Un terremoto político acaba de sacudir los Andes. Los resultados electorales de ayer cambian profundamente la situación de Chile: fracaso de la derecha y de los partidos de la exConcertación, avance de la izquierda e irrupción de los independientes.
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La elección a la Convención Constitucional en Chile es un acontecimiento central del nuevo ciclo político que se abrió con la gran rebelión popular de octubre 2019.
Chile se encuentra en un «interregno», según la definición gramsciana. Ni el régimen actual termina de morir, ni emerge con claridad una alternativa. Ante este panorama, la izquierda debe ofrecer radicalidad y ruptura.
La lucha por la libertad es tan relevante ahora como lo fue hace más de cien años, cuando un grupo de liberales chilenos presionó contra los límites de lo que el sistema permitía.
La rebelión de octubre en Chile y todo el proceso posterior debe entenderse como un acontecimiento único pero, al mismo tiempo, como parte de un proceso de largo aliento.
La condición de sujeto migrante homogeniza y entrega un estatus diferenciado del de los «nacionales». La persona migrante es considerada un «nuevo bárbaro», una figura proveniente de la lógica colonial y estatal-nacional que resurge con fuerza en el escenario de un capital desterritorializado.
Dentro de la izquierda existe un extenso debate teórico que opone estrategias electorales y de masas. Pero más interesantes son las experiencias reales que esquivan esa dicotomía entre lo institucional y la militancia de base.
Los feminismos que emergen con fuerza desde el sur del mundo juegan un rol clave tanto en la posibilidad de hacer realista una experiencia revolucionaria como a la hora de sacudir las imágenes y nociones que preservamos de la «revolución».
Conversamos con las candidatas a la Convención Constitucional de la Coordinadora Feminista 8M, sobre por qué el feminismo no aboga por «una mejor Constitución», sino por propiciar la politización de las masas.
El histórico referendo de octubre en Chile expresó un rechazo masivo a la Constitución de Pinochet. Ahora, mientras los movimientos sociales empujan para influir en el proceso, tendrán que lidiar con una oligarquía reacia a cualquier cambio.