Estaba claro que allí había una gran obsesión que nada tenía que ver con las comisiones ilícitas: arrestar a Lula e impedirlo de presentarse a las elecciones de 2018. (Foto: Getty Images).
Lula finalmente ha ganado la batalla legal. Tras años de una persecución judicial que le valió casi seiscientos días de prisión entre 2018 y 2019, el expresidente brasileño vio cómo finalmente el Tribunal Supremo de su país admitía que el exjuez Sergio Moro sí era parcial y, por tanto, su condena se anulaba. Ahora es libre. Libre para derrotar a Bolsonaro.
Hace unas semanas, otro juez del Tribunal Supremo, Edson Fachin, había entendido que Sergio Moro nunca fue competente para juzgar a Lula. Pero eso era demasiado poco. Lula no fue solo víctima de un tecnicismo: fue víctima de un complot judicial comprobado, en el que los fiscales federales y un juez federal actuaron para condenarlo.
Los perseguidores de Lula interceptaron los teléfonos de sus abogados, poniéndose de acuerdo entre ellos en cada paso del proceso y llegando, finalmente, al extraño hecho de que Moro aceptara su nombramiento como Ministro de Justicia en el gobierno de Bolsonaro.
Lula está ahora más capacitado que nunca para disputar las elecciones presidenciales de 2022, lo que supone un enorme problema para la extrema derecha. Así lo indican los últimos sondeos de opinión: Lula lidera la carrera en la mayoría de ellos, y vencería a Bolsonaro en una segunda vuelta.
Esto ocurrió porque Carmen Lúcia, una de las juezas más antiguas del Tribunal Supremo, cambió su voto –inicialmente en contra de la petición de la defensa de Lula– una vez que consideró las nuevas revelaciones: este hábeas corpus había sido propuesto por el nombramiento de Moro como Ministro de Justicia antes de los informes de Intercept. Hasta entonces, Carmen Lúcia había sido una gran defensora de la persecución judicial.
Recientemente, las élites financieras de Brasil publicaron un manifiesto en el que criticaban al gobierno y la gestión de la crisis sanitaria provocada por la pandemia del COVID-19. La situación brasileña es una verdadera tragedia: el mismo día en que Lula es finalmente absuelto de la persecución judicial, el número de muertos llega a 3000 personas diarias. El colapso hospitalario y funerario es inminente, y se espera que suceda en las próximas semanas.
La gran alianza de las oligarquías brasileñas para sacar a Lula de la política, para poner a la izquierda contra las cuerdas, formaba parte de un gran experimento ultracapitalista para desmantelar la red de seguridad social brasileña. La pandemia aceleró algo que, de todas formas, se sentiría (con más lentitud, eso sí) en las próximas décadas en Brasil: las consecuencias de un lento, gradual y continuo desmantelamiento de los programas de salud pública, asistencia social y otros.
En sentido estricto, no hay ninguna novedad jurídica en la decisión de hoy. El indebidamente poderoso Tribunal Supremo de Brasil decidió, aunque por un estrecho margen, la prevalencia de los derechos de Lula frente a la persecución. El tiempo de la farsa ha terminado.
Desde su actuación en la Operación Lava Jato hasta este momento, no fueron pocos quienes sostuvieron que Moro debería ser candidato presidencial en 2026. El propio Moro, que dejó su cargo de juez para asumir un ministerio, lo tenía claramente previsto. Y ese fue uno de los motivos de su ruptura con Bolsonaro en 2020.
Una ruptura que no tuvo nada que ver con los valores, sino con el liderazgo de la derecha más radical. Aun así, ante la amenaza electoral de Lula, el gobierno trabajó para que las decisiones de Moro fueran validadas y, de esta manera, Bolsonaro no tuviera que enfrentarse a Lula en 2022.
En otras palabras, las acciones de Moro formaban parte de una amplia conspiración de las élites brasileñas junto con el imperialismo. Se trataba, en parte, de crear un héroe mediático que, sin embargo, no resistió su primer intento de aventura política.
Nada de esto sirvió. Lula se mantiene firme para librar la que puede ser su última y, al mismo tiempo, su mayor batalla: salvar a Brasil, para lo que es necesario ponerse al frente de los movimientos sociales y de la demanda de vacunas.
Lo que está en juego hoy es nada menos que la misma supervivencia de un país gigantesco. Esto implica derrotar un modelo económico absolutamente cruel y antidemocrático, creado como reacción a las reformas sociales de los últimos años.
Lula ahora es libre. Puede ganar. Y los movimientos sociales de Brasil, junto a toda la solidaridad internacional, debe abocarse a ello.
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