Nicaragua

La última revolución

Por Nicolas Allen

En los últimos meses, Nicaragua estuvo muy presente en los medios. El controvertido gobierno de Daniel Ortega está dividiendo a las distintas tendencias de la izquierda internacional. Miembro fundador y actual presidente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Ortega es también la cara más visible de la larga y a veces incomprendida —cuando no voluntariamente distorsionada— historia de la Revolución Sandinista. 

En el 42° aniversario de la toma de Managua por las fuerzas del FSLN —19 de julio de 1979—, Nicolas Allen, editor de Jacobin, conversó con el historiador Jeffrey L. Gould con el fin de arrojar algo de luz sobre la Revolución Sandinista, comprenderla en toda su complejidad, con sus virtudes y sus defectos, y recuperar las enseñanzas que nos dejó la «última revolución social del siglo veinte».

 

NA

¿Podrías decirnos algo sobre el gobierno de Somoza, derrocado por los sandinistas en 1979? Considerando las dictaduras latinoamericanas de los años 1970, hay que decir que esta fue muy singular: un régimen dinástico que controló durante casi medio siglo el poder político y económico en Nicaragua y que durante sus primeros años llegó a gozar de cierto apoyo popular.

 

JLG

Como dijiste, la de los Somoza fue una dictadura familiar que duró casi cuarenta y tres años. En mi opinión, el régimen de los Somoza tuvo dos rasgos distintivos. Uno fue que, durante los primeros años de la dictadura, sobre todo antes de los años 1960, el gobierno tenía una inclinación bastante populista. El primer hijo de Somoza se definía como el «viejo obrero» y se tomaba en serio la etiqueta: hasta cierto punto, fomentó el poder de los trabajadores en su organización. Por supuesto, siempre se trató de un modelo verticalista, interesado principalmente en garantizar la lealtad frente al régimen. Pero, al mismo tiempo, había cierto marco obrerista y un código de trabajo que permitía que los activistas sindicales hicieran huelga y se organizaran.

En los años 1940, el gobierno de Somoza estableció muchas alianzas más o menos vacilantes, y la izquierda —representada por el Partido Socialista de Nicaragua (básicamente, el Partido Comunista)— sostuvo una especie de alianza tácita con el régimen. La alianza entre la izquierda y Somoza se explica, en parte, porque muchas franjas del sector anti-Somoza tenían vínculos con la oligarquía nicaragüense. Entonces, el límite que separaba a Somoza —aliado circunstancial de la izquierda con una base considerable en la clase obrera artesanal y en el campesinado— de los estudiantes de clase media que se consideraban a sí mismos «sandinistas» (es decir, seguían el legado antimperialista de Augusto Sandino) y de los oligarcas de derecha, no estaba tan claro.

Lo que hay que retener es que los Somoza —tanto el primero, Anastasio, como el segundo, Luis— gobernaron sirviéndose, hasta cierto punto, del modelo clásico del populismo latinoamericano, al estilo de Vargas en Brasil y Perón en Argentina. Ahora bien, en mi primer libro, To Lead as Equals, argumenté que el movimiento campesino nicaragüense agotó el contenido populista del régimen de los Somoza, desafiando constantemente los límites de ese estilo de política hasta llegar a la represión de los años 1960 y 1970. Durante la segunda mitad de los años 1970, el régimen de los Somoza empezó a parecerse cada vez más a las brutales dictaduras de los países vecinos de Centroamérica y del Cono Sur.

El otro rasgo distintivo del régimen de los Somoza es que se trataba de una enorme empresa familiar. En 1979, cuando triunfó la Revolución Sandinista, la familia Somoza y sus amigos cercanos controlaban cerca del 25% de la economía nicaragüense, incluyendo el 25% de la tierra y la industria. Tal vez la analogía más cercana sea Rafael Trujillo en República Dominicana, pero no creo que se haya visto nada similar en ninguna de las dictaduras del Cono Sur ni de Centroamérica. Y ese enorme control que tenían sobre la economía tuvo consecuencias directas sobre el desarrollo de la revolución y sus conquistas.

 

NA

Decías que tu primer libro se centra en la relación entre los movimientos campesinos y el régimen de los Somoza. Una de las impresiones que me dejó su lectura es que, por un lado, los movimientos campesinos, con su lucha de décadas contra los Somoza, parecen haber sentado las bases para la Revolución Sandinista; pero, al mismo tiempo, estas dos fuerzas —campesinos y sandinistas— no estaban predestinadas a unirse para derrotar al régimen.

 

JLG

En mi investigación me ocupé sobre todo de las protestas agrarias del departamento de Chinandega, ubicado al noroeste. Este movimiento creció y luchó desde los años 1950 hasta mediados de los años 1960. A mediados de los 1960, el movimiento campesino había llegado a una especie de punto muerto, tanto a causar de las distintas formas de represión como de la concesión de una limitada reforma agraria por parte del gobierno. Sin embargo, aun después de que el movimiento se detuvo, esos militantes siguieron integrados en una especie de red informal.

Luego sucedió que, durante la segunda mitad de los años 1970, la nueva generación —es decir, sus hijos— inició una nueva ola de luchas por la tierra. Fue entonces que, por primera vez, la gente empezó a relacionarse con el movimiento sandinista, a medida que este se sumaba a las luchas. Es importante comprender que, durante los primeros años del Frente Sandinista de Liberación Nacional, fundado en 1961, los sandinistas prácticamente no tenían relación con ningún movimiento campesino. Esto se debía en parte a su aislamiento, y en parte a que tenían otras prioridades. Fue recién a mediados de los años 1970 que ciertas ramas de la organización sandinista empezaron a tener contacto con esta nueva generación de militantes campesinos del oeste.

También empezó a desarrollarse entonces el vínculo entre el movimiento inspirado en la teología de la liberación y los militantes campesinos, que a su vez  participaban de la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC), fundada en 1978 y bastante integrada al Frente Sandinista. Por lo tanto, los sandinistas lograron vincularse muy estrechamente con los activistas que llegaban a través de la teología de la liberación y de la ATC.

Si se consideran las personas detenidas —cuando todavía no asesinaban directamente a los militantes— que se producían durante estas luchas, está bastante claro que se trataba de los hijos de los campesinos que habían luchado en los años 1950 y comienzos de los 1960. Así que fue la nueva generación del movimiento campesino la que estableció los lazos más estrechos con el Frente Sandinista.

 

NA

Antes de ganar visibilidad en los años 1970, luego de una serie de operativos espectaculares, el FSLN pasó casi una década en las sombras. ¿Podrías contarnos un poco sobre los ideales que definieron al grupo y sus figuras más importantes?

 

JLG

Creo que la ideología del FSLN se deja resumir en la frase «nacionalismo revolucionario». Los dos fundadores que lograron sobrevivir a los primeros años de la represión —Carlos Fonseca, el líder principal, caído en combate en 1976, y Tomás Borge— se tomaban muy en serio el legado de Sandino. Su ideología emergió de una especie de trasfondo nacionalista entretejido con influencias marxista-leninistas y cubanas. El sandinismo fue un pensamiento revolucionario único y de una gran complejidad.

Al mismo tiempo, es importante comprender que, a mediados de los años 1970, los sandinistas estaban divididos en tres tendencias, que probablemente contaban con menos de 100 militantes cada una. Cuando en 1978 se produjeron los primeros levantamientos contra el gobierno de los Somoza, no hubo tantos militantes involucrados.

Fue a partir de 1978 que la organización atravesó un proceso de crecimiento repentino y mucha gente empezó a identificarse con el Frente Sandinista. Esto se debió a que el FSLN representaba la única oposición popular al régimen de los Somoza, es decir, eran los únicos que estaban dispuestos a morir para liberar Nicaragua. Esa muestra de coraje les dio una enorme ventaja sobre la oposición burguesa que, como decían los sandinistas, siempre estaba buscando la forma de construir un «somocismo sin Somoza». Antes de 1979, el objetivo de la burguesía local y del Departamento de Estado era eliminar a Somoza conservando al mismo tiempo el sistema que él había ayudado a instaurar.

 

NA

Al parecer, el triunfo de la revolución implicó una gran cuota de contingencia. Por ejemplo, el terremoto de 1972 que, junto a otros factores no necesariamente revolucionarios, contribuyó a debilitar el régimen de los Somoza. También estaban los grupos económicos que estuvieron dispuestos a expulsar a Somoza para ganar influencia luego del triunfo de la revolución. Al mismo tiempo, como dijiste recién, las filas del FSLN eran todavía bastante delgadas. Todas estas circunstancias alrededor de la revolución, aun si al final conspiraron en el derrocamiento de Somoza, ¿atentaron contra las aspiraciones más revolucionarias de los sandinistas?

 

JLG

El FSLN tal vez no haya tenido muchos militantes, pero terminó ganándose el apoyo de los campesinos, especialmente en la zona oeste que mencioné antes, pero también en las zonas montañosas, donde una de las tendencias que estaba desarrollándose hace bastante tiempo planteaba recuperar el terreno del departamento de Segovia y reconectar con las viejas redes de Sandino. Pero diría que la mayor parte del apoyo provino de los barrios marginales del área metropolitana, sobre todo de Managua y León. La participación de la juventud urbana fue fundamental para el éxito del FSLN.

Al mismo tiempo, los sandinistas supieron aprovechar muy bien las circunstancias, pues tácticamente lograron triunfar muy rápido, mucho antes de tomar el poder. En 1974 intervinieron en las celebraciones de navidad de Somoza y liberaron a muchos sandinistas que estaban presos. A esto le siguió la célebre toma del Palacio Nacional de 1978, donde secuestraron a casi mil personas y lograron, no solo negociar la libertad de todos sus presos políticos —que eran muchos—, sino también cobrar un rescate jugoso. 

Esas acciones fueron muy inspiradoras: se hizo evidente mientras los colectivos que transportaban a los combatientes sandinistas abandonaban el Palacio Nacional con rumbo al aeropuerto y las multitudes se asomaban a la avenida para saludarlos, es decir, la gente simpatizó inmediatamente con el tremendo gesto revolucionario. Esto hizo que mucha gente se identificara con el Frente Sandinista, que a su vez fue suficientemente inteligente como para aprovechar el fervor y reclutar activamente nuevos militantes y ensanchar la fuerza de combate revolucionaria y la organización sandinista.

En fin, estas acciones hicieron que, sobre todo entre febrero y julio de 1978, el movimiento creciera considerablemente y profundizara su dinámica organizativa. También contaron con mucho poyo extranjero: de Venezuela, entonces gobernada por la socialdemocracia de Carlos Andrés Pérez; de Costa Rica, gobernada por Rodrigo Carazo; y, por supuesto, de Cuba, que cumplió un rol fundamental. El apoyo extranjero fue un factor clave en el triunfo de la Revolución Sandinista, como así también el que Estados Unidos estuviera siempre un paso atrás y todavía no estuviera dispuesto a comprometerse con una intervención militar, aun si no quería que triunfaran los sandinistas.

En algunos momentos, incluso después de derrocar a Somoza, los sandinistas consideraron compartir el gobierno con la oposición burguesa. Pero al final comprendieron que no era necesario y básicamente tomaron la Junta Nacional hasta ganar las elecciones en 1984.

 

NA

¿Cómo era Nicaragua durante los primeros años que siguieron a la revolución? Algunos programas se hicieron muy conocidos, como la campaña de alfabetización, la reforma agraria y la nacionalización de la industria. Supongo que lo que quiero preguntar es: ¿qué tan revolucionarios fueron esos primeros años?

 

JLG

Recuerdo que en 1983, cuando me mudé a Nicaragua, le escribí una carta a mi director de tesis. Recuerdo que hice una referencia al Homenaje a Cataluña de George Orwell, al fragmento en el que narra cómo se sintió inmediatamente después de la revolución y cómo todo había cambiado. Me acuerdo que le dije: «No me siento como Orwell». En 1983 no quedaba mucho fervor revolucionario y ya se notaba que las prioridades de los sandinistas confluían en defenderse de la contrarrevolución (la guerra de los contras comenzó en 1981).

Insisto, esas eran sus prioridades, pero había contratendencias —tendencias revolucionarias, podríamos decir— que sobrevivían y crecían por todas partes. No estoy seguro de si es correcto definirlas como «autónomas», pero efectivamente existía la idea de que, a nivel local, las denominadas organizaciones de masas debían jugar un rol importante en la revolución y debían tener poder de decisión sobre los temas que las afectaban directamente.

Esas tendencias más autónomas todavía existían cuando yo me mudé, y eran muy importantes. Pero todo el tiempo estaban luchando contra las directivas que venían de arriba. Y la situación empeoraba a medida que crecía la guerra de los contras, pues toda la fuerza estaba concentrada en la defensa. Todavía había organizaciones sociales muy dinámicas, como el Comité de Defensa Sandinista (CDS). Hoy se tiende a menospreciar la Revolución Sandinista, pero debemos comprender que para la mayoría de los nicaragüenses fue muy importante: por primera vez les permitió tomar el control de sus vidas y expresarse de una forma que hasta entonces les había estado vedada.

El entusiasmo en el CDS y en los sindicatos urbanos y rurales era evidente. Pero esas organizaciones perdían dinamismo debido a la jerarquía que asumía la defensa. La organización que mantuvo más autonomía fue la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG). La UNAG emergió a partir de una ruptura de la ATC durante los primeros años de la revolución y estaba compuesta sobre todo por pequeños y medianos productores y por campesinos sin tierra. Mantuvieron un enorme nivel de autonomía y un gran nivel de democracia interna. Diría que la UNAG jugó un rol fundamental a la hora de dirigir la política agraria sandinista hacia la distribución de la tierra, guardando independencia del control estatal.

 

NA

Cuando se trata de la Revolución Sandinista —en realidad, cuando se habla de cualquier revolución—, parece haber dos tendencia: o bien se la percibe como la obra de un pequeño grupo de cuadros, es decir, de una vanguardia, o bien se piensa que la profunda transformación social que generó provino de organizaciones autónomas como las que mencionaste.

 

JLG

Para ser justo con la dirección sandinista, pienso que sus objetivos más generales jugaron un rol fundamental en los grandes éxitos de la revolución: la campaña de alfabetización y la notable mejora de las oportunidades educativas, incluso a nivel universitario. Los sandinistas también implementaron una enorme revolución del sistema de salud, que empezó a garantizarle atención sanitaria a gente que jamás había logrado acceder. Fueron transformaciones muy radicales y esas iniciativas vinieron de arriba.

 

NA

Suele decirse que el enfoque verticalista que adoptó el FSLN se explica por la guerra de los contras, es decir, que la táctica defensiva se volvió prioritaria al punto de que las iniciativas más democráticas tuvieron que ser relegadas. ¿Es así? ¿Es posible especular con lo que hubiera sucedido, si Ronald Reagan y la CIA no hubiesen reclutado a la Guardia Nacional de Somoza en el exilio, para desatar la guerra contrarrevolucionaria más violenta de la región?

 

JLG

Creo que la guerra de los contras es fundamental para comprender el desarrollo de la Revolución Sandinista. Pero también es cierto que todos los dirigentes sandinistas —los famosos nueve comandantes— suscribían a alguna versión del marxismo-leninismo. Entonces, supongo que es posible argumentar que, de haber tenido control total, la situación hubiese terminado en una especie de dictadura autoritaria. Con todo, no es lo que pienso yo. Ese argumento se sostiene en las presuntas ideologías de los dirigentes, pero en la práctica las cosas eran muy distintas.

En la dirección sandinista había tres tendencias políticas. Todas esas tendencias, hasta cierto punto, favorecieron desde un principio el estatuto de vanguardia del Frente Sandinista y argumentaron que era necesario que los sandinistas garantizaran su autoridad y su control en medio de la revolución. Pero, más allá de ese suelo ideológico común, se abrían tres tendencias divergentes.

Estaba la denominada tendencia Terceristas, o tendencia de la tercera vía, asociada a los hermanos Daniel y Humberto Ortega y definida por su apertura a las alianzas con la oposición burguesa. Luego estaba la tendencia Guerra Popular Prolongada, con cierta influencia maoísta y vietnamita, que creía en el fortalecimiento a largo plazo de las bases campesinas de la montaña. Y, por último, estaba la Tendencia Proletaria, más centrada en la importancia revolucionaria del proletariado urbano y rural.

A la vez, en cada una de esas tendencias, pero sobre todo en la Tendencia Proletaria y entre los terceristas, había grupos alineados con la teología de la liberación. Estos grupos habían pospuesto su política para fundirse con la tendencia. Pero, luego de que triunfó la revolución, pienso que esas distintas tendencias se fusionaron: sin importar si estaban en Tendencia Proletaria o en Terceristas, quienes venían de la teología de la liberación tenían mucho en común.

Lo que quiero decir es que las tres tendencias terminaron funcionando en realidad como dos, especialmente cuando empezó a dominar Terceristas, el grupo de Ortega. Una vez que triunfó la revolución, fueron capaces de posicionarse bien en el poder. Al mismo tiempo, hubo muchos eventos contingentes. Cuando uno analiza algunos de los relatos de la revolución —los más importantes son las memorias de Gioconda Belli y de Sergio Ramírez—, nota cuán contingente fue que Ortega tomara el poder.

De nuevo, lo que quiero decir es que el típico retrato de las «tres tendencias» del FSLN es bastante más complejo de lo que nos dicen los relatos tradicionales. De hecho, había otras tendencias en el partido sandinista: por ejemplo, en sus escritos, el fundador Carlos Nuñez siempre enfatizó la importancia de la autonomía de las organizaciones de masas, mientras que los otros dirigentes argumentaban en el sentido contrario, es decir, que el Frente Sandinista debía ser la única dirección de la revolución. Desde 1979 hasta 1981 todavía estaban involucrados en la revolución grupos que denominaríamos ultraizquierdistas: por ejemplo, la Brigada Simón Bolívar, compuesta por trotskistas de América Latina, que finalmente fue expulsada.

Bajo cualquier parámetro que se tome, esos grupos eran ultraizquierdistas, pero lo más importante es que apuntalaban movimientos de masas y espontáneos que estaban siendo relegados por el proceso revolucionario. Esos movimientos dirigían enormes tomas de tierra y cooperativas democráticas en el campo, entre otras iniciativas de este tipo.  Entonces, en un sentido, estos grupos estaban conectados con aquello que por entonces era la expresión más revolucionaria de la revolución. Pero no duró mucho, y para 1981 no solo se había expulsado a la ultraizquierda, sino que también se eliminó a muchos de esos grupos que la ultraizquierda intentaba —en general sin éxito— dirigir. Por supuesto, nada de esto se hizo recurriendo a las medidas represivas tradicionales, pero aun así fueron suficientes para terminar con dichos movimientos.

 

NA

Hay muchos intelectuales de cafetín que, con el diario del lunes en la mano, especulan para definir el punto en el que la Revolución Sandinista se extravió, es decir, se alejó de las aspiraciones revolucionarias de sus líderes originales, no logró transformar más profundamente la sociedad nicaragüense, abrazó el autoritarismo o empoderó a los oligarcas locales.

En algún sentido, estos debates parecen contar con dos versiones contradictorias de la historia: o bien que la revolución fue muy indulgente con las instituciones políticas y económicas burguesas, es decir, que dejó intacto el poder de la oligarquía nicaragüense y celebró elecciones prematuramente, en 1984; o bien que la tendencia verticalista terminó destrozando la vida interna del partido y debilitó el apoyo popular. ¿Estas explicaciones tienen sentido o debemos considerar una perspectiva de la revolución que admita más matices?

 

JLG

Antes de responder a la pregunta, me gustaría volver un poco sobre lo que dije antes. Sabemos que la guerra de los contras fue decisiva a la hora de aplastar los aspectos más democráticos de la revolución. Por «democráticos» no me refiero a las elecciones, sino a la democracia de base. Aquí es importante hacer una aclaración. La guerra de los contras empezó a fraguarse en Buenos Aires, con la participación de la dictadura militar y luego con la participación de la CIA (Israel también estuvo involucrado). El plan original, apenas triunfó la revolución, era instalar campamentos militares en Honduras, en la frontera con Nicaragua. Creo que alrededor de cuarenta o cuarenta y seis oficiales del primer ejército de los contras habían sido miembros de la Guardia Nacional de Somoza. Entonces, no cabe dudar sobre los orígenes de la guerra de los contras.

Pero, en esta discusión sobre los efectos internos que tuvo la guerra de los contras en el FSLN, es importante notar que la guerra también tenía una vida propia y que el ejército de los contras reclutaba muchos voluntarios entre los campesinos de la montaña. Cuando la guerra de los contras empezó a fortalecerse, una buena parte de sus dirigentes eran básicamente caficultores que temían ser expropiados, habían sido expropiados o se dejaban llevar por la propaganda antisandinista de la Iglesia católica.

Entonces, analizar las fuerzas de los contras nos lleva también a considerar los errores que cometieron los sandinistas frente a la Iglesia católica. Hasta cierto punto, era inevitable: el vaticano claramente adoptó una posición y puso mucha energía en combatir la teología de la liberación. Esa oposición a la teología de la liberación fue fundamental, tanto en el sentido de que afectó la forma en que la dirección sandinista lidiaba con la Iglesia católica oficial y en el sentido de que pesó en las zonas rurales donde los contras reclutaban militantes.

Para ponerlo en otros términos, creo que es importante considerar que los errores de los sandinistas también alimentaron la guerra de los contras. En el caso de la reforma agraria, por ejemplo, hay estudios que muestran que hasta los intentos de eliminar ciertas prácticas de explotación, como la de los intermediarios —que compraban los productos en áreas rurales lejanas y luego los vendían en el mercado— salieron bastante mal. También hubo instancias de expropiación que obedecían menos a un programa revolucionario o legal que a ciertas formas punitivas de castigo contra los propietarios, en función de sus inclinaciones políticas.

Todas esas cosas combinadas terminaron sirviéndoles de apoyo a los contras que, de nuevo, tuvieron una gran influencia en el curso de la revolución, en todos los niveles, no solo en las cuestiones concernientes a la democracia.

A finales de los años 1980, cerca del 60% del presupuesto de los sandinistas estaba dedicado a la defensa, y los grandes programas que prevalecían al comienzo de la revolución —educación, alfabetización y salud— sufrieron las consecuencias de la guerra.

Ahora sí, vuelvo sobre tu pregunta: hasta qué punto el programa pluralista y de economía mixta del FSLN determinó sus fracasos. Tiendo a no estar de acuerdo con los términos en los que se plantea ese debate. En parte porque el término «economía mixta» puede significar muchas cosas distintas. Lo que sucedió durante las primeras etapas de la revolución, las tensiones entre estos movimientos subalternos y el intento de consolidar la revolución, se debieron hasta cierto punto a que el proyecto de los sandinistas planteaba mantener una alianza con lo que ellos denominaban la «burguesía patriótica».

Esa alianza jugó un rol importante a la hora de desarticular a los movimientos de campesinos y de trabajadores rurales que entonces tomaban las ciudades. Desde el principio, los sandinistas dijeron: «No, no pueden tomar esa hacienda porque el hacendado es un burgués patriota». Creo que la tensión se planteaba a un nivel fundamental, pero no acuerdo con la perspectiva de que el proyecto democrático estaba errado. De hecho, si queremos sumergirnos en la historia contrafáctica, siempre pensé que los sandinistas cometieron un grave error al convocar a elecciones recién en 1984, en vez de hacerlo en 1980. En aquel momento argumentaban que no era deseable hacer elecciones porque eso conllevaría el renacimiento de la lucha entre las distintas tendencias.

Mi opinión personal es que sí, es verdad que las diferentes tendencias todavía tenían cierta importancia, pero más en términos de clientelismo que de política seria. Si los sandinistas hubiesen ganado unas elecciones populares en 1980, entonces hubiese sido mucho más difícil desatar la guerra de los contras. Pienso que Reagan fue capaz de utilizar todas las instancias antidemocráticas de la Revolución Sandinista para sacar ventaja en términos propagandísticos.

También pienso que si los sandinistas hubiesen estado menos interesados en garantizar la hegemonía del partido de vanguardia y más preocupados por estimular el proceso revolucionario, se hubiesen abierto muchas alternativas distintas. Podrían haber dejado que se desarrollara la lucha de clases en el campo y en las ciudades, con ciertos límites gubernamentales y legales. Podrían haber estimulado estas luchas en todo el país, incluso en las áreas indígenas de las montañas y la costa atlántica, donde terminaron perdiendo mucho apoyo. Entonces, pienso que efectivamente era posible desarrollar un proyecto alternativo, pero se decidió no avanzar por esa vía.

 

NA

No dijimos nada de Daniel Ortega que, como dijiste antes, fue la figura más poderosa desde el primer día del gobierno del FSLN. Avanzando un poco en la historia, el FSLN perdió las elecciones en 1990 y Ortega terminó convirtiéndose en el líder indisputado de la oposición. En 2007, Ortega recuperó la presidencia con el FSLN aunque, como suele decirse, con una versión mucho más aguada de las políticas sandinistas originales.

Mientras Ortega estaba consolidando su control sobre el partido y ganando apoyo popular, muchos disidentes sandinistas abandonaron la política partidaria o, en algunos casos, formaron armados electorales disidentes, algunos de los cuales fueron censurados hace poco por Ortega. Me pregunto si el legado sandinista y la ideología de Sandino siguen siendo importantes en Nicaragua.

 

JLG

Desafortunadamente, este es un tema muy complejo en el que no me considero para nada una autoridad. Dicho eso, creo que la tendencia perdedora de mediados de los años 1990 estaba compuesta por figuras que, si las considero en términos individuales, son geniales. Dora María Tellez, recientemente arrestada, y Edén Pastora fueron figuras fundamentales durante la toma del Palacio Nacional de 1978. Tellez también jugó un rol central en el Ministerio de Salud de los años 1980. Pero cuando crearon un movimiento alternativo, el Movimiento Renovador Sandinista, tuvieron muchas dificultades para abrirse camino, sobre todo a causa del fuerte vínculo que habían establecido los sandinistas con ciertos sectores pobres, urbanos y rurales, entre los que se habían desarrollado todo tipo de fidelidades.

En un sentido, es posible establecer una ligera analogía con Somoza, pues él también contaba con una base de apoyo popular y la oposición tenía muchas dificultades para quebrarla. La posición de clase de la oposición sandinista durante los años 1990 era definitivamente de clase media o «profesional», y no pudieron romper el muro de apoyo que había construido el grupo de Ortega. Es cierto que Ortega perdió las elecciones de 1990, pero aun así conquistó el 41% de los votos y eso se mantuvo hasta que Ortega ganó las elecciones de 2006 con 38% de los votos.

De todo esto se sigue que una buena parte de la población sostuvo su fidelidad a Ortega y que la tendencia disidente del movimiento sandinista nunca tuvo la posibilidad de fundar una base popular ni de articular una posición antineoliberal. Aun así no quiero dejar de enfatizar la grandeza individual de algunas de esas personas y el coraje con el que viven.

Pero, volviendo a tu pregunta, creo que el hecho de que muchos de esos disidentes sandinistas terminaran cambiando el nombre del partido a UNAMOS es muy significativo, pues implica que abandonaron la referencia al sandinismo. Me parece que la represión de 2018 realmente socavó el valor simbólico del sandinismo, porque el Frente Sandinista, convertido en la organización de Ortega, apoyó y legitimó la represión. Por supuesto, eso no equivale a decir que la tradición sandinista en general carece de valor. Hablé con uno de los líderes del nuevo movimiento de oposición y me contó que, en una de las primeras reuniones con un grupo estudiantil, todo el mundo confesó que sus padres y todas sus familias habían sido sandinistas.

Otra cosa de la cual no estoy seguro es de dónde proviene exactamente la fuerza de Ortega, porque incluso hoy, según las encuestas, sigue contando con el apoyo de un tercio de la población, es decir que la pérdida de apoyo que sufrió fue mínima. No conozco ningún estudio serio que intente explicar este hecho; la mayoría suele contentarse con algunas palabras sobre el asistencialismo del gobierno y sobre los métodos mediante los cuales utiliza cualquier recurso estatal para apaciguar al populacho. Pero creo que no es suficiente.

 

NA

Comparto la misma inquietud. Por un lado, cada vez que Ortega se presenta a elecciones, resulta que gana más votos, y las elecciones, al menos en apariencia, son libres y justas. Pero los indicadores sociales de Nicaragua son desastrosos. No estoy seguro de cómo se explica.

 

JLG

En realidad, creo que si se considera el primer gobierno, de 2007 a 2011, los indicadores sociales mejoraron bastante y posiblemente haya sucedido lo mismo durante el gobierno siguiente. Es decir que las cosas mejoraron para mucha gente y, hasta cierto punto, eso debería explicar las victorias de 60%.

 

NA

Me gustaría hacer una última pregunta sobre el impacto internacional de la Revolución Sandinista. En América Central, el ejemplo de los sandinistas influyó directamente en los movimientos armados de Guatemala y de El Salvador. En otros lugares más distantes de América Latina, los sandinistas inspiraron a muchos grupos guerrilleros clandestinos que realizaban operaciones contra las dictaduras militares. Incluso hay contraejemplos, como Perú, donde Sendero Luminoso, luego de comprobar que el FSLN perdió las elecciones de 1990, decidió redoblar esfuerzos en la vía de la insurrección armada. ¿Qué podrías decirnos sobre la influencia de los sandinistas?

 

JLG

Tanto en Guatemala como en El Salvador había movimientos de base sindicales y campesinos mucho más desarrollados que los que sirvieron de apoyo al FSLN. Es decir, no es que estos movimientos estuvieran imitando a los sandinistas. Por otro lado, la influencia de la Iglesia popular o la teología de la liberación siempre fue mucho más fuerte en Guatemala —especialmente en El Salvador— que en Nicaragua. Si se observa el nivel de organización obrera y campesina que existía en 1979 en El Salvador y en Guatemala, se comprueba que el movimiento estaba mucho más avanzado que en Nicaragua.

La otra diferencia fundamental entre Nicaragua y el resto de los países centroamericanos está dada por ciertas contingencias: a saber, la burguesía, la élite agraria y el pequeño sector industrial de Nicaragua, estaban políticamente divididos. Fue una élite dividida la que terminó enfrentando a los Somoza contra todos los demás. Esas divisiones no existían en ningún otro país centroamericano.

Dicho eso, el triunfo la revolución sandinista tuvo efectos muy importantes, tanto en El Salvador como en Guatemala, en el sentido de que fomentó una especie de perspectiva triunfalista entre la gente. La idea era que si Nicaragua había ganado, entonces también podía ganar El Salvador. De hecho, la consigna era «Nicaragua venció, El Salvador vencerá». Lo mismo vale en el caso de Guatemala. En estos países de Centroamérica, el ejemplo de los sandinistas llevó a que las guerrillas incrementaran el número de reclutamientos, convencidos como estaban de que triunfarían rápidamente, como Nicaragua.

Sabemos que no fue el caso en El Salvador ni en Guatemala: esa creencia tuvo consecuencias terribles, realmente trágicas. Pero más allá de la región de América Central, la revolución sandinista fortaleció enormemente a la izquierda latinoamericana. Nicaragua se convirtió en una imán para los exiliados latinoamericanos, sobre todo argentinos y chilenos. Claramente fue una gran inspiración. Y, por ese mismo motivo, se vivió la derrota electoral de 1990 como el fin de toda una época revolucionaria en América Latina.

Jeffrey L. Gould

Profesor de Historia en la Universidad de Indiana y autor de varios libros, entre ellos, Solidarity Under Siege: The Salvadoran Labor Movement, 1970-1990, Cambridge University Press, 2019.

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