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Elecciones 2021 en Ecuador: nostalgia de futuro

La segunda vuelta de las elecciones ecuatorianas, prevista para el 11 de abril, será una disputa entre el candidato correísta y el conservador. Sea cual sea el resultado, hay algo seguro: el escenario gubernamental estará marcado por la crisis sanitaria, los problemas económicos y la crisis de estatalidad.

Evocar la nostalgia puede ser un instrumento para sortear la incertidumbre, nos decía David Dorenbaum en relación con las respuestas psicológicas ante la pandemia. Pero bien podría ser también el marco para entender el proceder de las élites políticas ecuatorianas en las elecciones presidenciales de 2021. 

Ante la más grave crisis contemporánea del Ecuador, la oferta electoral solo prometió pasado. Los cuatro candidatos más votados el 7 de febrero representaron, de alguna manera, diversas proposiciones de retorno: la Izquierda Democrática (ID) representó una versión light de su gobierno de fines de los ochenta; un movimiento indígena, que mezcla grandes movilizaciones populares y expresiones electorales difusas [1], y Guillermo Lasso, quien retoma la eterna apuesta neoliberal, reprodujeron la década de los noventa; el correísmo, con su candidato Andrés Arauz, se mostró como una reedición del período de la denominada Revolución Ciudadana (2007-2017). 

En la primera vuelta, las élites políticas no lograron sintonizar con la ciudadanía ni levantar propuestas de futuro. No se habló de los enormes problemas de sobrevivencia de amplios sectores populares empobrecidos ni de la vulnerabilidad de las capas medias. No se plantearon estrategias integrales o ideas innovadoras para los problemas estructurales agravados por el COVID-19. Una sociedad en extremo segmentada, desilusionada y estresada dejó sin empuje a la sociedad política, que terminó hablando entre sí y de sí.

La segunda vuelta del 11 de abril será una disputa entre el candidato correísta y el conservador. Aunque en apariencia puede concebirse como una repetición de la elección de 2017, realmente es otro escenario. Ecuador ha cambiado: vive una grave crisis multidimensional y estas elecciones abren una bifurcación sobre el próximo horizonte de la época.

Moreno: recomposición del bloque de poder y destrucción estatal 

Lenin Moreno fue vicepresidente en dos períodos (2007-2009; 2009-2013) y la carta de Alianza País para las elecciones presidenciales de 2017. Moreno prometía ser una versión ligera del correísmo, una continuidad con cierto cambio en el estilo. Sin embargo, pronto se evidenció su distanciamiento con Correa y un continuo interés por acentuar diferencias hasta terminar en un agudo enfrentamiento.

Moreno inició una estrategia para alterar la gramática discursiva del correato, tomando de la oposición el sermón sobre la corrupción y acercándose a los actores políticos del bloque de poder. Finalmente, en 2018 intensifica su viraje conservador, ya sin retorno y cada vez más intenso. Tras ganar la consulta popular de febrero de 2018, profundiza el desplazamiento de mandos estatales correístas, cambia el perfil del gabinete (haciéndolo cada vez más conservador) y obtiene el respaldo legislativo de otros partidos, que dieron sus votos a los proyectos del gobierno bajo la idea de una «descorreización» del país.

Durante el correato, el bloque hegemónico no logró una respuesta política común, en continuidad con su histórica división interna. Pero con el gobierno de Moreno –y gracias al Estado– este bloque logró unidad política. El bloque de poder se convirtió en el ventrílocuo que manejaba los hilos del gobierno. No obstante, aunque este proyecto logró generar confusión, pasividad ciudadana y realineamientos políticos, nunca pudo procesar o disolver las demandas populares, configurando lo que se conoce como «dominación sin hegemonía» (Guha, 2019).

El objetivo central del bloque de poder fue provocar una derrota estratégica al progresismo (Ominami, 2017). Para ello impulsaron un debilitamiento del Estado, ya no solo justificado por incompetencia en la gestión pública o para alcanzar el siempre incompleto ajuste fiscal, sino para evitar que el Estado pueda volver a servir como instrumento de acumulación política e impulso de reformas.

Sin embargo, el nuevo impulso neoliberal fue impugnado. La liberalización de los precios de los combustibles en octubre de 2019 desató una revuelta popular cuyo eje fue el movimiento indígena, gracias a su tejido organizativo. Esta fue producto tanto del abandono acumulado del sector rural (durante el correato, la atención agraria siempre fue el gran vacío gubernamental, suplido parcialmente con inversión social y fortalecimiento del mercado interno), cuanto una reacción a la coyuntura de cierre de la movilidad social y recorte drástico de la inversión pública del gobierno de Moreno.

Posteriormente, el gobierno utilizó la pandemia para arremeter en una contraofensiva: radicalizó su programa neoliberal, disminuyendo aún más la inversión pública –incluyendo al sector de la salud– y afectando la normativa laboral. Esto lo realizó en el marco de un estado de excepción permanente (Agamben, 2004) que suspendió los derechos y las libertades y gobernó sin controles democráticos. Con Moreno se observó cómo los autodenominados demócratas y defensores de la institucionalidad lo fueron solo en la oposición.

Junto a esto se desarrolló un marco discursivo diseñado no para convencer, sino para desorientar, generar desconfianza e imponer la lógica individualista del «sálvese quien pueda». Y es que, como lo advirtió Poulantzas (1976) cuando analizó los orígenes del fascismo, el capitalismo en crisis recurre a formas autoritarias. No fue producto de la convicción de la población en sus ideales, sino más bien de la indiferencia hacia ellos. 

Además, la débil legitimidad del gobierno minó su capacidad de coordinación política y el recorte de gasto público debilitó la gobernanza institucional y las capacidades estatales. La pésima gestión de la pandemia se evidenció con las terribles imágenes de Guayaquil que circularon por el mundo en abril de 2020, que mostraron cómo la indolencia y la inoperancia fueron la huella del gobierno ecuatoriano. 

Primera vuelta: un momento antiestablishment

Con una oferta electoral en extremo fragmentada, una sociedad atomizada y sin ninguna línea de conflicto (cleavage) que ordene la competencia electoral, tres fueron los principales proyectos políticos en disputa. 

Arauz representó al correísmo. Un progresismo que combina elementos keynesianos en lo económico y una visión conservadora-religiosa en valores. Sin estructura partidista, consecuencia tanto de la apuesta del líder (Rafael Correa) cuanto por la persecución del morenato, cuenta con un voto duro identitario. Aunque cada vez más obtiene un voto popular urbano, su dirigencia exhibe una sobrerrepresentación de las capas medias.

Enfrente está CREO, liderado por Guillermo Lasso, quien se constituyó como representante de la nueva derecha, que mezcla liberalismo económico –con think tanks de las redes económicas neoclásicas– con una visión societal en extremo conservadora, con influencia del Opus Dei. Ha logrado expansión territorial debido a su polarización con el correísmo. 

Por último está Pachakutik. Es el instrumento electoral de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y nació como una plataforma antineoliberal y de reivindicación indígena. Tras más de dos décadas de existencia ha preservado cierto tejido organizativo pero su perfil ha cambiado. El movimiento indígena es más diverso y heterogéneo, con mayor presencia urbana y con nuevas generaciones de líderes, mejor formados, muchos provenientes de una pequeña burguesía indígena que se ha consolidado las últimas décadas. 

Presenta ahora mayor distancia con los actores que lo impulsaron desde su fundación (partidos de izquierda y la casi desaparecida Teología de la Liberación) y se observa una mayor diversidad política en su dirección, incluso con líderes claramente de derecha. Tuvo una relación confrontativa con el correato. En estas elecciones presentó un candidato de su corriente pragmática, que representó –aún a pesar suyo– un aire de rebeldía, con un discurso difuso y sin mayores definiciones pero con preocupaciones sobre la naturaleza y reivindicaciones de lo popular.

Los resultados oficiales arrojaron a Arauz ganador de la primera vuelta con un 32,72%; segundo lugar para el conservador Lasso, del partido CREO, con el 19,74%; tercero, Yaku Pérez por Pachakutik, con el 19,39% [2]; cuarto, por la ID, Hervas, con el 15,68%. 

Más allá de los datos cuantitativos, identificamos cuatro fenómenos subterráneos que caracterizan la primera vuelta.

La búsqueda de lo nuevo. El malestar ante el gobierno y la política institucional generó una exploración de nuevas opciones electorales. En este caso, gran parte de este sector se dirigió a dos candidatos (Pérez y Hervas) que simbolizaron lo novedoso, con cierto perfil social y con aires difusos de antiestablishment

Caída electoral de la derecha. Lasso era el candidato mejor posicionado del bloque del poder y quien finalmente sería su representante. No obstante, la derecha en conjunto disminuyó su respaldo electoral. En 2017, Lasso obtuvo en la primera vuelta un 28%, y el Partido Social Cristiano (PSC), que fue en otra candidatura aparte, consiguió un 16%. En 2021 fueron juntos y cayeron 10 puntos, tomando la votación solo de Lasso, o 24 puntos, si se toma su votación conjunta. Sea cual sea el resultado, vienen disputas por nuevos liderazgos dentro de esta corriente.

Desperfilamiento de las izquierdas. Las izquierdas en Ecuador, como en el resto de Sudamérica, fueron parte de las coaliciones progresistas. Una gran parte de ellas se mantuvieron aliadas del correísmo, otras (maoísmo y Pachakutik) lo enfrentaron y compitieron electoralmente sin mayor éxito. Se puede decir que desde 2017 no ha existido una candidatura claramente de izquierdas y que la participación de estas se desarrolla dentro de coaliciones más amplias. En 2021, sus candidatos insignias presentaron propuestas moderadas en un escenario que, de por sí, les ubica a la defensiva.

Desnacionalización y emergencia de la periferia. Durante el correísmo se logró una alta articulación nacional, desactivando el clivaje regional presente en la historia ecuatoriana. En la primera vuelta, volvió el clivaje regional, pero con otro formato: resurgió una periferia que agrupa a las provincias de la sierra centro y del oriente (ya había aparecido este eje en las elecciones de 2002, 2006, 2009 aunque había disminuido paulatinamente) y ahora se amplía hacia el sur (sierra sur). Es periferia en sentido territorial, alejada del centro (Quito y Guayaquil) y porque reúne a dos de las tres zonas con mayor pobreza e insatisfacción de necesidades básicas. Antes, esta periferia tenía expresión política con el partido de Gutiérrez; hoy, con Pachakutik.

La segunda vuelta y los escenarios abiertos

El momento en Ecuador está marcado por una crisis multidimensional. La destrucción del Estado, la desconfianza hacia la institucionalidad política, la emergencia sanitaria de la pandemia, la aguda recesión económica (con una caída del PIB en 2020 de más de 10 puntos) y el grave retroceso social (de más de 10 años en todos los indicadores) son algunos de sus elementos sectoriales.

La coyuntura estará marcada todavía por gestionar el contagio y la vacunación contra el COVID-19, atender la urgencia social, reanimar la economía, reconstruir la institucionalidad y definir la lucha contra el cambio climático que, a pesar de ser parte de las causas de la pandemia que vivimos, no tiene tratamiento público integral. Todo esto hace que el margen de acción para el próximo gobierno sea estrecho.

Esta coyuntura intensa y compleja configura un punto de inflexión que instaurará el próximo horizonte de la época. Es, de alguna manera, un momento polanyiano abierto (Polanyi, 1944 [2007]). Ese es el verdadero juego de estas elecciones. Ante el escenario mundial de incertidumbre, Ecuador va a decidir si el próximo horizonte tiene como principios de ordenamiento societal la protección común y la acción colectiva o el mercado y la salida individual. 

La segunda vuelta será un enfrentamiento más agudo entre dos proyectos sociales. No son diferencias de modelos civilizatorios, sino contrastes dentro del mismo capitalismo, por lo menos por el momento. Pero la apuesta por uno u otro irá definiendo por qué modelo de desarrollo se apuesta, qué Estado se (re)construye, cómo se reorganiza el pacto social, cómo se redefine nuestra relación con la naturaleza y cómo se maniobra ante la disputa geopolítica de Estados Unidos y China. 

Será un conflicto intenso y muy probablemente poco limpio. En medio, tendremos una mayor polarización entre los sectores más politizados, con el trasfondo de una amplia desafección ciudadana hacia la política. 

Lasso jugará al todo por el todo haciendo uso del apoyo de clase y de los medios de comunicación. Tiene el reto de reinventar la campaña. Ha renovado su equipo, incorporando a Jaime Durán Barba y su táctica despolitizadora desplegada durante el macrismo en Argentina. Actualmente, Lasso desarrolla una estrategia centrada en el diálogo con diferentes sectores e intenta modernizar su imagen. Pero, para un banquero neoliberal del Opus Dei asociado al gobierno de Moreno, el momento antiestablishment se presenta como un contexto cuesta arriba en su afán de obtener el apoyo de las mujeres, los indígenas y las minorías sexuales.

Arauz parte con ventajas para ganar la segunda vuelta. Sacó una diferencia electoral significativa y tiene tras de sí a gobiernos asociados a la bonanza económica y las mejoras sociales. Sin embargo, en una segunda vuelta esto no le basta. El correísmo ha tenido problemas para oír a la sociedad diversa en sus problemas cotidianos, alcanzar acuerdos y jerarquizar conflictos. Por el momento, Arauz parece asumir más el liderazgo y mostrar un perfil más autónomo de Rafael Correa, sorteando el fantasma de la deslealtad de Moreno. Resalta su juventud y está mejorando sus capacidades comunicacionales. 

Sea cual sea el resultado, hay algo seguro: el escenario gubernamental estará marcado por la crisis sanitaria, los problemas económicos y la crisis de estatalidad. El conflicto distributivo se intensificará, y se prevén revueltas sociales e inestabilidad. El gobierno no tendrá mayoría legislativa: deberá negociar y moderar su programa. 

De ganar Lasso, se continuará la ruta del neoliberalismo tardío. Se consolidará el bloque de poder, y la sociedad ecuatoriana deberá hacer frente a una contrarreforma estratégica. Si gana Arauz, como parece más probable, el reto pasará por cómo compaginar su proyecto con la crisis. Tendrá que responder a cómo redistribuir y cómo dar sostenibilidad a su visión neodesarrollista sin un acuerdo con los grupos económicos. Anteriormente, las dos respuestas fueron evadidas gracias al boom de las materias primas. Hoy el viento internacional sopla menos favorable; el Estado no puede mantener por sí solo la inversión y, como en los ochenta, el peso de la deuda es asfixiante. 

En una perspectiva de izquierdas, el momento que se abre es de profunda de lucha ideológica.  Reaparece el desafío de construir tejido organizativo que genere lazos en el mundo popular y levante una alternativa civilizatoria. Pasó ya la moda progresista que creía que la dinámica electoral y la exposición mediática podían ser el único polo de acumulación política para el asalto rápido al gobierno. Sabemos ya que eso no es sostenible sin organización. Pues, como decía el viejo Marx: «Las reformas sociales jamás se llevan a cabo gracias a las debilidades del fuerte; siempre es merced a la fortaleza del débil» (Wheen, 2000: 21).

Notas

[1] Pachakutik participó en elecciones presidenciales anteriores, quedando también tercero en 1996, con el 20,6% de los votos de su candidato Freddy Ehlers, externo a la organización. En 2002 ganó la presidencia en alianza con Lucio Gutiérrez, pero en 2003 este expulsaría a Pachakutik del gobierno.

[2] Pachakutik denunció un fraude electoral acusando a CREO y al correísmo de confabulación. Sin embargo, el correísmo no tiene representación en el Consejo Nacional Electoral, que lo ha hostigado en sinnúmero de ocasiones y está presidido por una mujer indígena representante de Pachakutik. Finalmente, los organismos electorales negaron la denuncia al considerar que no tenía argumentos válidos.

Referencias

Agamben, Giorgio. (2004). Estado de excepción. Homo Sacer II, 1. Pretextos.

Guha, Ranajit. (2019). Dominación sin hegemonía. Historia y poder en la India colonial. Madrid: Traficantes de Sueños.

Ominami, Carlos. (Editor). (2017). Claroscuro de los gobiernos progresistas. América del Sur: ¿Fin de un ciclo histórico o proceso abierto? Santiago de Chile: Editorial Catalonia.

Polanyi, Karl. (1944 [2007]). La gran transformación. Madrid: Quipu Editorial.

Poulantzas, Nicos. (1976). Fascismo y dictadura: La tercera internacional frente al fascismo (8ª. ed.). Madrid: Siglo XXI.

Wheen, Francis. (2000). Karl Marx. Madrid: Editorial Debate.

 

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