar, porque ya ha decidido lanzar a Guilherme Boulos como precandidato a gobernador en São Paulo, que será, después de la presidencial, la elección más importante. Por último, porque el PSol no negocia la colaboración, la integración o la participación en un posible gobierno de Lula.
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