Lo que ocurrió el domingo en Brasilia fue un intento, caótico y demencial, de derrocar al gobierno de Lula. El fracaso de los golpistas abrió una nueva situación política que debe ser aprovechada.
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Jair Bolsonaro presentó una demanda ante el tribunal electoral alegando que fueron máquinas de votación defectuosas las que le negaron la victoria en las elecciones de octubre. Aunque el tribunal falló en su contra, es evidente que no admitirá la derrota en breve.
¿Qué hacer para enfrentar las condiciones estructurales e ideológicas que generaron la política exterior del bolsonarismo?
El mundo atraviesa una nueva ofensiva neoliberal como respuesta a la crisis que el propio neoliberalismo generó. La pregunta por las alternativas políticas adquiere verdadera urgencia, pero los progresismos reciclados no parecen capaces de esbozar una salida. Este debe ser el momento de los pueblos.
Para desterrar el bolsonarismo hacen falta más que urnas: es necesario desmantelar el proyecto de la extrema derecha y reconquistar el espacio del saludable debate democrático en un ambiente de pluralismo. Sin movilización activa ese objetivo es incumplible.
La histórica victoria de Lula, impensable hace apenas dos años, no podría haber ocurrido sin que millones de personas lucharan por ella. En tanto los partidarios de Bolsonaro se niegan a aceptar su derrota, la movilización será clave para asegurar la democracia.
El bolsonarismo sigue vivo en Brasil porque ha logrado erigirse en la «dirección política» de la mayor parte de la burguesía brasileña. Es urgente derrotar a la extrema derecha en todos los frentes, no solo el electoral.
Bolsonaro esperó a que las manifestaciones de sus seguidores tuvieran repercusión para pronunciarse, ya que nunca dejó de cultivar la posibilidad de un golpe. Esta duplicidad de respeto retórico a la ley y fomento de la conspiración golpista es el sello de su gobierno.
Después del ajustado triunfo electoral, el desafío del gobierno de Lula pasa por la consolidación de una nueva mayoría social, una tarea compleja en el actual clima de golpe de Estado disfrazado de «desobediencia civil».
El discurso anticorrupción se ha convertido en la principal bandera de la derecha en su intento de derrocar a los gobiernos democráticos para sabotear la soberanía del país. Pero son precisamente los conservadores quienes más se han beneficiado de la corrupción y la impunidad selectiva.